Mascarada
Capítulo 01
Les había visto pelear en muchas ocasiones pero ahora hacía tiempo que no discutían de manera acalorada. Habían perdido las maneras hasta el punto de levantarse y acercarse amenazadoramente el uno al otro. Sus manos, tensas, gesticulaban vigorosamente cerca del cuerpo de la persona a la que se enfrentaban y constituían una amenaza constante en aquella discusión. Poco les importó que Alemania les estuviese gritando para que bajaran el tono de voz, se sentasen y se relajasen. Ellos seguían enzarzados en una pelea ya habitual que, por muchos años que pasaran, siempre encendían sus ánimos. Y es que, aunque presumía de ser un señor calmado y educado, España reunía una serie de habilidades perfectas para cabrearle. Entonces, Inglaterra perdía las maneras y casi escupía bilis. En aquella reunión, Francia se encontraba justo delante de ellos y aunque al principio había intentado detenerles con palabras tranquilizadoras y recordándoles que el mundo sería un lugar mejor si todos se amasen en paz y concordia, luego había desistido. No le estaban haciendo caso y no pensaba desgañitarse únicamente porque ellos estuviesen a escasos centímetros de sacarse los ojos. Siempre era igual: se ponían de ese modo y al final se iba cada uno por su lado, casi siempre completamente ilesos (a veces se daban algún puñetazo pero nada realmente grave).
Algo le habría ocurrido aquel día, ya que el que solía terminar aquellas peleas parecía ser el que más animado estaba de los dos. Francia suspiró pesadamente cuando vio que ocurría lo esperado. Alemania se fue hacia ambos, los tomó por el cuello de la americana, los levantó del suelo un poco y les obligó a caminar hacia la puerta.
- ¡Hasta que no estéis calmados no vais a regresar a la reunión!
- ¡Por eso estar en la Unión Europea apesta! -gritó indignado Inglaterra mientras se acomodaba bien la americana, que se le había subido después de que el alemán tironeara de ella.
El portazo de Ludwig casi le dio en la nariz. Tras minutos de puros gritos y descontrol, aquel silencio era vigorizante. La reunión prosiguió en un inusitado silencio. Era extraño no contar con las salidas de tono de España y las quejas repentinas aunque constantes de Inglaterra. Durante lo que restó del encuentro no volvieron. Aquello no le extraño a ninguno. Lo que no le gustó del todo a Francia fue que aunque el inglés sí que hizo acto de presencia luego, en el pequeño pica-pica que el jefe de Francia había organizado para la ocasión, el español no apareció.
Llamaban la atención dos cosas: la mejilla izquierda rojiza y la sonrisa de satisfacción que portaba en su rostro. Francia observaba aquellos indicios con una expresión inmutable, tomando otro sorbo de vino de una simple copa de cristal. Sintió en ese momento un golpecito en su hombro y eso hizo que saliera de sus pensamientos. Entornó el rostro y se encontró con la mirada aterrorizada de Italia del sur. Le parecía curioso que siempre le mirase de esa forma. ¡Ni que hubiese intentado invadirle hacía cientos de años...! ¡Jah! Chistes de naciones. Sin duda los mejores.
- Buenas, Romano. -dijo sonriendo de manera conciliadora y moviendo una mano en una especie de saludo.
- ¡N-no te acerques! ¡Maldita sea! -exclamó el italiano sintiendo pánico. Había escuchado historias sobre Francia y todas le sonaban terroríficas. Además, no podía olvidar que ese tipo había intentado invadirle durante mucho tiempo y que España había peleado contra él bastante para evitarlo. El rubio le miró con incredulidad cuando reaccionó de ese modo.
- ¿Entonces para qué me saludas? No entiendo nada... -dijo suspirando pesadamente. A veces las naciones más jóvenes se comportaban de una manera que superaba su lógica. Eso, aunque no lo admitiese, le hacía sentirse por un momento más viejo. Decidió coger otro canapé e ignorar aquella extraña situación.
- ¡Necesito hablar contigo, no me ignores! -espetó Romano con frustración. Todo era culpa de ese... Por ese tipo, siempre. No estaría haciendo esas cosas si fuese otra persona de la que estuviesen hablando. Pero se sentía en deuda con él y el sentimiento no se le iba por muchos años que pasaran.
- Pensaba que estabas demasiado ocupado teniéndome miedo por motivos desconocidos. -dijo Francia despreocupado. Después de hablar, se llevó la comida a la boca finalmente.
- El bastardo de España no ha aparecido aún. -dijo ignorando lo que le había dicho.
El cambio abrupto de tema le llamó la atención. Aparentó que aquello no le había afectado en lo más mínimo, como si le fuese indiferente. Él estaba intentando no pensar que su misteriosa "desaparición" fuese rara.
- ¿Y?
- ¿¡Cómo que "y"!? -le gritó irritado el italiano. Al darse cuenta de que había llamado la atención de la gente que estaba a su alrededor bajó el tono. No quería que se enterase cierta persona que estaba en la habitación. Bajó el tono y le miró con reproche- ¿De verdad te parece normal que el macho patatas eche a los dos y que el único que regrese sea Inglaterra? ¡Tiene la mejilla roja! Seguro que ha sido España el que le ha pegado. ¿Y por qué no está él por aquí? ¿Por qué ese inglés sigue sonriendo como si nada a pesar de tener la mejilla bien colorada? ¿En serio te parece todo eso normal? He preguntado a gente del servicio y dicen que no han visto a España.
- ¿No lo han visto?
- Nadie. Le llamo al teléfono y tampoco contesta. ¿En serio sigues pensando que tiene algo de normal esto?
Con la información extra, Francis ya no podía seguir indiferente durante más rato. Es verdad que era sospechoso. ¿Qué había ocurrido cuando ambos habían salido? Sólo esperaba que a ese inglés estúpido no se le hubiesen cruzado los cables. Sabía bien que si ocurría aquello, Inglaterra podía ser peligroso.
- Intenta llamarle de nuevo, yo voy a hablar con ese inglés que se cree el amo del mambo. Como vayas a preguntarle tú, le llamarás de nuevo excelentísimo señor y es mejor que no hinchemos aún más su ego, ¿vale?
Romano farfulló en italiano mientras rebuscaba su teléfono dentro de sus bolsillos y salía a llamar de nuevo a la nación hispana. Se atusó la ropa, se pasó una mano por los cabellos para acomodarlos y miró su reflejo en un espejo que había al otro lado. Nada de lo que burlarse, no señor. Con aire casual se acercó a la mesa delante de la que estaba Arthur, cogiendo comida y maldiciendo mentalmente porque a él no le salía eso de cocinar cosas así. Tomó otro sorbo de vino mientras pensaba cómo empezar la conversación.
- ¿Qué quieres, Francia? -dijo de repente el inglés, pronunciando con desdén su nombre.
- Te vas superando en falta de modales, dios mío... Ya pronto deberás ir al colegio con los demás niñitos a que te enseñen un poquito de esa educación que no veo por ninguna parte cuando tratas con el hermoso y adorable Francia.
La respuesta de Inglaterra fue un bufido con sorna y ya está. Bueno, era una manera de empezar a hablar con ese hombrecillo. Dejó un espacio de tiempo durante el que no dijo nada. Cogió un canapé y se lo llevó a la boca. Aunque intentaba disimular, Arthur esperaba el momento en el que diría algo. ¿Francia acercándose por voluntad propia? Algo quería ese barbitas. Sólo era cuestión de esperar. Hablaría. Seguro que lo haría.
- ¿Cómo ha acabado el tema?
- ¿Qué tema? -dijo haciéndose el sueco bebiendo lo que le habían servido en la copa hacía un rato.
- Me refiero a España. -replicó Francia con un tono un poco impaciente. Que se dejase de juegos, ambos sabían bien de qué iba la cosa- Tú has vuelto y él no, ¿dónde está?
Se le encogió el estómago al ver la sonrisa ladeada que se dibujaba en el rostro de Inglaterra. Fue como un presentimiento de que algo iba mal. Contuvo todos los sentimientos y lo máximo que hizo fue fruncir el ceño.
- No sé... Estará por ahí. Me ha pegado un puñetazo y después de eso nos hemos separado. -dijo sin perder aquella mueca del rostro- ¿Es que estás preocupado~? Qué conmovedor. Déjame que me aparte un rato para vomitar. -añadió con tono burlón.
Dio por finalizada la conversación y se apartó, dejando al galo con una expresión de coraje. Sabía más de lo que había contado, lo podía notar. Era algo que había aprendido después de tanto tiempo conociéndole. Le fastidiaba hasta extremos que no podía explicar. Es que no sabía si lo decía porque realmente había hecho algo o porque quería que se comiese la cabeza. Daban ganas de irse hacia él y patearle en las regiones vitales. De no ser porque a Francia la violencia en general no le era atractiva... Las personas ponían caras desfiguradas cuando eran sometidas a golpes fuertes. No había nada de bello en todo aquello.
Acabó suspirando resignadamente y fue en busca de Romano. Le volvió a chocar que en cuanto se acercó un poco a él, el italiano volvió a ponerse nervioso. Madre mía... Un día le iba a dar algo del estrés que cogía.
- ¿Qué te ha dicho? -le preguntó reticente.
- No me ha dicho nada. Ha hecho ver que no sabía del tema aunque sus gestos decían que sí que sabía algo. ¿Has logrado hablar con él?
- Lo he intentado dos veces pero no me lo ha cogido, el muy idiota.
- Oooh~ Romano está preocupado por el que había sido su jefe~ -dijo el galo con una sonrisilla juguetona. Era gracioso ver cómo de repente se sonrojaba un montón y se ponía a quejarse con insistencia.
- Cállate. Lo que tendrías que hacer es intentar llamarle tú a ver si contesta por un casual, cosa que dudo.
Mientras Francia daba un discurso de los diversos motivos que podría llevar a una persona o país en apuros a llamarle, sacó su teléfono y buscó en el listín el número de su vecino. Le dio a la tecla verde y se quedó esperando los tonos. Finalmente saltó el contestador. Bueno, ahora sí que empezaba a preocuparse, aunque no hubiese querido en un principio. Se iba a enterar ese cejas grandes si había cometido alguna locura. No podían arriesgarse a romper el poco equilibrio que le quedaba a la Unión Europea. Vale y quizás le preocupaba el bienestar de España. Pero era porque él tenía bastante deuda española en su haber y claro... No era porque le preocupara su bienestar porque sentía hacia él un instinto de sobreprotección que muchos podrían considerar hasta excesivo. El teléfono de Romano empezó a sonar y se apresuró en cogerlo. Francia puso la oreja cerca, a ver qué pillaba.
- ¡Ya era hora, bastardo! -espetó el italiano en cuanto descolgó y se llevó el teléfono a la oreja- ¿Eh? ¿Eres tú? ¿Qué te ha pasado? Suenas raro. -silencio. El galo estaba atento- ¿¡Eeeeeeeh!? ¿¡Pero qué dices!? ¡Joder...! Francia está aquí y no deja de hacerme señas para que... ¡No me toques, maldición! ¡Suéltame! Dice que quiere hablar contigo. Ahá. Ahá. Sí.
Cada monosílabo que pronunciaba el italiano le ponía más nervioso. Ya podría haberle llamado a él. Bueno, de acuerdo, vale que Lovino le había llamado más veces, pero él merecía lo mismo. Se le quedó la boca abierta cuando de repente le vio colgar el teléfono y pegó un grito.
- ¿¡Por qué has hecho eso!? ¡Te he dicho que quería hablar con él!
- Y él me ha dicho que te diga que está bien, que no te preocupes y que no tiene tiempo para hablar, que quiere irse a casa de una vez.
- ¿Te ha dicho dónde está?
- No. -murmuró despreocupado mientras guardaba el teléfono- Resígnate, no quiere ver a nadie y a ti aún menos.
- ¿Cómo puedes estar tan tranquilo cuando sólo has escuchado su voz? Podría estar mal y lo escondería sin problemas.
- Estoy acostumbrado a la falta de información para que no me preocupe.
- ¡Pero yo no! -dijo indignado el galo.
Normalmente, cuando España estaba en problemas o mal, Francia le daba un lugar en el que descansar y recuperarse sin necesidad de pensar en que preocupaba a los demás. Y eso era algo que ocurría con frecuencia cuando se llevaban bien. Aquella declaración se ganó una mirada de reproche por parte de Lovino, el cual se dio la vuelta y se marchó del lugar.
Francis, sin embargo, no se daba por vencido. Su instinto le decía que quizás su vecino no había salido de la casa y se encontraba esperando la oportunidad perfecta para aparecer y explicarle qué le había ocurrido. Sólo deseaba que no le hubiese pasado nada demasiado serio. Los minutos fueron sucediéndose y los países se fueron marchando a sus respectivas casas. Estuvo a nada de patear a Inglaterra por mirarle de aquella manera. Cerró las puertas e iba a empezar a ayudar a recoger cuando, entonces, unas mujeres del servicio se acercaron a él con semblante preocupado.
- Las chicas han escuchado ruido en una de las habitaciones y hemos visto a alguien que no conocemos. Se han colado en casa, señor. Es alguien de pelo largo y ropas muy grandes. No nos hemos querido acercar. Creo que nos está robando.
- ¿¡Es que no dejan de ocurrir desgracias en esta casa o qué?! -exclamó con desesperación el galo.
Era el peor día de su vida. No sólo tenía que encontrar a un país que quizás estaba herido, ahora tenía que tratar con un ladrón. Se armó de valor, y una barra de hierro con la que removía las cenizas de la chimenea, y empezó a rebuscar por las habitaciones. En una que usaba poco y cuya luz estaba atenuada, escuchó ruido. Miró la puerta con fijación. ¿Y si el ladrón tenía una pistola? No toleraba nada bien el dolor. Respiró hondo y abrió la puerta.
- ¡Quieto ahí! -gritó al desconocido.
La sombra que era el ladrón en aquella penumbra se sobresaltó, se levantó y, sujetándose su ropa, intentó un movimiento evasivo hacia la puerta. Francia, por instinto más que por otra cosa, golpeó a la persona que venía hacia él, la cual gritó y cayó hacia dentro de la habitación. Se sorprendió al escuchar que el tono de voz era bastante agudo. A tientas encontró el interruptor y le dio a la luz. Allí en el suelo encontró a quien le pareció una completa desconocida. Tenía el cabello castaño largo hasta media espalda casi y estaba algo ondulado, sus ojos verdes estaban acuosos, enmarcados por unas pestañas largas y negras. Su cuerpo quedaba a la imaginación ya que la ropa que llevaba le iba tremendamente grande y se la tenía que sujetar con las manos, finas y bien cuidadas, para no perderla o dejar al descubierto partes de su anatomía.
Iba a preguntarle que quién era cuando se fijó mejor en la ropa que sujetaba mientras sollozaba por lo bajo, quejándose del golpe que había recibido. Era una camisa blanca y un pantalón de traje negro que conocía bastante porque era el que había estado vistiendo España ese mismo día en la reunión.
- Tú... -le dijo ahora observando a la mujer con los ojos como platos.
- ¡Eres un bestia! ¡¿Es que pensabas que era un oso?! -su tono ahora no sonó tan agudo. Era una voz bonita de mujer adulta, ni demasiado grave como para que perdiera la feminidad, ni demasiado aguda para que desentonara con su belleza. Entonces la chica se calló y se fijó en el modo en que el galo la observaba. Se sonrojó- N-no me mires así... No tendrías que haberme encontrado...
Francia se puso de cuclillas delante de la mujer, sin poder salir de su estado de asombro. Pero es que, cuanto más la miraba, más claro lo tenía.
- ¿España? ¿Eres tú? -se atrevió a preguntarle. Se fijó en el pequeño puchero que sus labios hicieron. Podía tomar eso como un sí- ¿Qué ha ocurrido?
- ¡Ha sido Inglaterra! ¡Ese cejudo loco! ¡Sacó una varita y me echó un hechizo cuando estaba yo estaba ganando nuestra discusión! Y de repente mi cuerpo empezó a cambiar todo... Y en menos de un minuto y medio era una mujer. Iba a coger algo de ropa para que la gente no me mirase mucho pero no sabía si tendrías algo de mi talla... No sé ni qué talla tengo ahora... Esto es horrible.
- Madre mía... ¿Por eso gritó tanto Romano? Ahora me cuadran las cosas. Ese estúpido de Inglaterra... Le voy a pegar la de su vida. Le golpearé hasta que deshaga el hechizo.
- Es inútil, por eso no quería que lo supieses... -dijo suspirando- Yo también le golpeé y le amenacé, pero me dijo que no podía deshacerlo y que se todo volverá a la normalidad en un mes. ¿Qué voy a hacer, Francia?
Se fijó en que estaba al borde del llanto. Le dio una pena tremenda y no pudo más que suspirar y abrazarle algo cohibido. Era España y era toda una mujer. Que esos dos conceptos se mezclaran era muy confuso. El hispano siempre, durante toda su existencia, se había visto bastante masculino y esto era nuevo y desconcertante a la enésima potencia. España se abrazó a él con fuerza, de aquella manera familiar con la que usualmente lo hacía. La diferencia es que esta vez Francia sintió dos protuberancias apretadas contra su torso.
- Tienes pechos... -dijo Francia. De repente le llovió una colleja- ¡Ay!
- ¿Que tengo pechos? ¿¡Estoy aquí medio llorando porque de repente soy una tía y tú te quedas pensando en que tengo tetas!?
- Es que te has apretado mucho y las he notado, ¿vale? -se quejó el galo mientras se frotaba el golpecito- No era mi intención, pero el instinto fue más rápido que la razón. No te preocupes, durante este mes puedes quedarte en casa. Cuidaré de ti y le diré a tu jefe que estamos tratando temas muy importantes y así no se enterará de que te peleaste con Inglaterra.
- ¿Harías eso por mí? -dijo Antonio mirándole emocionado. Su jefe había insistido en que tenía que dejar de pelearse con el inglés para tener posibilidad de renegociar la soberanía del peñón.
- Claro~ -dijo Francia pasándole un brazo por encima del hombro a su ahora vecina- Además, por nada del mundo me perdería el verte así de adorable-¡uagh! ¡Pero no me pegues!
- Si no te entra en la mollera que esta situación no me divierte y te lo tomas más en serio, me iré a casa, Francia.
- Perdona... Es que me produce demasiada curiosidad. Eres tú y mírate. Tienes un buen cuerpo. Sin lugar a dudas, si te encontrara en algún lugar por la calle, intentaría ligar contigo.
- No estoy nada mal, ¿verdad? Me miré en un espejo y por un momento pensé que había mirado por una ventana. Yo también intentaría ligar conmigo si me encontrase por la calle.
La mirada de Francis recorría su cuerpo, tratando de adivinarlo entre las ropas demasiado holgadas. Entonces se fijó en que el bajo de la camisa estaba manchado y en que tenía un par de hojas secas en el cabello enganchadas.
- Estás manchada.
- Manchado. -rectificó España. No quería que hablase de él como si fuese una chica, aunque en realidad ahora mismo lo fuese.
- Bueno, estás manchado. -dijo sin apartar la mirada de la ropa. Cogió el bajo de la camisa y se lo mostró- Esto no lo tenías cuando te marchaste de la sala de reuniones.
- Estuve intentando entrar a una de las habitaciones desde el jardín, con los zapatos tan grandes que llevaba me pisé el bajo del pantalón, me tropecé y me caí sobre un parterre. Aún suerte que no me hice nada más.
- Deberías tener más cuidado. Venga, es hora de quitarte estas ropas y ponerte algo que deje ver mejor tu bonita figura. -dijo tendiéndole una mano. Cuando se la dio, tiró de España para que estuviese de pie- Supongo que tendré alguna ropa más estrecha. Quizás alguna de las criadas se haya dejado alguna de recambio por aquí. Déjame buscar. No creo que haya ropa interior pero esa ya la compraremos mañana. Necesitarás un sujetador.
- Bien, acabo de dejar de tener cara para ti. -dijo Antonio al ver que los ojos azules de Francia se quedaban fijos a la altura de su busto.
- ¡Bueno! -exclamó sonriendo nerviosamente y elevando la vista hacia él- Ya sabes dónde está la ducha. Si necesitas cualquier cosa, me llamas y vendré corriendo. No tienes que preocuparte, tu hermanito Francia está para protegerte.
- Pero si eres un flojucho la mayor parte del tiempo. Aunque mi apariencia sea diferente, sigo siendo yo.
Le dejó diciendo que si era cruel, que esa carita de ángel no tenía que decir esas cosas y demás tonterías que Francia solía decir cuando se enfurruñaba y no tenía ganas de pelea. El rubio suspiró pesadamente cuando se dio cuenta de que estaba siendo ignorado. Aquella era una prueba más de que bajo aquellas curvas de infarto se encontraba el mismo español, inmune a sus encantos como siempre. Rebuscó en la habitación donde las criadas solían dejar las cosas cuando venían y no encontró absolutamente nada. Se quedó perplejo durante un momento y después suspiró resignadamente. Sabía que aquello era en el fondo culpa suya. Se fue a su habitación y abrió los compartimentos más altos del armario. Allí era donde amontonaba la ropa que no se ponía, la que le iba pequeña pero que le gustaba demasiado, y algunos trastos más. Buscó las prendas que se compró en un arranque de llevar ropas estrechas y que había dejado tiradas a un lado tras que toda una sala de reuniones de la Unión Europea estuviese de acuerdo con España y dijeran que ese tipo de ropa le hacía verse gay. Seguramente eran prendas que con ese cuerpo de mujer le irían igualmente anchas, pero no sería lo mismo que las que ahora portaba.
- ¡Francia! ¡Francia, ven ahora mismo! -se escuchó a la voz femenina de Antonio gritar.
Se asustó tanto que tiró la ropa y corrió. No sabía qué ocurría pero España gritaba y después del susto de ver que de repente era toda una mujer, ya no sabía a qué atenerse. ¿Quién aseguraba que no le pasara nada más? Esa preocupación era otro motivo que había incitado a Francia a decirle que se quedara en su casa. Cuando llegó abrió la puerta sin llamar.
- ¿¡Qué!? ¿¡Qué pasa!?¿¡Estás bien!? -exclamó ya todo paranoico. En el camino hasta el baño todos los escenarios más catastróficos le habían pasado por la mente.
Se le quedó cara de póquer cuando vio que la hispana estaba sentada sobre la taza del váter, con los pantalones a la altura de los tobillos. La camisa le cubría de manera curiosa el pubis lo suficiente para que no viese nada. El cuello estaba medio caído y dejaba al descubierto un hombro que quedaba enmarcado por unos mechones de pelo.
- ¡Puedo mear sentado! -exclamó Antonio pletórico de alegría- ¡Siempre he pensado cómo debería ser eso y es muy cómodo! ¿Por qué no hacemos esto? Seguro que así no mancharíamos la tapa nunca.
Después de segundos de silencio y estupefacción (era extraño ver a una señorita de delicada apariencia hablar sobre "mear sentado"), Francis sonrió forzadamente y asintió como dándole la razón aunque en realidad no comprendiese el tema.
- Anda, límpiate y métete en la ducha. He oído que las mujeres si tienen que hacer sus necesidades al aire libre lo tienen más difícil. Al no tener lavabo, es bastante usual que se manchen las piernas.
- Uah... Ya veo. No todo son cosas buenas... -dijo España mientras cogía papel de váter y lo cortaba. Lo dobló bien y lo cogió en la mano derecha.
- Pues claro que no. Una vez insinué a una chica que tenía la ropa un poco manchada por la pierna y me pegó una buena bofetada.
Se alarmó cuando escuchó un jadeo ahogado de la española. Se dio la vuelta, sorprendido, y la encontró inclinada hacia delante con una mano cerca de sus partes íntimas.
- ¿Qué has hecho?
- M-me he limpiado demasiado fuerte y me he hecho daño... -dijo con una mueca de dolor.
- ¿Es que has olvidado lo que sabes de anatomía femenina de cuando te has acostado con mujeres? -le dijo sin poder creer lo que le acababa de decir.
- ¡No es lo mismo! Además, no estaba pensando en eso. Mi mente estaba en la historia esa sobre mancharse la pierna que me has contado. Se me ha ido la mano.
Se levantó y el bajo de la camisa cayó por su propio peso y cubrió con gracia su figura. Era imposible. Al paso que iba, no llegaría a ver cómo era su cuerpo nunca. Le dejó a su aire y se fue a buscar la ropa. Cuando la encontró en el suelo soltó un bufido exasperado. Se odiaba a sí mismo por haberla tirado de ese modo. La ropa debía tratarse con amor, casi como si fuese un amante, para que luego cubriese el cuerpo del mismo modo. Las prendas que no se cuidaban luego tenían bolitas, eran rasposas y acababa siendo incómodo llevarlas. Encontró entre la montaña de prendas un slip que había comprado equivocadamente en una tienda y que le iba tremendamente estrecho. Eso le serviría de ropa interior por el momento. Cogió unos calcetines y ya se encaminó hacia el baño.
Cuando entró, el vapor llenaba la estancia ya empañaba los cristales. La humedad le iba a destrozar su hermoso cabello, así que se apresuró a dejar la ropa sobre el lavamanos. Sus ojos se fueron hacia un lado, concretamente en el que se encontraba la bañera, y miró. Se adivinaba un poco la figura pero no se veía claramente nada. Ahora se arrepentía de haber pedido que la mampara no fuera transparente. En hoteles se podían encontrar de cristal y si hubiera tenido una de esas hubiera podido verle.
- Te dejo la ropa aquí... -dijo Francia con tono de voz perdido mientras entrecerraba los ojos e intentaba de manera inútil ver mejor los secretos que el material de plástico ocultaba.
- No te dejes los ojos, no vas a poder ver a través de la mampara. Nunca has podido y no vas a desarrollar la habilidad ahora.
- ¿Cómo has sabido que yo...? -preguntó atónito al verse descubierto. A veces España lograba sorprenderle aunque ya hacía demasiado que se conocían.
- Siempre que me ducho en tu casa y entras para traerme ropa o darme un nuevo champú para que lo pruebe, sé que intentas mirarme. Eres demasiado previsible. Es rara la vez que no lo intentas. Ahora vete y déjame ducharme tranquilo.
- Que sepas tres cosas. Número uno: Me voy no porque me eches, sino porque el pelo se me está quedando hecho una porquería. Número dos: Te dejo la ropa aquí, no he podido conseguir nada mejor. Pensaba que Chloe se habría dejado ropa en casa para cambiarse, pero desde que me probé la última falda que se compró que se lo lleva todo.
- ¿Qué demonios haces probándote las faldas de tus criadas? -preguntó Antonio frotándose con cuidado el cabello. Estaba demasiado largo y no sabía si se lo estaba lavando bien.
- Se había comprado una muy bonita y con volantes. ¡Ya sabes que adoro la ropa! Me intrigaba demasiado ver cómo quedaría puesta. Me da igual ser un hombre. ¿Qué hay de malo? El mundo no va a explotar porque lleve una falda. ¿Verdad que no? -le dijo ya con un tono nervioso e indignado.
- Claro que no... Pero ya sabes que la gente no ve con buenos ojos estas cosas. Te lo he dicho cada vez que me vienes con la misma cantinela.
- ¿Lo ves? Da gusto hablar contigo. -dijo Francia sonriendo con resignación y encogiéndose de hombros- Tú entiendes de estas cosas. Tienes una opinión razonable y no te pones histérico.
- Es que no es para tanto.
- ¡Eso mismo pienso yo! -dijo el galo sonriendo contento- Bueno y ya lo último que quería decirte: Deberías estar contento de que quisiera mirarte porque, por muchas veces que te he visto, aún me sigues pareciendo interesante. Y, dicho esto, voy a preparar algo para cenar y que así se te pase el disgusto.
Sintió satisfacción cuando escuchó los halagos de Antonio ante aquella declaración de intenciones. Sabía que sólo vitoreaba la parte de la cena, pero eso ya le era suficiente. Le hubiese gustado preparar algo más fastuoso, pero no tenía ingredientes para hacerlo ya que no esperaba visita y su nevera estaba algo vacía. Estuvo un rato cocinando tranquilamente, tarareando una canción que le había venido repentinamente a la cabeza y que no sabía dónde había escuchado. Cuando llevaba ya bastantes minutos, empezó a mirar el reloj constantemente. Era extraño que Antonio aún no hubiese salido del baño, aunque fuese para decirle que el pelo mojado le era incómodo. Finalmente, preocupado por si le había pasado algo, Francia apagó la vitrocerámica y fue a asomarse al baño. Dio dos golpecitos, abrió y se encontró a Antonio. Estaba delante del espejo y sólo llevaba puesta la camiseta de color azul que, aunque le iba ancha, ya le marcaba un poco el busto. El pelo le estaba mojando la tela a la altura de la media espalda y estaba empapado y apelmazado. Claramente, no se había molestado siquiera en peinárselo. Pero lo que le había hecho quedarse atónito por completo era que sus manos se encontraban sobre sus pechos y los toqueteaba.
- Y yo que empezaba a pensar que te habías caído... -dijo Francia sin poder despegar la mirada de la mujer. Dejó que sus ojos bajaran y observaran el modo en el que esas manos finas estrujaban los pechos. Que dijesen lo que quisieran pero era bastante excitante.
Lo más fuerte del asunto era que España sí que le había mirado, pero no parecía sentir vergüenza alguna y seguía sobeteándose los pechos con descaro.
- Tengo tetas, eso no ocurre todos los días. Además, cuando me he visto desnudo y he descubierto que estoy al completo, me he quedado mirando. Creo que por primera vez empiezo a entenderte, Francia. Creo que comprendo eso de gustarte a ti mismo. Ahora mismo me gusto a mí mismo.
El galo arqueó una ceja ante ese comentario. No sabía qué decir porque muchas cosas le pasaban por la mente y todas eran muy dispares. Al final se decantó por suspirar, coger una toalla y se acercó a la mujer que ahora era España. Se dio cuenta en ese momento de que era más bajita que él y tras esa ducha olía al champú que tenía en casa.
- ¿No te molesta el pelo mojado? Te está dejando la camiseta chorreando.
Antonio bajó entonces los brazos, dejando por fin sus más que manoseados pechos en paz, y miró a Francis usando el espejo que tenía enfrente.
- Ahora que lo dices... Eeh... Es muy molesto. ¿Qué voy a hacer? Quiero que se seque rápido. Dame el secador, le voy a dar aire hasta que esté completamente seco.
- No seas bestia. Si le das demasiado cerca y demasiado rato, te quemarás el pelo. Además, si lo secas a lo loco se te enredará mucho y se harán unos nudos que nos van a tener horas para deshacerlos y te quejarás de que te duelen. Lo mejor es que me dejes hacer. Quiero que estés atenta.
- Atento. -interrumpió.
- Atento... -suspiro- Atento para que después ya puedas hacerlo tú.
Francia secó con cuidado el pelo, presionando sin frotar ni tirar, para quitar un poco el exceso de agua. Una vez hecho eso buscó un botecito con suavizante en seco, le puso la cantidad indicada y empezó a peinar con sumo cuidado. Antonio se movía un poco, inquieta, al final la empujó hasta conducirla al váter e hizo que se sentara para proseguir peinando aquella melena. Antonio se aburría y no prestaba atención, para qué mentir. Su único entretenimiento actual era mirar el reflejo de Francia en el espejo. Sonrió al ver su expresión. Parecía que se lo pasaba bastante bien con todo aquello. Luego vino el momento del secador y Antonio no dejaba de quejarse y decir que le daba calor, que se le venía el pelo a la cara y Francia acabó por perder la paciencia. Apagó el aparato y con una pinza para el pelo se lo recogió rápidamente.
- Eh~ ¡Esto está mejor! Gracias, Francia.
- Ahora termínate de vestir no sea que pilles un buen resfriado. -le dijo mientras recogía lo que había usado- ¿Te van bien los calzoncillos?
- Me van un poquito sueltos pero son mejores que los que yo llevaba. -dijo Antonio levantándose la camiseta y enseñándole desde el ombligo.
El bote vacío y las toallas que llevaba en las manos se le cayeron al suelo cuando presenció esa escena. Es que lo hacía tan segura de sí misma, con un pudor nulo y una naturalidad que desconcertaría a cualquiera. Se quedó su mente en blanco ante la visión de ese cuerpo.
- ¡Fraaancia...! -exclamó ella con un puchero- Te estoy preguntando que si te parece que me van demasiado grandes.
Carraspeó y con un rubor en las mejillas se agachó para coger lo que se le había caído al suelo.
- Ah... Sí, sí. Estaba analizando lo que me preguntabas, no seas impaciente. Sí, te quedan bien. Mañana ya iremos a comprarte ropa interior.
- Necesitaré tu opinión. Yo de estas cosas no entiendo nada, así que me lo pruebo y tú me das tu sincero veredicto.
El galo puso un gesto entre tensión y contenida emoción. Sus orejas debían de estarle traicionando. Quizás ya era la edad que le estaba afectando y estaba perdiendo audición. Antonio se estaba poniendo el pantalón que era de chándal y se lo pudo ajustar mejor gracias a los cordones, de los cuales tiró hasta que rodearon bien su cintura.
- ¿Lo has dicho en serio? No quiero que me des ilusiones sobre poder opinar sobre la ropa interior que una mujer atractiva pueda llevar y que después me las arrebates.
- Claro que te lo digo en serio. -contestó levantando la mirada, curiosamente, con las dos manos tirando de los cordones aún. Empezó a atarlos- No tengo por qué mentir en algo así.
- ¿Tú eres consciente de que te voy a comer con la mirada y que, probablemente, en ese instante o las horas siguientes voy a intentar asaltarte dominado por mis instintos más bajos?
- Podré contigo. -dijo Antonio dibujando su típica sonrisa.
- Sigo pensando que no sabes lo que haces... Pero no voy a insistir más. Te di la oportunidad de retractarte y no la tomaste. No voy a ser idiota y desaprovecharlo.
El rostro femenino de España le observó con curiosidad, como si hubiese dicho alguna bobada. Entonces, sonrió tranquilamente ya mientras bajaba la camiseta y por fin estaba vestida al completo.
- Puedes mirar, yo mismo lo voy a hacer, pero no vas a tocar. Lo tengo clarísimo. Puedo contigo.
Francia abrió la boca para argumentar algo pero se dio cuenta de que ese factor jugaba en su contra. No iba a desaprovechar la oportunidad de ver al hispano (ahora hispana) con la ropa interior que él mismo habría escogido. Sería estúpido abrir esa boca grande para decirle que era probable que antes pudiese con él pero que ahora era una chica y, con signos de evidencia, era más fuerte que ella. Otra prueba de que Antonio era realmente esa mujer fue la reacción que tuvo ante la comida. Era sencillamente estupendo ver cómo se le iluminaba la mirada y con emoción contenida cogía los cubiertos.
- Tengo que prepararte la habitación de invitados. -comentó de manera casual Francis. Le miró de reojo- ¿Seguro que no quieres dormir conmigo? Es lo que haces normalmente~
- Porque casi me arrastras hasta la cama, eres muy plomo. -replicó la hispana con el tenedor cerca de los labios- Prefiero dormir en una cama solo, gracias. No me fío de que tus manos vayan a estar quietas.
- Eres muy cruel... -dijo el rubio suspirando pesadamente. Aunque también sabía que tenía bastante razón. Era como al niño pequeño al que le daban un juguete bonito y reluciente. Sería extraño no sentir el irrefrenable deseo de querer jugar con él.
Tras recoger la mesa, ambas naciones se dirigieron a la habitación de invitados que se encontraba a sólo dos estancias de distancia del cuarto de Francia. Antonio, en un momento impredecible de los suyos, se lanzó a la espalda del galo y se le enganchó como koala sólo por el simple hecho de querer ver si de este modo perdía el equilibrio como siempre lo hacía. España tenía una extraña manera de disfrutar viendo cómo usualmente se doblaba hacia delante y resoplaba cada vez que se le lanzaba encima igual que un león que se tiraba a comer a su presa. La única diferencia era que Antonio no "comía" nada. Bromas guarras. Esas también eran de las mejores. Pudo esta vez cogerla sin ningún problema ya que era más delgada y bajita que en su versión masculina. Se apresuró a mover los brazos y sujetar sus piernas. Sintió los brazos de la hispana rodear su cuello y algo más, sus pechos apretados (mucho) contra su espalda. Eh... Pues no estaban mal formados, no...
- ¡Estás más fuerte y todo! -exclamó España contenta.
- No es que esté más fuerte, es que eres más liviana.
- Liviano.
- ¡Se me hace difícil referirme a ti en masculino cuando tengo tus pechos apretados contra mi espalda, ¿sabes?! -exclamó perdiendo un poco los nervios.
No podía evitar llamar a las cosas por su género. Por mucho que supiese que esa mujer despampanante era su amigo de toda la vida, no podía evitar verla y apreciar que era una dama y tratarla como tal. Aunque cuando se ponía así de insoportable perdía las maneras. Antonio aflojó el agarre de sus manos y pudo sentir como la presión sobre su busto se reducía.
- La verdad es que es muy incómodo. No puedo abrazarte tan fuerte como antes porque me duele. No entiendo cómo somos tan brutos de a veces apretar tanto un pecho. Debe dolerles. Siendo sinceros, no creo que les guste tanto como parece. -murmuró.
- Yo no aprieto pechos. Una vez lo hice y me llevé una buena bofetada. Todos creéis que sólo me sirve para sufrir dolor en las mejillas, pero cada golpe es una sabia lección que no olvido. Hemos llegado. ¿Vas a bajarte ya?
- Es que me coges con tanta facilidad que me dan ganas de quedarme aquí un buen rato... -dijo despreocupada.
El galo hizo rodar su mirada. Pues no pensaba cargarla por toda la casa. Se acercó a la cama, se puso de espaldas y soltó las piernas y sus brazos. Escuchó un pequeño grito y el golpe de su cuerpo caer sobre el colchón. Se giró y la vio tumbada sobre la cama. Su cuerpo se movió por instinto y apoyó las manos a cada lado de la muchacha, aún con los pies sobre el suelo.
- ¿Y ahora qué? -dijo con una sonrisilla.
España conocía bien esa sonrisilla de: "¿Nos metemos mano?" que era la frase que había omitido pero que en realidad completaba a la primera pregunta. Era usual que la utilizara, y era aún más normal que la ignorase como si nunca hubiese ocurrido. Eso le había ganado (entre otras cosas de las que realmente no era consciente) el título de despistado. No se esforzaría en negar que fuese totalmente inconsciente de las insinuaciones de la gente ya que eso le venía bien para que no insistieran en algo que, en ese momento, no deseaba. Con agilidad que incluso le sorprendía a ella misma, Antonio se deslizó hasta quedar sentada en el suelo, pasó entre las piernas de Francia y se incorporó al otro lado, con una sonrisa deslumbrante.
- Ahora vamos a hacer la cama.
- Me das ilusiones y luego me las quitas con una facilidad... -dijo Francia con aire solemne y unas pequeñas lagrimitas frustradas en la comisura de los ojos.
- Venga, venga... -dijo la hispana con una sonrisa conciliadora y dándole pequeñas palmaditas en el hombro- Es ya muy tarde, mejor que hagamos la cama y nos vayamos a dormir. Cada uno en su habitación, no te emociones.
El galo suspiró pesadamente y empezó a sacar las sábanas y demás mientras refunfuñaba por lo bajo, aunque de manera audible. Se quejaba de que precisamente las cosas más interesantes se hacían tarde, de que era extraño que viniese a casa y que durmiese en otra cama y cosas por el estilo. Antonio se esforzó en hacer ver que no escuchaba ni una palabra y le ayudó a estirar bien las sábanas sobre el colchón. Unos minutos después habían terminado y Francis rebuscaba entre cosas algo que pudiera usar de pijama.
- ¿No tienes una camisa vieja que no uses? No debes frustrarte tanto por no tener ropa.
- Presumo constantemente de que Francia es el lugar de donde la moda sale y que París tiene a los mejores diseñadores y ahora no tengo un maldito pijama que dejarte. ¡Claro que estoy frustrado! Debo tener ropa de mujer.
- ¿Para qué? -le dijo la española arqueando una ceja- No tiene sentido que te dé un berrinche por una cosa así. No pienso convertirme más en mujer y, a menos que quieras invitar a alguna para vestirla, dudo que sea de mucha utilidad que tengas ropa de mujer guardada en un armario. No seas irracional.
- ... Está bien. Pero mañana te compraremos ropa para estas semanas. No puedo permitir que vayas por ahí con estas pintas.
- Te preocupas demasiado... -murmuró Antonio mirando de manera curiosa a la nación gala. Es que se lo estaba tomando demasiado a la tremenda. Era de un catastrofista... Cuando las cosas no iban bien se montaba unos dramas en los que parecía que el mundo iba a terminarse en cualquier momento- En serio, déjame una camisa vieja y deja de fruncir el ceño ya de una vez.
Resoplando, Francia se marchó a su cuarto a buscar una camisa. España se quedó mirando la puerta y sonrió resignadamente. Aunque era agradable ver que alguien se preocupaba por detalles tan tontos como ese sólo por su bienestar.
De entre las cosas que tenía en su armario, el rubio sacó una camisa vieja y se la quedó mirando durante un rato largo. El puño estaba arrugado y la prenda un poco amarillenta. Tiró un poco y sonó a viejo. Se quedó mirando la ropa. Esa camisa tenía ya demasiados años y debía tirarla. Finalmente se decidió y cogió una de su propio armario. Era cierto que cuando alguien se ponía una prenda de ropa para dormir parecía que perdía su calidad y se convertía en algo que sólo se podía llevar en la cama, pero lo que no iba a hacer era dejar que Antonio llevara para dormir una camisa que crujía de lo vieja que era. De hecho, antes de regresar a la habitación de invitados, Francia tiró esa camisa para olvidarse cuanto antes de haber poseído una prenda de ropa en tan deplorable estado. Cuando llegó, se le cayó la expresión del rostro cuando encontró a Antonio tumbada sobre la cama, bocarriba y con las manos sobre los pechos, toqueteándolos de nuevo.
- Te las vas a desgastar... Eres un vicioso. -dijo Francia frunciendo el ceño mientras se acercaba a la mujer y le pasaba la camisa.
- Lo dices porque tienes envidia. Si tú tuvieses pechos estoy seguro de que te pasarías el día con las manos sobre ellos. Es curioso y es el primer día que tengo. Deja que me aburra y ya no me pasaré el día con las manos sobre ellos.
- Podrías dejar que los tocara un poco... -replicó Francis haciendo un mohín- Soy tu amigo y los amigos hacen esas cosas.
- Según tu criterio, los buenos amigos de verdad dejan que los lleves a la cama y que tengan sexo salvaje contigo. ¿Qué te crees? ¿Qué iba a olvidarme de aquella excusa patética que me diste un día? No vas a tocarme las tetas.
- ¡Eres una bestia sin sentimientos! ¡Tienes un corazón de hielo! ¡El país de la pasión dicen...! ¡Mentiras! ¡El país de la estrechez!
- Ignoro tus tonterías, Francia. No me lo tomo en serio porque sé que ahora mismo no hablas tú, hablan tus celos y tu desesperación por manosear todo lo que te parece atractivo. Ahora tú y tus manos quiero que salgáis de esta habitación, vayáis a la tuya y os acostéis en la cama.
- Esto es muy injusto.
- Y no te toques.
- No te prometo nada. -murmuró a regañadientes Francia saliendo de la habitación.
España se rió y cuando supo que estaba sola en la habitación se quitó la camiseta, los pantalones y se puso la camisa. Le quedaba grande y gracias a eso le cubría hasta casi la mitad de los muslos. Se echó sobre la cama de matrimonio, se cubrió y suspiró pesadamente. Le parecía hasta extraño escuchar la que ahora era su propia voz. Maldito Inglaterra, lo iba a patear hasta la muerte cuando volviera a ser un chico.
Hacía tanto que no publicaba nada que no fuese AU que hasta se hace raro xD... ¡Buenas! ¡Un nuevo fic! Este es cortito también. Gracias a Maruychan por ayudarme con el título, tuve un montón de problemas ;_;... Sobre el argumento del fic... Se me ocurrieron cosas random sobre qué pasaría si Antonio se convirtiese en mujer y quise hacerlo. Sé que es un argumento típico, pero voy a poner cosas en mi estilo. La primera prueba es Antonio tocándose el pecho a sol y sombra xD... Es un hombre, no le demos más crédito, seguro que se los tocaría sin parar xD Pensé en cambiarle el nombre a Antonio, para que la narración tuviera más sentido y no se viese que luego usaba el verbo en femenino, pero el personaje, internamente, se me rebotó y me impidió buscarle un nombre ovo'...
Este fic serán 5 capítulos, ya os lo avanzo.
Espero que os guste~
Perdón por la tardanza. Juro que la semana que viene el viernes subo el nuevo capítulo. Con todo esto de que el viernes era fiesta, se me fue el santo al cielo.
Un saludo.
Miruru.
