Prólogo


La nieve enfriaba sus cálidas manos al instante, causándole escalofríos, pero no le importaba. Trataba de ayudar en la creación de un muñeco, tenía un cuerpo bastante deforme, que su hermana intentaba arreglar, aunque segundos después ella lo arruinaba en su afán por embellecerlo. Lejos de enojarse, la rubia reía y empezaba de nuevo.

-Muy lejos de aquí, pero cerca de mí. En el bosque, bailando con la noche. Ven mi dulce niña, que te quiero platicar. Ven mi dulce niña y vamos a cantar- tarareaba su intitutriz.

Ella le hacía compañía cantando a su manera, era aún muy pequeña y se le dificultaba el habla.

Sus padres las veían desde la biblioteca, Adgar leía y su esposa hacía labor de aguja. En esa casa pasaban el invierno de forma tranquila, pero ese día parecía ir mejor. El frío no era muy duro y la casa ofrecía un calor acogedor.

Su madre se levantó y se acercó a la ventana, observando a sus hijas con cariño.

Desde hace algún tiempo varios niños empezaron a desaparecer, se rumoraba que los captores querían a todos los infantes del pueblo. La sola idea de perder a sus tesoros le helaba la sangre y le causaba dolor, pero ahí, en medio del bosque y bajo el cuidado de los trolls estaban seguros.

-Elsa, Elsa- llamó la pelirroja levantándose y sentándose en otro nuevo lugar- ¿y si hacemos un muñeco?

-¿Quieres hacer un muñeco de nieve?- le preguntó la ojiceleste entre carcajadas.

-¡Sí!

Elsa corrió a su lado y empezó a armar el nuevo muñeco.

-Se llamará Olaf- decía palpando la nieve.

-Y adorara los abrazos cálidos- completó su madre uniéndoseles en la labor.

-Canta mami- pidió la menor de sus hijas.

-Sí, amor, canta- insistió su marido, tomando a la pequeña rubia y dándole un enorme beso en la mejilla. Ella tomó a la pequeña en su regazo y comenzó a cantar acariciando su rostro.

-Ven mi dulce niña, que te quiero platicar. En el lago hay que nadar y con los peces conversar...- se detuvo dirigiendo una mirada inquisitiva a sus compañeros- ¿qué sigue?- preguntó sin obtener respuesta. Soltó una risilla de ternura y se preparó para continuar con el canto, pero fue interrumpida.

-Ven mi dulce niña, que mamá ha hecho galletas y el té listo está.- completó una desconocida voz.

Los tres adultos miraron alrededor, sin encontrar a nadie.

-¿Qué? No me digan que me he saltado una estrofa.- dijo la voz acercándose más, se reconocia como la de una fémina.

-Vamos- ordenó sin dudar el padre. Presionado más a su hija y tomando de la mano a su esposa.

-¡Oh, Adgar!- lamentó la mujer- ¿te vas tan pronto? Sólo quiero conocer a las pequeñas.

¿Quién era esa mujer y cómo sabía su nombre? Abrazó instintivamente a su familia.

La dama hizo su aparición, junto a un joven pelirrojo, ambos tenían una sonrisa tenebrosa en los labios y les miraban sin ninguna piedad. Adgar supo entonces lo que les esperaba y comprendió que no podía hacer nada. Conocía a aquellas criaturas de sobra, y sabía de lo que eran capaces.

-Papi...- llamo con miedo la niña platinada.

-Shh, Elsa, todo esta bien...

Que mentira tan grande.