El nombre de nuestro protagonista... bueno, la verdad es que no importa. Pero en Internet, suele hacerse llamar "Volgrand".
Volgrand es un tipo que ya ha visto 28 primaveras. Enfermero de profesión, y friki de vocación. No hay día en que algún amigo no le diga "Pero mira que eres friki, Volgrand". Y es que a la hora de hablar de vídeo juegos, mitología, historia, juegos de rol o series de distintos tipos... puede estarse hablando durante horas. Fijaos si tiene tiempo libre, que hasta suele hacer un podcast semanal criticando fanfiction. ¡Ya hay que ser friki!
Eso por no mencionar las veces que acude, disfrazado cual engendro medieval salido de la imaginación de Michael Bay, a reunirse con varios centenares de frikis más para matarse a espadazos de goma espuma.
Pero, ¿y por qué estamos hablando de este pobre intento de ser humano? Bueno, la verdad es que todo comenzó una mañana en que Volgrand iba al trabajo. Vive en Inglaterra, ya que todos sabemos que trabajar en España siendo un friki honrado es, en el mejor de los casos, complicado. Así que se despertó, y el acogedor clima británico lo recibió con todo su esplendor: Lluvia, viento y frío. Mirando por la ventana, Volgrand se puso las gafas y bostezó, con el rizado pelo marrón flotando sobre su cabeza como un halo fantasmagórico y afro.
—Puta mierda de tiempo...
El primer reto de la mañana: desayunar. Resultado: no quedaba pan bimbo. La leche estaba cortada, tenía té, pero no le quedaba azúcar. Y la nutella, por más que digan, a cucharadas no es lo mismo.
—Cagontó...
"No pasa nada", pensó Volgrand. De camino al hospital se pararía en su Coffee favorito y se compraría una pasta y un café para llevar -hay que reconocer que, en Inglaterra, el café instantáneo estilo "Starbucks" es casi tan típico como la reina en persona-.
Tras una rápida ducha -y descubrir que no le quedaba champú- Volgrand logró adecentar su peinado hasta algo que no le hiciera parecer un cruce entre Beethoven y un científico loco. Era necesario no parecer estar loco. Volgrand trabajaba en neurología, y había doctores que tendían a confundir a los enfermos con los enfermeros. Mejor no tentar a la suerte.
Salió a la calle, y el viento se encargó de acabar con su peinado. Mientras caminaba, su su melena fue pasando distintos estados: Desde el "decentemente peinado" pasó al estado "Pinkie Pie estaría orgullosa", para acabar siendo la envidia de Fluffle Puff.
Refunfuñando llegó hasta su bicicleta, sacó la llave, y empezó a luchar con el candado. Ese jodido candado que siempre se atascaba, sin importar lo que hiciera. Ese candado que hacía que cada mañana, sin excepción, tardara más en llegar al trabajo en bicicleta que andando. Ese maldito candado que algún día iba cambiar por otro... pero siempre le daba pereza.
Y esa mañana, el candado se cobró su venganza por los meses de insultos, violencia y maltrato recibido. Volgrand metió la llave, la giró...
"CLACK".
...y se partió en dos. Durante unos segundos, el enfermero miró la mitad que se había quedado en su mano.
—Su puta madre.
Pero Volgrand, paciente y acostumbrado a que la existencia lo "trollee", lo miró de otro punto de vista: Llegaba al trabajo más rápido a pie que en bicicleta. Quizá ese candado roto le hiciera ganar unos minutos para disfrutar de un desayuno en condiciones. Caro -como todo en Inglaterra-, pero lleno de energía.
Así que fue hacia el hospital, y por el camino se detuvo en el coffee. Iba a pedirse un cappuccino, como planeaba, pero esa mañana se sentía más dulzón de lo normal. Así que pidió un chocolate, y además que lo cubrieran con azúcar de colorines -ya sabéis, ese azúcar que parecen gusanitos de colores-. Y también se pidió un Donut de fresa glaseado. Si hay que desayunar poco sano, se desayuna poco sano pero sabroso. Y a falta de un desayuno inglés compuesto por salchichas, huevos fritos, habichuelas, pan frito y tomate asado... ¿qué mejor que un Donut rosa?
Lo que Volgrand no sabía es que, mientras hacía su pedido en el establecimiento, una serie de acontecimientos ocurrieron en la calle. Y es que el mundo es curioso, y las cosas pueden ser tan casuales que a veces parecen hechas a propósito. Porque, a quien se le contara lo que le ocurrió esa mañana a Volgrand, respondería "¿Te estás jodiendo de mi?".
A un centenar de metros del coffee donde nuestro desdichado protagonista pedía su desayuno, un camionero salió de un bar. Era un camionero francés, al igual que su camión. Traía un cargamento desde tierras galas. Los famosos "Lapins". Conejos adorables y blancos del tamaño de una zarigüella hiperhormonada, destinados no precísamente a ser la adorable mascota de un niño anglosajón. No, esos conejos estaban engordados de forma saludable, criados en campos enormes para que corrieran, obteniendo así una carne dura, pero muy sabrosa.
Una delicia, si es que sabes cocinarlos bien.
Y nuestro camionero, Pierre, traía más de doscientos ejemplares en una enorme jaula dentro de su camión. Así que Pierre, tras tomar su propio desayuno -una cerveza bien fría y un café, por supuesto- volvió a su vehículo. Se subió y arrancó, tomando la primera curva y poniéndose correctamente en el carril de la derecha. En seguida vio que un coche venía en dirección contraria y le pitaba.
—Ouh merde, mais qu'est qu'il fait ce connard?
Pierre vio que el "connard" volvía al carril que le correspondía. Por supuesto, él llevaba la derecha, ¿por qué iba a apartarse? Pero entonces empezó a ver los carteles en inglés al revés, y las señales de tráfico dándole tozudamente la espalda. Y cayó en la cuenta de que en Gran Bretaña se conduce por la izquierda.
Cayó en la cuenta cuando un enorme camionarro salió de su derecha y giró a la izquierda... y ambos bólidos se lanzaron el uno contra el otro.
—Merde allors! —gritó Pierre
—Bloody hell! — gritó el conductor inglés.
Los dos conductores giraron de un volantazo, evitando chocar... pero ¡CRAS! chocaron contra los edificios a ambos lados de la calle. Ambos, ilesos, bajaron de sus vehículos para ver los daños provocados.
Pero nada les preparaba para el desastre que iban a presenciar.
La caja del camión de Pierre se rompió, y la jaula de los conejos con ella. Los enormes "lapins" salieron a la vez de su encierro, ansiosos por estirar sus musculosas y carnosas patas. No encontraron césped que comer, ¡pero qué importaba! Los conejos eran felices correteando entre las calles de Oxford, mientras varias decenas de personas reían ante la escena.
Dejaron de reír cuando el otro conductor miró dentro de la caja de su camión y palideció. Se preocuparon cuando le escucharon gritar "OH SHIT!". Y decidieron imitarle cuando echó a correr alejándose del vehículo.
En pocos segundos se descubrió por qué ese buen y honrado trabajador anglosajón corría por su vida. En concreto, cuando sonó un agudo silbido seguido de un sonoro "¡Pop!".
El primero de los cohetes del cargagmento de fuegos artificiales que llevaba había estallado. El primero de cientos. Poco a poco, una cacofonía de silbidos y explosiones resonaban en la calle, mientras los aterrorizados Oxfordianos corrían por sus vidas.
Los conejos miraron la primera explosión y se quedaron quietos, con los ojos muy abiertos. A la segunda, dieron un paso atrás. Antes de que sonara la tercera, comenzó la estampida.
Y es que el destino, a veces, es chistoso. Si Volgrand hubiera tenido un desayuno en casa, a esas horas ya estaría en el trabajo. Si el candado de la bici no se hubiera roto, Volgrand aún no habría llegado a la zona. Si Volgrand hubiese dado el importe justo al pagar, no se habría tenido que entretener en guardar el cambio en su cochambrosa cartera. Si no se hubiese entretenido en echarle un toque de canela y cacao a su café, habría salido unos segundos antes.
Si cualquiera de estas cosas hubiese ocurrido de otra forma, Volgrand no habría estado en la calle para cuando llegara la adorable estampida blanca.
Cuando Volgrand salió a fuera escuchó gritos a su izquierda. Se giró, y sólo atinó a ver una liebre saltando ágilmente un cubo de basura, con tan mala pata que fue a caer sobre la cabeza de Volgrand. Éste golpeó instintivamente al bólido que le atacaba levantando las manos. El chocolate se le escapó y, como a cámara lenta, dio vueltas sobre el desdichado enfermero. La tapa de plástico se abrió, y el hirviente, dulce y colorido contenido se expandió en el aire como una galaxia de confetti.
Volgrand no pudo apreciar el espectáculo hasta que todo él cayó sobre su cabeza.
—¡AAAARGH!¡QUEMA!¡QUEMA!
Cegado por la temperatura y el azúcar de colorines, Volgrand no vio venir el resto de la estampida. Sólo notó varios cientos de golpes en las tibias. Trató de dar un paso, pero puso la pata sobre un conejo que, al revolverse le hizo caer. Cuando Volgrand logró abrir los ojos, sólo vio a cientos, miles de conejos corriendo sobre él y pisoteándolo con sus adorables y blandas pezuñitas. Gritó e intentó levantarse, pero era inútil: tal era la estampida que cualquier intento de levantarse quedaba frustrado con una aún más patética caída. El mundo se fundió en la maraña de blanco pelaje que pasaba sobre su cabeza, y al final Volgrand se quedó tumbado y esperó a que todo pasara.
Total, el día ya no podía ir peor.
De pronto, un resplandor cegó a nuestro pobre protagonista. Volgrand pensó que los conejos habían pasado ya, y que casualmente el sol había salido, deslumbrándolo. Pero una especie de cortocircuito tuvo lugar en su cerebro. Esa sensación punzante de que hay algo que no cuadra.
—Un momento —murmuró Volgrand desde el suelo—, ¿sol en Inglaterra?¡Eso no es posible!
Se levantó, y al apoyar sus manos en el suelo notó que no estaba sobre el asfalto: Estaba tumbado en un campo de césped tan verde que parecía irreal. Miró hacia los lados, y evidentemente vio una estampida de conejos alejándose de él. Peo no había edificios, no había carreteras ni pavimento, y de Oxford no quedaba ni rastro. Miró hacia arriba para ver que el cielo, azul como nunca lo había visto, tenía unas pocas nubes que parecían tener una función más ornamental que no climatológica. Hacia lo que dedujo que era el norte vio que había un frondoso bosque. Un caminito surgía del mismo, cruzaba un arroyo con un colorido puente, y llegaba a un pueblo que había visto en la pantalla de su ordenador. Y también sobre cuyos habitantes había despellejado varios fanficts.
Se sentó en el suelo y se pasó la mano por la frente. La retiró cubierta de azúcar de colorines y restos de chocolate caliente.
—Esto tiene que ser una broma. Los de Just for Laughts o algo así, seguro. ¿Dónde está la cámara?
Pero no fue una cámara lo que vio. Notó un movimiento sobre su cabeza. "Debe ser un pájaro borracho", pensó. Pero al mirar vio que en realidad no era un pájaro: Era una pegaso. De pelaje gris, crin rubia. Tenía los ojos bizcos en una divertida expresión, y sobre su cabeza llevaba una gorra de cartero. También portaba una enorme bolsa con cartas, de la que caían sobres de forma esporádica.
—¡Buenos días señor mono sin pelo! —gritó Derpy sin alterarse lo más mínimo ante la presencia del humano.
Volgrand se quitó las gafas y las limpió de los restos de bebida. Era un gesto que solía hacer mientras intentaba procesar una gran cantidad de información que, aparentemente, no tenía sentido.
—Recapitulemos: Me he despertado, hacía un día de mierda, no tenía desayuno ni champú. He ido al Coffee, me he comprado un chocolate con muchos colorines y un Donut. Al salir un conejo me ha saltado encima, ¡en el centro de Oxford! y me ha tirado el chocolate hirviendo encima. Que por cierto, todavía me arde la cara. Y después, una estampida de conejos me ha atropellado, y al levantarme me he despertado en Ecuestria.
Volgrand parpadeó un par de veces mientras se ponía de nuevo las gafas, enfocando el mundo para él. No había duda: Desde ahí reconocía el SugarFree Corner, el puente en el que Fluttershy pateó dos carretas en el episodio del minotauro, y el bosque Everfree.
—Curiosamente, es lo más racional que me ha ocurrido últimamente... ¿Y ahora cómo vuelvo yo a casa?
Volgrand era un Brony, cierto. No le desagradaba la idea de conocer en persona a varios de los personajes de la serie. Pero de ahí a pasarse toda la vida en un mundo arriesgándose a sufrir un coma diabético sólo por mirar donde no debiera no acababa de hacerle ilusión.
Y por no contar que debería hacerse vegetariano. ¡Eso nunca!
—Bien —dijo Volgrand hablando para sí mismo en voz alta—, en todos los fanfiction de humanos en Ecuestria, la solución suele ser: A) Twilight o las princesas abren un portal para que vuelva a mi mundo. B) Hay que ir a buscar algún objeto para que pueda volver. C) Tengo que aprender una lección sobre la amistad y el amor para que se me permita volver. Oh por favor, que no sea la C.
Pero bueno, Volgrand solía verlo todo del buen punto de vista. Y es que unos días en Ecuestria podían ser todas unas vacaciones. Cómo iba a explicarlo en el trabajo era otra historia...
—¡Lo juro!¡Estuve en Ecuestria!¡Y había ponis!¡Y me hablaban!¡Sacadme de aquí, cabrones, no estoy loco!
—Es un caso perdido — dijo el médico a la enfermera — ponedlo en la habitación acolchada.
—Doctor, ¿qué pudo ocurrirle? ¡Era un enfermero competente y cuerdo!
—Sin duda, que te atropelle una estampida de conejos es más traumático de lo que nadie habría podido imaginar...
Volgrand intentó alejar ese perturbador camino del destino de su cabeza. Tendría que inventarse una buena excusa. Pero al tema, necesitaba saber cómo demonios había llegado ahí. Ahora sólo podía pensar en un poni que quizá tuviera información al respecto: La alicornio Twilight Sparkle.
Se preguntaba en qué momento de la serie estaba. El último episodio fue en el que Twilight se convertía en alicornio -y Celestia demostraba que era una voyeur de tomo y lomo... espiar a su alumna desde que era niña, ¡hay que ser depravada!-. Se levantó y se acercó al río para lavarse la cara. El agua era muy cristalina, y el frescor le calmó el ardor. Pero lo que es limpiar... no funcionó tan bien. Sin jabón para despegar los restos de chocolate y azúcar, acabo con la cara blanquecina con chorretones de chocolate seco por todo. Parecía el maquillaje cutre de un disfraz de Halloween.
Resignado a destacar dulcemente -como si un humano no destacara ya lo suficiente en un mundo de ponis- cruzó el puente y se adentró en PonyVille. Había bastante actividad, y pudo ver varios puestos comerciantes. ¿Era día de mercado? Los ponis hablaban entre ellos animadamente, comprando y vendiendo distintas cosas. Pero, a medida que el humano se acercaba, fueron guardando silencio.
Volgrand esperaba un ataque de pánico, pero por el momento no ocurrió nada. Sólo le miraban en silencio, con la boca abierta y los ojos como platos. Buscó un poco, pero no logró ver la casa árbol de Twilight.
"Qué extrano. Este pueblo parece mucho más pequeño en la serie" pensó para sí mismo. "Quizá necesite preguntar por la dirección".
El humano se fijó en una yegua cercana y se acercó. Pelaje amarillo, pelo azul y rosa... ¿era Bon-bon? A medida que se aproximaba, Bon-bon dio un paso atrás. Sus pupilas se fueron empequeñeciendo, mientras un mar de gotas de sudor frío cubrían su rostro. Empezó a temblar, aterrorizada, incapaz de articular palabra o de reaccionar ante esa pesadilla viviente que se le aproximaba.
Volgrand, como buen enfermero que debería ser capaz de intuir los sentimientos de los que le rodean... no se dio cuenta de nada.
—Disculpe, señorita...
—¡UN MONO SIN PELO! —gritó Bon-bon
—¡Y HABLA! — masculló otro poni
—¡Y está blanco como la leche! —berreó alguien
—¡Y tiene sangre seca en el pelaje! —Exclamó Bon-bon mirando al humano de cerca
—¡UN MONO SIN PELO ZOMBIE QUE HABLA!
Y entonces empezó la estampida que Volgrand había esperado. Todos los ponis a su alrededor empezaron a gritar como ovejas histéricas y a correr en todas direcciones. La mayoría abandonó el pueblo hacia, el resto se encerraron en sus casas, atrancando puertas y ventanas con tablones de madera.
—¡Que no estoy muerto, ponis estúpidos!¡Sólo estoy cubierto de azúcar y chocolate!
Una pequeña idea que me rondaba por la cabeza.
Este fict pretende ser una parodia de otros fics de HiE.
A ver si nos echamos unas risas :)
