Crepúsculo no me pertenece yo solo me divierto con los personajes...


Tabú: A playboy Club

Rostros vemos, cuerpos sentimos pero corazones no sabemos… es un mundo especial

En donde todo puede suceder.

Es un lugar por descubrir,

Es un tema tabú.

Porque todo placer tiene un precio que después nadie podrá pagar por ti.

Es eso de lo que no se habla demasiado, siempre hay algo que esconder.

Cuando cae la noche nuestros principes aparencen,

Son el fruto prohibido que todas quieren morder pero no todo lo que brilla es oro, ya verás bien porque

Es un mundo oculto, algo que hace posible al sistema.

La gente habla de aquello, de lo que haces a escondidas.

Sí te dejas atrapar nadie podrá liberarte jamás.

Es tabú lo que te puede seducir.

Nombre del Fic: Tabú: A playboy club

Protagonistas: Edward y Bella (todos humanos)

Número de Capítulos: Indeterminado

Actualización: Dos veces por semana

Rating: M

Género: Romance /Misterio/ Aventura

Hola a todas, aquí yo otra vez dando la lata... siiiiiiiii una nueva idea ha inundado mi mente y aquí se las dejo. Espero les guste, creo que esto es como un respiro de lo profundo de mis otras historias... y como se acerca el final de Bleeding... más para entretener... Gracias por leerme... besos a todas Liz.

Ps. Me emocione tanto que le hice incluso portada XD sí a alguien le interesa verla, esta en mi perfil. XD


Capítulo 1: Reyes de lo prohibido

No importaba cuando tiempo transcurriera, no importaba si era pudiente, pobre, buena moza o fea. Todas y cada una de las mujeres que entraban por aquella puerta buscaban lo mismo: Placer. Podían ser rubias, coloridas, castañas e incluso podían ser peladas — sí me habían tocado algunas —a todas las motivaba lo mismo: Encontrarse con un hombre desconocido que cumpliera cada una de sus fantasías.

Sin embargo, todas flaqueaban en su férrea decisión de mantener esto como un secreto, como "solo una vez"…

Es curiosidad, sabes… yo estoy "súper" bien con mi marido —comentaba algunas.

Es una locura de una noche, mis amigas me "obligaron" a venir —justificaban otras, como si me importará.

Solo es esta vez, nunca más —se repetían algunas pensando en que no las escuchaba mientras se vestían luego de haber dado rienda a sus mas lidivinosos deseos.

Pero era una verdad irrefutable, todas y cada una de las mujeres que habían compartido su cama no solo conmigo sino con cualquiera de mis compañeros volvían. Una, dos, tres… hasta el infinito transformando esta especie de "veranito de san Juan" en algo completamente estable y hasta perdurable en el tiempo. Tal vez por eso, yo tenía mis reglas al respecto claramente no en beneficio de ellas sino del mío. No quería atar lazos ni estrechar romances por ello no dejaba que esto fuera más allá de lo que en realidad era: Sexo, después de todo yo era el amante secreto y salvaje nunca podría ser el eterno enamorado, ni el aspirante a novio mucho menos me convertiría en el marido de ninguna de ellas.

Era quien les daba lo que no encontraba en casa pero hasta allí. Mi misión era sacarlas de la rutina en las cuales todas estaban inmersas, hacerlas sentir la emoción de lo clandestino y también era el encargado de que cuando su corazón de mujer las traicionará sería el recordatorio de que solo nos unía una buena suma de dinero. Un servicio por el cual pagaban bastante caro.

Pero por otro lado les hacía un favor al separar aguas para evitar tempestades innecesarias puesto que la vida que yo había elegido me lo prohibía, en esta profesión no habría jamás una señora Cullen, al menos no mientras yo ejerciera la prostitución.

Como en todo orden de cosas, desgraciadamente aquí tampoco era la excepción, había las llamadas clientas "habituales", demasiado habituales para mi gusto siempre era el que protestaba por aquello, y hoy justamente estaba comenzando a tener que poner los puntos sobre las "ies" nada más y nada menos que a una de aquellas. La más influyente y algo así como la clienta VIP. Con la única que pensé jamás tener que aplicar mi regla puesto que, por su actuar, siempre creí que me mantenía como yo quería que me mantuvieran: Fugaz.

Desgraciadamente las mujeres funcionan distintas a los hombres, en general cuando un varón busca compañía de "señoritas" no lo hace pensando en que la llevará al altar ni que la sacará de aquella vida "sin sabor" para un hombre es algo completamente carnal y mientras resulte así seguirá. En cambio para las mujeres funciona al comienzo, pero luego mezclan los sentimientos y todo se complica. A tal punto que se desesperan, sueñan e ilusamente creen que para nosotros es igual, graso error. Hoy comprobaba mi teoría y la única que había pasado a esa lista de "chicas listas" que me había creado al comienzo hoy se caía de está.

— Dile que estoy ocupado —le respondí a Emmett y seguí afeitándome sin darle importancia a su presencia.

En realidad no estaba ocupado, no tenía ninguna "cita" previa agendada pero no estaba de humor para los caprichos masoquistas de probablemente la mejor clienta que había tenido hasta ahora no solo el club sino que yo mismo: Tanya Denali.

Era joven, más de lo habitual. Hermosa y rica pero esa personalidad caprichosa, indulgente, sin escrúpulos y hasta narcisista que a veces mostraba me traía de verdad fastidiado. Cumplirle sus fantasías no era el problema, si a ella le gustaba que le pegará como preámbulo a nuestro encuentro sexual, lo haría pero me molestaba ese sentido de la posesión que estaba teniendo para conmigo de aquí hasta una parte, sobre todo en los últimos encuentros.

Me había desconcertado esa actitud más allá del capricho y con ella todo había sido normal y hasta placentero para ambas partes al principio, luego habíamos pasado una especie de perdida, pasaron tres meses en que se perdió del club hasta hacía un mes exacto en donde sus visitas se hicieron más que regulares: Tres veces incluso hasta cuatro a la semana que ahora estaba a punto de convertirse en el peor fastidio de mi "carrera".

Se estaba convirtiendo en una suerte de adicta al sexo, eso me hizo sospechar que tal vez, no era adicción sino algo más. La tímida muchacha que conocí aquella noche hacía casi un año se había transformado en cuestión de meses en alguien completamente distinto a la "niña" que había entrado por primera vez a mis aposentos. Sí tuviera que definir el punto sin retorno de esta peculiar transformación debía llegar al día en que vino vestida de manera vulgar, tratando de ser sensual y entregó un látigo. Exactamente cuatro meses después de nuestro primer encuentro.

— Golpéame —pidió con su voz cargada de cierta ansiedad.

Trato de que pareciera sensual y provocadora pero tuve que hacer mi mejor esfuerzo para evitar que la risotada escapara de mis labios. Su cara era sublimemente cómica, esas muecas con los labios eran ¡Ridículas! Ningún hombre en la faz de la tierra se excitaría con aquello y aunque su cuerpo estaba bien dotado el solo hecho de tenerla así frente a mí esfumó el poco libido que yo podría haber tenido aquella noche. De todas formas me recordé un hecho muy importante que nunca debes olvidar: Ella es la clienta y el cliente siempre tiene la razón. Ese día le pegue por primera vez a una mujer.

De allí los contactos se hicieron más seguidos hasta volverse asfixiantes, no siempre le pagaba pero le gustaba el sexo salvaje, sentir que la poseían con fuerza y que le dijeran cosas testosterónicamente masculinas como ella llamaba. Machistas como pensaba yo.

Así había continuado nuestra seudo relación hasta que la semana recién pasada su primer arranque de celos me hizo comprobar que jamás debía hacerse transformado en habitual. Yo era uno de los pocos "privilegiados" que no tenían habituales. Una de las claves de mantener el lugar siempre con clienta es justamente la "fidelización de estos" y eso se logra haciendo que las mujeres vuelvan con el mismo chico una y otra vez. En mi caso eso era estúpido, podían volver pero ¿Por qué tenían que atenderse solo con el mismo chico? ¿No que en la diversidad esta el gusto? ¿Cómo iban a saber que querían si no probaban con más amantes? En fin, yo no era el dueño del lugar por lo tanto las reglas tampoco debían ser mi preocupación — Aún —me recordé y en eso tal vez Emmett tenía razón.

— Todo porque eres el hijo del dueño —balbuceaba Emmett cada vez que me rehusaba a atender a una cliente más de tres veces.

Y sí, Carlisle — el dueño del lugar —me tenía condescendencia y paciencia.

Sin duda que aquello se debía a que yo era su hijo adoptivo. Aunque nos separaban dieciséis años, de todas maneras el seguía siendo demasiado joven para haber sido mi padre biológico. Hacía exactamente quince años atrás me había adoptado junto a su esposa Esme.

En ese entonces yo tenía diez años, dos de los cuales los había pasado vagabundeando por las calles de la ciudad. Mis padres biológicos habían muerto cuando yo tenía ocho años, luego mi abuelo se había desecho de mí entregándome al estado resultado había ingresado a un orfanato. No es un secreto que a los niños grandes las parejas jóvenes no los adoptan, por ello, no alcance a permanecer un año cuando producto de las riñas y golpes que nos propinaban las "tías" que debían cuidarnos me revelé y escapé.

Aquel día en que lo conocí yo estaba paradójicamente de cumpleaños. Hacía tres días que no comía, era invierno el más crudo que recuerde. Muerto de hambre deambulaba por las calles sin destino, en realidad buscaba lo que fuera, rastrojaba los basureros y me mantenía en movimiento para evitar congelarme hasta morir.

Había caminado horas y casi creí que moriría cuando di con aquel callejón. Había unos pocos basureros a unos cuantos centímetros de una puerta, un farol iluminaba el marco de esta. Me acerque esperanzado que hubiera al menos algún desecho digerible, era impresionante lo que la gente "normal" considera basura, para mi suerte y de los indigentes que se alimentaban así.

Abrí el primero de tres y me tuve que subir casi en el interior para hurgar. Estaba en eso, buscando cuando el ruido de la puerta me asustó. Me escondí enseguida en el costado de uno y aguardé.

Un cuerpo femenino elegantemente vestido salio hacía la oscuridad, venía seguido de otro que por el porte y tamaño era evidente que se trataba de un hombre. También estaba elegantemente vestido. La mujer no era muy alta, sin embargo su tez clara era parecida a la de mi madre, sus ojos eran de un verde esmeralda profundo, tenía puesto un abrigo rojo sangre que hacían juego con sus zapatos de tacón. El hombre, mayor que ella tal vez en un par de años era rubio y también de tez clara. Se acercó a ella y la besó en los labios, me sonreí cuando noté la "intensa" respuesta de la dama.

— Nos vemos la próxima semana —murmuró ella sonriendo feliz y le metió un turrón de dinero en la solapa de la chaqueta. El hombre sonrió pero con pena y se lo entregó de vuelta.

— Sabes que no es necesario Esme —le advirtió visiblemente contrariado.

— Lo sé, pero… por ahora es mejor así, sino se dará cuenta que yo soy más que una clienta —le recordó ella, sus manos se fueron hasta el cuello del hombre, justo en donde la camisa estaba desabotonada ella con sus lánguidos dedos saco algo que brillo en la oscuridad de la noche.

Era una especie de cadena de la cual pendía algo tan brilloso como ella. Era un objeto redondo, entonces advertí que se trataba de un anillo. Sin poder entender mis ojos se fueron entonces a las manos de la mujer en cuyo dedo anular estaba la otra alianza. Me confundió principalmente porque no había que ser adivino para entender eso de "cliente". Yo a mis cortos diez años de entonces, y dos de la calle — lo que podría llamar casi una vida —entendía perfectamente que en la sociedad donde vivía, la gente pagaba por sexo. Lo que me extrañaba era que hubiera clubes para señoritas y no de señoritas. Me sonreí.

Aquella noche la mujer se fue y justo cuando también lo hacía yo con las manos vacías y con el estomago pegado al espinazo, Carlisle me descubrió. En esa época él tenía veintiséis años, y trabajaba aunque no lo creyeran como gigoló en el club de su propio padre.

De hecho, quien ahora legalmente sería una suerte de abuelo. Era el hombre más torcido, ególatra, malvado y cruel que yo pudiera haber imaginado o escasamente conocido. Aquella noche Carlisle me dio de comer y me escondió en unas piezas que tenía el club desocupadas y que no utilizaban. Seguramente lo hizo motivado por la lastima, yo era un niño flacuchento por no decir desnutrido, sucio y sin mucho futuro.

Pase varios días durmiendo allí para escapar al crudo invierno, de hecho ese había sido el trato inicial hasta que mi abuelo se enteró y se trenzaron en una pelea. El viejo estaba borracho — lo que era habitual en él —pero aún así le dio unos cuantos golpes a Carlisle, todos en el cuerpo, casi ninguno en el rostro, después entendería mejor el porque de aquello.

Lo cierto es que aquel día Carlisle me había defendido y también había sin querer marcado mi destino. Producto de la fuerte discusión, su padre luego de darle el último golpe se acerco a la ventana de la pequeña pieza donde yo me encontraba para darle un sorbo a su petaca, era como el minuto de descanso para seguir la arremetida pero justo cuando trató de darme con un bate Carlisle lo empujó hacía el lado contrario lo que lo mando ventana fuera. Cayo de un segundo piso directo y de cara al suelo del húmedo callejón. Murió una semana después en el hospital y bueno, Carlisle heredo el negocio familiar y yo a una familia.

Me adoptó, y me mantuvo lejos del negocio familiar hasta que cumplí veintidós —oficialmente hablando porque en la práctica no fue así, aunque eso era mi secreto mejor guardado —Me mando a la escuela y me exigió que fuera a la universidad —de allí que fue recién cuando terminé el ultimo semestre que lo hice "oficial" —Teníamos un trato por llamarlo de alguna manera: Me dejas entrar al negocio y yo estudio. Un trato justo según yo, uno que no quería para su hijo según él pero gracias a la ayuda de mi "madre" al final todo resulto bien.

Hoy, a mis veinticinco tenía un título universitario y era algo así como la exclusividad del negocio familiar.

— No quiere atenderse con nadie más que contigo —y la voz de Emmett me regreso de mis recuerdos.

— Pues no la atenderé y punto, en un par de horas tengo una reunión con unos inversionistas a la que no puedo faltar —expliqué y sí, también ejercía mi profesión pero no por ello dejaba de vigilar muy de cerca mis otros intereses familiares. Me sonreí.

Con Carlisle habíamos creado una suerte de empresa intermediaria: Una facilitadora. Nosotros ayudábamos a nuestros clientes a que consiguieran lo que ellos necesitaran: Visas, papeles legales, lo que quisieran. Ellos nos contaban el problema y nosotros lo solucionábamos. Era una suerte de empresa de inversiones pero más rentable. De hecho gracias a nuestros "contactos" solíamos recibir muchas recomendaciones por lo rápido y efectivo que resultábamos. Para pasar un poco desapercibidos y darle una cierta legalidad, Carlisle era una suerte de Coleccionista de Antigüedades de la zona y yo era algo así como el experto en estas "antigüedades". Quién mejor que su hijo.

Emmett me miró y suspiró. Eran estos arrebatos de "grandeza" los que lo fastidiaban. En general nos habíamos hecho buenos amigos desde el primer día que piso el lugar buscando trabajo. Yo había sido también el que insistió para que mi padre lo contratara viendo el "potencial" que su cuerpo bien definido y esa cara de niño bueno nos traería con las clientas. Un nuevo para el aren de la oferta. Era bueno innovar de tiempo en tiempo.

El pasado de Emmett no era muy distinto al mío, familia destruida no habían muerto pero un padre borracho y ausente más una madre emigrante —aunque fuera de un país como Rusia, en Norteamérica era emigrante y eso no le aseguraba el futuro a nadie —eran su disfuncional pasado.

Fue a la escuela y se graduó, claro que, en su ultimo año descubrió que tenía cierto arrastre con las mujeres entonces pensó como un buen inversionista ¿Por qué no hacerlo rentable? Resultado: hoy trabajaba en el club. Ganando más que lo que podría ganar su madre en toda su vida de trabajo.

— No voy a atenderla —insistí y no entendía porque se tomaba la molestia de ir a anunciarme la visita si podía, emplear ese mismo tiempo, en engatusarla después de todo Tanya era fácil de convencer.

Me miró un poco molesto pero a la vez satisfecho porque esta vez tendría la oportunidad de saciar curiosidad con una de las clientas más deseadas. Estaba a punto de abrir la puerta de mi habitación cuando una rojiza cabellera lo hizo por él, entró hecha una fiera — aunque la verdad solo le alcanzaba para gatita en celo —y me montó algo así como un berrinche de esposa.

— ¿No que no estaba? —le preguntó colérica a Emmett, ignorándome por completo, enrolé mis ojos

— Tanya —comencé pero no alcancé a decir nada porque me dio una cachetada medio a medio de mi mejilla. Enfurecí.

— ¡Eres mío! ¡Mío! ¡Entiendes…. Mío! —gritó furiosa frente a mí.

Tomé aire y traté de guardar la calma y compostura. De hecho, lo que ella más quería en ese minuto, sus ojos la delataban, era que la zarandeará con fuerza y la golpeará — su lado masoquista estaba en pleno —sin duda era lo que había llegado buscando: golpes y sexo violento. No entendía bien pero eso la excitaba sin embargo, apenas advertí aquello tomé la ventaja.

Lo que ella más quería no iba a suceder conmigo, nunca más... No después de esta escenita de mala muerte. Yo no era propiedad de nadie, menos de una rica caprichosa como ella.

Miré como producto de la agitación su pecho se contraía furioso. Su respiración chocaba contra mi rostro, podía sentir la tibieza de este en mi nariz. También podía oler el perfume embaucador que se había puesto hoy. Era tanta la rabia que sentía que las venas se le marcaban en la piel del cuello que me imaginaba lo tensa que debía estar. Permanecía frente a mí, parada sin vacilar ni un minuto, con la mirada desafiante, su rostro estaba a centímetros del mío. Tenía sus manos delgadas empuñadas a cada costado de su cuerpo lista para dejarse golpear pero en cambio y contra todo pronóstico solo consiguió de mí una larga, distendida y hasta contagiosa risa.

Emmett me miró incrédulo pero divertido. Mi risa burlona inundo el lugar por completo ¡Maldita niña rica petulante! Me dije para mis adentros conteniendo las ganas de golpearla de verdad. En realidad jamás le había puesto un dedo encima a Tanya, a pesar de que había accedido a sus "golpes" de sexo, aquellos latigazos y tomadas con fuerza no eran nada comparada con un verdadero golpe de hombre.

La mirada tanto desconcertada de ella como de Emmett era impagable. Sus ojos verdes ya no eran verdes, sino que se tiñeron de un rojo inyectado. La parte blanca de sus orbes también estaba cubierta de sangre de la rabia, además se inundaron de lágrimas todas por supuesto consecuencias de aquel arrebato de furia. Su enojo aumento y noté como hizo un movimiento para darme la segunda cachetada pero allí le detuve el brazo por la muñeca en el aire.

— Una… Tanya… solo una —le dije fuerte y amenazante — Grabártelo en tu hermosa y tonta cabecita… YO NO SOY TUYO NI DE NADIE —aullé irritado apretándole la muñeca con fuerza. Entonces perdí la paciencia y la empujé contra el cuerpo de Emmett que esperaba cerca de la puerta.

— Sí quieres que alguien te golpee, ve con él… yo estoy ocupado y no pienso perder mí tiempo con tontas masoquistas como tú —resolví.

Tanya se separó de los brazos protectores y siempre dispuestos de mi compañero de labores para acercarse nuevamente hasta mí.

— ¡No puedes hacerme esto! ¡Yo pago! ¡Yo soy la que elige con quien! ¡Y te quiero a ti! —protestó pero en el minuto en que estuvo cerca me giré a encararla. Se detuvo en la mitad del trayecto cuando notó la expresión que estaba profiriéndole. Estaba a un escaso segundo de perder la paciencia con ella. Emmett lo notó porque se acercó como gatito travieso hasta ella y con esa adulancia que lo caracterizaba trató de calmar las aguas.

— Tanya, mi vida… porque mejor no bajamos al salón… Edward hoy tiene otros compromisos… ven… te invito un trago… así platicamos tu y yo más íntimamente… verás que bien la pasaremos, te aseguro que no te arrepentirás —trató de persuadir Emmett acercándose a ella, le acaricio su rostro de porcelana pero esta lo esquivo. Me guiñó un ojo, lo ignoré.

— ¡No quiero premios de consuelo! ¡Yo LO QUIERO a él! —demandó

— Pues no podrá ser, tengo unos compromisos más importantes… además para que te vayas haciendo a la idea… y evites berrinches como estos no podrá ser ni hoy ni nunca más… esto se terminó… al menos conmigo… pero claro siempre puedes encamarte con el resto… en la variedad está el gusto ¿No? —le contesté perdiendo la paciencia. Odiaba los arrebatos de mujeres calculadoras y estúpidas.

Emmett sacudió su rostro divertido.

— Vamos cariño… verás que no soy para nada un premio de consuelo —insistió esté. Tanya dudó pero eventualmente algo era mejor que nada. A regañadientes camino hasta encontrarse con un muy dispuesto Emmett que la esperaba para conducirla por el camino de la "felicidad", claro no si antes dar la estocada final que la subiría al tope de mi lista de lunáticas. Su amenaza incluso la hizo verse más desesperada.

— Lo pagarás Edward, ya verás… lo pagarás —suspiré e hice algo que tal vez no era muy maduro del todo pero con mi mejor cara me lleve mis dedos hasta mis labios y le tiré un beso que agarro Emmett en el aire haciéndome una morisqueta tonta, me reí.

Para cuando bajé no había rastros ni de Tanya ni por supuesto de Emmett, no era que le fascinaran las pervertidas pero le divertía que alguien pagará por ser golpeada. Ojala no se te pase la mano pensé mientras me ponía mis lentes de sol y miraba el convertible rojo estacionado de Tanya lo que me confirmaba mi teoría de que estaba en el cuarto de Emmett.

Me subí a mi auto y emprendí el rumbo. Me quede un tanto preocupado por el tema de los golpes… yo solía acceder a sus caprichos pero la distraía de aquella obsesión por ser maltratada por dos razones, la primera porque no me parecía sana y la segunda porque no quería problemas con la ley y eventualmente si ella llegaba a su casa morada podría haber alguna sospecha de sus familiares y lo que menos necesitábamos era a la policía cerrando el club o inmiscuyéndose en nuestro negocio. Tal vez por eso había accedido a transformarla en habitual, me daba susto que los otros sucumbieran a la sensación de poder teniéndola sometida y después terminará todo en algo más trágico. Mire hacía el móvil y dude en llamar de vuelta al club para advertirle a Emmett, o mejor dicho para exigirle, que no la golpeará y tratará de desviar el asunto a palabras más fuertes y cariños más rudos pero desistí el pensar en que estaba involucrándome más de la cuenta y eso justamente era lo que no debía hacer.

Después de mí, él era algo así como el segundo "más deseado" del club. No era que lleváramos un ranking sobre los más "solicitados" pero éramos los que más trabajos teníamos… luego le seguía James, que antes había ocupado el primer lugar hasta que aparecí yo… bajando, en esa oportunidad, al segundo y ahora tenía el tercero. A pesar de todo, aún podíamos ser algo así como amigos, después de todo, mujeres habían por montones y no íbamos a estar peleándonos por "este tipo de mujeres".

Aunque tenía sus ventajas ser el más cotizado también tenía sus desventajas y Tanya era la prueba irrefutable de aquella para nada "sana" obsesión que a veces despertábamos. Sin poder evitarlo ante la palabra obsesión recordé entonces la poca sensatez de la última adquisición de Jasper. Una chica, que no superaba los dieciocho aunque ella le jurará de guata que tenía diecinueve. Era simpática y divertida tanto como perspicaz, no se atendía con nadie más que con él, aunque sospechaba que si alguno osaba siquiera insinuarlo veríamos por primera vez a este veterano militar — de veinticuatro años —enfurecido. Ella era otra prueba de esta para nada "sana" obsesión. Pasaba prácticamente viviendo en el Club, no era que me importará pero al esperar que la gran reja de nuestro "renovado" Club se abriera — Hoy una mansión en las afueras de la ciudad —advertí el convertible amarillo de ella.

Eran recién las diez de la mañana y ella ya tenía "necesidades" sacudí mi cabeza en desaprobación. Deje que entrará ella primero, avanzó hasta que nuestras ventanas coincidieron.

— Edward… ¿Cómo estas? —me saludó entusiasmada.

— Al parecer mejor que tú —le contesté y ella se desconcertó

— ¿Por qué lo dices? ¿Luzco mal? —y se miró en el espejo retrovisor.

— ¿Crees que es sano que una "niña" frecuente estos lugares, a las diez de la mañana —le contesté y ella se rió avergonzada.

— ¿Muy desesperada?

— Estoy seguro que tu padre querría un mejor partido como yerno de su pequeña y "única" hija —le contesté.

— Él es una buena persona, lo sabías —defendió y ser o no ser buena persona jamás había sido el problema. Yo tampoco era mala persona pero no por ello era ciego a saber que, no éramos los príncipes azules montados en caballos blancos que recatábamos doncellas en peligro.

El problema era que, habíamos vivido demasiado para ofrecer algo que estaba seguro Jasper tampoco quería: Fidelidad. ¿Pero qué podía hacer? ¿Decirle la verdad? ¿Acabar con esa ilusión que ella estaba haciendo crecer en la mitad de su corazón?

Sí se hubiera tratado de otra "mujer" probablemente lo hubiera hecho pero estábamos hablando de Alice, la tierna "niña" que por alguna extraña razón me simpatizaba a tal punto que incluso estaba molestándome enormemente que Jasper aún, manteniéndola ilusionada, siguiera en esto de tener otras habituales. Tomé aire.

— Que te diviertas… no me despido porque algo me dice que te veré cuando vuelva por la tarde —le dije guiñándole un ojo, ella sonrió.

En cuestión de segundos ya estaba en la carretera en dirección al centro de la ciudad, no me percaté que el vehiculo iba a ciento cuarenta sino hasta que note el ruido de una patrulla. ¡Genial! Me dije disminuyendo la velocidad, tuve que aparcar a la salida de la bifurcación principal.

— ¿Lleva prisa? —preguntó el policía y entonces me quité la gafas de sol.

— Algo —contesté suave

— Permiso de conducir y documentos del vehiculo —pidió. Se los entregué.

Se fue así atrás un par de minutos. Miré mi reloj, llegaría tarde y sin proponérmelo. La cita estaba acordada a las diez y media de la mañana, en un céntrico y lujoso hotel. Me faltaban al menos unos quince minutos de camino y eran las diez con veinte. El policía seguía hablando por radio, con mis documentos en la mano, suspiré frustrado.

De pronto un auto me distrajo, era oscuro, una camioneta, los vidrios estaban polarizados pero paso demasiado lento por mi lado. Estábamos hablando de una carretera de alto trafico y el vehiculo parecía de paseo. No pude ver al conductor, pero me quede mirando la patente, aceleró cuando llegó al final de la bifurcación donde yo estaba detenido — momentáneamente —en el minuto en que decidí tomar nota de la patente, la voz del policía me lo impidió.

— Señor sus documentos —y me entregó todo los papeles de vuelta.

— ¿Eso es todo? —le pregunté sin creerme. Apostaba a que al menos la multa era segura.

— Así es, que tenga un buen día —me dijo con una amabilidad sospechosa.

Encendí el vehiculo y avance, cuando tope con la calle giré a mi izquierda —la misma que había tomado la camioneta —pero para mi sorpresa no había rastros de ella.

Seguí mi camino y llegue diez minuto más tarde de lo acordado, subí hasta el restaurante del hotel donde estaba acordada la cita, apenas lo hice me di cuenta que habían pocos clientes, en una de las mesas más alejadas y que daban al esplendoroso ventanal que mostraba a la ciudad en pleno. Me acerque hasta ellos, de inmediato se levantaron.

— Siento la demora… pero el tráfico de hoy estaba desesperante —me excusé y no era bueno comentar mi impass con la ley. Después de todo aún no cerraban el trato.

— No te preocupes… por eso vivo fuera de esta ciudad no soportaría tener que lidiar con esta selva de cemento —comentó el más viejo de todos y al único que conocía. Era Aro Volturis, un famoso coleccionista de antigüedades —pero de las reales —era un rico con clase, su familia era pudiente desde probablemente la época uno.

Aunque siempre sus inversiones habían apuntado a ese rubro, ahora quería expandirse y estaba considerando la oferta de invertir en otros temas. Razón por la cual necesitaba asesoría para crear una empresa distinta, por consiguiente también necesitaba que lo ayudáramos a mover ciertos papeles con el más grande de los bancos de la ciudad. En resumidas tendrías que ayudarlos a ocultar ciertas información, si recurrían a nosotros era porque no pasaban de buenas a primera la revisión del banco para autorizar tal vez algún préstamo.

Me reuní con ellos más de dos horas, en donde me explicaron que eran lo que querían, el más joven — Cayo Volturis —hijo del primero se mantuvo en todo momento en silencio observando el desarrollo de nuestra reunión. Finalmente acordamos que me remitirían los papeles por la tarde y vería en que podíamos ayudarlos.

Iba saliendo del estacionamiento cuando mi teléfono celular sonó. Miré el número, era del Club, contesté temiendo lo peor y la imagen de una Tanya hecha bolsas se me dibujó en la mente. La voz de Jacob —otro de los afortunados que habían sido recogidos, esta vez por Esme —me tranquilizó. Si hubiera pasado a mayores la situación de Tanya hubiera sido Emmett quién me hubiera llamado desesperado porque lo ayudará a ocultar la pasada de raya, pero en cambio si era el nuevo "recepcionista" quién llamaba entonces se trataba de algún trabajo particular.

— ¿Edward?

— Jake pero ¿No deberías estar en la escuela? —le pregunté.

En su caso el trato había sido más flexible que el mío, yo en mi época, ni siquiera podía acercarme al club a menos de treinta metros a la redonda. En cambio, el pequeño Jacob podía trabajar medio día por las tardes y luego de que hiciera todos sus deberes estudiantiles como "recepcionista" del club.

— Hoy no hubo clases —me respondió alegre

— ¿Qué paso con Laurent? —le pregunté y si mal no recordaba no había escuchado nada de permisos ni licencias médicas antes de irme.

— Esta atendiendo —me contestó muerto de la risa y eso era novedoso.

Laurent era algo así como un veterano —no era que fuera viejo, tenía cuatro años menos que Carlisle, de hecho habían sido "compañeros" cuando mi "abuelo" comandaba el lugar —pero desde que el staff había sido renovado él había cedido su puesto gustoso a los "nuevos" playboy del lugar. Por consiguiente no atendía pero sí administraba el lugar y mantenía el orden.

Algo o muy malo o muy bueno había sucedido para que él decidiera "atender" quise preguntar pero en ese minuto Jake recordó su cometido y me informó para que era su llamada.

— Sí, bueno… en fin… dejando de lado a Laurent… ¿Estas todavía ocupado? —me preguntó

— ¿Por qué? —no respondí inmediatamente

— Tenemos una solicitud a domicilio —exclamó haciendo esa voz sugerente que no le resultaba. Por mucho que se esforzará aún era un niño, con sus dieciséis años le faltaba mucho por entender este estilo de vida. Me reí.

— ¿Y apuesto que quieres que lo haga yo? —le pregunté

— Sí… de hecho, te pidieron expresamente a ti —aseguró

Raro por no decir imposible. Teníamos una página Web, ofrecíamos ese servicio pero en mi "perfil" decía claramente que no estaba disponible para citas o encuentros a domicilio. De hecho, por mi doble faceta dentro del negocio familiar era justamente porque no accedía a ir, el problema de los "domicilios" radicaba en que podían salir a cualquier hora, cualquier día y la idea era no negarse en lo absoluto.

— ¡que mal mentiroso eres! —refuté al segundo. — ¿Quién no quiere ir? —pregunté enseguida. — ¿Déjame adivinar Jasper tal vez? —y recordé a Alice, probablemente era el único "disponible" y para que el teatro no se le cayera había decidido negarse mostrándose como un heroico héroe principesco que de príncipe tenía solo la cara y el cuerpo.

— No, de hecho Alice se fue hace como un cuarto de hora —informó y guardé silencio.

— ¿Dónde es?

— ¿Dónde estas? —me preguntó y entonces le di el nombre de las interacciones de las calles donde me encontraba.

— Oye estas súper cerca ¿Hay un hotel allí verdad? —me preguntó.

— Sí —contesté vacilante.

— Es justo en el edificio de enfrente por la misma calle donde estas ahora, hay un edificio viejo ¿Lo ves? —y traté de adivinar cual de todos los edificio "viejos" era.

En realidad no había ningún edificio viejo, tal vez no eran los recién erguidos de la calle principal pero esos edificios no tenían más de un par de años. Tomé nota de la calle y luego del número que incluía el del departamento.

— Espera —le dije tratando de escribir en el block de notas que tenía sujeto en el manubrio de mi automóvil — ¿Nombre? —pregunté y eso era importante. Guardo silencio, lo sentí mover papeles desesperado. Suspiré.

— ¿Jake? —insistí

— No lo tengo… no lo pregunte —respondió avergonzado.

— ¿Y que tal si existe conserje, que le diré? —pregunté al aire, y esto se había tornado complicado. Pero en fin, no era la primera vez que no tenía un nombre. De hecho poco importaba el nombre.

Colgué y di la vuelta completa para ubicar la dirección exacta. Como dijo Jake era un edificio más antiguo que el resto. Me estacioné justo en el frontis y me bajé. De pronto recordé algo vital y que no debía haber olvidado pero debía reconocer que no venía preparado para después de una reunión de trabajo irme al "segundo" que tenía. Gracias al cielo, habitualmente siempre andaba presentable y listo. Abrí la cajuela del vehiculo y saque una caja que había puesto allí recién ayer, agradecí aquello y lo que menos quería era involucrarme sin protección con una completa desconocida.

Aunque usualmente ella siempre andaban con alguno, mujeres precavidas, me gustaba llevar por si acabo me tocaba alguna "voladita" de ocasión. Para mi suerte el edificio no contaba con un conserje, realmente. Sí había una especie de guardia pero en aquel edificio también había oficinas por lo que controlar el acceso era prácticamente imposible. Apreté el botón de llamada del ascensor y subí a él junto a otras cuatro personas más. Miré el papel donde había escrito el número de departamento y luego me lo metí en el bolsillo trasero. Me bajé en el décimo piso y camine hasta dar con el número: 1013A.

Una vez frente a la puerta, golpee. No demoraron en abrir, de hecho, la puerta se abrió casi por si sola, camine al interior. Mi vista reparó en unos tacones altos, de un rojo apagado, que se perdieron justo a tiempo para yo cerrar la puerta tras de mí. Camine siguiendo por el pasillo, estrecho de la entrada, cuando doblé donde antes lo había hecho los tacones rojos, se rebeló frente a mi lo que supuse era el living de un impersonal departamento. Había una mesa de centro de vidrio oscuro, dos sitiales puestos delante del enorme ventanal que no tenía cortinas. No había ningún cuadro colgado excepto por un espejo en la pared izquierda. Entonces cuando casi estaba convencido que aquel lugar no era su hogar, la mujer se giró para darme la cara.

— ¿Un trago? —preguntó seca y seria.

— No gracias, no bebo —contesté.

Lo que no era mentira. Prefería estar sobrio para "trabajar" además con uno de los bastaba. La mujer se acercó hasta mí, con el vaso de cristal entre las manos, cuando estuvo cerca me contempló.

— ¿Aquí o en la habitación? —preguntó y me sonreí.

— Tú eres la clienta, tu eres la que tiene vecinos ¿Dime tú? —le contesté mirando hacía el enorme ventanal detrás de ella.

Sus labios se curvaron en una sonrisa suspicaz. Deslizó sus dedos de porcelana por mi mentón dibujando una línea imaginaría. Se apartó de mi caminando hacía un costado, donde comenzaba otro pasillo distinto al anterior, la seguí con la vista pero no demoré en reunirme con ella.

Ingresé por la puerta que dejo abierta, un cuarto del doble del anterior se reveló ante mí. Una cama gigantesca se encontraba en la mitad, tenía una colcha blanca, era tan blanca que por un minuto parecía irradiar luz. Las persianas estaban cerradas pero aún así, el sol daba de lleno contra ellas por la posición del departamento haciendo que se filtrarán algunos rayos, provocando una iluminación tenue.

Salio de un costado, y como si fuera un acto mecánico comenzó a desabotonar la blusa turquesa que traía puesta. Aunque su actitud, hasta ahora, había sido decidida, firma y calculada. El temblor de sus dedos me comprobó que, esta era la primera vez que recurría a este tipo de "placer".

Sonreí. ¿Por qué será que las mujeres piensan que deben actuar de esa manera cuando recurren a prostitutos para satisfacerse? Pensé caminando hasta ella.

Tomé entre mis manos, sus dedos temblorosos y me acerque para ayudarla con algo que evidentemente era parte de mi trabajo. Me acerque lo suficiente para convertirlo en un encuentro intimo después de todo por eso ella había pagado.

La blusa comenzaba a abotonarse en el tercer botón desde arriba hacía abajo, dejaba bastante poco para la imaginación, mientras terminaba con el último antes de tenerla, en parte desnuda, me pregunté ¿Sí ella en verdad usaba así la blusa o era para la ocasión? Al alzar mi mirada hacía el frente ante mí su rostro: que era angelical pero maduro.

Aventuraba que tal vez tenía unos veintitrés años… probablemente veinticuatro. No tenía pinta de ser común, de hecho, ella no era del tipo de mujeres que frecuentara nuestro club. Me lo decían sus facciones perfectas.

¿Por qué alguien tan bello iba a querer satisfacer sus instintos con un hombre de la vida?

Como regla general, las mujeres bellas, como lo era esta no tenían problemas para conseguir un hombre para que calentara su cama. Generalmente pero no de manera excepcional el tipo de mujeres que busca "compañía" es más bien de aquellas poco agraciadas o demasiado tímidas para dar el gran pasó, también estaban las insatisfechas pero estaba seguro, como que me llamaba Edward, que ella no era una esposa insatisfecha por el contrario.

Justo cuando iba a quitarle la blusa para seguir con su ropa interior, ella me tomó las manos, acto seguido sentí el ruido de la puerta de entrada cerrarse. Me giró.

— Me gusta tentar… —susurró a mi odio.

Otra mujer había entrado a la habitación.

— Pero… también me gusta observar —agregó.

Me soltó, la mujer que entró era completamente y diametralmente distinta a ella. La primera era poseedora de una larga y despampanante cabellera rubia. En cambio, la que había entrado hacía cuestión de segundos era dueña de unas largas y graciosas ondas al final de su cabello. El color marrón intenso me capturo por completo. No era fea pero tampoco parecía una muñeca sino más bien, era dueña de una belleza natural. Algo completamente normal, una chica con la que pude haberme encontrado en cualquier sitio. Incluso podría haber sido una suerte de vecina.

— Ella es la clienta —presentó la rubia mientras la tomaba de los hombros, demasiado amorosa para ser amiga, demasiado protectora para ser su amante, y la "empujaba" hasta mí.

Era difícil definir aquella mirada que me propinó la muchacha frente a mí. Sus ojos de idéntico color que su pelo estaban expectantes casi ansiosos pero aún así temerosos pero por sobre todo cautos. Eran dos mujeres pero estaba seguro de tres cosas: Primero no le podrían un dedo encima a la rubia, Segundo: no eran pareja entre ellas por lo que un trío quedaba completamente descartado y Tercero: había algo extraño en todo esto.

Me acerqué hasta ella y un impulso totalmente irracional se apoderó de mí, como nunca antes, introduje mi mano entre sus largos y castaños cabellos deslizando mi palma hasta llegar a su cuello tibio y juvenil. Incliné mi rostro lo suficiente para llegar a sus labios teñidos de un carmesí sutil, la acerque con un movimiento certero y fundí mis labios con los suyos.


¿Gustó? ¿No gusto? dejenmelo saber haciendo click en el letrerito verde de RR... Ahhhhhh me falto agregar una advertencia: No me hago responsable por combustiones espontaneas XD jajaja ^^