A medianoche.

"¿Es que acaso es posible?", comenzó a escribir George Weasley la madrugada del 1º de Abril de ese año, del 2013. "¿Quince años? ¿Quince largos años? Pensé, sinceramente, que habían pasado ya más de veinte, treinta... que cincuenta millones de años habían transcurrido tranquilamente en el infierno que se tornó mi vida desde que no estás conmigo, Fred. Pero ¿quince? ¿tan solo quince años? Imposible. Y ahora... treinta y cinco. Tres décadas y media de vida, pero solamente dos contigo, a tu lado. Solo veinte años compartidos con quien fue mi gemelo, mi otra mitad, quien completaba mi alma... ¿Por qué? No es justo, ¡claro que no! ¿Por qué de los dos fuiste tú quien tuvo que morir? ¿Por qué no podía haber sido yo? ¿O ambos? ¿O ninguno? ¿Es que Dios, Merlín, o quien quiera que esté allá arriba creyó que habías hecho demasiado mal para seguir entre nosotros? ¿Por qué decidieron llevarte? ¿Quién dijo que no merecías seguir con vida un poco más, disfrutando con nosotros? Lo único que nosotros queríamos es que las personas sonrieran, jamás hicimos nada con maldad... bueno, algunas cosas sí, ¡pero Umbridge y Filch se lo merecían! Qué más da, nosotros éramos felices simplemente viendo felices a los que queríamos, era para hacer reír que nosotros bromeábamos, no era para que nuestra madre se enojara, o que alguien saliera lastimado..."

George seguía escribiendo, y escribiendo, y escribiendo. Y no pensaba parar hasta que el pergamino no tuviera una extensión considerable, como un metro y medio, o quizá más. Era costumbre en todas las festividades, en su cumpleaños, en la fecha del aniversario de la batalla, en navidad, siempre... Tenía una caja llena de rollos de pergaminos atados con sendas cintas de seda violeta, el color favorito de su hermano. Y no iba a perder la costumbre de un día para el otro.

En esas cartas, hacía chistes, le contaba a su hermano las cosas que pasaban en la familia, en el mundo, se quejaba de lo que pasó, se lamentaba de lo que podría haber pasado, de lo que nunca fue.

Fred le puso una mano en el hombro, y su hermano se estremeció. Un frío extraño le recorrió la columna vertebral, pero sacudió la cabeza y lo ignoró, continuando su carta. Su gemelo fallecido siempre estaba ahí, con él. Durante quince largos años lo había observado llorar, reír, triunfar, ser feliz... y no podía más que compartir esos sentimientos en silencio. No podía intervenir en el mundo de los mortales, él no pertenecía a aquel lugar, y de solo intentarlo se agotaba de manera tal que no podía moverse durante días, a pesar de no ser un ente corpóreo en absoluto.

Como todos los años, lo vio sacar pergamino, pluma y tinta, para luego sentarse en el pequeño escritorio de madera blanca en su habitación, y comenzar a escribir una carta que sería en lo posible aún más larga que la del año anterior.

Fred salió de la habitación sin preocuparse por ser sigiloso, dado que no podía escucharlo ni verlo, y bajó por la amplia escalera hasta llegar a la sala. Las únicas voces que se oían, provenían de la cocina de la casa. Apenas entró en ella, su sobrina de 10 años, Roxanne, le sonrió con esa sonrisa suya de la cual faltaban unos dos dientes, pero al su tío guiñarle un ojo, disimuló frente a su madre Angelina, y su hermano, Fred II, y siguió atendiendo la conversación.

Desde su nacimiento, la pequeña Roxanne Ginevra Weasley lo había podido ver. Fred se había sorprendido en sobremanera al ver que su sobrina de solo 4 meses lo miraba atentamente cada vez que él entraba en la habitación. Desde ahí, él era su niñero, quien la calmaba cuando lloraba, quien jugaba con ella cuando su hermano no quería, quien la cuidaba al no estar sus padres atendiéndola. Fred se aseguraba de irse cada vez que su hermano y Angelina llegaban a la habitación de Roxy, para que ninguno creyera que la pobre niña tenía como amigo imaginario a su tío fallecido, pero ella había sido lo suficientemente inteligente desde los 6 años para ocultar que podía ver y relacionarse con el fantasma de Fred. Ella sabía perfectamente que no era su imaginación de nena pequeña que le permitía verlo, sino que él realmente existía, que estaba ahí, que la hacía feliz...

-Ustedes no le tienen que decir nada a papá de la sorpresa, porque la abuela Molly y la tía Ginny nos matan a todos, ¿entendido, chicos? -comentó la mujer a sus hijos, entre risas, y ambos asintieron-. Ahora, vamos, ¡a la cama que es tarde! -sus dos pequeños se levantaron de sus asientos, le dieron un beso en cada mejilla y subieron en silencio a acostarse.

Apenas los escuchó cerrar las puertas de sus respectivas habitaciones, Angelina Weasley comenzó a llorar.

-Oh, Freddie, Fred... Un año más, otro más sin ti... Un año más de haber perdido una gran persona, un gran mago, un amigo, un hermano...

-Yo estoy, Angie, yo estoy -le contestó el chico, pero ella imposibilitada de oírlo solo atinó a llevarse una mano al pecho: sentía paz. Fred la estaba abrazando.

-Sé que estás, Freddie, lo sé... -susurró ella con voz cansada, y secándose las lágrimas, subió sin hacer ruido hasta su habitación.