Hola, hola, Luna de Acero reportándose. Antes que nada, perdón por la demora, no tienen idea la cantidad de cosas que pasaron en mi vida, no me voy a poner a contarles el rosario de lágrimas, así que lo siento pero confórmense con esta disculpa.
Bueno, este fic es un regalo que se supone que tendría que haber salido para el 01 de Noviembre que fue el cumpleaños de mi hermana del alma Yaoi´Blyff, pero claro tenían que pasarme mil cosas jajaja y como siempre llego tarde, es una característica mía parece. Como sea aquí está. Es una historia de 7 capítulos cortitos (2500 0 3000 palabras) que subiré todos juntos para no tenerlos en ascuas, aún así agradecería que si les gusta la lectura me dejen aunque sea un "conti plz" como comentario o review en cada capítulo. Porfa, no pido mucho, denme amor que lo necesito, jaja.
Dedicado a YAOI´BLYFF:
SISTAH HERMOSA, FELIZ NO CUMPLEAÑOS! Perdón el atraso, si te saco una sola sonrisa, ya considero la misión cumplida! TE AMOH! Gracias por estar siempre y brindarme tu apoyo cuando siento que ya no puedo con todo, ojalá pueda retribuirte un poquito de todo eso, nos vemos pronto!
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son de Isayama Hajime, la historia si es original de mi invención, solo utilicé sus nombres.
Advertencias: No mucho, hay sentimientos, la mayoría buenos, no habrá drama, NO HABRÁ DRAMA, si han leído bien, los amo, enjoy!
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"No, amor no llega tarde. Tu corazón y el mío saben secretamente que no hay amor tardío".
José Ángel Buesa
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El pesado libro de "El Silencio de los Corderos" reposaba sobre sus piernas. La vista al pequeño lago artificial era una delicia a sus pupilas añejas. Y además le gustaba esa pequeña burbuja de tranquilidad, no de soledad, porque a sus espaldas se escuchaba el ir y venir de las enfermeras y los cuidadores, una que otra tos de algún viejo, y uno que otro "mugido".
Bueno, estaba anciano ya, pero no decrépito. Le llamaba "mugidos" a los balbuceos de sus compatriotas que estaban en sus últimas instancias de vida, la mayoría en sillas de rueda, boqueando como peces fuera del agua para poder pedir un sorbito de agua o algún calmante.
Escondió la manga de su camisa por debajo de la del saco, una mala costumbre que tuvo desde niño. Tal vez porque su madre siempre le insistía en que las cuidara de no ensuciarlas. Aun usaba los finos pañuelos de seda en el cuello, blancos siempre, las camisas pulcramente planchadas, las uñas recortadas y limpias, su afeitada impecable (aunque solo le crecieran cuatro pelos locos), buen peinado y perfume.
El primer tiempo las enfermeras le vivían consultando si estaba esperando a alguien. No, no esperaba a nadie, lo hacía por propia voluntad, porque él podía ser un anciano (nada de usar palabras como viejo, veterano, matusalén, abuelo o esos odiosos sustantivos que le querían achacar), pero NO era decrépito. Se sorprendió de encontrarse pensando de nuevo lo mismo.
¡Caramba! Era un fastidio, pero luchaba contra hacerse repetitivo con algunas cosas. Está bien que su cuerpo estaba lleno arrugas y dolores, pero uno tenía ciertas ínfulas, cierta pedantería con respecto a la presencia, y eso no lo abandonaría hasta el último de sus días en esta tierra.
Bostezó en silencio, porque la modorra mañanera lo estaba atacando, por lo que luego procedió a carraspear de una manera casi exagerada, que parecía que tenía dos lijas refregándose en la garganta. Luego tomó el pesado libro y lo abrió donde había dejado el separador para continuar con la lectura. La verdad fue que tuvo que retomar el capítulo algunas hojas atrás porque estaba un poquitín confundido con algunas frases.
El almuerzo fue en su mismo lugar de siempre, allá arrinconado cerca de la ventana. Benancio se le acercó en la silla de ruedas eléctrica, pero meneó la cabeza en un mudo intercambio comunicativo para hacerle notar que hoy no era de su agrado que comieran juntos. En realidad había algo en Benancio que le molestaba, y es que era bastante parecido a alguien de su pasado que deseaba olvidar. Aunque siempre lo asaltaban los recuerdos de una u otra manera, haciendo que su rictus de amargura se profundizara y sus ojos se volvieran opacos y húmedos.
Dora, una de las enfermeras le puso el plato de puré de calabazas y filet de merluza al horno frente a él. Movió la lengua sobre sus dientes de plástico solo para confirmar que el pegamento estaba haciendo su trabajo, de todas maneras comería despacio, como siempre.
—Hola, guapo —le susurraron en el oído y casi escupe un pulmón.
Se giró mirando asombrado a otro anciano desconocido que además le sonreía con picardía. Primero lo miró de arriba abajo rápidamente, solo para confirmar lo que sabía, no tenía idea quién carambolas era. Parecía mucho más alto que él, incluso si estaba sentado. Estaba afirmado a un suero ambulante que era sostenido por una estructura de metal con rueditas de donde ese "señor" se afirmaba un poco. Cabello completamente cano, piel morena, con pecas en las manos, como todos allí, ojos de iris verde intenso (aunque el blanco un poco amarillento), además llevaba una pequeña mochila de oxígeno con vías conectadas a sus fosas nasales, seguramente tendría algún problema respiratorio. Estaba vestido con una especie de pijama todavía, y eso que eran más de las doce.
El hombre caminó con algo de dificultad y se desplomó en la silla frente a Levi. Pronto se acercó Mercedes, una de las celadoras del salón de comidas y Levi la miró con extrañeza.
—Señor Ackerman, le presento al nuevo residente de la comunidad, el señor Jager ¿No le molesta que almuerce hoy junto a usted, cierto?
El anciano continuó serio, nobleza obliga tuvo que aceptar forzadamente un almuerzo con un desconocido, parecía que uno no podía siquiera tener un maldito almuerzo en paz.
—Señor Jager, ¿le traigo su flancito de bajas calorías?
—No, quiero comer lo mismo que esta belleza frente a mí —soltó con total desparpajo mientras le sonreía a Levi al que casi se le descoloca la mandíbula.
Mercedes mal disimuló sus ganas de reír y con un simple: "así será entonces", se retiró.
—Disculpe, caballero —comenzó Levi tratando de mantener la compostura y mientras extendía una servilleta sobre su regazo—, le seré honesto. No me interesa conocerle, no se tome atribuciones que no correspondan y en lo posible absténgase de dirigirme la palabra siquiera.
—Ya, ratoncito, no te hagas el modoso conmigo, que te conozco a lo largo, a lo ancho, al derecho y al revés, sobre todo al revés —susurró esto último moviendo las cejas hacia arriba para enfatizar su punto.
Levi iba a replicar pero luego se le fue aclarando el panorama un poco, esos ojos, esa sonrisa (o parte de lo que había sido), ¿ratoncito dijo? Se rascó el mentón disimuladamente, de alguna manera ese gesto hacía que sus recuerdos se aflojaran. El otro se entusiasmó ante esa reacción.
—Me llamo Eren, y aunque eso lo sabes bien, más te gustaba llamarme "la Bestia", ¿no lo recuerdas?
De repente el panorama se le aclaró del todo y sus ojos se abrieron a su máxima expresión. Si hubiera podido sonrojarse lo hubiera hecho, pero apenas llegó a irrigarse uno que otro punto sobre sus pálidos pómulos. "La Bestia Jager", claro. Definitivamente era él ¿Cómo era que estaba allí? ¿Cómo fue qué...? ¿Dónde…? ¿Cuándo?
Sintió que la presión arterial le subía un poco, miró a los costados cerciorándose de que nadie más notara su incomodidad, pero todos parecían sumergidos en la normalidad más aplastante y monótona. Acomodó la servilleta sobre su regazo como cinco veces, porque ahora le costaba levantar la mirada.
Levi siempre había sido una persona estructurada, apegada a las normas, que intentaba no desentonar, ni hacer mal las cosas, menos que menos llamar la atención o generar trabajos innecesarios. Sin embargo, hubo dos semanas en su vida donde empujado por su corazón herido, buscó refugio en esa ciudad bohemia. No porque la llamaran la ciudad del amor, sino porque quería huir, quería desaparecer de su ciudad, tenía dinero en ese momento y compró un pasaje del siguiente avión que iba a despegar sin importarle el destino.
Así fue como terminó en París, congelándose el trasero porque era inicios de invierno, por lo que lo primero que hizo fue comprarse un par de abrigos. La primera noche en el hotel se la pasó llorando, pero ya a la segunda salió a vivir un poco la noche, aunque no sería hasta la quinta que encontraría a un hombre de extraordinaria belleza que se le acercó como un imán y le dio charla hasta la madrugada. Tenía una sonrisa preciosa, una mirada encantadora, un perfume que le nubló los sentidos, ayudados por una exorbitante cantidad de alcohol y necesidad afectiva.
Se dejó timar, por ese embaucador.
Ese tipo era… indecente en muchos sentidos, y él estaba vulnerable, así que se dejó engatusar y envolver en su seducción innata. Se dejó arrastrar, por casi seis días, de completa lascivia, sexo sucio, alcohol y comida chatarra. La bestia era buena con las palabras, y también con las caricias.
No lo había olvidado, no, de todas esas veces que le susurraba cosas que harían sonrojarse hasta las estatuas de mármol de la capilla Sixtina, mientras sus ágiles manos resbalaban por todas las partes de su entonces, cuerpo firme y atractivo ¡Ah, qué recuerdos!
Pero eso ya había pasado, estaba en el baúl de las cosas que jamás debían volver a removerse. No tenía ganas de desempolvar conductas inapropiadas de un arrebato del momento allá hacía… eh… ¿35 años? Contó mentalmente, pero no estaba seguro, había sido en el 80, ¿o en el 79? En fin.
—Ya te acordaste —acotó el otro sonriendo, pero Levi se hizo el desentendido—. Ahora no te me vas a escapar, guapo.
—Escuche, caballero, mantenga la compostura, estamos en un lugar respetable —lo regañó con sutileza, mientras tomaba una cucharada del puré—. Sosiéguese y compórtese como corresponde.
Justo llegó el plato del recién llegado, por lo que tosiendo un poco se incorporó para tomar el tenedor entre sus temblorosas manos tratando de atinarle a la montaña de color ámbar sobre la porcelana blanca. Levi siguió sus movimientos cuidadosamente y enarcó una fina ceja.
—¿Usted se encuentra bien? —preguntó cauteloso, a lo que el otro viejo contestó con voz contrita.
—Acabo de salir de una cirugía para desobstruir una arteria y estoy algo mareado.
Levi giró su cabeza buscando que alguna de las enfermeras notara el panorama, pero el salón parecía haber sido abandonado por los empleados en un santiamén. Era lo normal, a pesar de ser un asilo de categoría, los empleados trataban de pasar de ellos la mayor parte del tiempo.
—¡Qué remedio! —Renegó el de cabellera gris mientras se ponía de pie tirando la servilleta a un costado para sentarse cerca del otro canoso—. A ver, deme eso, voy a ayudarlo.
Eren sonrió tranquilo, mientras apoyaba su desvencijada espalda contra el respaldar de la silla y cruzaba sus dedos parduzcos y llenos de venas salpicados de pecas sobre el regazo. Levi le cortó el filet de merluza, que de por sí era suave, y pinchando un pequeño trozo lo embadurnó en el puré para arrimarlo a los labios del otro.
Eren abrió la boca y recibió el alimento mientras sus ojos cansados se llenaban de un brillo especial.
—Gracias, guapo —le dijo después de tragar.
—Ya basta, corte con ese trato imprudente, señor. Mi nombre es Levi, señor Ackerman para usted, no se dirija de otra manera a mi persona; tome —y volvía a embutirle otra cucharada.
—Como usted diga, hermoso mío.
—¿Acaso no le da vergüenza hablar así?
—No. Podría haberme dado a los veinticinco cuando trabajaba para el Banco Central de la Nación y todavía asistía a misa los domingos en memoria de mi difunta madre, pero a estas alturas ya no. Hace un tiempo me dije que ya estaba cansado de andar aparentando cosas que no soy.
—Que buen momento para darle bríos a su rebeldía —dijo el otro apretando los labios en una mueca de desaprobación.
—Al contrario, este es un momento perfecto para achacarle todo a la demencia senil, con lo cual quedo completamente impune para decir o hacer lo que me venga en gana.
Levi decidió no darle más motivos para que el otro abriera la boca excepto para terminar el alimento del plato. Luego volvió a su lugar y en silencio se terminó la mitad de su ración aunque ya estaba fría. De tanto en tanto miraba de reojo a este extraño personaje que seguía sonriéndole de una forma enigmática.
Solo esperaba no tener que soportar este tipo de comportamientos de ahora en más. Cuando se levantó de la mesa la Bestia estaba dormida con la cabeza colgando hacia adelante, por lo cual no se molestó en saludar.
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By Luna de Acero
