Este es un fic dedicado a todos aquellos que aman el Winmin, y se ven frustrados por la escasa cantidad de fics que tiene esta pairing. Ha sido algo nuevo para mí escribir desde un punto de vista que no fuera ni Eren ni Levi, me sentía un poco perdida al principio, pero intenté ponerme en la piel de Armin y creo que conseguí hacerlo creíble :'D Quiero recordar que Armin es menor de edad y que su relación con Erwin está absolutamente prohibida, dado que él es su profesor. No sé si incluir smut, tengo que pensarlo, pero puedo asegurar que será un fic cortito, tres capítulos como mucho. Terminaré las clases el miércoles, y entonces seré libre y me pondré al día con las actualizaciones! Un beso muy fuerte!
Shingeki no Kyojin no me pertenece.
Pareja: ErwinxArmin.
Hoy era día uno, las clases darían comienzo en menos de una hora, y con ellas el inicio del nuevo curso. Armin Arlet despertó incluso antes de que sonara la alarma de su móvil, quince minutos antes de las siete de la mañana. Saliendo de su cama con rapidez, observó su dormitorio totalmente a oscuras sin saber muy bien qué hacer. El sueño había desaparecido, remplazado por una ansiedad que amenazaba con volverle loco. Había pasado todo el verano ignorándola, disfrutando de sus vacaciones con sus amigos, y evitando pensar que realmente donde quería estar, era en clase.
Corriendo las cortinas de su ventana a los lados, dejó que la escasa luz del amanecer iluminara su dormitorio. Echando un vistazo, vio su mochila lista sobre la silla del escritorio, preparada la noche anterior. Suspirando, salió de ahí y se dirigió a la cocina para desayunar. Aún era temprano, por lo que no corría ninguna prisa. Caminando a tientas por la casa, llegó al primer piso después de bajar las escaleras, y entró en la cocina. Encendiendo la luz, empezó a sacar los cereales y la leche sin hacer ruido.
En silencio, lo preparó mientras su mente divagaba con otros asuntos. Mentiría si afirmara que no había esperado ese día desde el inicio de las vacaciones. Era cierto que le gustaba estudiar y aprender nuevos conceptos, su historial académico era impecable y contaba con unos amigos geniales. Y a pesar de vivir solo con su abuelo, se consideraba una persona muy afortunada.
A sus dieciséis años no tendría que tener ningún tipo de conflicto; los chicos de su edad apenas habían experimentado problemas de verdad. Él, sin embargo, tenía uno. Era algo que no conseguía sacarse de la cabeza y le tenía en una constante lucha consigo mismo. Estaba ansioso por ir al instituto, pero al mismo tiempo se decía que aquello no era correcto. Era una sensación de lo más contradictoria, una confrontación entre la razón y su corazón. Los griegos en su día discutían sobre cuál de estas debía anteponerse a la otra, y si algo había aprendido Armin, es que por mucha voluntad que pusiera de su parte, los sentimientos siempre ganaban.
Terminando el desayuno con un nudo en la garganta, lavó el cuenco de cereales y guardándolo todo, salió de la cocina. Regresando al piso de arriba, se dio una ducha rápida y sin poder evitarlo, se plantó frente al espejo. Con el puño, limpió el cristal empeñado permitiendo ver su rostro en el.
No le gustó lo que vio. Se mirase por donde se mirase, no parecía que tuviera dieciséis años, no tenía unas facciones marcadas, su nariz redondeada y su cabello liso no le daban el aspecto de alguien que estaba a dos años de cumplir los dieciocho. Recordó como los otros niños se metían con él de pequeño por parecer una niña, sus burlas y risas aún seguían hiriéndole.
Antes de salir del baño, se regañó a sí mismo. Nunca le había dado importancia a su aspecto, no antes de conocerle a él.
Regresando a su habitación, se vistió y cogió su mochila. Era la hora. Respirando hondo, cerró la puerta y sigilosamente bajó las escaleras para no despertar a su abuelo. No fue hasta que estuvo fuera de casa, que se percató de lo nervioso que estaba. Su corazón latía frenéticamente ante la perspectiva de volver a verle.
Pero qué ingenuo podía llegara a ser...
. . .
El timbre anunció el comienzo de las clases, y a su lado se encontraba su mejor amigo, Eren Jaeger. Si algo destacaron él y su amigo durante los años en primaria, fue por los escasos, por no decir, nulos intentos de trabar amistad con otros compañeros. Eren no era bueno socializando, al menos no de pequeño, y Armin era demasiado tímido. Si bien era muy diferentes el uno del otro, habían forjado una gran amistad entre ellos.
Con el paso de los años, comenzaron a relacionarse con sus compañeros de clase, como lo podrían ser Sasha, Connie, Reiner, Historia, Marco o Jean. Incluso con los más solitarios como Mikasa o Annie, llegaron a tener una buena relación.
Todos comentaban sus vacaciones y el fastidio que resultaba volver al instituto; Eren no dejaba de asombrarse por el estilo gótico con el que vestía Mikasa, Historia prestaba más atención a su móvil que a Reiner, Jean lanzaba miradas coquetas a Mikasa sin mucho efecto, mientras Sasha y Connie se emocionaban por algo que habían visto en sus móviles.
El alboroto que causaban cesó casi de inmediato al entrar su profesor en el aula. Armin sintió su cuerpo sentarse, pero trató de mantener una expresión relajada.
—Buenos días. Guardad los móviles y cualquier cosa que pueda distraeros durante la siguiente hora, por favor —pidió colocando su maletín sobre su mesa. Alzando la mirada, hizo un rápido escaneo por sus alumnos—. Muchos de vosotros ya me conoceréis del año pasado, pero para los nuevos, me presentaré. Soy Erwin Smith y durante este año y el siguiente seré vuestro profesor de Historia y Geografía, lo cual significa que pasaremos muchas horas juntos.
Armin no supo si alegrarse o llorar.
—Durante la primera media hora os haré una breve presentación sobre el temario y los temas que trataremos en Geografía a lo largo del todo el curso, y por supuesto, como serán las avaluaciones y las fechas de los exámenes. La media hora restante la dedicaré a poner a prueba vuestros conocimientos.
Al oír eso último, muchos pusieron cara de horror. ¿Iba a hacerles una prueba el primer día de clase?
—No os alarméis antes de tiempo, como he dicho, solo quiero saber qué conocimientos tenéis de geografía. Nada más.
A su lado, Armin escuchó como su amigo respiraba aliviado. Por el contrario, él estaba más nervioso que nunca. Si sus cálculos no fallaban, iba a pasar seis horas a la semana con Erwin durante dos años... Definitivamente, el mundo lo odiaba. El año pasado solo fueron tres horas a la semana y a mitad de curso ya estaba perdidamente enamorado de él. ¿Cómo se suponía que iba a olvidarse de él si cada día lo vería entrar en clase?
Tratando de no mirarle a los ojos, desviaba continuamente su mirada hacia la pizarra o su propia mesa.
"Cálmate, Armin. Tienes que calmarte".
Erwin hablaba y él cada vez se sentía más perdido. Sin darse cuenta, el reloj dio las y media y tras finalizar su explicación, cada alumno recibió un mapa mundo en blanco sobre su pupitre.
—Asumo que nunca antes habéis dado geografía, por tanto, quiero ver cuántos países sois capaces de colocar en el mapa. No cuenta como nota, así que no os preocupéis. Agradecería que lo hicierais sin la ayuda de vuestro compañero de al lado. Tenéis unos... —miró el reloj que llevaba en la muñeca—. Diez minutos, quince como máximo. Adelante.
Rápidamente los alumnos cogieron los bolígrafos y empezaron a escribir los nombres de los países que conocían. Armin miró su mapa en blanco y, por mucho que su cerebro le dijera que no era una buena idea, quería destacar y llamar la atención de Erwin. Así que, con bolígrafo en mano, llenó en menos de dos minutos todos los países del continente americano, luego llenó casi toda Europa, gran parte de Asia y más de la mitad de África.
—Armin —susurró Eren sin despegar la vista de su mapa—. ¿Qué país va primero? ¿Letonia o Lituania?
—En silencio, Eren —le recordó Erwin.
Este asintió y no volvió a preguntarle a su amigo. Después de asegurarse que había puesto todos los países que conocía, Armin tímidamente, levantó una mano. Erwin intuyó que ya había terminado, por lo que se aproximó a su mesa, cogió su mapa y lo examinó detenidamente.
—¿Me permites? —preguntó Erwin señalando su bolígrafo.
Armin asintió cohibido.
Acercándose más de lo que debería, Erwin le señaló una parte de Asia.
—Bangladesh se encuentra por encima de Myanmar. Recuérdalo —dijo corrigiendo los dos nombres mal ubicados.
Oliendo el aroma que desprendía Erwin, Armin a duras penas balbuceó un: "sí... gracias".
—Por lo demás, todo excelente —le felicitó con una sonrisa.
El pequeño rubio se sonrojó. Erwin le miraba con esa expresión de orgullo y admiración que hacía que su corazón saltara de la emoción. Literalmente podía sentir su rostro arder, pero para su decepción, Erwin se alejó centrando otra vez su atención en los demás alumnos. Quince minutos después, proyectó un mapa y entre todos intentaron adivinar los nombres de los países que no habían logrado ubicar.
Como era de esperarse, fue un ejercicio entretenido donde gran parte de los alumnos participaron. Armin se esforzaba por contenerse, pero cada diez segundos intervenía, no queriendo parecer menos ante los ojos de Erwin.
Al finalizar la clase, le acometió el mismo sentimiento del curso pasado. Cuanto más interactuaba con él, más fuerte se volvían sus sentimientos. Soltando un largo suspiro, se preguntó hasta cuando duraría ese encaprichamiento.
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Durante las primeras semanas —y para sorpresa de nadie—, Armin mantuvo su posición de número uno en todas las asignaturas. A pesar de que su rendimiento era el mismo en todas, en Historia y Geografía se esforzaba el doble, logrando una vez más, que Erwin le halagara por su trabajo y empeño.
Después de tres horas de clase, el timbre sonó, anunciando el tan esperado recreo.
—¿Vienes? —le preguntó Eren una vez hubo cerrado su taquilla.
Se encontraban en el pasillo, rodeados de estudiantes por ambos lados.
—Sí, ahora. Primero quiero organizar todos mis libros.
Con un asentimiento de cabeza, Eren se unió al grupo formado por Mikasa, Marco, Sasha, Connie y Jean, quienes se dirigieron al recreo. Aguardando a que la multitud de estudiantes se dispersara del pasillo, Armin abrió su taquilla y empezó a sacar los libros mal colocados. Debido al peso, los dejó apilados sobre el suelo mientras reordenaba los libros que había sacado de la biblioteca. La gran cantidad de libros, tanto los académicos como los complementarios, ocupaban casi toda su taquilla, dejando apenas un hueco libre.
El alboroto fue disminuyendo hasta que ya no se escuchaban las voces de los estudiantes. Sin embargo, Armin no se había dado cuenta que dos chicos de su edad iban hacia él, y no con buenas intenciones.
Ojeando el libro de filosofía por encima, Armin sintió un golpe brusco en su hombro y seguidamente todos sus libros bien apilados, esparcidos por el suelo. Levantando el rostro, vio a dos de los chicos que se encargaban de hacerle la vida imposible cuando se encontraba sin compañía de nadie.
—Otra vez el favorito de todos —comentó el más grandullón, y con crueldad imitó la voz aguda de Armin—. Pero esto no es así, profesor. Profesor, ¿puedo añadir una cosa? Ya he terminado la tarea, profesor.
El otro se rio con ganas y de una patada, apartó el libro de inglés que Armin trataba de alcanzar. Agachado y con la cabeza baja, el rubio se mordió el labio muerto de rabia. Las risas estridentes alertaron a Erwin que se hallaba en el pasillo contiguo.
—¿Lo has visto en clase de Historia? —preguntó el más bajito con cara de rata—. Un día de estos le declarará su amor a Erwin.
Armin enrojeció hasta las orejas.
—Seguro se ven a escondidas en el baño —añadió con malicia el mayor.
Entre carcajadas, los dos chicos se marcharon sintiéndose de lo más realizados tras burlarse de Armin, quien era incapaz de levantarse y apartar la mirada del suelo. Con lágrimas en los ojos, recogió los libros uno por uno. Pero si creía que nada podía hacerle sentir peor, se equivocaba.
—Armin —llamó Erwin a pocos metros de él.
La mención de su nombre hizo que se le helara la sangre. De todos los profesores, tenía que ser él. Negándose a mirarle a los ojos, se apresuró a guardar los libros en su taquilla y dándose la vuelta, echó a correr con el corazón encogido por el dolor. Oyó como Erwin le llamaba, pero no osó detenerse. Torciendo a la izquierda, bajó las escaleras que conducían a los pisos inferiores. Sintiendo las lágrimas humedecer sus mejillas, llegó al piso de los estudiantes de secundaria, y encerrándose en el baño, se odió y se maldijo por lo que acababa de suceder.
Erwin lo había visto todo. Había presenciado como esos chicos le humillaban y cómo él no había hecho nada al respecto. No obstante, lo que le hizo sentir peor fueron las palabras del grandullón: "Un día de estos le declarará su amor a Erwin".
Debió de verse patético. Seguramente solo quería ayudarlo, pero odiaba que los demás sintieran lástima por él, y más si se trataba de Erwin. Llorando en silencio, le aterró la perspectiva de regresar del recreo y tener que verlo en geografía. Seguramente no le quitaría el ojo de encima.
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Reuniéndose con Eren y los demás cuando tan solo quedaban diez minutos para que terminara la hora del recreo, Armin fingió lo mejor que pudo. Su amigo Eren no pareció convencido y le preguntó si había pasado algo.
—Me entretuve más de la cuenta ordenando los libros, tengo muchos —había dicho con naturalidad.
El castaño le miró con el ceño fruncido, desconfiando de la honestidad del rubio. Aun así, no insistió, no quería que los otros oyeran su conversación y se involucraran. Armin era muy reservado y le incomodaba que terceras personas supieran de sus asuntos. Eren era prácticamente el único a quien le revelaba sus secretos más íntimos. Excepto uno.
De vuelta a las aulas, Armin ignoró a los dos chicos que le lanzaban miradas cómplices y reían por lo bajo. Sacando su libro de geografía, una vez más, fingió estar muy concentrado leyendo un párrafo de una lección que aún no habían dado. No levantó el rostro cuando Erwin entró por la puerta ni cuando dio comienzo su explicación.
—Si mal no recuerdo, el último día nos quedamos justo en la definición de transición demográfica. Bien, la transición demográfica es un modelo de población; usualmente nos referimos a un modelo sin ningún tipo de control sobre la natalidad. Si os fijáis en este gráfico...
En general, fue una clase mayormente teórica, pero para sorpresa de algunos, Armin no intervino en ningún momento. Ni siquiera cuando Erwin pidió voluntarios para analizar un gráfico. Eren le echó una ojeada e intuyó que algo iba mal. Disimuladamente, escrutó la clase entera en busca de una señal que le confirmara que, en efecto, estaba en lo cierto.
No tardó mucho en divisar el foco del problema. Eren reconocía que no destacaba especialmente por su perspicacia, pero cuando se trataba de su mejor amigo, su intuición no fallaba. Esos desgraciados habían vuelto a meterse con Armin, probablemente cuando lo dejó solo en el pasillo. Les iba a dar su merecido.
Al final de clase, los alumnos se levantaron de sus pupitres y con el libro de inglés a mano, cambiaron de aula. Antes de que a Armin le diera tiempo a salir, Erwin le llamó, esta vez con una voz mucho más potente. Imposible de ignorar. Por fortuna, la mayoría ya se había ido, y solo quedaban Eren, Sasha y Connie.
—Te espero fuera —le dijo el castaño.
Abrazando el libro de inglés contra su pecho, Armin se aproximó a su profesor con el peso de la vergüenza cayendo sobre sus hombros.
—Armin, ¿estás bien? —preguntó amablemente.
—Sí —respondió este de forma cortante.
Era evidente que su alumno evitaba mirarle a los ojos y que un rubor se extendía por sus mejillas. Como le había pasado en el pasillo contemplando disgustado la escena, Armin en esos momentos se veía indefenso, inseguro y temeroso. Era su alumno más brillante y le hervía la sangre al ver como sufría ese tipo de acoso.
—Cualquier cosa que quieras compartir... Sabes que puedes hacerlo.
—Lo sé, gracias.
Y se marchó del aula sin decir nada más.
Esa misma tarde, cerca de donde se encontraba el instituto, Eren, Mikasa y Jean arrinconaban a los dos chicos que se habían burlado de Armin durante el mediodía. Les habían amenazado y propinado un par de golpes, asegurando que, si volvían a acercarse a su amigo, les dejarían sin dientes. Al parecer esa advertencia surtió efecto, pues se mantuvieron alejados del rubio, llegando a la conclusión de que en el instituto había más chicos con los que meterse.
Con el transcurso de los días, el incidente quedó casi olvidado, y Armin, con la ayuda de sus amigos recuperó la confianza y el entusiasmo que había perdido temporalmente. Erwin comprobó satisfecho como su alumno poco a poco volvía a ser el de antes, por lo que no vio necesario hablar con él a solas.
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Era martes por la mañana, más concretamente las diez y cinco minutos, y Erwin impartía su clase de historia.
—Bajo el gobierno de los Zares, la Rusia imperial llegó a ser una potencia modernizada, que miró hacia Occidente a partir del siglo...
Su lección quedó interrumpida cuando llamaron a la puerta. Con un gesto de mano, Erwin indicó que podía entrar. La coordinadora del centro, Riko Brezenska hizo su aparición y educadamente, preguntó:
—Armin, ¿puedes venir un momento?
Desconcertado, el aludido asintió de inmediato. Los ojos de los demás alumnos le siguieron hasta que salió del aula con la coordinadora. Guiándole hasta los despachos, le cedió la entrada al pequeño rubio que entró con un mal presentimiento. Riko, conocida por ser una mujer muy estricta y con un carácter inflexible, mostró un tono de voz suave y una expresión de comprensión, jamás vistos.
—Armin, hemos recibido una llamada del hospital. Tu abuelo ha sido ingresado tras sufrir un derrame cerebral.
La inesperada noticia dio de lleno en su corazón, estrujándolo con fuerza. El pánico se apoderó de él.
—¿Han dicho cómo está?
—Al parecer no corre peligro, pero su estado es delicado.
Armin sintió como su alrededor daba vueltas. Eso no podía estar sucediendo... No después de la muerte de su madre...
—Será mejor que recojas tus cosas y vayas al hospital. Estoy segura de que querrás estar con él —nle aconsejó Riko comprensivamente.
—Gracias.
Dejando atrás el despacho, caminó por el pasillo sin llegar a correr, impidiendo que los nervios le dominaran. Su abuelo... Su única familia... La persona que más quería en este mundo... ¿Por qué? ¿Por qué a él? Todavía no estaba preparado para perder al último miembro de su familia. Regresando al aula, pasó por delante de Erwin, y en silencio, guardó el libro de historia en la mochila junto con la libreta y los apuntes. Estaba convencido de que la mayoría le miraban curiosos.
—¿Qué ocurre? —murmuró Eren preocupado.
Armin le hizo un gesto con la mano en señal de que más tarde se lo contaría. Con la mochila colgando sobre su hombro, salió de la clase con la cabeza agachada.
El trayecto hasta el hospital fue muy largo. Cogiendo el transporte público a las once de la mañana, el número de pasajeros era mínimo, por lo que fue un viaje "cómodo". Con el rostro pegado al cristal, contempló la ciudad con aire abatido. Sus pensamientos se centraban en su abuelo y en esas semanas, las cuales habían sido de lo más normales. En casa no había percibido ninguna señal de que su abuelo se encontrase mal, aunque también era cierto que los infartos eran espontáneos e inesperados.
"No corre peligro, pero su estado es delicado".
Eso había dicho Riko. Si su estado era delicado, es que posiblemente no podría regresar a casa por unos días, o quizás semanas. Si se recuperaba, ¿podría llevar la vida de antes? ¿O los médicos le recetarían miles de medicamentos para evitar otro posible infarto? ¿Y si tenía que cuidar de él? No le importaría hacerlo, pero eso terminaría afectando a sus estudios. ¿Cómo se las apañaría?
Negando con la cabeza, se dijo que primero debía escuchar el parte del médico antes de decidir o planear nada. Pero en cualquier de los casos, debía prepararse para lo peor.
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En el instituto, Eren sacaba de su mochila su bocadillo, listo para ir al recreo. La clase de historia había sido dada por finalizada, y a excepción de Erwin, y los amigos del castaño, no quedaba nadie más en el aula.
—Eren, ¿sabes qué le ha pasado a Armin? —le preguntó Mikasa acercándose a su pupitre.
—No me dijo nada. Estoy esperando a que me envíe algún mensaje —respondió este encendiendo el móvil.
Erwin escuchaba su conversación mientras apagaba el proyector y su portátil. De repente, una canción del género rock empezó a sonar, sobresaltando a todos.
—Es mi padre —dijo Eren viendo su nombre en la pantalla de su móvil—. ¿Papá?
Mikasa y Jean aguardaron de pie, justo enfrente del pupitre del castaño.
— ¡¿Qué?! ¿En el hospital? ¿Qué ha pasado?
Sus dos amigos se acercaron para oír mejor la conversación. Eren calló, asintiendo a lo que decía su padre, finalmente, y sin vacilación, dijo:
—Sí, en cuanto salga, iré enseguida. Hasta luego —y colgó la llamada.
—¿Qué te ha dicho? ¿Quién está en el hospital? —preguntó Mikasa cada vez más preocupada.
—El abuelo de Armin ha sufrido un ictus.
Tanto Mikasa como Jean se sorprendieron ante la noticia y una gran preocupación cubrió sus rostros. Erwin detuvo sus movimientos por un instante al oír eso.
—¿Cómo se encuentra? ¿Está bien? —inquirió Jean.
—Mi padre me ha dicho que lo tendrán en observación por unos días. Por lo visto, se encontraba haciendo la compra y de repente perdió el equilibrio y cayó al suelo. Como estaba con otras personas, llamaron rápidamente a la ambulancia y en menos de diez minutos se lo llevaron.
—¿Se recuperará? —preguntó la asiática angustiada.
—No lo sé, mi padre solo me dijo eso —contestó Eren afectado—. Cuando terminen las clases, iré al hospital para estar con Armin. Si queréis acompañarme...
—Yo tengo academia, pero no pasa nada. Iré contigo —aseguró Mikasa.
—Se lo preguntaremos a Marco y los demás, seguro que Armin lo agradecerá —añadió Jean mientras los tres salían de clase.
Erwin quedó solo, pensando en Armin y la congoja que reflejaban sus ojos cuando regresó para recoger sus cosas. Otra vez le acechó ese extraño sentimiento...
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Hacia las seis de la tarde, Eren, Mikasa, Jean, Sasha, Connie y Marco llegaron al hospital preguntando por el abuelo de Armin en recepción. Siguiendo las indicaciones de la mujer que les había atendido, subieron dos plantas en el ascensor, hasta llegar al tercer piso. El número de habitación era la 278, y tras recorrer los largos pasillos, divisaron la habitación con la puerta abierta.
Eren fue el primero en entrar y vislumbrar a su amigo sentado en una de las sillas junto a su abuelo que parecía dormir profundamente. Todos le saludaron en voz baja, y este les sonrió al recibir su visita. Con delicadeza, Armin le colocaba un paño húmedo sobre la frente de su abuelo, quien se quejaba de la fiebre.
Antes de que ninguno de ellos preguntara, el rubio les informó del diagnóstico, todavía incompleto.
—Ha sido un ictus hemorrágico, un vaso sanguíneo se partió, provocando un sangrado en el cerebro. Los médicos actuaron eficazmente, pero ha quedado muy debilitado. Esperarán más de 24 horas para determinar el pronóstico médico.
Decirlo en voz alta, le desalentó todavía más. Sus amigos rápidamente le aseguraron que estaban allí para lo que necesitase. Eren se puso a su lado y le acarició el hombro.
—Tu padre vino hace unas horas. Estuvo conmigo un rato.
—Si quieres, puedes venir a mi casa esta noche —le ofreció Eren.
Sin embargo, Armin declinó su oferta.
—Me quedaré en el hospital. Quiero estar con él.
Eren no se opuso, aunque sabía de antemano que las noches en el hospital no eran precisamente reconfortantes. El familiar solo tenía una incómoda silla en la que dormir, y conociendo a su amigo, seguramente pasaría la noche en vela.
No mencionó lo que Grisha le había explicado respecto al estado de salud de su abuelo. Tampoco es que tuviera el coraje para decírselo a sus amigos; no tenían por qué saberlo... solo conseguiría preocuparles más.
Poniéndose en pie, se dirigió al pequeño servicio de la habitación, y en la pila remojó por quinta vez el paño húmedo en agua fría. Enrollándolo y estrujándolo con fuerza, Armin se miró en el espejo, encontrándose con una imagen desalentada. Respirando hondo, se dijo que debía ser fuerte y pretender que no estaba tan mal como sus amigos creían.
Con ese objetivo en mente, salió del baño tras escurrir el paño repetidas veces, y bajo la mirada de todos los presentes, puso con cuidado el paño en la frente de su abuelo que seguía hirviendo por la fiebre.
Eren le puso al corriente de las clases, mostrándose orgulloso por haber tomado apuntes especialmente para él. Armin se lo agradeció sin desviar la mirada del rostro debilitado de su abuelo.
Aproximadamente cuarenta minutos después, Jean, Mikasa, Sasha y Connie se despidieron del rubio deseándole una rápida despedida. Eren permaneció un poco más de tiempo, haciendo todo lo posible por animarle. Grisha hizo su aparición tras recibir el mensaje de su hijo, informándole de que estaba en el hospital con Armin. Al parecer, no se habían producido cambios en el pronóstico, aun así, Grisha le aseguró que estarían atentos ante la mínima reacción que experimente su paciente. Al igual que Eren, Grisha le ofreció su casa para que no pasara la noche solo. Una vez más, Armin se negó.
Viendo inútil insistir, ninguno de los dos Jaegers se opuso a su decisión. Y fiel a su palabra, Armin pasó parte de la noche y la madrugada pendiente de su abuelo, colocándole bien las sábanas y comprobando el suero cada cierto tiempo. Finalmente, cayó rendido a las tres y media de la madrugada.
Al día siguiente no fue a clase, con el temor de alejarse de su abuelo y que a este le ocurriera algo mientras él no estaba. Grisha, consciente de la gran angustia que vivía, le habló con sinceridad, haciéndole ver que él poco podía hacer allí. Le aconsejó que siguiera yendo al instituto y confiara en los médicos.
No fue fácil convencerlo, pero al fin cedió.
Estaba oscureciendo cuando Armin regresó a casa con el corazón en un puño. Esa noche se le hizo de lo más silencio y asfixiante. No durmió más de cinco horas, despertándose en mitad de la noche y soñando alguna pesadilla relacionada con la reciente muerte de su madre.
Como era de esperar, ir al instituto fue duro. Odiaba encontrarse tan lejos de su único familiar, e inconscientemente su mano se aferraba al móvil que llevaba en el bolsillo por si le llamaban del hospital. Sus amigos se mostraron especialmente atentos con él y muy amables. No obstante, su estado de ánimo no cambió y en su última clase del día, ni siquiera la presencia de Erwin logró distraerle. Le llegaban conceptos como "dinastía Romanov", "economía agraria", "burocracia" … Si bien intentaba prestar atención, no lograba mantenerse conectado. Para el final de la clase, solo había rellenado dos páginas de apuntes totalmente inconexos. Él solía llenar cinco páginas en Historia. Cuando sonó el timbre, la mayoría salió apresuradamente, deseando volver a casa o procurando no llegar tarde en sus extraescolares.
—Armin, ¿tienes un minuto? Me gustaría hablar contigo —requirió Erwin.
Este ya suponía lo que iba a decirle… Que había atendido poco en clase, que se veía deprimido, que tratara de no venirse abajo… En cuanto estuvieron ellos dos solos, Armin fue el primero en adelantarse, sin darle tiempo al otro de hablar.
—Estoy bien —mintió sin molestarse en disimular lo evidente.
Erwin frunció el ceño, molesto porque Armin le mintiese.
—He oído que han ingresado a tu abuelo.
—Sí, hace dos días —afirmó el menor afligido—. Ha perdido el equilibrio y la fuerza en las extremidades. Los médicos dicen que podría haber sido mucho peor, pero es posible que no vuelva a casa. Todos me lo han ocultado, pero el padre de Eren me ha dicho que en los próximos meses podría sufrir otro infarto cerebral… y que hay pocas posibilidades de que se recupere.
Erwin observó cómo los ojos de Armin brillaban por las lágrimas que se arremolinaban entre sus pestañas. Recordó como esta mañana intentaba sonreír y aparentar que todo iba bien. Tuvo la ligera sospecha de que Armin no le había revelado a nadie esa información.
—Lo peor que puedes hacer es guardarte este dolor. Refugiarte en tus amigos no tiene nada de malo.
Sin poder retener más su llanto, Armin dejó escapar un sollozo.
—Yo… soy muy egoísta —confesó ocultando sus ojos tras su flequillo.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Erwin desconcertado.
—Porque solo hay una persona que puede hacerme sentir mejor, y lo único que quiero es estar a su lado.
—Entonces ve junto a ella —le animó su profesor con una sonrisa.
—Lo haría… pero no quiero ser una molestia para usted.
Armin le miró a los ojos mientras más lágrimas caían por su rostro. Erwin tardó unos segundos en asimilar lo dicho por su alumno. Aquello sin duda, había sido… inesperado.
—Armin, tienes unos amigos maravillosos, estoy seguro que ellos…
—¿Es que no me ha oído? ¡Estoy diciendo que soy un egoísta porque solo le quiero a usted! —exclamó Armin roto por dentro.
Erwin no supo cómo reaccionar. Era la primera vez que un alumno se le declaraba y tenía miedo de herir sus sentimientos. Siempre le había considerado un alumno brillante y una persona de gran corazón, pero jamás se hubiera imaginado que Armin pudiera quererle de forma romántica.
Al ser consciente de que Erwin no respondía, se dio cuenta del gran error que había cometido. Asustado, echó a correr sin despedirse y con el corazón llorando desconsoladamente.
—¡Armin!
"Idiota. Idiota. Idiota. Idiota… ¿Por qué tuviste que decirle eso? Iba a ser un secreto. Él era la última persona que debía saberlo. ¿Cómo he podido ser tan idiota? No tendría que haberlo dicho… ¡No tendría que haber dicho eso!"
Con el dolor carcomiéndole por dentro, Armin no dejó de correr. Lejos del instituto, corrió por las calles sin detenerse. ¿Qué sentido tenía confesarle sus sentimientos si él no le correspondía? Esquivando las personas que se interponían en su paso, intentó no pensar en nada. Solo correr. Si se limitaba a correr quizás mitigaba parte de su dolor…
Solo tenía que correr…
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