Hora de aventura y sus personajes no me pertenecen a mí, sino a Pendleton Ward, Cartoon Network y al equipo de trabajo que desarrolló la serie.

Hay pocas cosas que Laura Fields deteste tanto como a Hunson Abadeer. Una de ellas es la forma tan estrepitosa (y casi ceremoniosa) que su compañero de clases tiene cada inicio de semestre para entrar al aula. Este año, ella intentaba concentrarse religiosamente en la lectura de su novela favorita (Orgullo y prejuicio, of course), decidida a ignorar por completo el escándalo que el adolescente decidiera hacer. Lo habría logrado de no ser porque, esta vez, al chico le pareció una excelente idea juntar algunos de sus mejores amigos y cantar We will rock you a todo pulmón desde que puso un pie en las instalaciones de la preparatoria.

Contrario a lo que Laura esperaría, parecía ser que todos en la escuela adoraban el bullicio que la presencia del susodicho implicaba, puesto que cada metro que avanzaban en el pasillo acrecentaba el número de palmas golpeando al ritmo de la canción de Queen que era entonada por un grupo de cinco muchachos. No tardaron mucho en entrar al salón. La joven de 17 años no pudo hacer nada, sino llevar ambas manos al rostro mientras ahogaba un gruñido de frustración. Sus compañeros ocupaban distintas sillas (todos de pie) para entonar el final de la melodía y Hunson movía los dedos como si orquestara la filarmónica.

Definitivamente a él le encantaba ser el centro de atención, sobre todo cuando esa atención le era brindada por mujeres.

Sinceramente, Laura no lograba entender por qué alguien con un ímpetu tan problemático querría siquiera pararse en la escuela. No era como si se esforzara un poco en cualquiera de sus materias ni parecía importarle un comino cada amenaza de expulsión que le habían lanzado durante los dos años que habían pasado ya en la institución. Incluso se rehusaba a recibir cualquier tipo de tutoría que la dirección se encargaba de ofrecerle a fin de que subieran sus calificaciones. No. Hunson Abadeer definitivamente no era material escolar y ninguno de los esfuerzos que nadie hiciera por él conseguiría meterlo en ninguna universidad. Nunca.

-Muy bien, ya fue suficiente-la profesora Betty Groff entraba al aula con un puñado de libros bajo el brazo que colocó sobre el escritorio.-Es en serio, bajen ya todos de los pupitres. Necesito que comencemos con esto de inmediato.

La asignatura de Biología no era exactamente la favorita de Fields, y Groff tampoco era la persona más agradable del mundo, pero vaya que la chica agradecía con todo su corazón la mano de hierro con que esa mujer era capaz de poner orden en menos de diez segundos. Todos los responsables del escándalo habían bajaron del mobiliario escolar y tomaron asiento. De este modo, la doctora Groff pudo dar inicio.

-Por favor, Patience, tienes que admitir que el sujeto es muy molesto. Todo lo que hace está completamente fuera de lugar.

-El problema aquí, querida Laura,-decía mientras se reclinaba sobre la mesa de la cafetería para alcanzar con el índice la frente de su mejor amiga y aplicar una ligera presión sobre ésta-es que te tomas todo demasiado en serio. Relájate un poco, ¿sí?

-¿Cómo esperas que me relaje si no puedo tener diez minutos de tranquilidad en esta escuela? ¡Y todavía nos quedan dos años más por delante!

-Estás exagerando.

La chica estuvo a punto de objetar y lo habría hecho de no ser porque un grito atravesó la habitación.

-¿Ves lo que te digo?-fue la respuesta que dio a su mejor amiga luego de que precisamente la persona de quien hablaban anunciara una guerra de comida, a la cual, el 75% de los presentes decidió llevar la corriente.

-No es taaaaaaaaan malo.-Patience insistió.

-¿Qué sería lo suficientemente malo para ti?

-Créeme, tratandose de la familia Abadeer, podría ser muchísimo peor.

-Cómo sea.-Fue la única respuesta de Laura antes de darse cuenta de que en realidad, nunca había escuchado nada de la familia del susodicho. Despegó la mirada de su plato y alzó una ceja mientras observaba de nuevo a Patience.-¿Qué sabes tú de los Abadeer?

Tras percatarse de que tal vez había dicho demasiado, la chica puso los ojos como platos . Desafortunadamente (o no) una serie de cosas que ocurrieron a la vez interrumpió la conversación entre las dos adolescentes: por un lado, Cherry, una de las porristas del colegio, lanzó un grito cuando alguien derramó un vaso de agua helada sobre ella; Patience entró en pánico y dio un mal trago al refresco que sostenía; y, finalmente, un plato de comida golpeó el rostro de la otra adolescente. Así, una de ellas le daba palmadas en la espalda a la otra para que volviera a respirar mientras con su mano libre trataba de quitarse el puré de papa que le había quedado en el cabello.

-Creo que deberíamos ir a lavarte al baño.-Dijo Patience una vez que hubo recuperado el aliento.

-Por favor.

Esa tarde, Hunson se encontraba en una sala de cine viendo una película que definitivamente no le interesaba en absoluto al lado de una rubia con la que compartía clase de música y cuyo nombre no lograba recordar. No es que el joven Abadeer fuera un patán y por ello nunca pusiera atención a detalles importantes como el nombre de una persona, pero básicamente era un patán y nunca ponía atención a detalles importantes como el nombre de una persona. Tampoco permanecía indiferente ante el pequeño problema, ya que sabía que las mujeres humanas podían llegar a ser demasiado sensibles y todos sus planes quedarían arruinados si de repente decía el nombre equivocado para dirigirse a ella o no decía nada de plano. Pasó una mano por su cabello y rodeó con el otro brazo los hombros de la chica.

Ella, como respuesta al contacto, se reclinó sobre él y le lanzó una sonrisa que él devolvió. Una a una, la chica iba agotando las palomitas que Hunson mantenía en su regazo y las cuales no había tocado durante toda la proyección de la película.

La función terminó y la pareja se levantó de sus asientos. Él, en una especie de gesto romántico, se quitó la chaqueta de cuero para cubrir del frío a su acompañante. Colocando una mano en su espalda y sujetando el recipiente de palomitas vacío con la otra, la dirigió hacia la salida y, eventualmente, hacia su auto.

-¿A dónde quieres ir ahora?-Preguntó él

-Pensaba que estaría bien que pasaramos un rato en mi casa, ya sabes, tal vez podríamos comer algo además de las palomitas.-Contestó la adolescente cuyo nombre Hunson no lograba recordar, ignorando por completo el hecho de que él no era en absoluto fanático de la comida humana y que tampoco había probado las palomitas en toda la tarde.

-Tus deseos son órdenes.

Estacionó el coche a la entrada de su domicilio sobre la media noche. Lo de esa tarde había sido un nuevo homerun en la lista de Abadeer. Una vez que bajó del auto, se aproximó a la puerta y sacó las llaves para abrir. Por supuesto, no llamaría de nuevo a la chica, ¿dónde quedaría su reputación después de eso? Cerró tras de sí y arrojó la mochila en el pasillo. Ya ni siquiera se molestaba más en tratar de recordar su nombre. Claro que ella lo mencionó en algún momento cuando su padre llamó por teléfono para asegurarse de que estuviera en casa mientras él se encontraba en ese viaje de negocios, pero Hunson estaba demasiado ocupado contemplando a la mujer sin blusa como para ponerle atención a cualquier cosa que dijera. Atravesó la sala desamueblada y se dirigió a las escaleras que daban al sótano.

Nada ocupaba el cuarto debajo de la casa, excepto por un portal blindado de cuya llave sólo Hunson guardaba una copia. Cruzó sin mayor ceremonia y en un santiamén ya se encontraba en su verdadera habitación en la Nochéosfera. Tomó una tiza con la que marcó una línea más a su pared donde almacenaba la cantidad de conquistas que había alcanzado hasta la fecha.

-Tu obsesión con las hembras humanas me parece cada vez más repugnante.

-Lo que pasa, querido David, es que tú eres un amargado. Deberías salir a divertirte más seguido.

-Es una vergüenza que el heredero de un lugar tan magnífico como la Nocheósfera gaste su tiempo tonteando con mujeres estúpidas. Ya deberías saberlo.-David Abadeer era el segundo hijo de Abraham Abadeer, el gobernante del inframundo, lo cual lo convertía en el segundo en la línea de sucesión al trono.

Hunson tuvo el pequeño impulso por levantarse de su cama y hacerle afrenta a su hermano menor, pero decidió mejor que no valía la pena dar cualquier tipo de movimiento por él y permaneció acostado.

-No es mi problema que busques cualquier excusa en todo lo que hago para buscar que papá te nombre su heredero. ¿Quieres llorar el resto de la eternidad porque soy mejor que tú y hago cosas para disfrutar de mi existencia? Pues bien, pero lárgate, por favor, a donde yo no pueda verte.

-Eres un imbécil. Disfruta todo lo que quieras, pero a este paso lo perderás todo.

Hunson no se inmutaba ante las amenazas de David, tampoco hizo movimiento alguno cuando éste cerró la puerta tras de sí con un golpe un poco más fuerte del necesario. Estaba ya bastante acostumbrado a este tipo de disputas.

Simon Petrikov acababa de regresar de un viaje que le habría tomado todas las vacaciones de verano, apenas a tiempo para iniciar el semestre tanto en la preparatoria como en la universidad. Encontró a su prometida Betty, con la que vivía desde unos meses antes de partir, sentada en el sofá de la sala. Apenas se percató de la llegada (un día después de lo esperado) de su novio, dado que mantenía sus ojos puestos en su lectura. Él aprovechó su distracción para cubrirle los ojos por la espalda, a lo cual, la única reacción de Betty fue la de sonreír.

La mujer tomó el separador que tenía a la mano para ponerlo dentro del libro y dejarlo en la mesa de centro, llevó sus manos a las que estaban puestas en sus ojos y las retiró, sin dejar de sujetarlas, para poder dar la media vuelta, de modo que quedara de rodillas sobre el sofá y de frente con el amor de su vida.

-Te extrañé muchísimo.

-Y yo a ti, Simon.

-¿Quieres ir a la mesa? Encontré muchísimas cosas que creo que te gustará ver. -Petrikov era profesor de historia y doctorante en Antropología con especialización en arqueología por la Universidad de Nueva York. Aunque no había sido su deseo partir sin Betty a ese viaje de investigación, ambos eran perfectamente conscientes de la importancia que éste tenía para su tesis de grado.

Betty sólo asintió como respuesta a su petición.

Tomaron asiento uno al lado del otro y sólo se soltaron las manos en el momento que fue absolutamente necesario para que Simon pudiera extraer algunos objetos de su equipaje. Además de arquéologo, era anticuario. Muchas de las cosas que los investigadores no querían conservar para sus universidades, las conservaba. Lo primero que sacó de la maleta era un jarrón envuelto en plástico de burbujas que lo mantenía seguro.

-Este jarrón-decía mientras retiraba la envoltura cuidadosamente con un cúter-fue encontrado en las proximidades de la piramide que fuimos a investigar. Lo curioso es que ni la edificación ni el estilo de este objeto pertenecen a ninguna cultura conocida hasta ahora. ¿Notas los detalles aquí? ¿El trenzado en zigzag?-Groff, quien escuchaba atentamente, afirmó con un movimiento de cabeza.-Bueno, el pigmento se encuentra desgastado, pero tenemos razones para pensar que corresponde a cuatro colores distintos: Rosa, azul, verde y rojo. Una combinación bastante peculiar si tomamos en cuenta que no corresponde a las normas estéticas que conocemos en occidente. Ahora, esto-se agachaba para sacar un segundo objeto (en esta ocasión, un libro) y colocarlo sobre la mesa-parece sacado de una novela de Umberto Eco. Mira los detalles. Los colores no se perdieron porque las pastas están elaboradas con acabado metálico. Lamentablemente-pasaba delicadamente algunas de las páginas-todo el contenido se encuentra en no sólo en una lengua que desconocemos, sino en un sistema de escritura que nadie había visto hasta ahora.

-¿Qué dijeron los lingüístas del equipo?

-Opinan que si encontráramos algo en el libro que nos ayude a averiguar algún aspecto cualquiera de la lengua, entonces podríamos estar frente a un hallazgo tan importante como la piedra Roseta, pero mientras no lo logren, se parece muchísimo más al manuscrito Voynich.

-¿Cómo fue que te dejaron conservar eso?

-No lo hicieron, tengo que llevarlo con Phillip cuando vaya a la universidad. Él es el bibliotecólogo más experimentado que conocemos, puede darnos un diagnóstico sobre el estado de este ejemplar y las mejores recomendaciones para su conservación sin comprometer su integridad. Incluso, si los resultados son optimistas, podríamos pensar en su digitalización.

-Entiendo.

-Sin embargo, esto no es, ni de lejos, lo más interesante de la expedición. Nadie pareció prestar atención a este objeto de aquí y me dejaron traerlo conmigo, pero a mí, francamente, me parece fascinante.

El joven profesor de universidad posó sobre la mesa una corona de oro con lo que parecían ser tres rubíes de dos tamaños distintos.

Para Laura Fields, era casi una ceremonia hacer sus tareas. Nadie nunca pensaría en ella acostada en su cama sosteniendo la laptop en su regazo o en cualquier tipo de caos distinto. Ella mantenía más bien una postura impecable, sentada al escritorio, con los libros abiertos a un lado de la computadora, un par de ventanas abiertas en el navegador, las cuales exploraba ocasionalmente para girarse hacia el cuaderno que mantenía apoyado en la pierna izquierda que mantenía cruzada zobre la derecha. A veces, cuando el trabajo no era demasiado, se tomaba la libertad de poner algo de música de fondo. No era particularmente de su interés terminar sus labores antes, más bien, cuando tenía esa oportunidad, procuraba prolongarlos de modo que tuviera un resultado mucho más cuidadoso. Ésta era una de esas ocasiones.

Si bien Laura distaba bastante de ser un genio o incluso una nerd, sí era una de las estudiantes más prometedoras de su clase, y esa era la reputación que procuraba mantener. Había dejado, como de costumbre, que una lista de reproducción de YouTube corriera libremente mientras trabajaba en el proyecto de biología que debía ser entregado la siguiente semana. Betty Groff era una profesora exigente. Somebody that I used to know, de Gotye, era la canción en turno cuando una notificación de Facebook interrumpió su flujo de trabajo. Alzó la mirada y dirigió el cursor hacia la "x" situada en la esquina superior de la ventana abierta, decidida a ignorar el mensaje y continuar con lo suyo. Entonces llegó otro. "No te atrevas a ignorarme, Fields, te conozco" eran las palabras que se leían en el cuadro de conversación con Patience Smith. Por un momento, sintió una gran necesidad de hacer lo dicho, pero era perfectamente consciente de que su mejor amiga era una persona bastante difícil de molestar y que Laura lo lograba con relativa facilidad cuando la ignoraba. "No pensaba hacerlo" fue la respuesta que le dio, pero ambas sabían de antemano que mentía.

Una nueva notificación llegó en cuestión de segundos, preguntándole a la chica si quisiera ir al centro comercial, propuesta que rechazó de inmediato, a sabiendas de que Patience no dejaría las cosas así tan fácil.

Tras algunos minutos de insistencia, Laura cedió. No era que no disfrutara salir de compras con la única amistad que conservaba desde la infancia, pero tampoco le fascinaba posponer sus responsabilidades escolares. Finalmente se despidió con la promesa de vestirse para salir. Apagó la laptop, cerró los libros, guardó sus apuntes y tomó los Converse blancos que tenía más a la mano. Estaba a punto de atarse las agujetas cuando se detuvo a contemplar sus tenis un momento. "Necesito lavarlos pronto" se dijo a sí misma antes de salir.

-Muy bien, actualízame-dijo la mujer de piel morena mientras tomaba asiento en un sillón de Starbucks, sosteniendo un café en su mano derecha.

-Las últimas noticias dicen que tu compañero favorito finalmente terminó de acostarse con el equipo completo de porristas.

-Qué sujeto tan desagradable. ¿Cómo es que hay chicas ahí afuera que siguen pensando de algún modo que eso es buena idea?

-Uff, créeme que tiene todo un repertorio de artimañas diseñadas exclusivamente para eso.

-No me sorprendería escuchar algún día que descubrieron que el hombre tiene todas las enfermedades venéreas del mundo. Me preocuparía por todas las mujeres con las que ha estado.

-No creo que eso deba ser algo que te quite el sueño.

-No, definitivamente no.-Respondió Laura sin percatarse de lo sospechosas que de repente podían llegar a ser las palabras de su acompañante.-Dejemos de hablar de él, supongo que debe de haber gente muchísimo más interesante en nuestra preparatoria y que por supuesto nosotras mismas tenemos cosas que discutir que no se traten de Hunson Abadeer.

-En eso tienes razón.-Señaló Patience, quien, emocionada, comenzó a buscar algo dentro de su bolso.

-Patie...-dijo Laura al notar el ímpetu con que su amiga removía los objetos dentro de su cartera-dime

por favor que no es lo que estoy pensando.

-¡Oh! ¡Seguro que lo es!

-¡Patience!

-¡Vamos, es divertido!-Colocó finalmente un mazo de tarot sobre la mesa.

-¡No lo es! ¡Ya sabes que quiero estudiar química! ¿Qué clase de científico deja que le lean las cartas?-Era más o menos la misma discusión cada vez que se veían en este escenario. Patience puso los ojos en blanco a la vez que simulaba un "bla bla bla" con una de sus manos mientras su mejor amiga hablaba.

-Muy bien, Laura, detente dos segundos-colocó sus manos al frente como si estuviera parando un auto a punto de atropellar a un cachorrito y no a adolescente hablando.-Te gustan las novelas, ¿cierto? Y sabes perfectamente que, cuando las lees, nada de lo que está ocurriendo es real, pero eso no te impide disfrutarlo. ¿Por qué esto es diferente?

-¡Porque es completamente distinto! ¡Las cartas no tienen poderes mágicos y no hay modo de saber el futuro!

-¡Y Darcy tampoco ama a Elizabeth porque son sólo personajes!

-¡Retráctate!-Espetó la chica levantándose de su asiento, colocando ambas manos sobre la mesa.

-¡Vamos! Que seas capaz de disfrutar Harry Potter no significa que tengas que creer en magia. Además, ustedes las personas de ciencias duras son demasiado cerrados ante otras formas de conocimiento...

-No soy aún una persona "de ciencias duras"-interrumpió marcando unas comillas en el aire.

-Pero piensas como una. Mira, en ciencias sociales existe una disciplina llamada Semiótica, el estudio de los signos. Te sorprendería saber que comenzó con la medicina. Puedes ver la lectura de cartas como un juego de signos. Nada más.

-Muy bien-se rindió,-adelante.

La otra chica, emocionada, por fin pudo desenvolver sus cartas del pañuelo donde se encontraban y barajeó el mazo.

-Haz dos cortes, de modo que queden tres grupos de cartas.-Fields hizo lo propio y Patience prosiguió.-Muy bien, ahora elige uno y haz tu primera pregunta.

Laura se detuvo unos segundos a pensar, sujetando su barbilla con el índice y pulgar. Después de un momento, se mordió el labio y habló.

-Bueno, comenzaré con una pregunta estúpida: ¿voy a tener un novio pronto?