Título: Hay cosas que nunca se olvidan.

Autor: Maripola

Personajes: Ezio Auditore

Disclaimer: Los personajes pertenecen a la serie de videojuegos Assassin's Creed de Ubisoft.

Notas de la Autora: Es la primera vez que escribo en primera persona. Normalmente suelo usar la tercera, me es mucho más cómodo, pero quería probar a ver qué salía. Espero que disfruten y dejen sus comentarios. ¡Me gustaría saber que opinan!

- ONESHOT. -

Mis pasos me han traído de nuevo a Florencia, ciudad donde nací. Paseo por las tranquilas calles resguardado por la oscuridad, bañándome en el sereno que trae consigo la noche. La luna está más hermosa que nunca: grande, plateada, iluminándome el camino, cuidando de guiarme.

Retraso la marcha al estar a los pies de un imponente palazzo y paso mi mano enguantada por la pared sin detenerme, recordando los agradables momentos que viví años atrás. Antes, un noble orgulloso, y ahora, nada. Inspiro, ensancho mis pulmones con el aire húmedo que carga el ambiente y alzo la cabeza.

A lo lejos, Santa Trinità, coronando uno de los puentes más hermosos de toda Florencia. Quien diría que ha pasado algunos años desde mi partida, todo parece estar igual. La nostalgia consigue dibujar una tenue sonrisa en mi rostro, y es cuando me detengo para admirar la fachada de la majestuosa iglesa. Me agarro a los salientes, asegurando de poner los pies con cuidado, recordando la última vez que la escalé junto con mifratello.

Finalmente, me sujeto con fuerza a una de las tejas que sobresalen en el tejado, donde una enorme cruz de metal lo decora. Vuelvo a inspirar, esta vez con algo más de rapidez, recordando cómo me había retado a subir a la iglesia, cómo me había ayudado a subir tras haberme tendido gentilmente su mano. Pero ahora, no hay nadie esperándome, no hay absolutamente nada.

Me siento y apoyo ambas manos sobre las tejas, jadeando para tratar de recuperar el aliento, observando con angustia la hermosa vista que me ofrece mi ciudad natal, pero no encuentro consuelo en ello. Amargas lágrimas recorren el rostro de un niño que se ha visto obligado a madurar, pero no me esfuerzo en secarlas, dejo que caigan con la esperanza de que reconforten mi dolorido corazón, porque alivien la profunda tortura que sufre mi alma desde que me arrebataron a mi familia.

- Es una buena vida la que llevamos... - cierro los ojos con fuerza, recordando las palabras de mi fratello. - Ojalá que nunca cambie... - mi voz se pierde en el olvido, se sustituye por un sollozo, un desgarrador llanto de un alma torturada ansiada en buscar consuelo, pero no lo encuentra. Lloro, lloro en silencio mientras contemplo Florencia bajo mis pies, rezando una plegaria a mi padre, a mis hermanos, a mis enemigos y a los que aún estaban por caer bajo mi acero porque no descansaría hasta dar con todos aquellos que habían conspirado contra mi familia.