Título: ¿Cómo he llegado aquí?
Autor: Maripola
Personajes: Caterina Sforza/Ezio Auditore
Disclaimer: Los personajes pertenecen a la serie de videojuegos Assassin's Creed de Ubisoft.
Advertencias: Lemon.
Notas de la Autora: No suelo escribir relaciones heterosexuales, pero Ezio es quien tiene el rol pasivo. Espero que disfruten y dejen sus comentarios. ¡Me gustaría saber que opinan!
- ONESHOT. -
No sabía cómo, pero había acabado en la habitación de la mismísima Caterina Sforza, condesa de Forli. Se hallaba de rodillas sobre la cama, vestido con la ropa de asesino, con los pantalones a medio bajar y agarrado fuertemente al alféizar de la ventana que se encontraba encima de la cama.
Entre sus piernas estaba aquella mujer, pelirroja, de enorme temperamento, completamente desnuda. A penas se había parado para admirarla con detalle, no le había dado tiempo de fijarse en sus exuberantes pechos de sonrosados pezones o en su delicada piel de porcelana, pero lo que sí había podido comprobar era lo suave que eran sus labios, de qué forma apretaban su endurecida entrepierna, con qué minuciosidad trabajaba sobre ella. Luchaba por mantener los ojos abiertos, por acallar sus gemidos mientras contemplaba a las numerosas personas que paseaban por las calles de la pequeña ciudad.
- Dios... - sus ojos se cerraron automáticamente, grabándosele en lo más profundo del alma los continuos sonidos que emitía la boca de Caterina chupando, lamiendo, tragando, llegando al grado enfermizo de compararlo con una niña sorbiendo un "gelato". Varios hilos de saliva habían fluido con lentitud de las comisuras de sus propios labios, comenzando a tener la barbilla empapada, más ocupado en gemir que en tragar. Notar una de las manos de la mujer sobre su trasero, indagando entre sus nalgas, le hizo salir de su placentero trance, obligándole a abrir los ojos.
- Caterina... - la llamó con suavidad, teniendo la esperanza de que fuera a detener aquel par de húmedos y juguetones dedos que se frotaban insistentemente contra su estrecha entrada. Volvió a llamarla en voz baja, pero el nombre de la mujer se quedó a medio camino en su garganta, convirtiéndose en un intenso gemido. Jadeó con fuerza, tratando de hacerle llegar el aire que le estaba siendo arrebatado ahora que uno de los dedos de la mujer presionaba hasta abrirse paso en su interior, acariciando con decisión, sabiendo exactamente en qué puntos tocar para arrancarle más de una queja desbordada de deseo. No había terminado de acostumbrarse al primero, sino que un segundo dedo lo acompañó, deslizándolos y presionando en puntos que él mismo desconocía.
Se había afianzado al alféizar con todas sus fuerzas al no poder controlar los continuos temblores de sus piernas, gruñendo, gimiendo sin pudor y respirando de forma escandalosa para tratar de llenar sus pulmones con aire desesperadamente, ardiendo en deseos de eyacular en los maravillosos y dulces labios de la pelirroja al sentirse al borde del orgasmo. Hundió el rostro entre sus brazos, dejando que un pequeño charco de saliva mojara el alféizar, y fue entonces cuando de su palpitante y dura erección salió todo el semen que había guardado a causa del ardor en su cuerpo, seguido de un profundo gemido que caló hondo y rompió el silencio de la habitación.
- Dios... - iría al infierno por blasfemar como un maldito bastardo, pero tener los labios de la condesa lamiendo por una última vez su ahora adormilada hombría era como probar la más exquisita de las mieles, y es que aún se estaba preguntando cómo había acabado en su cama, con ella, pero poco le importaba si podía probar una vez más aquellos prodigiosos pero peligrosos labios con los que había ordenado matar a su marido por poder.
