Prólogo: Flores Doradas.
Las pisadas en la nieve se volvían cada vez más rápidas y pesadas, cada respiración que tomaba, cada aleteo que producía su oscura capa. Todos y cada uno de los elementos se concentraban en hacer la misión de Toriel un poco más difícil.
"¡Atrapadla, no debe llegar a las Ruinas!" Gritó Asgore tras ella, la rabia que se había presentado en su alma se hacía más que presente en su voz.
Toriel lo sabía, conocía la verdad acerca de su marido, cada vez que sus rostros se encontraban llegaba a sentir ese olor. La putrefacta fragancia de la sangre derramada, de las vísceras humanas arrancadas de aquella niña. El olor de un alma tan inocente como joven y paciente.
"Asgore..." Murmuró Toriel costosamente mediante respiraciones entre cortadas mientras corría a toda velocidad. Las lágrimas cada vez amenazaban más con caer de sus ojos carmesíes. "¿En qué estabas pensando? Era solo una niña..."
La reina volvió la vista hacia atrás tan sólo durante un segundo con la intención de comprobar la posición de sus atacantes. Sin embargo, los ojos de Toriel se vieron sorprendidos al observar con horror como delante de ella se encontraba el amor de su vida. Los movimientos de la monarca se pararon en seco ante esto y con las manos agolpadas en contra de su pecho, intentó con todas su fuerzas contener los latidos desbocados de su corazón.
"Toriel...querida..." Susurró Asgore, con una expresión de tristeza y culpabilidad, su cara era la de un hombre tan inocente como el día en que se casaron, pero sus manos manchadas de sangre decían totalmente lo contrario.
Dando un paso hacia delante, Asgore se acercó hacia su esposa. De igual forma, con un aire de nerviosismo y un rápido vistazo a su alrededor, Toriel comprobó para su desdicha; que se encontraba rodeada por gran parte de la guardia real. Sus armas no la apuntaban, pero sabía con certeza que al más mínimo movimiento en falso, su cuerpo quedaría atrapado por miles de objetos punzantes si fuera necesario tomar medidas.
Era así, que al mismo tiempo que Asgore se preparaba para dar otro paso hacia Toriel, esta retrocedió súbitamente. No tenía miedo, conocía bien a Asgore y estaba segura de que este sería incapaz de hacerle daño incluso aunque le rogara personalmente por ello. Muy por el contrario, el ser que se hallaba casi al lado de la gran figura corpulenta del rey estaría dispuesto a herirla e incluso matarla si fuera necesario.
"¡No!" Vociferó Toriel, tales lágrima derramadas por pura rabia le dejaban muy pocas posibilidades para intentar controlar sus sentimientos. "¡Has matado a una niña Asgore! ¡A una niña!"
"Era un humano, Toriel." Los orbes de la reina se posaron en los de su marido con horror e incredulidad, se encontraba atónita por el tono de voz autoritario que muy pocas veces Asgore había utilizado y mucho menos con ella. "No podemos permitir que sepan donde vivimos, como es la vida aquí."
"¡Eso no importa!¡¿Es qué acaso no te das cuenta?!" Toriel oyó como un gruñido escapó de la garganta de Asgore y supo que no habría vuelta atrás en cuanto dijera las palabras que amenazaban con desgarrarla desde dentro hacia fuera, cada vocablo que pronunciaba sonaba más grave y enfurecido que el anterior. "¡Por el amor de Dios Asgore, esa niña tendría tan sólo ocho años y tú le has arrebatado su alma como si no fuera nada más que un juego para ti!¡Qué hubiera pensado Asriel de tu conducta!"
"¡Asriel no está aquí, Toriel!" El grito de rabia y angustia de Asgore resonó por todo el subsuelo y sobre todo por todo el pueblo, ahora solitario, de Snowdin. Los ciudadanos se habían escondido en sus casas con la intención de no poder presenciar otra muerte más aquel día.
La mano de Asgore se extendió ante ella, sus garras muy parecidas a las suyas nunca le habían resultado tan amenazantes hasta ahora. Aunque la expresión en los ojos de Asgore se había suavizado notablemente, Toriel no era un monstruo ingenuo, si quería hacer las cosas por el camino difícil eso es lo que obtendría su marido.
"Toriel, vuelve a casa conmigo." Rogó con cierta inseguridad al ver el rostro decidido cubierto de lágrimas ahora secas por el frío viento y por la espesa capucha de la reina. "Por favor, te lo imploro, toma mi mano."
Cada palabra salida de los labios del rey era pronunciada con más gravedad que la anterior, lo cual hizo que todos se mantuvieran expectantes por la respuesta de la monarca. Sin embargo, fue entonces cuando los ojos carmesíes de ella se posaron sobre aquella figura tan oscura como sombría. Aquel hombre, aquel monstruo que había corrompido a su marido con grandeza y poder mediante la muerte indiscriminada de seres humanos, se hallaba sonriendo y sería por desgracia la última sonrisa que vería en mucho tiempo por parte de sus iguales.
Las manos de Toriel, cubiertas de una natural y bella capa de pelaje blanco puro, se vieron expuestas para mostrar en cada una de ellas grandes orbes hechos a partir de un fuego elemental que cobraba vida por sí solo. Con un último vistazo a la mirada sorprendida de Asgore, la sonrisa plasmada en los labios de su esposa era tranquilizadora, incluso si la preocupación de su marido se debía a la falta de esta misma emoción. Tendría que usar un último truco, un hechizo tan poderoso como agotador, pero que les mantendría alejados durante el tiempo suficiente como para poder llegar a las ruinas por su cuenta.
"Lo siento, Asgore..." Sonrió tristemente Toriel, sus ojos no se separaron en ningún momento de los de su esposo y su voz temblorosa hacía crepitar la tristeza que Asgore tan locamente odiaba. "...pero ya no eres el mismo monstruo del que me enamoré."
Las llamas prendieron la nieve debajo de sus pies, haciendo que el vapor se extendiera por todo el valle de una forma casi mágica, creando así una cortina de vapor magistral, perfecta para escapar.
Con la agilidad de una gacela en la sabana, Toriel corrió en dirección a Asgore, el cual se encontraba delante suya cubriéndose la mitad inferior de los ojos con un brazo ya que el vapor le impedía ver mas allá de su propio hocico. Fue entonces, cuando en el momento justo en que la humareda ocultaba su propia silueta, la reina hizo amago de la fricción que la nieve creaba debajo de sus pies y se deslizó por debajo de la gran abertura que parecía presentarse entre las piernas de su marido.
Al fin y al cabo, no dejaría que nadie le impidiese cumplir con su plan, no dejaría que esos pobres niños cayeran en manos de Asgore por el simple capricho de un poder inigualable. Nadie conseguiría detenerla, ni si quiera el rey de todos los monstruos. Con estos pensamientos, Toriel corrió más que en toda su vida ya que, aunque no podía discernir muy bien los sonidos metálicos de las armaduras de la guardia y de Asgore viniendo debido el fuerte viento helado que golpeaba su capucha en aquella tormenta de nieve, eso no significaba que no estuvieran cerca.
Aturdida por la fatigosa caminata, Toriel consiguió por fin vislumbrar entre toda la nieve que caía aquella noche a través de los distintos orificios que llegaban a la superficie, la puerta de las Ruinas. Un monumento tan antiguo como inquebrantable e impenetrable, ningún monstruo podía pasar a través de esas enormes puertas a no ser que tuviera el poder de un Jefe y unas intenciones tan puras como su corazón.
Por supuesto, Toriel tenía la certeza de ser una de ellos, ya que su noble casta denotaba un linaje con gran poderío y sabiduría aún a pesar de la mediana edad de la monarca. Por lo que, sin dejar de aligerar el paso en ningún momento, la reina chocó contra las grandes puertas encantadas que poseían un hechizo de protección impuesto por los venerables siete magos de la época de las guerras.
"Por favor, os lo ruego, abrid las puertas." Sollozó tiritando un poco a causa de la pérdida de poder mágico que impedía regular su temperatura corporal, el frío invierno de Snowdin hacía que sus huesos se calaran con la más letal de las hipotermias.
Al no obtener respuesta, aporreó el portón lo más fuerte que pudo hasta diez veces. Pero nadie vino a ayudarla aún a pesar de que comenzaba a escuchar cada vez más claramente el ruido de las pesadas armaduras corriendo a través del pálido campo congelado.
"...por favor..." Su voz, quebradiza y tintineante, imploraba al cielo entre ruegos silenciosos para que alguien abriera las puertas. "Dadme una oportunidad..."
Con el corazón aún henchido de dolor, Toriel oyó el leve crujir de la vieja madera desplazándose y la escarcha acumulada en el marco del mismo portón resquebrajándose. Sus ojos se abrieron al contemplar cómo por primera vez después de casi cien años, aquel santuario, aquel paraíso para seres sin esperanza como ella, se abría ante sus orbes.
Rápidamente, Toriel traspasó las dos grandes puertas, las cuáles se cerraron por sí solas momentáneamente dejando aquel mundo atrás. En ese momento, sus ojos cumplieron con una sala vacía, bastante lúgubre y de color violáceo. Sin embargo, a pesar del aspecto antiguo y desgarbado de las Ruinas a primera vista, la reina se sintió más que agradecida de que los espíritus de los venerables siete magos, los cuáles se creía que aún custodiaban dichas ruinas, le hubieran dado una oportunidad para poder proteger a las posibles futuras víctimas de su propio cónyuge.
"Gracias..." Murmuró solemnemente hacia la nada con una expresión satisfecha y a la vez agotada por el uso de poder mágico. "Os prometo que protegeré este lugar cueste lo que cueste, incluso si es a costa de mi propia vida."
Volviendo a su siguiente objetivo de exploración, Toriel pudo comprobar como la luz era muy escasa en esa parte del emplazamiento, por lo que recordó entonces la amplia mochila que había llenado de varios cambios de ropa, comida, agua y sobre todo dinero de las arcas reales, para en un futuro poder ir a Snowdin sin levantar muchas sospechas con motivo de comprar alimentos si lo necesitara.
Toriel se encontró suspirando mentalmente por la tristeza, era increíble la rapidez con la que había cambiado todo, ayer el rey había matado a una niña humana y ese mismo día por la mañana, ella ya había descubierto la verdad. El olor en Asgore le delataba, aunque pudiera parecer algo minúsculo. La fragancia que despiden los monstruos es muy característica y si bien esto es casi imperceptible a ojos de los habitantes de la superficie, para un monstruo con un gran sentido del olfato como Toriel o Asgore era casi insoportable.
Rebuscando un poco más en su mochila, la monarca por fin consiguió encontrar lo que andaba buscando, su teléfono móvil. Los ojos de la reina Dremurr se posaron sobre el aparato, si bien era un modelo muy viejo y los arañazos eran notables, el dispositivo aún conservaba su función de linterna, pero no por una aplicación en el móvil o porque estuviera incorporada en el mismo. Sino porque uno de los primeros regalos que le hizo Asgore como recién casados fue un llavero con la forma de un caracol que al apretar un botón en su concha se encendían las antenas del animal y hacía la función de dicho foco de luz.
Incluso si su esposo no era una persona a la que pudieras calificar de detallista en cuanto a regalos se refería, con mucho cariño y nostalgia, Toriel acarició suavemente aquel memento que tantos recuerdos encerraba y siguió adelante de forma decidida.
Después de haber explorado por completo la zona donde se hallaba la puerta ya que no contenía más que el silencio de aquellas cuatro paredes en tonos magenta, la reina miró a las grandes escaleras en vertical que conducían a lo desconocido y con una mano en su pecho suspiró de forma temblorosa.
"Patético, no debería albergar ningún miedo y aún así..." Susurró un poco temerosa para sí misma, poco a poco comenzaba a echar de menos ligeramente su anterior zona de confort. "El castillo ha sido mi hogar durante casi trescientos años, pero eso no significa que lo que me espere tras esa escalera sea tan horrible."
Con esas mismas dudas y miedos, miró con sorpresa y cariño aquel objeto que parecía haber estado sosteniendo todo ese tiempo inconscientemente cada vez que se llevaba las manos a su pecho. Sus garras abrieron con sumo cuidado el colgante dorado en forma de corazón, la imagen que contenía aquel recuerdo era de un valor incalculable para Toriel. Asriel, Chara, Asgore y ella misma se encontraban sonriendo como si por primera vez en años hubiera salido el sol en aquella tierra baldía alejada de la mano de Dios. Se encontraban en el jardín de palacio y aunque Asgore había estado regando las plantas durante horas, Chara y Asriel continuaban corriendo alrededor de su corpulenta figura con la intención de que les levantara con uno de sus brazos a cada uno.
Las lágrimas corrían por el rostro de Toriel y sin poder evitarlo, una de ellas empapó parcialmente la fotografía. Con un último suspiro adolorido por los sentimientos latentes en su corazón, la monarca soltó el medallón y continuó con su viaje a lo desconocido más decidida que antes gracias a aquellos recuerdos del pasado.
"Les protegeré." Comenzó caminando escalón por escalón con nada más que su linterna para guiarla. "No importa cuánto tarde, no importa cuanta magia necesite, les protegeré cueste lo que cueste y nadie, ni aquí ni en la superficie será capaz de detenerme."
Una vez arriba, los sentimientos de desesperación de Toriel se hicieron aún más vívidos que antes. No quedaba casi nada de aquello que en un principio iba a ser un refugio para los monstruos. Incluso si era tan sólo un proyecto ahora distante y fugaz, Toriel todavía conservaba los recuerdos de cuando Asgore le propuso convertir el lugar en algo más, un emplazamiento donde los monstruos estuvieran a salvo en caso de que ocurriera otra guerra. No obstante, la estancia aún preservaba parte de la esencia vital de ciertos monstruos de hacía años ya que, en un principio, al acabar la batalla; todos huyeron a las ruinas para cobijarse de aquella horrible trajedia. Eso resultó viable hasta que los nacimientos aumentaron entre las parejas, lo cual llevó a los monstruos a adentrarse en la intimidante oscuridad del subsuelo en busca de otro lugar en el que asentarse, transformando así ciertos lugares como Snowdin o la Capital en los principales focos habitables y dejando a las Ruinas en el olvido más absoluto.
Por supuesto, con la llegada de la humana y de Chara y Asriel aquello quedó en desuso, incluso si las arañas insistieron en vender parte de sus mercancías en la zona. Todo era silencio, vacío y las únicas criaturas que ahora vivían allí eran monstruos menores salvajes como los Froggits, los cuales llegaron antes de que se conjurara el hechizo de los sabios y se alimentaban de insectos como moscas y algún que otro dulce proporcionado por las trabajadoras de Muffet.
Con un análisis más detenido de su entorno, Toriel se dio cuenta de la gran cantidad de espacio. El recibidor conectaba con la escalera al sótano y ya podía imaginarse a un pequeño niño corriendo de un lado a otro, implorando para que saliera a jugar al jardín con él. La reina Dreemurr se rió ligeramente por esto, no había comenzado las reformas y ya estaba pensando en cómo su vida aquí sería maravillosa con alguien más que quizá tardaría años en dar con ella. Aún así, Toriel no se dio por vencida, con pasos agigantados y decididos, sin miedo alguno ahora. Comenzó a encaminarse hacia el corredor del lado izquierdo.
Una gran chimenea polvorienta y cubierta de hollín había establecido un aura de calidez que comenzó siendo mas notable en tiempos mejores y mas prósperos. Por otra parte, una vieja estantería casi vacía se situaba no muy lejos, por lo demás, aquel lugar era simple espacio vacío esperando a ser aprovechado por una mano amiga.
Casi al final de dicha habitación se hallaba otra entrada conjunta, en concreto ese espacio sería perfecto para la cocina. Incluso si Toriel casi nunca cocinaba manualmente, siempre quedaría la posibilidad de probarlo cuando se encontrara agotada por el uso de la magia o simplemente por si el niño en cuestión se levantaba a media noche. Sus ojos estarían legañosos y con una sonrisa dulce iría a Toriel, con suerte la llamaría mamá y le pediría un vaso de leche caliente e incluso una o dos galletas.
"Cielos, p-pero en que estoy pensando..." Sonrojada a la vez que se veía sorprendida por su propio pensamiento materno, Toriel sintió la misma vergüenza que cuando se encontraba embarazada de Asriel, sin embargo, dentro de esta timidez repentina, un dejo de tristeza amenazaba con invadir sus emociones. Echaba de menos tener a alguien que dependiera de ella, que le implorara ayuda con los deberes, que hablara con ella con cariño y que le pidiera abrazos y consejos.
Echaba de menos tener un hijo.
Otro suspiró escapó inconscientemente de la garganta de Toriel, en cierto modo le resultaba patético pensar que puede que ella necesitase más a un hijo que un niño a ella como madre, al fin y al cabo, ¿qué humano la querría como madre? Sin embargo, ese diminuto orbe recubierto de luz llamado esperanza se reflejaba en sus ojos, convirtiéndola en determinación. Ese sentimiento maternal tan sólo era impulsado por la carencia de, no uno, sino de dos de sus hijos y la repentina necesidad de protección que se presentó en su corazón hacia los infantes el día que Asriel nació y que permanecía aún a pesar de que el susodicho ya hubiera dejado ese mundo.
Continuando con la exploración, Toriel volvió de nuevo a lo que se convertiría muy pronto en el recibidor y esta vez se dirigió al pasillo de la derecha, donde le esperaban tres habitaciones. Ella comenzó a pensar y finalmente, tras ver el tamaño de cada cuarto decidió la distribución, la que estaba más cerca de la entrada sería la de su niño, debido al tamaño de la misma y la de al lado suya sería la de Toriel. A sí mismo, la última habitación iría destinada a ser el baño, tendría una gran bañera, un lavabo y un excusado creados por supuesto con su propia magia una vez se hubiera recuperado íntegramente.
Ya contenta con la imagen mental de su nuevo hogar, Toriel se adentró en las ruinas completamente, hasta llegar a la habitación más oscura de todas. Debido a lo sombría que se había tornado esa noche gracias a la ventisca dentro del subsuelo, la luz de la luna se había convertido en una bendición del cielo en sitios de oscuridad como estos aún a pesar de que esta se encontrara en el mundo humano y no en el subsuelo.
Toriel sonrió al ver como un agujero en el techo de la cueva donde estaban las Ruinas, permitían el acceso a dicha luz natural. Sin embargo, una fragancia algo preocupante llegó a través de las fosas nasales de la reina y esto hizo que tuviera que taparse su boca y su nariz con una mano debido a tan putrefacto olor. Sus ojos se tornaron desconfiados al instante, esa fragancia ya había sido captada por su hocico anteriormente, haciendo que resultara un olor casi indescriptible por segunda vez, vomitivo y repugnante en cierto sentido.
Con gran desasosiego en lo que pudiera encontrar, Toriel posó su mirada hacia el suelo de la caverna y con una expresión de impactante desconcierto, aquellas lágrimas que creía ya extintas comenzaron a derramarse por sus mejillas de nuevo. El simple hecho de clavar sus ojos en aquella escena la hacía sentirse aún más culpable por pensar durante tantos años que lo correcto era quedarse dentro del castillo esperando un milagro que los sacara de aquella cárcel a la que llaman ahora su hogar.
Miles de niños, cuerpos, cadáveres mutilados sin compasión y dejados a su suerte. Pudriéndose en la más absoluta oscuridad, solos e indefensos. Algunos de ellos conservaban sus ojos ya que no había pasado demasiado tiempo tras su muerte y no se encontraban en tan alto estado de descomposición, pero aquello tan sólo empeoraba la situación ya que los notables cortes a sangre fría hechos por todos sus cuerpos que provocaban dicha mutilación tampoco eran un gran alivio para la vista de la reina. Sus orbes reflejados por la luz de la luna gritaban silenciosamente, pedían ayuda para que alguien los salvara, pero nadie vino a ayudarles, nadie había podido salvarles de aquella criatura sin corazón, de aquel asesino.
Muchos de ellos se encontraban con su cuello contorsionado en una posición inhumana, dando a entender la mortalidad de la caída. Toriel se hallaba de rodillas aún sin poder creer lo que veían sus ojos, sus manos cubrían su boca a modo de seguridad en contra de ambos, lástima y asco, por la escena frente a ella. Un grito ensordecedor resonó a través de todas las ruinas, el dolor latente en el corazón de la monarca comenzaba a penetrar en su ser y eso la estaba matando por dentro, desgarrándola, como a aquellos pobres niños en su día, inconscientes de cuan trágico sería su destino.
Varios minutos pasaron y esos minutos se convirtieron en horas. Cuando los primeros rayos del sol comenzaron a vislumbrarse a través de la gran cavidad en la parte superior de la cueva, Toriel se vio aún envuelta en un aura de tristeza. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba, aquellas lágrimas que le habían resultado invisibles en su momento debido al latente dolor cada vez se volvieron menores. Sin embargo, aquellos sentimientos de culpabilidad por no haberlos salvado cada vez eran más notables. ¿Quién habría sido el responsable de semejante atrocidad? Tantos niños arrebatados de sus madres, tantos futuros brillantes marchitos y convertidos en polvo en cuestión de segundos.
Un alma de color magenta vibraba delante de sus ojos, con sus propias manos, hizo una base para que esta pudiera posarse en las palmas y con unos ojos carmesíes llenos de una sabiduría incierta para muchos, Toriel se alzó en toda su estatura, reclamando como última voluntad ese día utilizar un hechizo final.
"Descansad en paz..." Susurró con una sonrisa cubierta de templanza mientras dejaba que con las pocas fuerzas que le quedaban, las llamas consumieran sus manos sin apenas quemarlas, aún a pesar del poco control que poseía en aquellos momentos sobre ellas. Finalmente, con un último vistazo a aquella escena grabada en su mente, dirigió el fuego de forma poco ortodoxa pero efectiva hacia los cuerpos de los infantes, quemándolos completamente y no dejando más que ceniza. "...mis niños."
Con aquellas palabras, dejó a su alma desaparecer para un descanso bien merecido, pero su cuerpo no estuvo de acuerdo con el trato desigual dado y muy para la desgracia de Toriel, sus rodillas finalmente cedieron y se encontró sentada en el suelo por el cansancio una vez más.
El uso prolongado de tanto poder mágico la estaba consumiendo y ya había comenzado a afectar a su visión, pero fue entonces cuando con una última respiración aliviada, vio como lo que antes había sido una montaña de cuerpos masacrados para el disfrute del más sádico espectador, habían mágicamente transmutado en unas hermosas flores amarillas, las cuáles sabía con certeza que permanecerían para siempre aún a pesar de no ser cuidadas con esmero ya que simbolizaban el descanso eterno de aquellas pobres almas.
