ATENCIÓN: Esta historia es completamente distinta a la original. Si esperas que tenga similitud o continuidad con el manga o el anime, podrías decepcionarte.
Los personajes de esta historia pertenecen a Hajime Isayama. La trama de la historia es de mi propiedad.
.❤.
¿Acaso todos creen que la persona que está hoy a su lado estará allí mañana?
- Levi Ackerman.
.❤.
-Levi-
Otro día más sin poder dormir como Dios manda. Otro día más de trabajo en la Legión de Reconocimiento. Otro día más con nuevos reclutas siendo asignados a mi escuadrón. Otro día más en el mismo infierno.
Siempre he dicho que no hay que arrepentirnos de las decisiones que tomemos, por más difícil que nos resulte. Sin embargo, hay a quienes les resulta casi imposible el no mirar atrás, y su arrepentimiento sólo les ha traído dolor y sufrimiento.
Perdí a mis primeros compañeros de escuadrón, a mis amigos, porque tomé una decisión equivocada. Fue difícil aceptarlo, sí, pero logré salir adelante y ser quien soy ahora gracias a este pensamiento.
Lamentablemente, hay ocasiones en las que una decisión equivocada podría llevarme a una muerte segura.
Espero que este no sea el caso.
Ella llegó a mi oficina una tarde lluviosa, tiritando de frío debido a sus prendas empapadas y con una pequeña maleta resguardada entre sus brazos. Gotas de agua helada caían por las puntas de su cabello azabache, así como caían por su bastante mojada sudadera, y sus ojos reflejaban una tristeza profunda que llegó a atravesarme y darme un escalofrío. No es necesario obviar el hecho de que me volví loco al haberle permitido entrar a mi oficina en esas fachas, pero algo en su mirada me hizo sentir compasión por ella.
Compasión.
- ¿Es usted el capitán Levi Ackerman? – preguntó con una voz apagada, fría.
- Tsk, ¿qué se te ofrece, mocosa? – inquirí con prisa, evitando mirar al suelo lleno de suciedad provocada por sus botas enlodadas.
- Es un placer conocerlo – dijo extendiendo su mano hacia mí, aunque de placer no vi nada en su rostro – mi nombre es Mikasa Jaeger, soy hija del doctor Grisha Jaeger...
- Al grano las formalidades, mocosa. ¿A qué viniste? – la interrumpí sintiéndome de pronto estresado.
La mocosa parecía haberse quedado sin palabras, porque abrió y cerró la boca un par de veces sin emitir sonido, además que sus ojos se ensombrecieron de un momento a otro. Estaba colmando mi paciencia.
De pronto caí en cuenta de que la falta de concentración probablemente se debía al frío que sentía, por lo que me quité mi capa para entregársela, la cual rechazó renuente, pero hice caso omiso y la coloqué alrededor de sus hombros, cambiando su fría expresión a una de agradecimiento.
- Gracias... Sé que esto es muy repentino y que seguramente tiene cosas que hacer, pero verá... he viajado hasta acá desde muy lejos para pedirle un favor...
La animé a que siguiera hablando con un movimiento de mano, pero la mocosa seguía sin saber qué decir, como si fuera muy difícil o complicado lo que tenía que pedirme. Suspiré acumulando toda la paciencia posible y esperé a que hablara de nuevo, lo que eventualmente hizo.
- Quería saber si podría formar parte de su equipo en la Legión, que me entrene usted y me ayude a convertirme en una soldado...
- Mocosa, hay un procedimiento para eso. – interrumpí de nuevo ya harto de perder mi tiempo.
- ¡Lo sé! Pero no tuve oportunidad de entrenar, y mi familia... - su voz se cortó después de pronunciar estas palabras y le dio paso al silencio, un silencio bastante incómodo, a decir verdad.
Sus ojos se volvieron cristalinos, hecho que no me sorprendió en lo absoluto. No era la primera vez que alguien venía a mí con la intención de pedirme ese favor, pero lamentablemente hay un protocolo que se debe seguir, y la Legión necesita de reclutas que sean capaces de soportar todo tipo de desafíos impuestos por las tropas de entrenamiento. Sin embargo, esta fue la primera vez que alguien me hacía sentir tal compasión, que no pude correrla del lugar.
- Te propongo algo, mocosa. No puedo cederte un lugar en mi escuadrón, pero para serte honesto, necesito que alguien se encargue de todo el papeleo relacionado con las reuniones de la Policía Militar y la Legión, entre otras cosas. ¿Crees que puedas ser capaz de eso? – ofrecí con voz lo más neutra posible, sin mostrar mi impaciencia ni estrés.
Como esperaba, su mirada volvió a ensombrecerse y ahora su voz parecía tan filosa como las dagas de mi equipo tridimensional.
- No vine hasta acá para hacer de secretaria, capitán. – esta última palabra la pronunció con repulsión, y no era para menos.
- Es lo único que puedo ofrecerte por ahora, y quién sabe, tal vez con el tiempo si demuestras ser eficaz, pueda decidirme a entrenarte personalmente. – me crucé de brazos esperando su reacción a mi oferta.
La azabache se lo pensó por un momento, al parecer teniendo una discusión interna con su conciencia. Una sonrisa triunfal apareció en su rostro y me miró nuevamente con un brillo peculiar en los ojos.
La había convencido.
- De acuerdo. Acepto. – dijo sin más.
- Está bien, pero primero... quítate esas botas, por piedad. – pedí señalándolas.
Ella obedeció y se las quitó dejándolas a un lado, pero el frío piso le provocó un escalofrío. Busqué entre mis cosas y encontré unas botas que, a pesar de que tal vez no eran de su talla, eran mucho mejor que las de ella, que podían enfermarla –y ensuciar más el cuartel, para ser honesto-. Le entregué las botas secas y limpias y ella se las puso sin chistar, y aunque noté que le apretaron un poco, no se quejó en lo absoluto.
Asentí con la cabeza y le indiqué que saliera de la oficina para poder mostrarle dónde sería su habitación. Caminamos a paso lento por los pasillos, ella atenta a cada rincón del cuartel de la Legión.
Ahora que lo pienso, las ventanas están demasiado sucias, tsk.
Contemplé su perfil mientras iba distraída y me di cuenta que llevaba las muñecas vendadas debajo de esa sudadera vieja. Sabía que lo más probable era que esta chica guardaba miles de secretos, pero también los descubriría con el tiempo.
O eso es lo que quiero creer.
Dimos un par de vueltas por el enorme cuartel, hasta que llegamos a un amplio pasillo lleno de habitaciones que eran ocupadas tanto por los mocosos reclutas como por miembros de alto rango. La azabache me miró con impaciencia conforme seguimos avanzando, y no fue hasta que llegamos al final del pasillo que me detuve y la invité a pasar a su nueva habitación.
Era un pequeño cuarto donde apenas cabía una cama individual y un cajón para que acomodara sus pertenencias, había una ventana –bastante sucia, cabe señalar- con una vista en dirección hacia los jardines de entrenamiento, y una que otra telaraña adornaba las paredes debido al tiempo que fue abandonada esta habitación.
La mocosa volvió a mirarme, esta vez con reproche, y sin poder reclamarme se adentró en el lugar seguida de mí y echó un vistazo antes de hablar.
- ¿No hay cuarto de baño? – preguntó con una tensa línea formada por sus labios.
- Hay uno para que todas las reclutas lo utilicen, está justo a la vuelta de este pasillo. – indiqué restándole importancia.
El pánico se apoderó de su rostro, pero de inmediato fue reemplazado por su expresión fría y neutra.
Debo admitir que se parece a mí en ese aspecto.
- Está bien, capitán. Tengo una última pregunta para usted. – dijo también con voz neutra como su mirada.
- Dime.
Sacó de su maletín unos cuantos papeles y sobres, colocándolos sobre el pequeño cajón con sumo cuidado. Me asomé con curiosidad para verlos, pero al parecer estaban en blanco. La chica se giró hacia mí y volví a enderezarme, cruzándome de brazos y levantando una ceja, insistiéndole que continuara.
- ¿Dónde es la oficina de correo? – preguntó algo angustiada.
- No hay oficina de correo, simplemente sal del cuartel y coloca tus cartas en el buzón rojo. Por las mañanas vendrán a recoger las cartas y paquetes y a la vez dejarán el correo correspondiente en el buzón azul. – traté de explicarle lo más claramente posible, con temor de que fuera complicado de entender, pero ella pareció captarlo a la primera.
- Muchas gracias. Lo veré en la mañana entonces. – se despidió y casi me sacó a empujones de la habitación.
- Mikasa... espera. – traté de resistirme lo mejor que pude, cosa que no fue nada difícil viniendo del soldado más fuerte de la humanidad. Ella se detuvo y me miró con nerviosismo.
- Dígame, capitán.
- Necesito tus papeles, un informe de tus habilidades, y... - me vi interrumpido por ella, quien de inmediato se aproximó sacando un montón de papeles del maletín.
- Sí, aquí tiene. – me los entregó de una manera algo tosca, pues al parecer llevaba algo de prisa por quedarse sola.
Después de verificar que en efecto tenía todo lo que necesitaba, asentí una vez más con la cabeza y salí de la habitación, no sin antes hacer el saludo de la Legión en forma de despedida. La azabache respondió de la misma manera y cerró la puerta de su nueva habitación con delicadeza.
No sé si hice lo correcto al aceptar a esta mocosa extraña en el cuartel, pero lo averiguaría muy pronto.
-Mikasa-
Al fin sola en mi habitación. Debo apresurarme si es que quiero que mi carta llegue a tiempo.
Me senté al borde de la cama y empecé mi redacción, ignorando el temblor en mi mano provocado por la emoción.
Querido Eren:
Te tengo excelentes noticias, el enano idiota es tan idiota como pensé, me permitió quedarme en el cuartel como su ayudante. No es que me agrade mucho la idea de hacer de su sirvienta-secretaria, pero al menos puedo estar cerca de él.
Al menos podré cumplir con la promesa que les hice a mamá y a papá mucho antes de lo que pensábamos.
No te preocupes por mí, los papeles falsos que me han dado funcionaron a la perfección y no me han descubierto.
Te extraño, también a Grisha y a Carla, pero estaré de regreso en casa muy pronto.
Recuerda cubrirme lo mejor que puedas.
Confía en mí.
Atentamente.
- Mikasa Ackerman.
Una vez terminada la carta, la guardé en un sobre perfectamente sellado y me dirigí al buzón rojo que mencionó el enano capitán.
Muy pronto tendrás tu merecido, Levi Ackerman.
