¡Muy buenas a todos! Este fanfic participa en el Rally "The game is on!" del foro I am sherlocked, para el equipo "The Goldenfish Club".

Y ya hechos los anuncios oficiales, lo presento.

Es el último fanfic para este reto, que me ha obligado a escribir y a buscármelas de todas las formas posibles para llegar a los plazos establecidos. Para que os hagáis una idea, ahora mismo, escribiendo esto, no tengo terminado el fic. El tema de este último reto era universos alternos y me tocó la película Grease (o Vaselina, creo que la llaman así en latinoamérica). Al principio no se me ocurría nada pero a medida que iba escribiendo se me ocurrió una idea para un fic bastante más largo, aunque no sé si se podría considerar long-fic. Sin embargo como tenía que cumplir con el reto decidí dividirlo en dos partes. La primera será este fic, que debo terminarlo para el día 3 (tranquilos, lo completaré a tiempo), y la segunda la iré publicando las próximas semanas.

Advertencias: Mystrade muuuy lento, tanto que la acción la veréis en la segunda parte. Pero dadle una oportunidad ;).Como está ambientado en los años 50 en EEUU hay homofobia, aunque es algo sobre lo que no me gusta escribir y he intentado disimularlo lo más posible.

Finalmente este fic se lo dedico a Mactans, mi seguidora más fiel, que se merecía un Mystrade después del último Johnlock que escribí ;) ¡Un beso guapa!

Y ahora, a disfrutar.


CAPÍTULO 1

—¡No me pueden obligar a hacerlo!—protestó mientras paseaba arriba y abajo por el despacho de la directora.

—Señor Holmes, por favor, cálmese y siéntese.

—¿Acaso entiende lo que me está pidiendo, señora McGee?—continuó ignorando a la mujer sentada tras el escritorio.

—Por supuesto que sí, si no no estaría aguantando su rabieta. Ahora haga el favor de comportarse como el joven educado que es y siéntese—ordenó con un tono de voz que Mycroft no se vio capaz de contradecir.

Volvió a sentarse frente a la directora, aunque de mala gana.

—Búsquense a otro, por favor. No puede someterme a esa tortura.

—Es sólo un deporte, no le estamos pidiendo nada fuera de lo común.

—¿Me ha visto, señora McGee? Estoy gordo. Sería una tortura, incluso mayor de la que ya paso en las clases normales de Educación Física.

—No lo piense de ese modo. Véalo como una oportunidad para quitarse esos pocos kilos de más.

—¿Pocos?—preguntó Mycroft retóricamente levantando una ceja. La gente sólo veía lo que quería ver en determinados momentos.

—De acuerdo, si no quiere mirar por su salud...

—Mi futuro está aquí—dijo Mycroft señalándose la sien, ignorando por completo el comentario de la directora—, no en el cuerpo.

—Todo el mundo lo sabe, señor Holmes.

Lo dijo de tal forma que hizo saltar las alarmas de Mycroft. Tras pensar detenidamente unos segundos y analizar la situación meticulosamente, llegó a una conclusión.

—¿De qué universidad vendrán a visitarnos?

Era un procedimiento normal que se había introducido desde que Eisenhower asumiera la presidencia: las universidades mandaban representantes por los institutos de las zonas más humildes para captar a los estudiantes más prometedores y proporcionarles una beca. Y Mycroft era el más prometedor del instituto Rydell con muchísima diferencia.

La directora le miró fijamente, negándose a hablar, pero perdió la guerra de miradas.

—Harvard y Princeton.

Mycroft se sintió empalidecer. Las dos mejores universidades del país iban a ir allí, preguntarían por él, y con suerte le querrían como alumno. Era su sueño hecho realidad, un sueño que el escaso sueldo de su padre jamás le permitiría realizar.

—¿Está segura?

—No le pienso mostrar la correspondencia—dijo la directora irónicamente con la intención de molestarle levemente, aunque a Mycroft no le importaba lo más mínimo.

—No, me refiero a que si está segura de que es necesario que me apunte a un deporte.

—Ah—su semblante se relajó—. No creo exagerar si digo que su expediente académico es uno de los mejores del país, pero sabe la importancia que le dan a realizar actividades...

—Estoy en el club de ajedrez—le cortó Mycroft—, el de debate, el de matemáticas, el de canto a capella, el de lenguas clásicas, francés, español, chino; en el club de política, en el de...

—Deportivas—terminó de decir la directora cortando el discurso de Mycroft—. No quieren sólo a gente que trabaje su mente, sino también su cuerpo.

Mens sana in corpore sano—refunfuñó Mycroft por lo bajo.

—Exacto. Y se lo toman muy en serio—estuvieron unos segundos en silencio, sopesando qué decir. Cuando la directora volvió a hablar su voz era mucho más suave, incluso comprensiva—. Es una oportunidad única para usted. ¿No cree que merece la pena soportar una tortura, según lo llama usted, durante este último año por poder estudiar en una de las mejores universidades del mundo?

Mycroft no respondió de inmediato porque sabía que no tenía alternativa.

—Sí, merece la pena—dijo con un hilo de voz, molesto por tener que ceder.

—Estupendo—la cara de la directora radiaba por la victoria. Seguramente conseguirían mayor presupuesto el año siguiente si alguna universidad le ofrecía la beca—. El entrenador Calhoun le está esperando.

—¿Qué? ¿Ahora?

—Cuanto antes empiece, mejor.

—Pero ya han terminado las clases.

—¿Y cuándo cree que se hacen las actividades deportivas, señor Holmes?

Le entró el pánico. Sí, deseaba esa beca, ¡pero no quería empezar en ese mismo momento! Buscó excusas desesperadamente, y la directora, con una sonrisa en sus labios, las rechazaba todas.

—Pero no tengo la ropa de deporte aquí.

—Se le proporcionará otra especial.

—¿Y qué ocurre con el resto de clubs? No puedo dejarlos desatendidos.

—Ya están informados y no han presentado ninguna queja.

—¡Mi hermano! Tengo que ocuparme de mi hermano, estará sólo en casa.

—¿Me está diciendo que un joven de 12 años no puede ocuparse de sí mismo?

—No conoce lo suficiente a mi hermano.

—Creo que ha pasado en este despacho más tiempo del recomendado. Créame, le conozco muy bien.

Intentó buscar más excusas, pero no se le ocurría nada más.

—¿Alguna objeción más?

Mycroft boqueó varias veces hasta que se dio por vencido.

—No, señora McGee.

—Entonces vaya a los estadios. El entrenador le dará la ropa que necesita.

—Sí, señora McGee—dijo derrotado mientras salía del despacho.

Cuando llegó al estadio el entrenador le recibió con un fuerte golpe en el hombro que casi le tira al suelo. Le dio una sudadera y unos pantalones deportivos nuevos y le llevó de lado a lado probando deportes en los que pudiera encajar.

En tenis era incapaz de acertarle a la pelota.

En baloncesto le daba patadas al balón. Y en soccer no acertaba a dar ni una patada y siempre tocaba el balón con la mano.

En béisbol consiguió darse a sí mismo con el bate varias veces -menos mal que le habían obligado a ponerse el casco-.

En mini-golf también se dio varias veces con el palo en la espinilla.

En voleibol estaba más tiempo en el suelo que de pie, y la pelota siempre acababa en su cara.

Al final le tuvieron que llevar a la enfermería por la cantidad de sangre que salía de su nariz y tuvieron incluso que darle un calmante para el dolor de la cara. Cuando le permitieron irse de allí, volvió a los estadios, donde el entrenador estaba dirigiendo lo que parecía ser un entrenamiento del equipo de fútbol americano.

—Entrenador—le llamó Mycroft mientras se aseguraba el tapón en la nariz.

—¿Ya te encuentras mejor, hijo?—le preguntó, pero con un ojo en el entrenamiento.

—Señor, yo...

—¡McKenzie, ve al lado derecho y sube! ¡Arriba, arriba!—le gritó a uno de los jugadores—. ¿Decías, hijo?

—Creo que será mejor olvidarlo. Conseguiré la beca por mi cuenta, está claro que no puedo obtenerla con este método. No sin morir en el intento, al menos.

—No te rindas, chaval. Siempre hay un deporte perfecto para cada uno, sólo tenemos que tener paciencia y...—volvió su atención bruscamente al campo—¡Garland, la próxima vez que entregues el balón te castigo un mes! ¡Y tú, Sutton, ve hacia atrás, tienes todo el hueco libre!

Mycroft analizó el campo con un solo vistazo y en seguida encontró cuál era el problema.

—Si cambia las posiciones de McKenzie y de Sutton, Garland tendría un pasillo por el ir sin problemas.

El entrenador Calhoun se le quedó mirando unos instantes y en seguida empezó a gritar órdenes.

—McKenzie, intercámbiate por Sutton. Y tú, Sutton, más te vale correr ahora. ¡Desde el principio!

Volvieron a repetir la jugada, y esa vez Garland no tuvo ningún problema con llegar al otro lado y marcar para su equipo.

—A veces algunos no tenemos cabida en los deportes, entrenador. Ha sido un placer—se despidió Mycroft pero antes de que se diera la vuelta el entrenador Calhoun le agarró del brazo.

—Tú de aquí no te mueves, hijo.

—¿Perdón?

El entrenador le estrelló su carpeta contra el pecho y se cruzó de brazos, sonriente.

—He encontrado el sitio perfecto para ti. Estudia a los jugadores en lo que queda de entrenamiento.

—¿Para qué?—Mycroft estaba completamente perdido.

—Para que veas sus características y me ayudes a elegir a los más apropiados cuando empiece la prueba de admisión en unos minutos.

—¿Por qué?—preguntó otra vez sin encontrar más palabras.

—¿Y tú estás en el equipo de debate?—preguntó de forma retórica—. Tenemos que crear nuevas estrategias para los próximos partidos; el resto de equipos conocen bastante bien nuestras tácticas y este año quiero machacarles.

—¿Nosotros?—esta vez lo preguntó asustado.

—Sí, nosotros. Te nombro mi ayudante oficial. Y ahora, a estudiar a los jugadores.

—Pero entrenador, esto no se considera deporte—dijo señalándose a sí mismo—. Es un trabajo mental, no es lo que buscan los representantes.

—Al contrario, hijo. La estrategia en un partido es tan importante -o incluso más- que el jugador y su capacidad física. Estás haciendo tanto deporte como McKenzie.

Mycroft tenía serias dudas al respecto, pero no dijo nada más y se centró en los jugadores y en los datos que le había entregado el entrenador dentro de la carpeta.

Si esto le ayudaba a conseguir la beca y no tenía que sudar la gota gorda, no sería él quien se quejara.

O-O-O-O-O

—¡Ey, Greg! ¿Estás escuchando o no?

Greg salió de su ensoñación y miró a Anderson con mala cara. Se estaba demasiado a gusto tumbado ahí, en el césped de los estadios bajo la sombra de las gradas, disfrutando de los últimos días de buen tiempo antes de que llegara el frío.

—¿Qué quieres?

—Concierto esta noche de Elvis. ¿Te apuntas?

—Las entradas se agotaron hace semanas, idiota—volvió a tumbarse con las manos detrás de la cabeza.

—Pero conozco el sitio, y sé cómo nos podemos colar—siguió insistiendo Anderson.

—Y yo puedo coger uno de los coches del taller de la escuela sin que se den cuenta—dijo Dimmock, tan emocionado como Anderson.

A veces se preguntaba por qué él era al único del grupo al que llamaban por su nombre.

—Venga, va—desistió Greg mientras se estiraba. Intentaba parecer desinteresado, pero por dentro admitía que tenía muchas ganas de ir a un concierto de Elvis Presley.

—¿Llevamos alguna chica?

—Ni de coña. Sally está enfadada conmigo—admitió Anderson.

—¡Entonces es tu culpa que las Pink Ladies no me hayan hablado hoy!—le reprochó Dimmock.

—¿Tanta pena te da que Irene no te insultara hoy?

—¡Pues sí!

—Os dije que no era buena idea liarse con ellas—dijo Greg con tono aburrido.

—Tú cállate, que tu historial con Molly no es mejor que el mío con Sally.

Greg se sentó de un movimiento y señaló a Anderson con el dedo.

—¿Cuántas veces os tengo que decir que no pasó nada con ella? Dejad el tema en paz.

—Yo sigo diciendo que le dio un gatillazo—dijo Dimmock, y Anderson se unió a las risas de su amigo.

—Hacedme un favor e idos a la mierda.

Greg se marchó enfadado, ignorando las llamadas de sus amigos. Que fueran un grupo de delincuentes no significaba que no se sintiera herido por sus comentarios. Si sólo supieran lo que pasó de verdad en esa "cita" con Molly no volverían a hablarle, estaba seguro.

Sí, eso había empezado como una cita. Pero Molly, aunque pareciera la chica más despistada de las Pink Ladies, en realidad era la más lista. No se comieron ni media hamburguesa cuando ella le preguntó por qué la usaba de tapadera. Greg casi se murió por atragantamiento y tuvo que beberse toda la copa de batido para calmar la tos. Intentó negarlo al principio con todas la excusas que se le ocurrían, pero Molly las echaba por tierra una tras otra. Al final no le quedó más remedio que confesarlo por primera vez en su vida, listo para una lluvia de insultos y chantajes.

Pero no, lo único que hizo Molly fue abrazarle en el desierto parque.

Así se convirtió en su confidente, en su mejor amiga, en la única persona en el mundo que sabía que estaba enamorado del chico más inteligente e infravalorado: Mycroft Holmes. Era el único motivo por el que seguía yendo al instituto, aunque no fuera a más de tres clases a la semana.

Todo empezó como una pequeña obsesión durante el primer año, el típico juego de meterse con el más raro. El segundo año dejó a un lado ese juego cuando se empezó a dar cuenta de que en vez de sentirse ofendido cuando Mycroft le insultaba tras hacerle una broma, se sentía nervioso. Después de eso y poco a poco empezó a fijarse en sus labios, en sus ojos increíblemente azules, en sus pecas, en su cabello castaño rojizo tan cuidado y aparentemente suave, en su físico. Era una de las cosas por las que le molestaban, incluso él mismo lo hizo en primero, pero lo único en lo que podía pensar a esas alturas era en que le hacía adorable.

Hubo una vez, en tercero, que no pudo resistirlo y le defendió del grupo de delincuentes del instituto vecino. Se imaginó que Mycroft se daría cuenta de que había cambiado, que podrían ser amigos, o simplemente algo que pudiera usar para hablar con él en los pasillos. No podía aspirar a nada más si no quería que le marginaran sus amigos o el resto de la gente, y sería feliz sólo hablando con él. Sin embargo Mycroft le dijo enfadado que no necesitaba ayuda de nadie, y menos de un don nadie como él.

Jamás se había sentido tan dolido, pero le abrió los ojos. Aunque pudiera hablar con él, o en el más improbable de los casos entablar una mínima amistad, no estaba a su altura. Mycroft, que era el más inteligente que había conocido nunca, el más educado, el más fuerte tras soportar años y años de acoso por sus compañeros y aun así mirarles con la cabeza bien alta, no sacaría nada bueno juntándose con un delincuente como él.

Greg no estaba a gusto con su vida. No estaba a gusto con su grupo de amigos delincuentes, con las peleas con su madre por no querer terminar los estudios o por acabar en comisaría de cuando en cuando. Quería cambiar, pero no tenía ninguna motivación para ello. Y aunque lo hiciera, no serviría de nada. No podría terminar el instituto aunque se matara a estudiar, no servía para eso. No podía deshacerse de sus amigos, que aunque eran como eran, le habían acompañado desde el colegio. Era tradición estar con ellos. Su madre no vería más allá de su vida delincuente. No podía convertirse en una mejor persona, lo tenía asumido. Y aunque también tenía asumido que Mycroft le odiaba, su corazón no podía dejar de amarle, por más que lo intentara.

Su vida era una mierda.

Con paso lento se acercó a la valla del campo de fútbol americano, donde estaban entrenando. El reflejo del sol le reveló algo que jamás imaginó ver allí, lo único que hacía que su corazón empezara a latir más deprisa. Corriendo fue a donde estaban los jugadores suplentes y llamó a un viejo amigo suyo y vecino, John Watson.

—¡John!—el chico se giró nada más oír su nombre y con una sonrisa se apresuró a acercarse a la valla.

—Greg, ¿qué haces aquí? ¿Por fin te quieres tomar en serio los estudios?

—¿Qué? No, claro que no.

—Ah—soltó John un poco decepcionado—, pensé que querías presentarte a las pruebas para entrar en el equipo.

—Sí, sí, lo que sea. ¿Qué hace Holmes al lado del entrenador?

—¿Holmes?—se giró para ver a Mycroft, quien estaba de espaldas centrado en las pruebas, y se rascó detrás de la cabeza—. La verdad es que no estoy muy seguro, sólo sé que nada más llegar, hemos mejorado bastante. Supongo que el entrenador le quiere como ayudante.

—¿Por qué?—se preguntó a sí mismo mientras miraba embelesado a Mycroft. Sabía que odiaba los deportes, no tenía ningún sentido. Pero alguna razón debía haber y deseaba saberla.

—Ni idea, Greg. Oye, deberías pensar lo de presentarte a las pruebas.

—¿Qué?—preguntó Greg volviendo a la realidad, se había perdido en sus pensamientos y en la ropa deportiva que llevaba Mycroft.

—Que deberías presentarte a las pruebas.

Tenía la palabra "no" en la boca, pero en el último momento se calló. Era una oportunidad única que se había presentado sin esperarlo y la tenía que aprovechar. Si le admitían en el equipo, sería la única manera de poder acercarse a Mycroft sin levantar sospechas. Aunque lo único que consiguiera a cambio fuera una mirada de desdén. Lo prefería mil veces a que le ignorara.

—¿Sabes? Puede que no sea una mala idea.

La cara de sorpresa de John no tenía precio.

—¿En serio? Digo, ¡es fantástico!

—¿Cuándo terminan?

—Mañana.

—Entonces nos vemos mañana—se despidió Greg dándole un toque a la valla.

—Asegúrate de venir descansado, son más duras de lo que parecen.

—Daré lo mejor de mí—dijo con un último vistazo a Mycroft, quien seguía de espaldas.

Sí, daría lo mejor de sí mismo, por poco que fuera.