Sinceramente siempre me ha gustado mucho el Fandom de Haikyuu, aunque sólo me limitaba a leer las pocas y muy buenas historias que tienen. Pero luego de ver una imagen mientras saciaba mi curiosidad por la infinidad de posibilidades de parejas de éste hermoso manga, me encontré con una en específico que despertó mi salvaje imaginación. Cabe destacar que no me desagrada ningún emparejamiento, soy de las que piensan que incluso el BL es válido en esta obra (aunque no soy fujoshi ni de lejos, más bien lo contrario) pero encuentro aún más hermosas las parejas hechas por los chicos de Karasuno con alguna de las dos únicas chicas del equipo técnico; el amor es esencial para cualquier obra, así que lamento que no haya muchos personajes femeninos en la serie. Espero que algún día Furudate-sensei agregue más mujeres, aunque recientemente ha incorporado unas cuantas en lo más reciente del manga.

Ésta será una historia corta, no más de 10 episodios, porque no debo ser tan descuidada de mis otros proyectos y empezar más sin la garantía de poder finalizarlos.

Espero sinceramente que les guste, es mi primera vez usando estos personajes para algo de mi loca cabeza así que espero no se me vaya la olla.

Declaimer:

Haikyuu! NO es mío, es de Furudate Haruichi.


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Episodio

1

Los zapatos de tacón son dolorosos

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"Hay muchas formas de ser amable"

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Las veces que su cabeza se volvió un caos total siempre estaban relacionadas con dos cosas, que recientemente había notado, eran muy específicas. Chicos y Voleibol o voleibol y chicos, como quisieras poner el orden de los factores, al igual que las matemáticas, no cambiaban el resultado. No era una persona que pudiera estar totalmente tranquila con esas cuestiones, quizás por ese lado suyo que tendía naturalmente entrar en pánico al usar la increíble imaginación que había heredado de su madre o las tendencias paranoicas que había desarrollado al saltar en críticas con su primera impresión de la gente y por las cuales se había tenido que disculpar en más ocasiones de las que le gustaría admitir. Siendo una o la tora el caso era que no podía evitar crisparse, ya sea de emoción o miedo, por esas dos variables que se habían vuelto parte de su día a día. Todo porque Kiyoko-sempai le había pedido que se uniera al equipo masculino de voleibol de Karasuno como futura manager principal, puesto que heredaría una vez se fueran los miembros de tercer año, incluida la hermosa joven de melena oscura y anteojos que la deslumbró por su apariencia tan elegante y bella. Cientos de miles de escenarios se le pasaron por la cabeza y ninguno la dejaba completamente convencida de ser lo suficientemente buena para llevar tan importante responsabilidad que Shimizu hacía sin sudar ni una gota.

¡Ella no era buena en lo absoluto!

Seguro que lo echaría a perder, y haría que la gloria del Karasuno, recién recuperada tras los torneos pasados, se hundiera en un pozo sin fondo y todo el mundo la conocería como esa torpe manager que hizo caer al equipo de los cuervos por su incompetencia. El aldeano B que por su ridícula torpeza estropeaba el camino de los protagonistas. Aunque Kiyoko solía decirle que era sin dudas una manager bastante eficiente y que se esforzaba muchísimo por los demás para cuidarlos correctamente. Hinata, el pequeño chico que destacaba por el brillo de su estrella natural, no se mermaba la lengua al momento de adular no sólo su habilidad creciente como manager sino también su destreza en los estudios cuando él y Kageyama, el armador genio que llamó la atención incluso de la selección nacional juvenil, necesitaban su tutoría para los exámenes. Era muy buena al momento de organizar las cosas, limpia y ordenada como ninguna otra, una estudiante esplendida que sin lugar a dudas se merecía estar en esa clase avanzada.

Yachi Hitoka, era esa clase de persona.

Pero siempre se menospreciaba a sí misma, lo cual era generalmente su mayor defecto.

Sin embargo, quizás podía agregar otro más a la lista, que según ella misma, era interminable. Y era precisamente la razón por la cual sentía que su cabeza explotaría sobre sus hombros o quizás primero se le caerían los pies por esos zapatos de tacón alto a los que, descubrió, no estaba tan acostumbrada como pensó cuando se los puso en casa antes de salir unas horas atrás.

Si cualquier persona, ya sea los chicos del equipo, profesores, o su madre, le pedían un favor, por más pequeño e inútil que fuera, no podía negarse a hacerlo.

Le sabía muy mal no ayudar si se lo pedían.

Pero quizás debió empezar a considerar cambiar esa parte de su personalidad cuando la chica con la que desde la semana pasada se juntaba para almorzar en la escuela, llamada Ayuzawa Miou-chan, le pidió sustituir a una muchacha de otra clase en un Goukon que habían organizado con los chicos de Aoba Jōsai. No obstante, ni siquiera pudo musitar una negación cuando ella le miró con esos grandes ojos de cachorrito, rogándole llenar el hueco y no quedar mal con los números. Su corazón era tan blando que verse reflejada en ese iris vidrioso le hizo maldecir internamente y aceptó sin mucho ánimo y con la cara paralizada de la incomodidad.

¿Qué podía ir mal?

Muchas cosas, muchas cosas podían ir mal, pensó mientras se desplazaba como podía entre las personas que se conglomeraban en el centro de juegos donde habían decidido pasar el rato esa noche de sábado. Primero pensó sólo estarse un momento, quizás comer algo o jugar cualquier cosa con el chico que le tocara. Podía mentalizarse para estar un par de horas con un desconocido intentando sociabilizar. Más nunca se le pasó por la cabeza que habría alguien ahí que conociera de otro sitio. Seguramente debió considerarlo al escuchar el nombre de la otra escuela, pero siendo honesta ni siquiera lo imaginó. Es decir, en su infinita ingenuidad, no pensó jamás encontrarse con nada más y nada menos que Oikawa Tōru, el gran rey como le decía Hinata, mucho menos en medio de una cita grupal como esa. No fue sino hasta que oyó su presentación cuando se encontraron todos frente a la estación de trenes que sintió un verdadero pánico. Por lo tanto, había actuado como una verdadera idiota, la lengua se le durmió y sus rodillas temblaron, apenas si pudo decir su nombre lo suficientemente alto como para que un par lo escuchara claramente y usó toda su fuerza para mantenerse de pie detrás de Miou-chan que le miraba un poco extrañada. Sinceramente el antiguo capitán de Aoba Jōsai le daba miedo, más del que quería mostrar. Era una persona que si bien parecía ser bastante agradable de tratar, lo cierto es que una vez que lo veías en el campo de batalla, esas maquinaciones se iban por la borda. Y ella no era del todo buena tratando con esa clase de gente.

Suficiente tenía con su problemático equipo.

Por esa razón había estado huyendo lo más que podía del joven de cabellos castaños que tenía encantadas a un par de muchachas. Era en verdad ridículo, y lo sentía por el pobre chico que le había tocado en el sorteo, hacía una media hora que lo había perdido por la zona de los juegos de video. Más no quería que Oikawa reparara en ella, a saber lo que haría si veía ahí a la manager del equipo que les quitó el pase al nacional. Aunque probablemente estaba exagerando, pero una parte de sí no dejaba de dibujar uno y mil escenarios de asesinato por venganza.

Que claro, estaba rozando lo absurdo, más no podía evitarlo.

Su vestido rosa estaba empapado del sudor frio que le recorría la espalda cada que escuchaba la voz del mayor cerca suyo y sus pies comenzaban a matarla por tanto caminar de un lado a otro con esos zapatos de tacón que su madre le había regalado apenas comenzó la preparatoria. De haber sabido que estaría realizando tácticas de evasión nivel militar, se habría puesto unas cómodas zapatillas y un pantalón.

¿Miou-chan se enojaría si se iba a casa ya?

No estaba encontrando divertida la situación y sus nervios se le estaban echando a perder con toda la tensión. Se acomodó un mechón de su corta melena rubia, la cual por la ocasión no había atado en su usual peinado sino que dejó caer libre para enmarcar su rostro. Resopló y su ceño se frunció cuando tomó un pequeño descanso de su huida cerca de las máquinas de fotos. Podía sentir como la piel de la parte trasera de sus pies se despegaba antinaturalmente y un ardor que acompañaba cada paso que daba le estaba molestando de unos metros para acá. Esas pulsaciones en sus extremidades, seguramente eran por la sangre que estaba saliendo a causa de esos zapatos, irónicamente, rojos.

Ya no lo aguantaba más.

Decidió poner fin a esa obra de suspenso que estaba interpretando y sigilosamente se dirigió a la puerta del lugar mientras sacaba su móvil y le enviaba un mensaje de disculpa a la chica que le había pedido el favor. Ya lidiaría el lunes con las consecuencias, probablemente volvería a comer sola el almuerzo, pero la verdad prefería eso que deshacerse de lo que le quedaba de integridad.

La única cuestión que le preocupaba ahora que se encontraba en el exterior era precisamente cómo volver a casa desde ese punto de la ciudad.

¿Dónde estaba la parada más cercana?


Se acomodó los lentes por quincuagésima vez en ese día y su expresión, ya de por sí apática naturalmente, se agrió más mientras veía a su hermano ir de un lado a otro en la tienda de deportes. Sinceramente no estaba del todo seguro que lo había hecho aceptar acompañar a Akiteru a comprar algunas cosas para su equipo. Pudo haber sido el hecho de que su madre estaba presente cuando su hermano mayor mencionó la salida y ella, ajena de que ellos dos apenas comenzaban a reconstruir su antiguo vinculo soltó sin más que se lo llevara para que le ayudara con las compras. Chasqueó la lengua y se colocó los auriculares que siempre entornaban su cuello, ignorando olímpicamente a su consanguíneo que conversaba animadamente con el hombre que atendía a los clientes. Sacó su móvil del bolsillo de su chamarra azul y movió ágilmente los dedos para poner su biblioteca de música.

Menuda situación.

Bufó audiblemente y se recargó en la pared más cercana, entre unas estanterías con zapatillas para diversos deportes. Su estatura resaltaba bastante, era tan alto como los posters de jugadores que había por toda la tienda. No era para menos que en su primer día en Karasuno, los del equipo de basquetbol le pidieran unirse a ellos. Sin embargo no había ningún otro deporte que le interesase aparte del voleibol. Aun si su historia con esa disciplina no era del todo inspiradora como con algunos de los estúpidos compañeros que tenía, no podía negar que amaba jugar. Claro que primero muerto que admitirlo en voz alta, aunque muchos pudieron notarlo claramente cuando jugaron con la academia Shiratorizawa y se enfrentó cara a cara con el jugador nacional Ushijima Wakatoshi. Probablemente ese día sus emociones por el voleibol despertaron luego de haberlas sellado en su interior. Siempre se escudaba en su cinismo, molestando a todos hasta irritarlos por completo, casi como si no pudiera estarse en paz si no había alguien queriendo planear un complot de asesinato en su contra secretamente. Pero no era más que la forma de protegerse a sí mismo. Ya lo había dicho anteriormente, las personas que ciegamente se apasionaban por algo eran estúpidas y caían por su propia boca antes de traicionar las esperanzas de los demás. No obstante, después de ese partido, él también se había vuelto un imbécil por el voleibol.

Pero nunca lo diría.

Tskishima Kei, no era de los que se apasionaban por nada en especial.

Akiteru se acercó a él y le hizo señas con una mano delante del rostro para llamar su atención. Frunció más el ceño, de ser posible, y bajó los audífonos para escuchar a su hermano.

—Ya podemos regresar, terminé las compras—aseguró sonriendo. Sus ojos quedaban a una altura similar aunque el menor era unos centímetros más alto que su hermano. También el tono de su cabello, rubio, era ligeramente más oscuro. Lo único parecido entre ambos era ese tono marrón dorado de su iris.

De ahí en más eran como totalmente opuestos.

—Ya era hora, comenzaba a creer que había salido de compras con nuestra madre—escupió de mala gana.

—Vamos no seas así Kei—exclamó palmeándole el hombro. El mencionado no pudo evitar emitir un leve gruñido—. Lo siento, lo olvide, no tocar, entiendo—se apresuró en aclarar al notar su respuesta.

—Sólo regresemos a casa—suspiró tratando de restarle importancia.

—Bien.

De verdad que era difícil hablar con él.

Aun podía recordar esa cara sonriente que su hermano menor hacía cada vez que llegaba a casa luego del entrenamiento, las interminables horas charlando sobre los mejores jugadores y las tácticas de voleibol que le enseñaba en el patio de la casa. Esos tiempos en los que la sonrisa de Kei era genuina y no esas muecas burlescas que pretendían mofarse de todo el mundo.

Ah, lo echaba de menos.

Cuando salieron a la calle, ya era bastante noche. Ciertamente había mucha gente en el centro de la ciudad, quizás por ser sábado o tal vez porque había algún evento especial, aunque no podría decir cuál de los dos era la razón. Avanzaron por la acera en total silencio, Akiteru parecía querer entablar una conversación sobre cualquier tema. Pero el bloqueador de Karasuno emitía un aura de no violar el silencio por ningún motivo. Cruzaron el paso peatonal de la avenida principal y al atravesar un par de metros se toparon con una escena un tanto curiosa.

Ahí, en medio de un círculo de personas, se encontraba la que Tsukishima distinguió como Tanaka Saeko, la hermana mayor de su sempai. Esa escandalosa mujer que llevó al par monstruoso hasta el campamento en Tokio y que podrías decir era una versión femenina de Ryu, sólo que con cabello rubio, pestañas largas y bueno… un cuerpo de chica.

—Saeko-san—musitó su hermano al reparar en la universitaria que se encontraba parada en medio de un tumulto con las manos en las caderas.

—¡Vaya! Pero si son los hermanos Tsukishima—exclamó sorprendida y ambos pudieron notar un leve rubor en sus mejillas. Kei miró de reojo el lugar a su costado y vislumbró el nombre de un bar de la ciudad bastante famoso entre los jóvenes de la ciudad—. ¿Por qué no me habían dicho que eran dos pares de gemelos?—inquirió frunciendo las cejas y dando un par de tambaleantes pasos hacia los dos rubios.

Vale, ahora no quedaba duda de que estaba ebria.

—Saeko-san, será mejor que vayas a casa—dijo Akiteru agarrándola del brazo antes de que se fuera de lado.

—Tsukishima, nunca lo noté, pero eres bastante fornido eh—la muchacha le picó los músculos de los brazos con una sonrisa pícara. Akiteru sintió un leve rubor apoderarse de su rostro.

¿El alcohol se podía contagiar por el aire? Porque de pronto se sintió borracho como la chica que se afianzaba de su extremidad cómodamente.

—Kei, adelántate a casa, veré que Saeko-san llegue a donde los Tanaka sana y salva—pidió mientras maniobraba con la mujer que se retorcía a su lado como un gusano. Le agarró firmemente el brazo derecho mientras pasaba respetuosamente su propia diestra por la cintura de la rubia.

El menor de los Tsukishima bufó para sí mismo y pensó cuán problemático era hacer esos gestos de amabilidad. Si fuera él, simplemente la dejaría ahí para que se valiera por sí misma e iría directo a casa. Pero Akiteru no era como él y se volvía un blandengue de corazón cuando veía a alguien en necesidad.

Que estupidez.

Comenzó a caminar hacia la estación de trenes más cercana y su hermano le hizo un gesto con el brazo para despedirse mientras echaba un vistazo a la calle para ver si un taxi se pasaba por ahí.

Él no podría hacer eso si se encontrara en una situación similar.

Porque no era natural.


Si pudiera enumerar las veces que una idea fue mejor en su cabeza de lo que era al hacerla realidad, tendría una lista interminable de ellas. Quizás debió haber procurado revisar su bolso antes de salir y cerciorarse de que traía su cartera. Pero no lo había corroborarlo y cuando quiso comprar un par de sandalias, de esas que son todas feas y baratas, en una tienda de conveniencia; había caído en cuenta que sólo llevaba con ella su pase de autobús y la tarjeta del tren. Por lo cual ahora se encontraba como una verdadera cenicienta, sin zapatos, sentada en una banca cerca de un cruce transitado a un par de metros de la avenida principal donde se conglomeraban los deseosos de diversión y buena bebida. Era una verdadera damisela en apuros, lástima que no tenía un príncipe azul que la rescatase ni un hada madrina que usara un hechizo sobre una calabaza, o quizás es este caso una dona de la basura podría servir, para hacer su mágico carruaje que la llevaría hasta casa para curarse las rozaduras de sus pies. Miró mal a esos malditos zapatos rojos y juró quemarlos en la incineradora de su edificio cuando tuviese la oportunidad. Después de todo no podía irse descalza en medio de la noche, a saber qué clase de cosa podría haber en el suelo, en una de esas y le pegaba una infección tan rara que hasta se podía morir por no usar calzado. En esos momentos, lamentaba profundamente no tener amigos íntimos entre sus contactos del teléfono, pues no podía pedirle a Kiyoko-sempai que le ayudase en ese momento. Ni siquiera se creía capaz de pedirle tal favor a Hinata, aunque seguramente la carnada de Karasuno estaría más que dispuesto a auxiliarla si se lo pidiera. Más no quería causarle semejante molestia. Así, descartó también al resto de los miembros del equipo, por no mencionar que incluso el profesor y el entrenador ni siquiera podían ser considerados. Llamar a su madre no era opción tampoco, el día anterior había salido de la ciudad por un nuevo proyecto de su compañía y no llegaría a casa hasta el lunes por la tarde. Le había dicho en muchísimas ocasiones que fuera más cuidadosa cuando planeaba sus salidas, que revisara hasta el más mínimo detalle, no obstante quizás fue debido a lo espontaneo de la situación o su evidente deseo de no tener que asistir a tal cosa sin sentido que no reparó en nada de ello.

Era su culpa estar desamparada en medio de la ciudad con los pies destrozados.

Sólo un milagro podría salvarla.

—¿Necesitas ayuda pequeña?—cuestionó una voz ronca a sus espaldas y casi quiso gritar desesperadamente una afirmación, pero se contuvo y giró lentamente.

¿Quién era ese tipo?

No lucía como alguien decente, tenía muchas más perforaciones de las que había visto en su vida. Y juntas además. Un tatuaje cruzaba por cuello y la camisa de vestir color fucsia estaba desabotonada hasta el tercer nivel. Inmediatamente sintió pánico y sus ojos se abrieron de par a par. El sudor frio le regresó al cuerpo y fue peor que cuando estaba en el Goukon con Oikawa. Trató de recordar un mantra para tranquilizarse, pero su cabeza estaba más ocupada en la elaboración de todos los escenarios de asesinato, violación, y secuestro que podía imaginar. Palideció como si su cara fuera un lienzo listo para pintarse.

Su cuerpo tembló, como un pudin recién salido del molde y su cabeza giró sobre sus hombros.

—E-e-e-estoy bi-bi-bi-bien gra-gracias—tartamudeó pestañeado tan rápido que la imagen parecía una de esas películas de foto que solían ver sus abuelos cuando eran jóvenes.

Ahora sí que necesita un héroe.

—¿Estas segura? Te has puesto blanca como un fantasma—espetó.

—"Un fantasma es lo que no quiero ser"—pensó aterrada.

—¿Quieres que…?

—Yachi-san—nunca imaginó que esa voz, especialmente esa voz tan sarcástica, aunque ahora no sonara de ese modo, fuera a convertirse en el sonido más hermoso del mundo.

Era como la música de los ángeles para sus oídos.

—¡Tsukishima-san!—gritó aliviada hasta el tuétano.

—Oh, así que es tu amigo—exclamó el desconocido—, entonces supongo que estarás bien—cabeceó a modo despedida y se alejó de ambos estudiantes quienes se miraban el uno al otro.

La muchacha estaba infinitamente agradecida por la aparición del más alto y pensó que había sido rescatada de esa incómoda situación. Aunque viendo el comportamiento del hombre, probablemente se le fue la olla al juzgar con su primera impresión.

—Tsukishima-san—sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas y casi deseó poder saltarle encima para besarlo por su sorpresiva intervención. Pero nuevamente estaría exagerando.

Además ¿por qué besaría a Tsukishima Kei? Probablemente sería asesinada si revelaba esa clase de pensamientos y tampoco es como si quisiera hacerlo.

Era en verdad vergonzoso.

—¿Qué estás haciendo?—cuestionó sin mucho interés en realidad. Aunque no pudo pasar por alto su situación actual y reparó en las heridas de sus pies y el ligero temblor que tenía su cuerpo por esa brisa fresca que azotaba a la ciudad nocturna. Después de todo, no hacia mucho que había dejado de ser invierno.

¿Por qué diablos llevaba vestido en pleno invierno?

—¿Eh? Yo…—se miró a sí misma y sus mejillas se sonrojaron al reparar en la clase de imagen que estaba proyectando.

Una chica de preparatoria descalza, vistiendo ropa fuera de época y herida.

Cualquiera pensaría que estaba haciendo algo indebido. Temió por un segundo ver en los ojos dorados un atisbo de reproche y burla, incluso esperó escuchar un comentario sórdido por su parte. Más sin embargo el bloqueador de Karasuno simplemente atinó a mirarla fijamente.

Y ella a él.

Sus ojos, aunque separados por una gran altura, se trabaron fijamente en los de su interlocutor. Fue como entrar en una dimensión desconocida, una en la que Tsukishima no lanzaba sus mordaces palabras y ella no se ponía a escupir todos sus pensamientos en una verborrea interminable.

Simplemente estaban conectados.

Como dos circuitos de electricidad, como uno de esos aparatos magnéticos que se enlazaban y no podían separarse hasta que se los empujabas lejos el uno del otro.

Fue la primera vez que notó lo increíblemente bonitos que eran los ojos de Tsukishima.

Desvió la mirada, apenas soportando la intensidad de ésta misma y sus mofletes se colorearon de carmín. Tal cual un par de manzanas.

¿Qué diablos estaba pasando?

—Supongo que incluso una niña buena puede hacer travesuras—musitó con su típico tono burlón el de anteojos mientras torcía una sonrisa.

Hitoka sintió que su cara explotaría.

—¡No! ¡No es lo que piensas! ¡No estaba haciendo nada indecente!—vociferó alarmada. Casi hiperventilaba—, yo sólo estaba… estaba en una cita… grupal… con…. Oikawa-san—su voz se fue haciendo cada vez más tenue, tanto que apenas fue capaz de entender lo que estaba diciendo.

¿Qué?

—Oh, así que estabas fraternizando con el enemigo—siseó como una serpiente—, no conocía ese lado osado de tu parte Yachi-san.

Volvió a palidecer.

—Tsukishima-san no es eso, en serio…—trató de ponerse de pie, su corazón no podía resistir esa clase de situación.

—Está bien, no hay necesidad de explicarlo.

Sí que la había.

—¡Sólo llené el espacio que faltaba!—gritó desesperada—, mi amiga, que seguramente dejará de serlo porque la dejé colgada con la cita, necesitaba una sustituta, no podía negarme, tu sabes que no puedo, y ahí estoy como una idiota yendo a un evento que no es para mí. Porque seamos sinceros, no soy material para una cita, pero aun así fui y cuando llegué vi a Oikawa-san, tenía tanto miedo, él es aterrador en la cancha y aunque era agradable no podía dejar de pensar que me mataría en venganza por haber perdido el pase al nacional. Me la pase huyendo por todo el lugar y cuando finalmente me decidí a regresar a casa, mis zapatos estaban matándome. Intente comprar un par de sandalias, pero no me traje la cartera y no puedo ir más allá descalza porque me da miedo pescar una infección y morir. Y para la cereza del pastel un tipo extraño y con la pinta de tratante de blancas se me acerca cuando estoy rezando por un caballero en su brillante armadura para que me salve—soltó vertiginosamente y una vez hubo terminado, tomó aire pues se había aventado todo el discurso sin respirar.

El silencio reinó.

Yachi pensó que había firmado su sentencia de muerte. Seguro que Tsukishima la dejaba ahí para que se muriera de tanto estrés que le causaba su situación.

Él tampoco era su caballero ni mucho menos su príncipe montado en un blanco corcel para recatarla de todos sus males.

—Eso es una estupidez—dijo al fin, rasgando ese tortuoso silencio.

Ella estaba histérica en ese punto.

—¡Lo sé!

—Bueno, puede que ese caballero de brillante armadura sea un pelmazo y el príncipe de blanco corcel una ilusión estúpida Yachi-san—la observó mientras se inclinaba un poco hacia ella—. Así que supongo que tendrás que aguantarte con alguien como yo—la miró burlesco, entretenido como nunca con su desdicha.

Era una persona bastante sádica ahora que reparaba en ello.

Espera…

¿Qué estaba diciendo?

—¿Eh?

—Eres una tonta Yachi-san—se quitó su chamarra y la dejó caer bruscamente sobre la cabeza rubia—. De verdad que eres peor que Hinata—negó levemente.

Esa pequeña chica, era en verdad entretenida. Nunca se había detenido a pensar en ello. Para él simplemente era la nueva manager del equipo, la muchacha que se la pasaba pegando brincos por no estar acostumbrada a los chicos, la valiente que se atrevía a ayudar al par monstruoso con sus exámenes sin saber que podría volverse tonta si pasaba mucho tiempo con esos cabezas huecas obsesivos del voleibol. Por no decir que ni siquiera tenía interés en conocerla más allá de las paredes del gimnasio, era sorprendente que nunca hubiera reparado en la diversidad de caras que podía mostrar en un periodo de tiempo tan corto, muecas tan diversas y nuevas que era fascinantes. Escucharla era una de las cosas más interesantes que estaba descubriendo en ese mismo instante, esa desesperación, esos ojos llorosos, ella era toda una atracción. Y ese lado suyo que necesitaba molestar a los demás pedía exasperadamente que ella fuera su fuente de diversión.

Quería ver más.

—Esto…

—Estamos en pleno diciembre, aunque haya habido temperaturas altas hoy, Yachi-san, no deberías andar tan ligera—se paró y la observó superior.

¿A caso le estaba diciendo que podía usarlo?

—Gracias…—sus mejillas explotaron en rojo vivo.

Con torpeza pasó los brazos por dentro de las mangas de la chamarra y su cabeza entró sin problemas en su hueco correspondiente.

Tsukishima tenía un cuerpo bastante grande.

Le quedaba como si estuviera nadando en la tela. Hitoka cepilló su corta melena. ¿Por qué de pronto se sentía tan cálida? Nunca imaginó, y vaya que tenía esa capacidad, el siquiera sopesar la posibilidad de estar siendo socorrida por él. Sin embargo no fue el hecho de que le cediera su chamarra lo que le dejó perpleja esa noche. Quizás, y sólo quizás, Tsukishima Kei tenía un corazón debajo de todas esas espinas y rocas que lo conformaban. Al fin y al cabo, ¿cómo hubiera sido posible que él, precisamente el chico más retorcido de todos en el equipo, estuviera inexcusablemente ofreciéndole su espalda para llevarla a donde sea que estuviera dirigiéndose para regresar a casa?

Miró esa amplia espalda si poderse creer lo que pasaba. Podía notar los músculos que el deporte se había encargado de definir a través de la camisa negra de manga ¾ y una venita de curiosidad por tocarlos se instaló en lo profundo de su mente. Pero tenía miedo de estar equivocada ¿y si sólo se estaba atando la agujeta de su zapato? Aunque su calzado no tenía ninguna.

Vale, se retractaba de sus palabras, pensó el más alto mientras permanecía acuclillado dando la espalda a la rubia, por azares del destino había terminado en una situación similar a la de su hermano. Sin embargo no era por esa estúpida amabilidad que él llevaría a la manager del equipo sobre su espalda, ni mucho menos porque hubiera decidido transformar su personalidad retorcida a la de alguien caritativo. Oh claro que no. Él no era capaz de hacer semejantes cosas sin sentido. La respuesta era mucho más sencilla y no tan romántica.

Sería molesto si algo le pasaba.

Si se marchaba y la dejaba sola a merced de un destino incierto que podría terminar en tragedia podría volverse problemático. No quería ser interrogado en una comisaria de la ciudad como posible último testigo de su compañera. Eso generalmente terminaba en ser el primer sospechoso del crimen y la verdad no quería que le echaran bronca el resto de los miembros si algo malo le sucedía a chica.

—Apresúrate—ordenó llevando su izquierda hacía atrás. Logró capturar la muñeca de la chica quien desconcertada y casi paralizada por lo antinatural de la situación chocó contra el cuerpo del rubio.

Su corazón explotó.

¿A caso eso estaba pasando?

Él no podía estar levantándola justo ahora en su espalda para llevarla cargando todo el camino. Eso no podía ser cierto. Estaba tan escéptica que ni siquiera notó cuando el bloqueador cogió sus mortíferos zapatos rojos del suelo y se acomodó mejor para que los muslos de la chica no rozaran sus manos descaradamente.

No pudo sino simplemente contener la respiración.

¿Pesaba una tonelada, no? Él seguramente pensaba que ella estaba gorda como una vaca y era totalmente lo contrario a esas delgadas chicas como Kiyoko-sempai. No debió haber comido tantos dulces, de esa manera no sería difícil para Tsukishima estarla llevando de caballito. Aunque claro, cómo iba a imaginar que él terminaría llevándola.

Eso ni siquiera podía pasar en su más horrible pesadilla.

¡Y esto era la realidad por Dios!

—Tsu-Tsukishima-san…

—¿Cuál vas a tomar?

Ella pestañeó incontables veces mientras trata de comprender su pregunta.

—¿Qué?

—Autobús o tren—no le tomó importancia a esa rigidez que percibía en el cuerpo femenino.

Ella era increíblemente pequeña a hora que lo notaba.

—Tr-Tren.

Asintió y emprendió camino a través de la muchedumbre. Unos cuantos les miraron curiosos, no era muy típico ver esa clase de escenas. Aunque era bastante linda, sobre todo porque la chica en cuestión estaba hecha un tomate en la espalda de su novio. Pero nunca podrían saber que eso estaba lejos de ser verdad.

Más bien era una escena sacada de la más retorcida imaginación. Y probablemente el comienzo de una historia todavía más increíble de contar.

Aunque ninguno de sus protagonistas lo pudo sospechar.


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Continuará

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Espero que les haya gustado. Muchas gracias por sus reviews, Follows, y Favs.

Sin más.

Dejen sus opiniones por favor, iré corrigiendo los errores más adelante, sin más.

Akari se despide.

Yanne!