Disclaimer: Bleach no me pertenece, es obra de Tite Kubo.
Cierto hilo rojo
Dice la leyenda que las personas predestinadas a conocerse están unidas por un hilo rojo. Rukia no cree en esas cosas, pero se enfrenta a un futuro incierto e Ichigo, a un pasado tormentoso. Y nadie parece poder ayudarles. Pero cuando ella decide mudarse a la casa de locos en la que vive Ichigo, se darán cuenta de que sus historias se hallan irremediablemente entrelazadas.
Capítulo 1
El timbre sonó a las seis en punto de la tarde, exactamente a la hora a la que el encuentro había sido programado. Ni un minuto antes, ni un minuto después.
Uryū Ishida desvió la mirada de la revista de costura que estaba leyendo y arqueó las cejas. Parecía agradablemente sorprendido.
—Ya abro yo. —La única respuesta que obtuvo fue un gruñido por parte de Renji, que no se levantó del sofá. Ni siquiera se incorporó. Ishida suspiró mientras apretaba el botón del telefonillo. Renji no tenía remedio, y lo sabía. En realidad, todos lo sabían.
En ese momento Chad entró en la habitación.
—¿Ha llegado ya? —Se apoyó contra la jamba de la puerta—. Me ha parecido escuchar el timbre.
Ishida asintió, pero su mirada no se despegó de Renji ni por un instante.
—Espero que sepas comportarte.
—¿Yo? —bufó el pelirrojo—. ¿Y qué hay de Chad? ¿No tienes nada qué decirle a él?
Sado se cruzó de brazos, pero no dijo nada.
—No, la verdad es que no. —Un leve asentamiento por parte del aludido, que Ishida interpretó como un gesto de agradecimiento—. Tú y Kurosaki sois los únicos que me preocupáis. Sois como dos animales —Renji soltó un resoplido, del que Uryū hizo caso omiso—. Pero, teniendo en cuenta que él no está aquí, te lo advierto a ti: ¿queda claro?
Renji gruñó y murmuró algo indescifrable, pero que bien podría haberse interpretado como "Que te jodan".
El segundo timbrazo cortó la respuesta de Ishida. Después de dirigirle una última mirada amenazadora al pelirrojo abrió la puerta.
—Buenos días.
Por un instante Ishida se sintió confundido. Y es que allí, en el umbral de la puerta, había una chica.
Y definitivamente no era aquello lo que esperaba.
—Buenos días —respondió, aún un poco desconcertado—. ¿Puedo ayudarte en algo?
En esta ocasión fue la muchacha la que pareció sentirse confusa.
—Soy Rukia Shiba —dijo muy despacio, pronunciando cada una de las sílabas de su nombre con perfecta claridad—. Vengo por el anuncio de la habitación. Creí que habíamos acordado reunirnos hoy a las seis. —Mientras hablaba Ishida no pudo evitar fijarse en que sus dedos aferraban con tanta fuerza el asa de su bolso que sus nudillos se habían vuelto blancos.
Rukia carraspeó, la mirada de Uryū volvió a su rostro.
—Claro, discúlpame. —Se hizo a un lado y le indicó con un gesto que entrara—. Lo cierto es que estábamos esperando a un hombre.
Rukia entró con paso dubitativo en el piso. De inmediato se encontró en una sala que hacía las veces de cocina y sala de estar. ¿Es que no había recibidor? No. Ni uno pequeñito. Parpadeó confusa, creyendo que su vista le estaba jugando una mala pasada. Pero no. Aquello era claramente la cocina. Pero en el lugar donde debería haber una mesa con sillas solo había dos sillones de dos plazas cada uno. Nada más. Y, justo detrás, estaba la cocina con sus encimeras, sus fogones, nevera, y demás. Todo lo que tenía que tener una cocina. Solo que, en este caso, la cocina parecía haberse fusionado con la sala.
Eso no era normal. Definitivamente no lo era.
Bueno, podría vivir con ello.
—Mi hermano llamó en mi lugar. —Parpadeó una vez más, tratando de esconder su mirada de asombro para no parecer descortés. Luego se encogió de hombros, como si eso lo aclarase todo—. Siento la confusión. Debería haber explicado mejor la situación. —Sonrió, como si quisiera aliviar la tensión.
—No tiene importancia.
Pero, con lo que Rukia no sabía si podría aprender a convivir, era con sus supuestos futuros compañeros de piso. El primero, el que le había abierto la puerta, parecía el más amable. Pero de los otros dos —porque, sí, había otros dos en aquella diminuta y abarrotada sala— no estaba tan segura. A su derecha había un chico moreno y exageradamente alto. Y fuerte. El pelo ondulado le tapaba los ojos, pero Rukia podía ver el resto de su rostro a la perfección. No sonreía. En realidad, permanecía completamente inmutable.
El único gesto de bienvenida que recibió por su parte fue un asentimiento de cabeza. Eso tampoco era normal, ¿no?
El segundo se había incorporado en el sillón cuando la vio entrar y ahora la observaba sin reticencia alguna, estudiando cada centímetro de su cuerpo. No parecía tener reparo alguno. Su cabello, recogido en una coleta, era de un rojo intenso y le confería un aspecto amenazador. Sin embargo, lo más llamativo eran sus cejas, de las que partían un par de tatuajes tribales que le cubrían la frente, enmarcando el prominente pico de viuda que lucía. Y fruncía el ceño de tal manera que resultaba aterrador.
En realidad, ambos parecían aterradores.
Uryū pareció darse cuenta de que habían permanecido demasiado rato en silencio, porque se apresuró a indicarle a Rukia que tomase asiento mientras volvía a hablar:
—Me llamo Uryū Ishida, tu hermano habló conmigo por teléfono. —Rukia se acomodó en el sillón que quedaba libre, lejos del pelirrojo, al que Ishida señalaba en ese preciso momento—. Este es Renji Abarai. No te preocupes, no es tan malo como parece. —Intentó sonreír, pero a Renji no pareció hacerle gracia el comentario, porque lo fulminó con la mirada. Ishida lo ignoró una vez más y se volvió hacia el tercer hombre—. Y este es Yasutora Sado, pero todos le llamamos Chad.
Cuando Rukia inclinó la cabeza ante él, Sado se permitió sonreírle, apenas un estiramiento de la comisura de sus labios.
—Y, bien, ¿quieres tomar algo mientras hablamos?
—No, muchas gracias.
Ishida se sentó a su lado.
—¿Estás informada del coste del piso?
Rukia asintió. Abarai y Sado no le quitaban los ojos de encima, pero tampoco parecían dispuestos a participar en la conversación. Eso solo hacía que Rukia se pusiese más nerviosa y, maldición, aquello era lo último que necesitaba. Quería ese piso. Sin importar lo extraño de la decoración y la aparente hostilidad de los hombres con los que viviría.
Necesitaba ese piso.
—Bueno —Ishida se aclaró la garganta y se subió las gafas, que habían resbalado casi hasta la punta de su nariz. A decir verdad, parecía bastante nervioso. Aunque sabía disimularlo—, pues esta es la cocina. —Obvio—. Que hace las veces de sala y comedor. —También obvio, pero jodidamente raro. ¿Quién ponía sofás en la cocina?
Rukia miró a su alrededor.
—¿Coméis aquí? —En serio, ni rastro de una mesa. Ni sillas. Nada. Cómo si los sillones dejasen espacio para algo más. Dudaba que más de una persona pudiera manejarse con comodidad en la cocina con aquellos armatrostes en medio.
—Sí. —Carraspeó de nuevo—. Puede parecer un poco incómodo al principio, pero es fácil acostumbrarse. Es que el piso es pequeño. —Lo dijo con cierto tono de disculpa—. El resto son todo habitaciones. Y un baño. Tenemos un baño completo, con ducha. Y un retrete más pequeño.
Rukia asintió, más animada.
—¿Puedo verlos?
—Claro. —Ishida se levantó de un salto, lo que hizo que a Rukia se le escapara una pequeña sonrisa. A cada segundo que pasaba parecía más dispuesto a intentar agradarla—. Sígueme.
El pasillo que se abría tras la puerta de la cocina era exageradamente largo en comparación con el tamaño diminuto que en realidad tenía el apartamento. Se detuvieron ante la segunda puerta por la derecha, que estaba en mitad del corredor.
—Este es el baño—. Uryū abrió la puerta para que Rukia pudiese echar un vistazo. No era gran cosa, pero estaba limpio y ordenado. Correcto.
Asintió e Ishida continuó con la visita. Se detuvo frente a la puerta que estaba justo al final del pasillo, de frente.
—Este es el retrete. —De nuevo Ishida abrió la puerta, Rukia se asomó por unos segundos, luego asintió y se retiró—. Y esta de aquí —señaló la puerta que había a la izquierda—, sería tu habitación. —Por tercera vez Ishida abrió la puerta y, por tercera vez, repitieron el velocísimo ritual.
Rukia no dijo ni una palabra. La habitación era —como todo lo demás— pequeña, pero también estaba reluciente. Solo había un armario y una diminuta cama de estilo occidental bajo la ventana, pero esta era enorme y dejaba pasar abundante luz solar, de tal forma que el cuarto estaba completamente iluminado. Además, tenía persianas, por lo que no debía preocuparse por verse obligada a madrugar a causa de la luz.
No dijeron nada hasta que volvieron a la cocina/comedor/sala de estar.
—¿Y bien? —Como de costumbre, Ishida rompió el silencio—. ¿Qué te parece? ¿Te interesa?
—Yo…
Antes de que pudiera decir nada más, pudieron escuchar el tintineo de un manojo de llaves al otro lado de la puerta. Después, el chasquido de la cerradura.
Ishida soltó un suspiro de resignación.
—Y esto era lo que me faltaba por contarte. —Un chico de cabello naranja y cara de enfado se asomó por la puerta de la cocina. Llevaba una bolsa de deporte al hombro—. Este es Ichigo Kurosaki. Si decides quedarte será tu cuarto compañero de piso.
Ishida parecía lamentar la aparición del joven. Rukia casi creía que hubiese preferido esperar a que ella aceptase la habitación antes de hablarle de su último compañero. Y enseguida entendió por qué.
Era incluso peor que Renji.
¿Cara de enfado, la de Kurosaki? No, lo de ese tío era pura mala ostia, simple y llanamente.
Ni siquiera le dio tiempo a Ishida a terminar las presentaciones.
—Es una broma, ¿no? ¡Joder! —El recién llegado chasqueó la lengua mientras se inclinaba sobre ella—. Es una chica. No, qué coño. Ni siquiera es una chica. Es una niña. Estáis locos si creéis que se va a quedar aquí.
En esta ocasión fue Rukia la que se levantó de un salto.
—¿A quién le llamas niña? —siseó.
Los cuatro chicos parecieron genuinamente sorprendidos por el cambio de actitud tan brusco de la chica. De una muchacha recatada, seria, había pasado a… ¿a qué? Lo cierto es que parecía hasta agresiva. Se inclinaba hacia delante, con los brazos cruzados y los ojos echando chispas. Renji no pudo contener una sonrisa de aprobación.
—No creo que seas el más indicado para criticar a nadie, Ichigo. —Lo pronunció con retintín, burlándose de él—. ¿Qué tipo de nombre es ese?
—Maldita enana… —gruñó—. Cállate.
—Ichigo. —La voz de Chad lo detuvo en seco y logró que se contuviera para no soltarle lo que tenía preparado. Y le recordó que necesitaban el maldito dinero.
Sin decir palabra, dio la vuelta para dirigirse hacia su cuarto. Sí, necesitaban el dinero, así que no sería él quien la echase. Pero probablemente ella no sería tan estúpida como para ser incapaz de captar una indirecta. Él no la quería ahí, y ella debía entenderlo.
Sin embargo, o realmente era tonta, o su opinión no le importaba una mierda, porque cuando estaba a punto de desaparecer por el pasillo su voz lo detuvo en seco:
—Me interesa. —Ichigo se volvió y, al hacerlo, sus ojos se encontraron con los de Rukia, que le dedicó una de sus mejores sonrisas. De esas cargadas de malevolencia—. Digo que me interesa el piso —repitió, contestando a la pregunta que Uryū había formulado minutos antes—. ¿Alguno de vosotros tiene inconveniente en compartir piso con una mujer? —Recalcó la palabra—. Aparte del misógino, claro.
—Habló la tabla de planchar. —Ichigo frunció el ceño, Rukia se cruzó de brazos—. De mujer no tienes nada.
La chica tuvo que hacer un soberano esfuerzo por calmarse. No quería que la echasen del apartamento y, si lo único que hacía era pelearse con uno de los inquilinos, no dudaba de que ese sería el resultado. Se volvió hacia Ishida, que parecía su más firme aliado.
—Entonces, ¿puedo quedarme? —Ishida pareció relajarse. Tenía un rostro fino y delicado, pero Rukia se dio cuenta de que, hasta entonces, había estado apretando la mandíbula con demasiada fuerza. Le dirigió una pequeña sonrisa, que no consiguió aliviar por completo la seriedad de sus facciones, pero que fue mejor que nada.
—Yo voto que sí. ¿Chad?
Sado miró a Ichigo, luego a Rukia. Y asintió.
El estómago de la chica dio un vuelco. Dos de dos. Estaba a punto de lograrlo.
—¿Renji?
Abarai la miró durante unos largos segundos.
—No sé —respondió al fin. Kurosaki se tensó al escuchar las palabras de su amigo, como si todavía albergase esperanzas de poder echarla. Rukia cruzó los dedos mentalmente—. No creo que sea muy agradable vivir con una mujer. —Soltó un resoplido desdeñoso, como si guardase espantosos recuerdos que no quería repetir. Kurosaki seguía increíblemente tenso—. Pero, por otro lado —la sonrisa se extendió lentamente por su cara—, creo que no eres una chica corriente. Me gusta cómo le has plantado cara a este. —Señaló con la cabeza a Ichigo y se echó a reír—. Puede que sea divertido tenerte por aquí. —Y volvió a recostarse en el sofá.
Rukia lo tomó como un sí. Y, al parecer, todos los demás lo hicieron también. Kurosaki levantó las manos en señal de rendición.
—Bien, muchas gracias a todos. —Les sonrió a todos, excepto al del pelo naranja—. Entonces, si no tenéis inconveniente, ¿puedo instalarme ya? —Mientras hablaba sacó un fajo de billetes del bolsillo del abrigo. Ishida no tardó ni un segundo en hacerlos desaparecer dentro de su propio bolsillo y, después, respondió a la sonrisa de la chica con una propia y le indicó con un gesto la puerta que daba al pasillo.
Así que Rukia Shiba ya estaba en su casa.
Antes de salir la muchacha miró a sus compañeros uno a uno. Ishida seguía pareciendo agradable. Sado tan solo se mostraba distante, pero, por la forma en la que se había dirigido a Kurosaki parecía comportarse así con todo el mundo. Así que podría soportarlo.
Pero Renji, a pesar de sus palabras, la miraba de forma amenazadora, como si estuviera a punto de lanzarse sobre ella, e Ichigo se mostraba abiertamente descontento. Por no decir molesto. Enfadado. Furioso.
¿De verdad sería capaz de vivir con esos cuatro?
Volvió a mirar a Ichigo.
Algo le decía que lo más probable era que muriera en el intento.
Continuará…
