Hola! bueno, esta es la segunda historia que publico aquí. La vengo escribiendo hace algún tiempo y espero que sea de su agrado. Es una historia de amor entre Inuyasha y Kagome, claro siempre las cosas no son tan faciles. Y bueno, además quería agradecer a los que han entrado para leerla = ) y también, invitarlos a que lean mi otro fic: Cuando el telón se cierra.

Me he esforzado mucho para escribir y solo pido una oportunidad para que lean y vean si les gusta. Desde ya gracias : )

Yuki- chan

*Los personajes de Inuyasha no me pertenecen, ya que son creación de Rumiko Takahashi*


Capitulo 1

La noche estaba más oscura que nunca, no obstante, la hermosa luna alumbraba desde lo alto y sus destellos plateados iluminaban la playa. Desde la habitación se podía oír el rugir del agua, ya que solo unos cuantos pasos en la arena se interponían entre la casa y el mar. El oleaje era perfecto: suaves olas llegaban reventando en la orilla, y la espuma se desvanecía en la arena húmeda…

La brisa fresca entraba por la ventana, mientras que las cortinas danzaban junto a ella y sentada frente a su escritorio y con la luz encendida de la lámpara, una chica dormía sobre libros y apuntes. Su cabello enredado a causa de la brisa que entraba, le cubría el rostro, pero en él se podía apreciar el cansancio y el esfuerzo de tantos días sin dormir.

_ Kagome, ¿Puedo pasar?- dijo una voz femenina desde atrás de la puerta, quien al no oír respuesta, entró sin más, y al verla durmiendo sobre el escritorio, sonrió levemente- Mi niña…- murmuró.

Poco a poco la chica abrió los ojos. Se irguió en la silla y estiró los brazos hacia adelante. Restregó sus ojos y le costó trabajo asimilar que ya eran las cinco de la madrugada.

_ ¡Hay no!- se levantó rápido de la silla, miró asustada el reloj de su mesita de velada y luego confirmó en el reloj de su muñeca- ¡no puede ser!, ¡En dos horas tengo que salir y me falta mucho que estudiar!

_ Kagome, cálmate hija, no te hará bien tanto esfuerzo.

_ ¡No puedo reprobar este examen!- dijo desesperada volviéndose a sentar en la silla y poniéndose a estudiar.

Su madre se angustió un poco y salió de la habitación, dejando a Kagome sola... Pero era cierto, no podía reprobar ese examen, ya que tanto esfuerzo durante varios días, no podían ser en vano. Su madre suspiró apoyada en la puerta y al rato volvía a entrar en la habitación de la chica, pero esta vez con un vaso de leche tibia para ella.

A poco más de una hora más tarde, Kagome había dejado sus libros y corría por la casa buscando sus cosas y arreglándose para ir a la universidad. Se dio un baño de agua caliente y luego se vistió acorde con la estación, con una falda rosa pálido que le llegaba un poco más abajo de las rodillas, una blusa blanca sin mangas y sandalias del mismo color, tomó su bolso y finalmente salió corriendo de la casa sin siquiera desayunar. La universidad se encontraba a tres cuartos de hora y debía tomar el tren para llegar a tiempo. Compró el boleto en la estación, y fue hacia el andén a esperar el tren que pasaría en diez minutos más. Suspiró agitada ya que había corrido mucho para llegar a tiempo. Mientras esperaba, sacó de su bolso sus apuntes y comenzó a releerlos. Comenzaba a dormirse cuando el silbato del tren le hizo dar un respingo del susto. Subió al tren y se acomodó junto a una ventana. Aún llevaba sus apuntes en la mano, pero ya no quería saber más de ellos, de manera que sus ojos apreciaron el paisaje durante todo el camino mientras su mente se sumergía en una inmensa paz y tranquilidad.

El paisaje que rodeaba a la vía férrea era verde, pues muchos árboles y arbustos decoraban con sus colores y frutos. Parecía increíble pensar que un lugar así estuviese tan cerca de la ciudad.

Una vez que llegó a su destino, caminó un par de cuadras para llegar a la universidad, la cual se rodeaba de diversos jardines sembrados de flores y árboles de cerezo que se agitaban levemente con la suave brisa del verano. La universidad era enorme, y cientos de jóvenes entraban y salían del edificio que se alzaba al final de la arboleda.

_ Buenos días, jóvenes- dijo el calvo profesor entrando en el salón con un montón de exámenes en una mano y un maletín en la otra.

Kagome estaba nerviosa por el examen, pero se sentía segura de haber estudiado y en cuanto tuvo el papel sobre su banco, comenzó a escribir sin dudar ni un instante. Casi dos horas después sonó el timbre y todos dejaron sus lápices sobre la mesa. El examen había acabado.

La chica salió del aula preocupada pero a la vez sentía que lo había logrado y que aprobaría. Pero sin darle más vueltas, dirigió la vista a su reloj. Las diez de la mañana con diez minutos. Debía ir a su trabajo de medio tiempo, en la cafetería del centro de Tokio, la que no quedaba muy lejos de la universidad y se fue tranquila hacia allí ya que era aún temprano para comenzar su turno. Al llegar al café se fue directamente a su casillero y al abrirlo, lo primero que sus ojos vieron fue su delantal y su uniforme. Suspiró. Se vistió con él y luego se dirigió a atender a las mismas personas que a diario se sentaban en las mismas mesas y bebían las mismas bebidas a diario…a diario. Pero debía hacerlo, debía trabajar aunque fuese todo tan monótono cada día, ya que sus estudios no se pagaban solos y debía reunir el dinero suficiente, aún cuando el que su trabajo le propinaba era muy escaso.

Cuando llegó el anochecer su horario terminó y se fue. Caminó por la acera con calma, pues era temprano para ir a la estación. Miró con angustia a la gente que caminaba a su alrededor. Ejecutivos con su maletín caminando muy aprisa, personas hablando por sus celulares, estudiantes llevando cuadernos en sus manos, todo un mundo que se esforzaba por surgir en la vida y todos con un mismo destino. La chica suspiró y bajó la vista al suelo, a la vez que un hombre joven pasó por su lado, vestido de elegante traje con corbata. Él solo vio el flequillo de la chica cubriendo su mirada. Pasó por su lado como todos los demás que caminaban por la calle…y entró en la cafetería.

Él se sentó en el mesón y pidió un café. Revisó algunos papeles que llevaba en el maletín con la vista cansada, sus hermosos ojos dorados se cerraban lentamente, pero su orden había llegado y entonces bebió de la bebida caliente para despertar de su cansancio. Estuvo un rato sentado mientras miraba por la ventana o bien, posaba la mirada sobre cada rincón del lugar, al cual nunca antes había acudido. Era un Café nuevo, que había abierto ese año. Siempre pasaba por afuera, y esa noche se decidió a entrar. Pero ya debía ir a casa. Se puso de pie, pagó la cuenta y se marchó.

Corría algo de viento, y su cabello flameaba a su compás. El joven hombre caminó unas cuantas cuadras y llegó al estacionamiento donde estaba aparcado su automóvil, uno de los pocos que quedaban a esas horas. Subió en el y fue con destino a su hogar. Pensaba en muchas cosas mientras conducía: en su vida, en su hija…suspiró y sus ojos se llenaron de miles de destellos de angustia, tristeza y soledad. Volvía a recordar a esa mujer…Cuanto había sufrido por su partida…Dios… ¿Qué había hecho mal? Era lo que cada noche se preguntaba antes de dormir, sintiendo el vacío junto a el, sintiendo como era solo su perfume el que se impregnaba en las sabanas…pero faltaba otro…aquel que lo había embrujado y que también lo había abandonado… Ahora solo quería olvidar. Y sin embargo nunca podía abandonar el recuerdo.

Unos cuantos minutos más tarde, las altas rejas de una mansión se abrían lentamente para darle paso al joven de la mirada dorada que había llegado a su hogar en su deportivo negro. Cuando entró a la casa, una linda y pequeña niña de unos tres o cuatro años, con el cabello largo y negro, ojos ámbar igual que él, y un vestido azul, corrió a pegarse a su pierna, mientras reía a carcajadas de lo emocionada y feliz.

_ ¡Papi!, ¡Por fin llegaste!- le dijo feliz la pequeña aún pegada a él.

_ ¡Kaoru!- sonrió, mientras la alzaba en sus brazos- ¿Cómo estas pequeña?

_ Esperando que llegaras- le besa la mejilla.

_ ¿No es un poco tarde para que estés despierta?

_ Lo mismo le dije yo- llegó diciendo una anciana de cabello blanco, mientras llevaba en sus manos el pijama de la pequeña-, pero la niña insistió en querer verlo antes de dormir- hizo una pausa- Buenas noches, joven Inuyasha.

_ Kaede, Buenas noches- sonrió a la anciana y luego se dirigió a su niña- Bueno, mi pequeña, es hora de ir a dormir.

Inuyasha, cargando a la niña, cruzó el vestíbulo para llegar a un salón donde se alzaba una enorme escalera, cuyos escalones tapizados bordeaban la pared, daban una vuelta y llegaban a un pasillo, del cual no se veía su final desde abajo. El joven y la pequeña subieron la escalera y tras unos cuantos pasos, llegaron a la alcoba de ella. Era hermosa: Las paredes de color rosa y la cama que era del mismo color se encontraba en el centro adornándola un dosel color blanco invierno, cuyas telas caían a cada costado del lecho. A los pies de la cama había un baúl aparentemente lleno de juguetes. Toda la habitación estaba llena de juguetes y peluches esparcidos por la alfombra.

El joven cambió de ropa a la niña y la cubrió con las mantas. Vio las cortinas que cubrían el ventanal, del cual sus puertas daban al balcón. Se acercó con paso apesadumbrado y desde ahí vio el enorme jardín, el cual tenía una piscina grande en el centro. Kaede regaba las plantas afuera. Habían muchas flores creciendo y árboles colmados de hojas y frutos. Inuyasha dirigió su vista hacia el final del jardín donde una enredadera cubría la muralla. Suspiró y cerró los ojos fuerte, pero dándose ánimos dio la vuelta dando un segundo suspiro. Se acercó a la pequeña que lo miraba atenta, él sonrió y beso la frente de su hija. Luego de ésto salió de la habitación.

Hace mucho tiempo que no visitaba su pequeño jardín. Aquel que se encontraba cubierto de enredaderas y enrejado, al fondo de su patio. Quizás las flores y la vegetación debían estar muertas. Cuando salió al patio sintió la brisa helada golpeándolo en el rostro. El cielo estaba oscuro, solo la luna alumbraba el lugar con sus destellos plateados. Pero él no era capaz de visitar el jardín de Ella… aquel que solían visitar juntos…Ahora el jardín estaba sepultado entre dolor y tristeza, y quizás volvería a crecer y a tener un hermoso colorido, cuando el corazón de Inuyasha también vuelva a florecer, cuando salga de esa oscuridad y se colme de felicidad de encontrar un nuevo amor.

...

A la mañana siguiente, Kagome abrió los ojos cuando ya era tarde, se alarmó por un momento, pues creyó que había perdido el tren, que llegaría tarde a la universidad, sin embargo, cuando estaba de pie junto a la cama, recordó que era sábado. Eran las nueve de la mañana, no se oía ningún sonido más que el de las olas del mar estrellándose en las rocas. Se asomó a su ventana, desde ahí se veía el mar en pleno.

Su casa se encontraba edificada sobre unas rocas que formaban una pequeña pared, y si ella salía y saltaba la pared de rocas, pisaba la arena blanca y suave, pues tan cerca estaba el agua de su casa que ese amor que sentía por el mar, a veces se convertía en temor. Todo un horizonte se veía desde la ventana, el cual Kagome a diario sentía ganas de alcanzar. Vio las aguas moviéndose, el sol iluminando desde lo alto, el cielo despejado, las aves buscando alimento y las altas rocas en las que le gustaba sentarse a pensar. Sonrió.

Ya no podría volver a dormir, por lo que se cambió de ropa y en poco rato estaba vestida con un vestido rosa pastel, llevando puesto su traje de baño abajo y adornando su cabellera, un sombrero blanco con una cinta también rosa. Tomó sus sandalias blancas en la mano para no hacer ruido al salir y bajó las escaleras, descalza, saliendo luego por la puerta. Aún con las sandalias en la mano corrió contenta por la arena hasta llegar a las rocas que había visto desde su habitación. Escaló con gran ligereza y al llegar a su superficie, se sentó en ellas y respiró con gran tranquilidad al sentir la brisa marina acariciándole el rostro, el cabello, el cuerpo.

De pronto esos ojos chocolate que se habían tornado felices y con una chispa de emoción…llena de paz, se tornó en una mirada de angustia y pena. Abrazó sus piernas y se quedó así durante mucho tiempo. Se veía tan indefensa. Su cuerpo delgado, su cabello largo y negro flameando con el viento y acariciándole los hombros, su piel tostada se volvía pálida y de pronto, sin ella poder darse cuenta, lágrimas resbalaban de sus ojos. Se abrazó a sí misma con más fuerza y apoyó su frente en sus rodillas, llorando con pena y angustia. En ese momento, el mar se volvía su mejor amigo, pues en él depositaba sus penas y dejaba toda esa tormenta que le invadía por dentro…cuando estaba sola. Desató la cinta del sombrero que lo sujetaba a su cuello y sintió que éste salió volando. Ella solo levantó la cabeza para ver como el sombrero corría, girando con el viento. Dejó de llorar, se puso de pie y se lanzó corriendo al mar.

...

_ ¡Kagome!, ¿Qué ocurrió que vienes toda empapada?- le preguntó su madre alarmada.

_ No es nada- dijo estrujando su vestido antes de entrar a la casa.

_ Te vas a enfermar, Kagome.

_ No, mamá, estoy bien…

La chica subió a su alcoba dejando preocupados a su madre y su hermano que la habían visto llegar.

La chica se quitó el vestido y fue a darse un baño. Llenó la tina con agua tibia y se metió para quitarse la salinidad del agua del mar. Se relajó un momento y salió hacia su pieza, envuelta en una toalla y con el cabello enrollado en otra. Cuando llegó a su alcoba estaba su madre esperándola sentada en la cama.

_ ¿Qué pasa?- preguntó Kagome.

_ Es lo que quería preguntarte- le dijo ella- ¿te ocurrió algo?

_ Nada, estoy bien- bajó la cabeza- Solo que quería estar sola un momento, para pensar…ya sabes.

_…De acuerdo- sonrió levemente- te dejaré sola, pero recuerda que puedes contar conmigo…-se levantó y caminó hacia la puerta.

_ Mamá, lo siento...yo…bueno…es que…los que menos quiero es preocuparte.

_ No lo sientas, Kagome…- bajó la mirada- si yo pudiera darte todo lo que quieres, créeme que hasta yo sería feliz- luego de esto salió de la habitación.

La chica tomó su rostro con las manos y suspiró. No quería tener problemas con su madre, pero no se sentía a gusto estudiando para educar a los niños, aún cuando hacerlo era algo que le apasionaba. Ella tenía otro sueño, otro deseo…su sueño era bailar, pero no podía. Había tenido que elegir entre la universidad y el ballet…Si tan solo tuviera un poco más de recursos para realizar aquello que toda se vida había anhelado y que toda su niñez había practicado. Había dejado la danza antes de entrar a la universidad. Hace seis años.

Su vista la dirigió a un pequeño pececito que nadaba en una pecera encima de una mesita de rincón. El pez era anaranjado y con manchitas oscuras y otras claras. Tenía los ojos grandes, que por un momento parecieron mirar a la chica, la que se acercó y le golpeó suavemente el vidrio con una sonrisa. Adoraba a su pez.

_ Tama- chan- le dijo ella al pez, pues así se llamaba- será mejor que sonría ¿No te parece?- ella le sonrió con dulzura- haré una corta llamada y luego todo estará bien.

Suspiró y se fue a buscar que ponerse.

Se vistió con un vestido azul y bastante sencillo, pero aún así, bello. Tomó el teléfono y marcó un número. Ahí esperó un segundo a que contestaran del otro lado, sus ojos se iluminaron al escuchar que respondía desde el otro lado su mejor amiga.

_ ¿Diga?

_ ¿Sango?- preguntó Kagome.

_ ¡Kagome!- se escuchó feliz- Que alegría escucharte- sonrió.

_ Lo mismo digo- sonrió-, ¿que te parece si salimos a pasear?, o no se…solo para hablar.

_ Claro que si… ¿Estas bien?

_ Sí, pero…ya sabes.

_ Bueno, entiendo… ¿nos vemos en la plaza?

_ Sí- sonrió - ya salgo para allá.

Media hora más tarde, Kagome y su mejor amiga paseaban por la plaza del pueblo mientras llevaban en sus manos un helado. El semblante triste de Kagome cambiaba cuando estaba con su amiga, ella le hacía olvidar sus penas con el más mínimo detalle, pues ella decía que había que buscar la felicidad en las cosas más simples. Era verdad… era algo que siempre tenía que tener presente en su mente.

Sango era una chica de contextura similar a la de Kagome, tenía el pelo castaño y los ojos del mismo color. Kagome y Sango eran amigas desde muy pequeñas. Habían ido juntos a la primaria, la secundaria, la preparatoria… hasta ese momento, cuando ya ambas estaban pasadas de los veinte años. Su amistad había comenzado siendo una pequeña semillita, que con el pasar de los años, había ido floreciendo hasta llegar a ser un gran arbolito con muchas ramitas. Ambas se querían mucho, y soñaban con seguir siendo amigas hasta que sus cabellos se tiñeran de blanco y miraran hacia atrás en la vida, recordando todos esos momentos que pasaron juntas, apoyándose y afirmándose la una con la otra en los momentos más difíciles y también en lo más alegres. Sus casas se separaban por unas cuantas calles. Pero a pesar de que, con los estudios de Kagome y el trabajo de Sango, no podían verse muy seguido, cada vez que se encontraban seguían siendo tan amigas como siempre, como el primer día en que se conocieron y no paraban de hablar y de hablar…y reír.

_ ¿Sigues pensando en el baile?-preguntó Sango.

_ Perdón, no puedo evitarlo…

_ ¿No crees que ya sea un poco tarde para pensar en eso?

_ Si lo se…estoy en el ultimo año de universidad, y en todo este tiempo, no he podido dejar de pensar qué hubiese ocurrido si hubiese elegido bailar…No es que no me guste lo que he estudiado, Sango, me encanta…pero bueno, tu sabes… a veces el corazón es más fuerte y no obedece a los mandados de la mente.

_ Si se, Kagome. Pero siempre te lo he dicho, que nunca debiste dejar el baile…si es lo que tanto amabas….

_ Créeme que me hubiese encantado, pero debo pensar no solo en mi, sino también en mi familia. Además, tu sabes que no podía…el dinero no hace milagros.

_ Bueno, solo prométeme que vas a ser feliz con lo que harás, ¿De acuerdo?

_ Claro que si- sonrió y abrazó a su amiga.

Ambas sonrieron y se sentaron en el césped de la plaza, siguieron hablando animosamente hasta muy tarde. Kagome olvidó sus penas y no recordó el baile durante varias horas después, pues cuando lo hacía se deprimía mucho… debía convencerse de que su futuro no era aquél. El sol comenzó a esconderse y una brisa helada comenzó a sentirse en el lugar. Las dos jóvenes se levantaron del césped y se despidieron alegremente sin antes prometerse que pronto se volverían a ver. Así partieron cada una por un lado para ir rumbo a su hogar. Kagome caminó con paso lento y tranquilo. Ahora se sentía más tranquila y pensando en cosas que realmente la hacían feliz. Avanzaba por la acera cuando de pronto vio hacia el frente de la calle. Ahí estaba la academia de ballet a la que había asistido hace seis años atrás, pero aún así siguió caminando entre suspiros hasta llegar a su casa, donde ya la esperaban preocupados su madre y su hermano.

_ Hija, hola, ¿vas a cenar?- le preguntó su madre cuando la chica entraba a la cocina para saludar.

_ Sí- dijo sonriente.

_ Parece que te fue bien- le dijo su hermano apoyado en la mesa y con una sonrisa.

_ Sí, hable con Sango y ya estoy mucho mejor…- baja un poco la cabeza recordando algo avergonzada su momento de angustia hace un rato.

_ Que bien- dijo su madre.

_ Tal vez cuando te encuentres un novio se te van a pasar todas esas mañas- dijo burlándose su hermano.

_ ¡Souta!- le reclamó Kagome.

_ ¡Pero si es verdad!- decía seguro.

_ Ya está, Kagome, debes buscarte un novio- Decía su madre, apoyando al niño.

_ Y estaría bien bueno que ya te fueses casando- seguía con el juego, Souta.

_ ¡Y me des muchos nietos!

_ Y además te irías a vivir a tu casa y me dejarías tu pieza grande- se ríe.

_ ¡Mamá!, ¡Souta!- dijo Kagome algo sonrojada y molesta- ¡ya basta!

_ Aunque así de amargada…- le dijo Souta con cara de poco amigos.

_ Ya déjense de bromas, saben cuanto me cuesta encontrar a alguien que me quiera ¡y ustedes me restriegan por la cara que estoy sola!

La chica algo enfadada se cruza de brazos y se queda apoyada en la pared de la cocina. Sus malas experiencias en el amor eran algo que no quería recordar para nada. Pero su madre y su hermano tenían razón, un novio era algo que tal vez le hacía falta. Sacudió su cabeza. No podía pensar en esas cosas, ya que había otras mucho más importantes. Además solo debía esperar a que ese alguien llegara a su vida… pero esperaba que fuese pronto ya que a veces al mirar al horizonte o al ver un atardecer o al sentir la paz de los pajarillos al cantar, no tenía en quien pensar…y eso muchas veces la hacía sentir vacía….Aunque…estaba Koga, en quien pensaba con frecuencia…pero… ¡no!, ¡Era su mejor amigo! La chica suspiró. Sacudió su cabeza otra vez. Ella era joven claro, no debía apresurarse. ¡Aún tenía toda una vida por delante!...ya encontraría a alguien…solo le quedaba esperar…

_ Kagome, ¡despierta!- exclamó Souta agitando sus manos frente al rostro de Kagome.

_ A sí…- sonríe saliendo de sus pensamientos.

_ Olvídalo Kagome, solo fue una broma- le dijo su madre.

_ Sí…ya se.

_ Muy bien, ahora los dos a lavarse las manos porque la cena ya está lista.

_ ¡Que bien!- grita Souta corriendo a lavarse las manos.

Los tres se sentaron a la mesa a comer. Y después de un buen rato que se la pasaron hablando, cada uno se fue a su habitación a descansar. Por fin había sido un día de descanso para la chica, después de tanto ajetreo con la universidad, lo único que deseaba era descansar. En cuanto tuvo su cama en frente a ella, se lanzó en el colchón y se quedó dormida placidamente.

...

_ ¡Señor, Inuyasha!, por favor, la niña tiene que cenar- La anciana Kaede le reclamaba a Inuyasha que estaba con la niña en la piscina, los dos felices de la vida, riendo y tirándose agua, ignorando por completo a la anciana que hace rato ya que intentaba que ambos salieran del agua.

La pequeña Kaoru, con un flotador rodeándola por la cintura, le pedía a su padre que la dejara un rato más ya que tenían muy pocos momentos como aquellos: desde que Inuyasha comenzó llegar tarde del trabajo y Kaoru ya estaba dormida, y a la mañana siguiente salía cuando ella todavía no se despertaba para ir al jardín de niños. ¿Qué pasaba?, Inuyasha aún sentía el mundo sobre sus hombros después de casi tres años de su mayor sufrimiento en la vida. Aunque…sabía perfectamente que él era el que más debía tener fuerzas, para sacar a esa familia adelante, esa familia tan pequeñita, unida por un amor que era lo más importante y que impediría algo como lo que ocurrió hace tres años: el abandono.

_ Es hora de tu cena, pequeña- dijo alzándola en sus brazos y dejándola a la orilla de la piscina mientras él salía. Le quitó el flotador, la envolvió en una toalla y la llevó tomada de la mano hacia el interior de la casa. En un principio la niña reclamó, pero al segundo ya estaba riendo otra vez con su padre, que la alzaba una y otra vez, jugando.

Una vez que estaban padre e hija sentados en la mesa, cambiados de ropa y totalmente secos después de haber estado toda la tarde jugando en el agua, comenzaron a servirse de su cena que frente a ellos despedía un aroma delicioso, el cual les inspiró a ambos a comer.

_ Papi, ¿jugaremos mañana también?- le preguntó la niña con unos ojitos ilusionados.

_ No lo se, pequeña, tengo que ir al trabajo de Miroku para hacer unas averiguaciones y…- de pronto se dio cuenta de que era una niña de casi cuatro años y quizás no debía hablar de trabajo. La niña bajó la cabeza hacia su plato tristemente y siguió comiendo.

_ Señor Inuyasha- le hablo la anciana Kaede en voz baja, que estaba de pie junto a ellos impecablemente ordenada con su delantal- quizás, como mañana es domingo, debería llevar a la niña al parque… ¿La reunión puede esperar más que su hija o no?

_ Sí, creo que tienes razón- sonrió a la niña.

_ ¿Iremos al parque?- preguntó emocionada la niña.

_ Iremos al parque- afirmó sonriendo.

_ ¡Yupi!, ¡Papi, te quiero!- lo abraza.

_ Señorita Kaoru, vamos a la cama, ya que mañana debe tener mucha energía- sonrió Kaede.

_ ¡Si!- saltó de su silla y tomando de la mano a la anciana subieron juntas las escaleras.

Inuyasha se quedó sentado en la mesa sonriendo, sacó de su bolsillo su celular y marcó un número. Esperó a que contestaran del otro lado de la línea.

_ ¿Si?- contestaron desde el otro lado.

_ ¿Miroku?- preguntó Inuyasha.

_ ¿Inuyasha? Que ocurre- dijo.

_ Solo te aviso que mañana no iré a tu oficina, tengo otros asuntos importantes que atender.

_ Déjame pensar, ¿Te quedarás en casa con Kaoru?

_-Inuyasha sonrió- Algo así.

_ De acuerdo, no hay problema, tu sabes, tomate el tiempo que quieras.

_ Gracias

_ No te preocupes, ¿Te veo el lunes?

_ Claro, si no te importa. Puedo ir después de atender a mi último paciente.

_ No, para nada, nos vemos entonces.

...

Esa noche, por una extraña razón, Inuyasha no pudo dormir bien. Despertó a media noche, agitado; había tenido una pesadilla. Su mayor pesadilla, es decir, Kikyou había aparecido "inexplicablemente" en sus sueños. Miró a su lado en la cama…y no había nadie. Se volvió a cubrir con las sabanas y se quedó pensando un buen rato. Suspiró, pero ninguna lágrima cruzó su mejilla. Ya hace tiempo no derramaba lágrimas por aquella mujer. Debía olvidarla de una vez. Pero se preguntaba qué era lo que sentía por ella si no era amor, ni odio tampoco…tal vez era una tremenda repulsión.

Al día siguiente, Inuyasha y su hija fueron al parque, y como ningún día hace muchos, se divirtieron de verdad. Un día solo para ellos dos. Ni siquiera Inuyasha quería que ese día terminara. No quería volver a su rutina. Solo quería permanecer con su hija, ya que de otra manera no se sentía feliz.

La adoraba, y no se arrepentía ni un segundo de haberse quedado con ella, de haberla cuidado y aceptado. La pequeña jamás sería una molestia para él, sino su tremenda alegría y el fruto de un amor, que auque ya enterrado estaba, había sido para él uno verdadero y que jamás podría borrar ni de su memoria…ni de su corazón…