Disclaimer: Todo es de la JK.
Esta historia participa en el reto de octubre de "La Copa de las Casas" de La Noble y Ancestral Casa de los Black. El miedo que me toco representar a mí fue la necrofobia (miedo a la muerte, a las cosas muertas) y escogí a Sirius Black para ello.
NA: Esto está basado en que alguien, en algún Harry Potter, dijo que Voldemort habia utilizado a los inferi como arma. Así es que me tome la libertad de imaginarlos invadiendo el Londres mágico. Ah, y no estoy segura si los inferi son del todo parecidos a los zombies pero me parece recordar que sí.
Espero que les guste.
Sirius les observó. Se acercaban a él, tan lento como si no avanzasen. Sus rostros destrozados por la agonía y el tiempo, sus miradas perdidas en algún lugar donde solo los que vuelven de la muerte pueden estar. Cada vez eran más y parecía como la muchedumbre creciente les otorgara alguna clase de valor enfermo. El mayor delos Black sentía el hechizo en la punta de la lengua, lo sabía. Era solo una puta palabra y agitar la varita, pero sin embargo ahí estaba. Petrificado, incapaz de reaccionar. Temblando.
Frente a otra persona jamas lo reconocería, pero la verdad es que jamas habia sentido un miedo tan profundo, tan impenetrable. No era la posibilidad de un fallecimiento inminente, esa la conocías desde niño si eras hijo de Walburga Black. Eran… eran esas cosas muertas, tan antinaturales, tan asquerosas. Esas cosas, los inferi, eran la torcedura definitiva de lo que debía ser correcto. Eran aún peores que los dementores, cuya labor era la maldad definitiva.
Los inferí eran criaturas del infierno muggle, de ese infierno del que hablaba Remus cuando estaba un poco borracho, del infierno de Dante. De seguro que sí.
Y estaba él, enfrentado a una tropa de ellos, quizás 20 o más. Con solo unos segundos más para actuar, pero sin la determinación necesaria para hacerlo. Cada vez retrocedía más, cada vez sus brazos inertes estaban más cerca del hombro del chico. Sabía que iba a morir, pero ya les podía sentir el aliento gélido, repugnante. Podía suponer sus pensamientos, tenemos a uno nuevo, tenemos a uno nuevo.
De pronto, sin que él se diera cuenta, el metal en el que estaba apoyado cedió, crujiendo en protesta. Revelando un vasto campo, que a Sirius le pareció que no tenía fin en su bondad. No lo pensó más, era esa oportunidad o la muerte.
Se echó a correr, porque la vida se le iba en ello.
