Shaman king no es mío.


Dont forget me: Otoño.


I.


A él realmente no le llamaba la atención.

Era un lugar sin clase en el algún lugar del mundo con un mesero peinado de manera extraña y que tenía los movimientos más torpes que había visto en toda su vida: ya había roto alrededor de cinco tazas y siete vasos en tan solo media hora, que era lo que llevaba de tiempo él en esa cafetería.

Ren ya le hubiera gritado de haber sido el dueño. Ren ya le hubiera borrado esa estúpida sonrisa con la que atendía a todo aquel que tomara asiento en aquella desolada cafetería; a todo aquél que no fuera él. Ren ya le hubiera arrebatado toda aquella inocencia de sus ojos carbonizados, mostrándole cuán dura era la vida.

─Perdón por la tardanza, aquí está su café.

Sonrisa brillante. Ojos bailando. Pelo azul sostenido, pero libre. Voz molesta y vibrante. Movimientos torpes y fascinantes. Un guiño tímido. Un brownie que él no había pedido.

─Gracias.

No, a él, realmente, no le llamaba la atención.

Pero, sin embargo, anotó su nombre y su número en una servilleta antes de ir a su consulta médica.


II.


─Lo lamento, señor Tao.

"¿Lo lamenta? ¿Usted lo lamenta? ¡Métase todos sus lamentos por el culo!".

─Podemos garantizarle uno o dos años de vida, señor Tao.

"¿Uno? ¿Dos? ¿Por qué no mejor me mata ahora?".

─Tenemos pastillas para el dolor y, en casos extremos, última etapa, morfina, señor Tao.

"Já, ¿última etapa? ¿Dolor? Já. Yo no le tengo miedo al dolor, doctor, es más, ¿por qué no me mata ahora?".

─El cáncer ha avanzado mucho en la ciencia, pero es una pena que usted no haya hecho estos estudios antes, señor Tao.

"Una pena. Dolor. Uno o dos años. ¿Por qué no me mata ahora?".

─¿Tiene alguna pregunta, señor Tao?

"¿Por qué no me mata ahora?"

─No.


III.


El mesero no llamó.

No es que a él le importara.

No es que quisiera a alguien en su vida ahora.

Iba a morir, de todas maneras, ¿cuál sería la diferencia si lo llamaba o no?

No tenía tiempo para historias de amor.

Nadie había hablado de amor tampoco. ¡Por Dios, solo lo había visto una vez!

No volvería a esa estúpida cafetería.

Volvió a observar el teléfono: no había ninguna llamada.


IV.


Regla número uno: nunca traer a Hao a desayunar. Nunca.

─Ten la decencia de al menos comer con la boca cerrada ─gruñó Ren, revolviendo el café con la cuchara por decimoctava vez.

─Que humores tenemos, Rency. Así nunca te casarás. Auch, ¡eso dolió! ─Se quejó el castaño de pelo largo, sobándose la cabeza.

Ren suspiró, pero no mencionó que, probablemente, no se casaría nunca. Tampoco mencionó que se iba a morir, de todas formas.

Regla número dos: jamás invitar a Yoh a ver una película.

─¡¿Viste eso?! ¡¿Viste esa patada!? ¡Wow, me gustaría ser Bruce Long! ─lloriqueó su amigo, metiéndose un puñado de palomitas en la boca─. ¿Crees que podamos retomar las clases de Karate nuevamente? ─preguntó entusiasmado.

Ren suspiró, absteniéndose de recordarle todas las veces que Anna le ordenó que practicase artes marciales con él y el muy hippie vagabundo no le hacía caso. También se abstuvo de comentarle que iba a morir y que probablemente no, no podrían.

─Por supuesto, Yoh. Ahora cállate y come.

Regla número tres: no volver a ir de compras con su hermana Jun.

Treinta bolsas en una mano y veinte en la otra. Ren frunció el ceño, sintiendo como sus brazos comenzaban a entumecerse ante tanto peso. Observó cómo su hermana entraba a otra tienda del inmenso shopping, completamente entusiasmada y dejándolo a él atrás.

Ren suspiró. Iba a morir y él quedaría atrás, de todas formas.

Podría saltearse las reglas por un par de años.


V.


Pese a cualquier pensamiento inapropiado que pudiera tener, él no estaba ahí para recriminarle nada y/o verlo. Ni siquiera estaba sintiéndose humillado o avergonzado. Él no tenía razones para sentirse así. Mucho menos por un estúpido mesero. Aparte, estaba ahí de pura casualidad y porque era la cafetería más cercana que tenía desde su lugar de trabajo.

─Buenos días, ¿qué desea ordenar?

Por supuesto, no se sentía desdichado de que el mesero actuara como si nada. Se sentía burlado y enojado: el estúpido cabeza hueca de color azul le estaba sonriendo y mirándolo como si Ren fuera nadie.

Y no es que Ren lo mirara como si fuera todo, pero era humillante saberse rechazado por alguien que podía sonreír con tanto descaro e ingenuidad al mismo tiempo, sin importarle que él, quizá, estuviese todavía interesado.

─Un cortado.

Y, obviamente, él no volvió a dejar su número en la servilleta antes de irse.

Excepto que sí lo hizo.


VI.


Había noches peores que otras. Pero, esa noche, definitivamente, era la peor. No solo porque estaba en el medio de una fiesta con gente sudada y vómito hasta en las paredes, sino porque la música era tan fuerte que hacía que su dolor de cabeza se volviera una bomba de tiempo que recién acaba de estallar.

Y él no estaba manejando bien eso.

─¿Ren, estás bien? ─preguntó Manta, con sus grandes ojos de huevo mirándolo preocupado y alarmado.

Lo siguiente que supo fue que estaba en el hospital, que había colapsado, y que su familia y amigos estaban llorando en el pasillo frente a su habitación.

Ren no quiso pensar en la ironía, ni que la escena se parecía mucho a un futuro cercano donde él ya no estaba.


VII.


Se observó en el espejo por séptima vez.

Resopló y chasqueó la lengua como por décima vez.

Comió y luego devolvió todo como por tercera vez.

Chequeó su celular por decimocuarta vez.

No había llamadas como la última vez.


VIII.


─Buenos días, ¿qué va a ordenar?

"Tu cabeza en un plato, hijo de perra".

─Un cortado.

"Y tu cuerpo desmembrado".

─Perfecto. ¿Desea algo más?

"¿Qué tal tu maldita sonrisa de mierda hecha trisas y destrozada sobre un plato? Así tendrás una razón para sonreírme con ese descaro luego de rechazarme dos veces"

─Un brownie de chocolate.

"¡Dos jodidas veces! ¿Cuál mierda es tu problema? ¿Es un maldito juego o te gusta presumir y actuar como si nada?"

─Enseguida se lo traigo.

"¿Sabes qué? No me importa. No, no lo hace. No me importa que me mires como si solo fuera un signo pesos caminando y como la mano que te deja propina"

─Aquí está su orden. Que la disfrute.

El siguiente comentario venenoso de Ren quedó estancado y perdido en el blanco maligno de su mente.

'Llámame, xx. 555-8767. Horokeu, ;)'.

Ren guardó esa servilleta en el fondo de su billetera. Y no, él no estaba sonriendo.


IX.


Tomó su celular.

Tecleó el marcado rápido número uno.

Se volvió a reír del nombre.

Repasó las líneas que le diría.

Esperó.

Observó su mesita de luz, donde reposaban las pastillas en un frasco de vidrio transparente.

No llamó.


X.


La primera vez, no le pareció raro. Es decir, un poco, sí, pero no del todo. Ren no lo había llamado todavía, pero creyó que era hora de saludarlo y dejar de pretender que no existía.

─¿Cómo sabes mi nombre? ─preguntó Horokeu esa vez, extrañado y haciendo una graciosa mueca de pez con su boca.

─Soy adivino ─Se burló Ren, creyendo que el chico de pelo azul bromeaba.

Horokeu se rió un poco, tomó su orden y se la llevó cuando estuvo lista. No hubo intercambios entre ellos, pero Ren supuso que Horokeu debía ser tímido.

La segunda vez, creyó que estaba volviéndose loco. Había pasado una semana desde que Horokeu le dio su número, pero Ren todavía no lo había llamado.

─Hey, Horokeu.

El chico lo miró confundido y hasta un poco alarmado. No hubo bromas. Ren se limitó a pedir su orden y Horokeu no le dirigió la palabra más que para decir "¿qué va a ordenar?" y "aquí está su orden".

Ren creyó que tal vez había imaginado que el mesero le había dejado su número. Cuando revisó el fondo de su billetera, Ren supuso que Horokeu era el loco.

La tercera vez, deseó no haber abierto la boca.

─¿Cuál jodidos es tu problema? ¿Estás jugando conmigo? ─preguntó Ren, ya harto de la evasión de Horokeu y su actitud de mierda de "un día actúo como si todo y al otro como si nada".

─¿Qué? ¿Cuál es tú problema, picudo? Ni siquiera te conozco ─respondió Horokeu.

─¿De qué estás hablando? ¡He venido aquí toda la semana! ¡Hasta me diste tu número! ─cuestionó él, con sus ojos dorados consternados de incredulidad.

Todo se congeló en un segundo. La mirada negra de Horokeu. La sonrisa blanca de Horokeu. Lo movimientos poco gráciles y maravillosos de Horokeu.

Ren tuvo que refutar todas sus teorías cuando la banda que sostenía los pelos azules cayó al piso, revelando una enorme cicatriz que atravesaba completamente la frente blanquecina de Horokeu.

Ren deseó equivocarse.

Ren deseó no suponer nada.

Ren deseó que Horokeu no tuviera amnesia.

Horokeu tenía amnesia y Ren, de todas formas, no quería una historia de amor.

Ren, de todas formas, iba a morir.


XI.


Tiró la servilleta al tacho de basura.

Prendió un cigarrillo y se posó junto a la ventana.

Esperó.

Chasqueó la lengua mientras observaba el frasco de pastillas.

Sacó la servilleta del tacho de basura y lo guardó de vuelta en su billetera.

Al otro día, Horokeu le dedicó los buenos días y tomó su orden, actuando como si nada.


XII.


─Quimioterapia. Lo podemos intentar para controlar su cáncer o mejorar sus síntomas, pero no garantizo diferentes resultados, señor Tao.

"¿Entonces para qué se la ofrecía? Puf, médicos idiotas".

─¿Me quedaré sin pelo?

─Bueno… serán dosis bastante fuertes, así que… de todas maneras, la calvicie debería ser lo menos importante, señor Tao.

"¿Por qué? ¿Acaso había algo más importante? Aparte del hecho de que se estaba muriendo, claro".

Ren bufó.

─¿Cuándo empezaremos?

─¿Mañana tiene el día libre, señor Tao?

Unos ojos apartados, una sonrisa colgando, y una memoria vacía, dueños de un cuerpo torpe y de una cafetería lejana, cruzaron por su mente.

─Sí, mañana tengo el día libre.


XIII.


Ok, quimioterapia era una mierda. No, de hecho, su vida era una mierda. La vida que se le escapaba en cada vómito, en cada fiebre, en cada delirio, era una verdadera perra de mierda.

Cinco minutos después, corrió hacia el baño nuevamente al oler el café recién hecho que provenía de la cocina de su apartamento.

Antes de caer dormido, pensó en lo genial que sería, por un momento, olvidarse de esa vida de mierda.


XIV.


Pensó en dar media vuelta. Dios, se veía horrible: flaco, ojeroso, pálido hasta sus venas, labios sin color y con el pelo revuelto. Sí, todavía tenía cabello; todo su cabello, es decir. Debería estar contento de que todavía tenía pelo.

Sonrió irónicamente. Contento, sí, claro, como no.

─Buenos días, ¿qué desea ordenar?

En serio, ¿acaso ese lugar no tenía otro mesero que pudiera atenderlo? Bueno, en realidad, la pregunta debería ser: ¿acaso él no tenía una cafetería más cerca a la cual ir? Prefería ignorar el cuestionamiento que seguiría.

Ren levantó la cabeza, fingiendo que había estado ojeando el menú que ya se sabía de memoria. Algo pesado se instaló en su pecho: los ojos de Horokeu no poseían chispas de reconocimiento y, auch, eso podía doler ahora que él sabía la verdad.

Ren conocía mucho del dolor últimamente.

─De hecho, sí. Me gustaría ordenar dos cafés; un cortado y, ¿cómo te gusta a ti?

Ren tenía clase para coquetear; en serio, la tenía, pero las dos y únicas sesiones de quimio que había recibido hasta el momento, y las pocas horas de sueño, estaban matando un poco la sinapsis de sus neuronas. Así que, en teoría, no era su culpa que estuviera siendo un maldito patético.

─Emmm, acompañado, siendo honestos. Tomar un café solo es muy aburrido y, sincerándonos, creo que tú lo estás ─Horokeu guiñó un ojo.

El corazón de Ren no está a punto de salirle del pecho, por supuesto que no.

Esa noche, el frasco de pastillas es encerrado en el botiquín junto a su celular.


XVI.


Él no quiere a escuchar a su hermana. No realmente.

─Es lo mejor, Ren. Piénsalo antes de negarte. El tratamiento en China es más costoso, sí, pero, ¿qué más da? Nos sobra el dinero y, si no lo usamos para situaciones como esta, que es una emergencia, ¿entonces de qué nos sirve?

Él frunce los labios, tratando de que palabras hirientes o sarcásticas no salgan de ellos, pues no serían bien recibidas en ese momento y no tiene fuerzas para soportar otro llanto histérico o una discusión innecesaria. De verdad, él ya no las tiene.

Pero aun así puede captar el mensaje suplicante tras las palabras de Jun: "por favor, no seas testarudo ahora"; "por favor, no te dejes morir"; "por favor, no me dejes".

No es que sea un genio en ello. Las lágrimas de su hermana ayudan bastante a descifrar el mensaje.

Sin embargo, no es por egoísmo, pero él se niega. Jun se rompe, exigiendo motivos. Ren solo piensa en uno.

Allí no hay cafeterías con meseros amnésicos.


XVII.


Ren sabe que a Horokeu le gusta en una mañana de otoño, un mes después de su diagnóstico y de la primera vez que pisó esa cafetería.

Al principio, coherentemente, cree que es estúpido: el puercoespín no puede recordarlo ya que su memoria es un auténtico colador. Pero, entonces, nota que, en todos sus encuentros, Horokeu siempre le regala una sonrisa más ancha que las demás; un guiño en todas sus formas: descarado, tímido, atrevido, dulce, inesperado; y unos minutos más en dejar un simple café sobre la mesa. Por supuesto no puede tomar en cuenta la vez que le dejó su número de teléfono, pero le gusta, secretamente, recordarlo.

Já, recordar. Justo lo que le gustaría que Horokeu hiciera.

─Una vez mi mamá me dijo que lo muchachos lindos no deberían verse tristes porque entonces mucha gente los podía considerar una flor marchita y sentir envidia o rencor por ellos.

El comentario es tan estúpido como los movimientos de Horokeu.

─¿Estás tratando de decirme que soy lindo? ─pregunta Ren, intentando desdibujar la tonta sonrisa que amenaza con partirle el rostro a la mitad.

En ese momento, Ren no puede recordar nada más adecuado que el sonrojo de Horokeu mezclado con las hojas del otoño. Y, por un minuto entero, le da igual que no lo recuerde.

Ren se sume en la miseria de nuevo cuando el pelo de escoba se aleja y toda su fantasía cae en la realidad: Ren no obtendrá más que un simple gustar de parte de Horokeu.

Y eso duele hondo porque él entiende de dolor.


XVIII.


Es una noche, dos semanas antes del invierno, que Ren tira el frasco de pastillas por la ventana.

De todas formas, ellas no le hacen olvidarse el dolor.

De todas formas, ellas tampoco lo hacen olvidarse de Horokeu.

De todas formas, ellas no lo hacen olvidar que va a morir.

No. Lo que hacen es recordárselo.

Ren también tira su celular por la ventana esa noche.


Well, dicidí subir las estaciones todas juntas porque 56 drabbles me parecen muchos al fin y al cabo nadie comenta y lee, ergo, puedo hacer lo que quiera, jajaja, xD.

Besotes para todo aquél que siga transitando esto.