-¿Tienes lo que te pedí?
-Sí
-¿Estás seguro de que son ellos?
-No tengo ninguna duda, señor –extendió dos sobres cerrados. Uno de ellos, color caoba y con un sello rojo carmín. El otro, aunque arrugado por la lluvia, era un sobre blanco, tan insignificante que hasta aparentaba estar vacío. Nada que hiciese sospechar la importancia de su contenido. El hombre de gabardina gris cogió ambos sobres, abriéndolos con nerviosismo. En el primero, una lista de nombres. En el segundo, dos fotografías. Una de ellas era una chica de pelo corto y azulado. En la otra, un joven moreno con una trenza.
-Sí. Son ellos.
-¿Quieres decir que…?
-Exacto. Ha despertado. Empieza el juego.
PRÓLOGO: LOS TRES OBJETOS.
Aquella mañana, como cada día en los últimos tres meses, despertó lluviosa. Todos los telediarios hablaban de cómo el cambio climático había llegado, que nunca más podríamos disfrutar del sol y que el destino más probable del planeta sería inundarse con aquella lluvia imparable. A ella no le importaba la lluvia. Siempre había disfrutado de sentir las gotas en la cara, echarse el pelo mojado hacia atrás, y calzarse sus botas de agua para caminar sobre los charcos. Quizá formaba parte de la soledad a la que había aprendido a acostumbrarse. No es que no fuese una persona amable, ni social, ni que no le gustasen las personas. Trabajaba como médico en un gran hospital, ¡siempre tenía que tratar con gente! Constantemente. Es simplemente que, Akane Tendo, tenía un mundo interior al que poca gente conseguía acceder. Disfrutaba de las pequeñas cosas de la vida. Siempre olía su café recién hecho antes de darle el primer sorbo. Dibujaba animales extraordinarios con las nubes, o hacía sombras chinescas con los primeros rayos de sol de la mañana. Todos los días sonreía al hombre ciego de la esquina invitándole a un bollo caliente. Acariciar a su gato mientras leía en el sofá. Rutinas que poco atraían a la gente de su edad, pero que a ella le hacían sentir viva. Aunque vivía sola, casi todos los días estaba acompañada por su vecino, Ryoga Hibiki. Ryoga era veterinario y siempre estaba rodeado de los animales más sorprendentes. Así como las personas a veces la incomodaban, Akane adoraba estar siempre rodeada de todo tipo de animales. Le daba igual perros, que gatos, que iguanas que tarántulas. Era una suerte haber conocido a alguien como Ryoga. Su especialidad eran los animales marinos aunque lógicamente, en una gran ciudad como en la que ellos vivían, no pudo dedicarse nunca a ello. A cambio, pasaba largas tardes contándole mil historias sobre animales mitológicos, dragones en lagos escondidos, monstruos de las profundidades… Akane no creía ninguna de esas leyendas, pero disfrutaba con la entrega con la que su amigo le contaba cada detalle y hacía con cada cuento una mágica realidad.
Era un buen día para una de las historias de Ryoga.
Al fin y al cabo, no hay nada más largo que un domingo por la tarde. Sobretodo un domingo en el que, como siempre, no había dejado de llover.
Como si le hubieran leído los pensamientos, sonó el timbre.
-No te vas a creer lo que acabo de encontrar –Ryoga atravesó el umbral de la puerta y se sentó en el sillón del medio del salón. Llevaba una especie de pergaminos antiguos, un cuaderno de viaje roídos por la humedad y una brújula oxidada.
-¡Adelante! Estás en tu casa… -dijo Akane con tono sarcástico.
-Oh, ¡vamos! ¿Desde cuándo necesito permiso para entrar en tu casa?
-Bueno, ¿y si resulta que hoy estuviera acompañada?
-No tienes una cita desde hace meses Akane. Y el tiempo no parece acompañar en los últimos días como para conocer gente nueva..
Ryoga tenía razón. Hacía meses que Akane no salía a tomar una copa, o un café, o simplemente ir al cine. Nunca le habían atraído mucho las citas. No es que nunca hubiera estado con nadie… había tenido sus cosas. Aunque, para ser sinceros, su relación más larga fue con aquel chico en primaria. Siempre pensó que con tanto trabajo, todavía no había llegado su momento.
-Y bien, ¿qué es eso tan importante que tienes que contarme?
-¿Recuerdas esa puerta que había en mi desván?
-¿Aquella que llevas años queriendo pedirle la llave a la casera para ver qué hay dentro?
-¡Exacto! Pues es curioso pero, esta mañana cuando me levanté, estaba abierta. Es raro, porque he intentado abrirla con todo tipo de artilugios… y de pronto, estaba abierta, sin más.
Akane torció el gesto. Realmente era extraño. No sonaba muy creíble.
-¿Y ha cumplido tus expectativas el misterioso tesoro que te aguardaba tras esas puertas? –sonrió de medio lado. Ryoga y sus inventos… Así como ella disfrutaba de su soledad, él siempre estaba sediento de aventuras. No dejaba de repetir que la vida le reservaba un magnífico viaje lleno de emociones. Y eso, a ella, le despertaba ternura. Todavía no se había dado cuenta de que, la mayor aventura, sólo era eso… vivir.
-Es mejor de lo que jamás hubiese imaginado. –extendió el pergamino sobre la mesa. Era una especie de mapa, perfectamente dibujado. Pero no era un mapa de nada de lo que pudieran conocer. Había cinco puntos principales: una ciudad, en el medio, coronada por una gran torre con un extraño emblema en la cúspide. En las cuatro esquinas, cuatro paisajes muy distintos entre sí: un lago, un volcán, un precipicio, y una cueva. No eran mapas exactos, sino unas bellas ilustraciones de una tierra imaginaria y desconocida.
-Vaya… es hermoso. ¿A qué crees que pertenece?
-¿No está claro? ¡A un nuevo mundo por descubrir!
-¡Ah claro! ¿Cómo no me había dado cuenta antes?
-No seas escéptica Akane… ¿y entonces qué crees que es?
-No sé… -no se atrevía a pronunciarlo en voz alta, pero por alguna razón, aquellos sitios le resultaban familiares. Como si los hubiera visto en…
-¿No te parece como si se hubieran creado dentro de un sueño?
Alane abrió los ojos sorprendida. Precisamente era lo que estaba pensado: ella había soñado con aquellos lugares. Pero lo que menos le hacía falta a Ryoga era que alguien le acompañara en sus historias de fantasía.
-Lo único que creo Ryoga, es que este dibujo quedaría fenomenal enmarcado en mi salón.
-¡Ni lo sueñes! Todavía tengo que darle muchas vueltas…
-¿Y qué hay del resto de cosas? –Ryoga sonrió como un niño con zapatos nuevos.
-El cuaderno es aún mejor… Échale un vistazo.- Akane cogió con cuidado el manuscrito. Parecía que se iba a deshacer entre sus dedos… pero nada más lejos de la realidad. El cuero era antiguo, pero duro como una piedra. Las hojas, de un papel firme y contundente, escritas todas ellas con unas letras doradas de perfecta caligrafía e ilustradas con el mismo tipo de dibujos que los del mapa. Era precioso, hipnótico, mágico… Lástima que no pudiera entender ni una sola palabra.
-¿En qué está escrito?
-No lo sé aún. Son una especie de runas antiguas, ¿no crees?
-Desde luego no es un idioma que yo conozca… y bien sabes que hablo unos cuantos.
-Sí. De hecho tenía la esperanza que tú me pudieras dar alguna pista.
-Mucho me temo que no es así… Aunque tengo una extraña sensación.
-¿De qué se trata?
-Es como si… no sé, hay algo en todo esto que me resulta familiar.
-Y eso que no te he enseñado lo último…
-¿Esa brújula?
-Sí. Es lo más inquietante de todo.
Ryoga abrió la brújula con cuidado, algo inquieto. Al abrirla, entendió perfectamente su incertidumbre: aunque tenía perfectamente señalados los puntos cardinales, la aguja lo único que hacía es girar sin parar. Era angustioso, y a veces tan rápido, que si la mirabas fijamente podía llegar a marearte. Sin embargo Akane no podía dejar de mirarlo. Algo le atraía de aquel objeto. A cada cosa que Ryoga le había mostrado, le había atraído más que el anterior. Incluso le parecía que una voz en su interior le repetía sin parar "Vamos, ¿a qué esperas? ¡Cógela!". Seducida por aquel instrumento, casi como abducida, alargó sus finos dedos para cogerla. Ryoga la miraba extrañado. Akane siempre se había mostrado muy indiferente a todas sus historias… pero en aquel momento estaba como fuera de sí, como si estuviera actuando por medio de otra persona. Le tendió la brújula con cuidado, y justo en el momento en que la depositó en sus manos, la aguja frenó en seco. Por primera vez, apuntaba hacia una dirección. Los dos chicos se miraron entre una mezcla de sorprendidos y asustados. Quizá fueron unos segundos… pero a Akane se le hicieron eternos. Un cosquilleo le recorrió todo el cuerpo. Como si aquella brújula se hubiera apropiado de su alma. Rápidamente, cerró la tapa.
-No sé qué son estas cosas, pero creo que lo mejor es que las devuelvas a su sitio. Hay algo raro en ellas.
-¿Estás de broma? Siempre te dije que la vida me reservaba algo emocionante… ¡creo que aquí lo tengo!
-No sé Ryoga. Tengo un mal presentimiento. Es como si…
-Sí, yo también lo he notado. Es como si un peligro nos acechase.
-Con más motivo para mantenerse alejados.
-¿Me traicionan mis oídos? ¿Eres tu mi amiga Akane Tendo, la que siempre se ríe de mis convicciones estúpidas?
-Esto es distinto. Guárdalo. Hazlo por mí.
-Bueno… me lo llevo de aquí. Pero no te prometo nada. Creo que es un gran descubrimiento.
-Pues descúbrelo en otro sitio Ryoga. No estoy como para aventuras ahora mismo…
-¿Y cuándo lo estás?
-¿Ya estamos con lo mismo?
-Akane… no puedes seguir así. Sé que ha sido duro, pero tienes que salir adelante.
Akane le lanzó una mirada furiosa. Es verdad que casi nunca solían hablar del tema, pero Ryoga siempre se las apañaba para sacarlo a la luz cada cierto tiempo. A lo que su amigo se refería, era a la desaparición de su hermana, Kasumi Tendo. La madre de Akane había fallecido al poco tiempo de nacer, y Kasumi siempre había cumplido ese papel. Estaban muy unidas. Hasta que se mudó a la ciudad, siempre habían vivido juntas. Kasumi había sido su madre, su hermana, su amiga… su todo. Y un buen día, desapareció. Sin dejar rastro. Sin dar explicaciones. Tras meses de investigación y búsqueda por los alrededores, el caso prescribió. No quedó ni un rastro de ella. La policía dijo que probablemente se hubiese marchado conscientemente, queriendo dejar todo atrás. Pero Akane sabía que su hermana jamás haría eso. Ella nunca la dejaría atrás.
Aunque siempre fue una niña reservada, desde entonces fue cuando se encerró completamente en sí misma, en sus estudios, con una dedicación total y absoluta a sus pacientes.
A Ryoga le parecía un error… pero para ella fue un acierto. Pese a su juventud, había llegado muy lejos gracias a ello. Y siempre en sus ratos libres, no dejaba de buscar por cualquier sitio el rastro de su hermana.
-Ya hacía tiempo que no sacabas "el temita"…
-Está bien, lo siento. No lo haría si no me preocupara por ti.
-Preocúpate por los dos y haz desaparecer esos objetos, anda.
-Está bien. Tienes razón. Mañana nos vemos. Buenas noches –Ryoga besó su mejilla antes irse y Akane se sonrojó. No era la primera vez que Ryoga le daba un beso de buenas noches pero, como en las veces anteriores, todavía le pillaba por sorpresa. Las muestras de cariño nunca fueron su fuerte.
Al cerrar la puerta se dejó caer en el sofá. No acababa de entender qué había sido todo aquello… pero una cosa tenía clara: aquella sensación había sido real. Y no quería que volviera a repetirse. No le gustaba nada que no pudiera controlar.
Ensimismada en sus propios pensamientos, como tantas otras noches, se quedó dormida en el sofá.
TOC TOC TOC TOC
Akane miró por la ventana. Por la luz no debía ser mucho más tarde que las 6 de la mañana. Y como siempre, lluvia. ¿Qué demonios le pasaría a Ryoga para llamar tan enérgicamente a esas horas?
Casi sonámbula, caminó hacia la puerta frotándose los ojos e intentando arreglarse el pelo.
TOC TOC TOC TOC
-¿Se puede saber qué…? -no pudo terminar la frase. No era quien esperaba encontrar. En realidad era lo último que esperaba encontrar… pues no había nada más que un sobre cerrado. Miró a un lado y otro. Nadie. Sólo aquel sobre. Se agachó para recogerlo: era un sobre caoba, sellado con un sello rojo carmín. Al abrirlo, había una hoja en blanco. Del mismo tipo de material que el cuaderno de Ryoga. Al cogerla entre sus manos, aparecieron las mismas letras doradas… salvo que esta vez, era perfectamente capaz de leer su contenido. Y cómo no lo iba a reconocer.
Solamente fueron dos palabras….
Akane Tendo.
