[Está historia no me pertenece, es una adaptación de la autora Johanna Lindsey]
Inglaterra, 1176
Sir Kaisar Lidfard se recostó en el grueso tronco del árbol, y se atascó en las criadas que guardaban los restos del almuerzo campestre. Esa es un hombre relativamente apuesto, la discreción caracterizaba su actitud general. Las mujeres, incluso las sirvientas, solían incomodarle. Amira, la más joven de las dos sirvientas, la mirada de pronto a los ojos. La mirada audaz de la joven le obligó a desviar rápidamente su encendido y sobresaltado rostro.
La primavera desplegaba todos sus colores y Amira no era la única mujer que miraba interesada a señor Kaisar. Tampoco era el único hombre que recibía una de esas miradas ardientes. Amira era, sin duda, atractiva, con su pequeña y fina nariz y sus mejillas sonrosadas. Tiene los cabellos rosados, y un cuerpo agraciado y gentil.
Sin embargo, Kaisar era un solterón empedernido. Además, Amira era demasiado joven para un hombre de cuarenta y cinco años. Era tan joven como Lady Nina, un hombre ambas criadas, cuya edad no superaba los diecinueve años.
Sir Kaisar pensó en Nina de Drango como en una hija. En ese momento, mientras miraba el prado donde estaba el estado cortando las hierbas de primavera, señor Kaisar envió un cuatro de sus hombres con la orden de seguirla a una distancia prudencial. Habíamos conseguido diez hombres para la defensa, y los soldados sabían muy bien que más valía no oponerse a la orden, pero que esa tarea no les agradaba demasiado. A menudo Nina les pedía que reconocieran las plantas que ella señalaba. Recoger flores no era una tarea muy masculina.
Antes de que llegara esa primavera, tres guardias habían sido atacadas para acompañar a una dama Nina, pero había tenido un nuevo residente en Crewel, en esos bosques donde Nina se internada para buscar plantas. El nuevo señor de todas las tierras de Kempston era una persona que preocupaba mucho a señor Kaisar, quien nunca había simpatizado con el antiguo señor de Kempston, señor Edmond Visponti, pero al menos el viejo no tenía ningún riesgo causado. El nuevo señor de Kempston se queja constantemente de los señores de Pershwick. Ha tenido esa actitud desde el momento en que tomó posesión de Crewel Keep. De nada servía que las quejas pueden tener fundamento. Lo peor era la dama Nina se sentía personalmente responsable de la descortesía de sus siervos.
- Sir Kaisar, permítame ocuparme de este asunto -le había rogado cuando tuvo la primera noticia de las quejas-. Me temo que los criados creen que me prestan un servicio cuando causan dificultades en Crewel.
Como explicación, la dama confesó:
-Yo estaba en la aldea el día que Alessand Visponti vino a decirme cuál era la situación que él y su padre afrontaban. Muchos serpientes vieron que yo estaba muy conmovida, y creo que me di cuenta cuando formulé el deseo de que la peste atacase a ese Lobo Negro que ahora gobierna Crewel.
A Kaisar le parecía extraño que Nina maldijese alguien. Eso era imposible. Era demasiado buena, siempre dispuesta a reparar los infortunios, a aliviar las cargas. Sir Kaisar la creía incapaz de incurrir en la más mínima falta. La mimaba y la malcriaba. Y por otra parte, si él no lo hacía, la gente se preguntaba quién se ocuparía de la joven. En todo caso, no el padre, que la había alejado de su persona seis años atrás, al morir la madre de Nina, y la había desterrado a Pershwick Keep en compañía de Jeanne, hermana de la madre, porque no podía soportar cerca a nadie que le recordase a su bienamada esposa.
Kaisar no podía entender la actitud de ese hombre, aunque, por otra parte, nunca había conocido muy bien a William de Drangon, pese a que había ido a vivir a su residencia, como parte del séquito de lady Elisabeth, quinta e hija menor de un conde, había podido concertar su unión por amor. El hombre de ningún modo era merecedor de la dama, pero sir William la amaba… quizá demasiado. La muerte de lady Elisabet le destruyó, y al parecer no podía soportar la presencia de la única hija que ambos habían tenido. A semejanza de Elisabet, Nina era menuda y delgada, y tenía los cabellos rosas, extraordinariamente atractivos, y ojos color bermellón. La palabra «bella» resultaba insuficiente para describir a Nina.
De pronto un grito de guerra, una exclamación de cólera lleno el bosque.
Kaisar estuvo paralizado a lo sumo un segundo antes de echarse a correr en dirección al bosque, la espada ya desenvainada. Cuatro hombres de armas que estaban cerca, junto a los caballos, corrieron tras él, todos con la esperanza de que los hombres que acompañaban a Nina se hubiese mantenido acerca de la joven.
En lo profundo del bosque, Nina de Drango también se desconcertó por un momento al oír ese grito terrible. Como de costumbre, había conseguido distanciarse bastante de sus cuatro protectores. Al oír el grito pensó que una enorme y demoniaca bestia estaría cerca. De todos modos, su innata curiosidad, ciertamente impropia de una dama, la indujo a avanzar en dirección al sonido, en lugar de volver a donde estaban sus hombres.
Olió a quemado y echó a correr, abriéndose paso entre los arbustos y los árboles, hasta descubrir de dónde provenía el olor. Se había incendiado la choza de un leñador. El pobre hombre miraba fijamente los restos humeantes de su hogar. Cinco caballeros montados, y quince hombres de armas, también a caballo, miraban silenciosamente la choza destruida. Un caballero revestido de armadura iba y venía sobre su caballo, yendo y viniendo entre la choza y los hombres. Lanzó una maldición mientras Nina observaba, y entonces comprendió de dónde había provenido ese horrible grito inicial. Supo también quién era el caballero. Retrocedió tras los arbustos, ocultándose, y se sintió satisfecha por haber elegido ese día una capa verde oscura que le permitió no ser descubierta.
El intento de disimular su presencia estuvo a un paso de fracasar cuando los hombres que la protegían llegaron corriendo. Nina se volvió hacia ellos, y les ordenó que callasen y retrocedieran. Avanzó en silencio hacia los hombres, y estos se distribuyeron al rededor, volviendo así a territorio propio. Sir Kaisar y el resto de los hombres estuvieron con ellos un momento después.
—No hay peligro —aseguró la joven a sir Kaisar—. Pero deberíamos salir de aquí. El señor de Kempston ha encontrado incendiada una choza de leñador, y creo que no está muy complacido.
—¿Tú le has visto?
—Sí. En este momento está furioso.
Sir Kaisar sugirió a Nina que acelerase el paso. No era conveniente que la encontrasen cerca de la choza incendiada, y acompañada por sus guerreros. ¿Cómo podría explicar su presencia allí?
Después, cuando no hubiese peligro, algunos criados podrían regresar a los bosques y recuperar las plantas de Nina. De momento, lady Nina y los hombres armados debían salir del lugar.
Cuando sir Kaisar la deposito sobre la silla del caballo, pregunto:
—¿Cómo sabes que ése era el Lobo Negro?
—Tenía la insignia del lobo plateado sobre un campo negro.
Nina no aclaró que ya había visto a ese hombre otra vez. No podía explicárselo a sir Kaisar, pues se había disfrazado y salido a escondidas de la residencia, sin que él lo supiera, para asistir al torneo de Crewel. Después, se arrepintió de haber procedido así.
—Probablemente era él, aunque sus hombres también usan sus colores —dijo sir Kaisar, que recordó el terrible alarido—. ¿Has visto qué aspecto tiene?
—No. —Ella no podía evitar que la decepción se reflejasen su voz—. Llevaba puesto el casco. Pero es un individuo enorme: eso sí lo he podido apreciar.
—Quizá en esta ocasión venga él personalmente para resolver de una vez el asunto, en lugar de enviar a su representante.
—O traiga a su ejército…
—Mi señora, no tiene pruebas. Es la palabra de un sirviente contra la de otro. Aún así, es mejor que ahora vaya a lugar seguro. Yo seguiré con el resto, y me ocuparé de que vigile la aldea.
Nina volvió a la residencia con cuatro soldados y las dos doncellas. Comprendió que no se había mostrado bastante firme cuando advirtió a su gente que debía abstenerse de provocar más conflictos con los criados de Crewel. En realidad, su advertencia no había sido muy sincera, pues le agradaba saber que el nuevo señor de Kempston se encargaba de todos los problemas domésticos.
Creyó que podría aliviar la situación de su pueblo ofreciendo entretenimiento en Pershwick con motivo de la próxima felicitación festividad. Pero su inquietud en realidad con el gnomo lobo negro y lo que él podía hacer la llevó a rechazar la idea de una reunión en su residencia. No, sería mejor vigilar las actividades del vecino y no ofrecer a su propia gente la oportunidad de reunirse en una ocasión en que probablemente todos deberían. Pensaba que ellos podrían planear algo que en definitiva la perjudicaría. No, si sus aldeanos tramaban algo contra el Lobo Negro, era mejor que lo hicieran mientras ella estaba lejos.
Sabía lo que tenía que hacer. Debia Hablar Nuevamente con su gente, y Esta Vez con firmeza, Pero CUANDO Penso en Alessand, desterrado de su hogar, y en el pobre de señor Edmond, muerto Para Que el rey Enrique pudiese favorecer un uno de Sus Mercenarios con Una hermosa propiedad, el resultado es difícil aceptar la idea de que el Lobo Negro viviese en paz. Sí, muy difícil.
