La historia NO ES MIA, es una adaptación de VICKY DREILING. Traducida por MR.

Los personajes por supuesto son de la fantástica S.M.

Sinopsis:

Cuidado con los sinvergüenzas, granujas y canallas…

Lady Isabella Swan está en un apuro. Comenzó cuando el mejor amigo de su hermano —a quien ha guardado durante mucho tiempo un gran secreto— accedió a actuar como su tutor en la temporada, solo para seducirla después en medio de un atrevido vals.

Pero cuando la música se detuvo y la expectante sociedad esperaba que Edward Cullen, el Conde de Masen, la reclamara como suya, él mostró su desinterés claramente. En lugar de sucumbir a la humillación, Isabella hizo lo que cualquier joven recientemente rechazada y con un perverso ingenio hace; secretamente y pluma en mano, escribe una guía que muestra a las damas como seducir a los granujas más impenitentes… y acaba siendo el más caliente escándalo en todo Londres.

Todo honorable canalla sabe que las hermanas de sus amigos están prohibidas, pero Edward vislumbra en Isabella una chispa traviesa en sus ojos a la que no es capaz de resistirse. Intentó apartarla de su lado como pudo, pero pasa sus días escuchando su risa y las noches soñando con sus besos. Siempre había evitado a jóvenes inocentes y a madres que sólo tienen en mente encontrar al mejor marido para sus hijas, pero… ¿acaso un hombre que no tenía intención alguna de casarse habrá encontrado a la candidata ideal para ser su esposa?

CAPÍTULO 01

Código de conducta de un sinvergüenza: Las vírgenes están totalmente prohibidas, especialmente si dicha virgen resulta ser la hermana de tu amigo.

Richmond, Inglaterra, 1817

Él había llegado tarde como de costumbre.

Edward Cullen, Conde de Masen, giraba su sombrero mientras caminaba tranquilamente a lo largo de la acera hacia la casa de su madre. Una fresca brisa rozó su pelo y azotó su cara. En la menguante luz del atardecer, Ashdown House con su parte superior almenada y sus torretas se mantenía inquebrantable junto a las orillas del Támesis.

Normalmente, Edward temía las obligatorias visitas semanales. Su madre y sus tres hermanas casadas se habían vuelto cada vez más exigentes con su falta de una novia desde que su mejor amigo se había casado el verano pasado. No hicieron ningún secreto de lo decepcionadas que estaban con él, pero él estaba acostumbrado a ser el granuja de la familia.

Hoy, sin embargo, esperaba ver a su mejor amigo, Emmet Swan, el Duque de Shelbourne. Después de que el mayordomo, Jones, le dejara entrar, Edward se quitó sus guantes y abrigo.

—¿Están Emmet y su hermana aquí todavía?

—El Duque y Lady Isabella llegaron hace dos horas —dijo Jones.

—Excelente. —Edward no podía esperar para relatar su última escapada subida de tono a su amigo. La tarde pasada, había conocido a Leah y Emily, dos traviesas bailarinas quienes le habían hecho una proposición indecente. Deseando no parecer demasiado ansioso, había prometido pensar sobre el asunto, sin embargo tenía la intención de aceptar sus dos-al-precio-de-una.

El fastidioso Jones pasó la mirada por la cabeza de Edward críticamente.

—Perdóneme, milord, pero usted podría desear ocuparse de su pelo.

—¿No me digas? —Edward pretendió ser ignorante y echó un vistazo a sus mechones azotados por el viento en el espejo encima de la mesa del recibidor—. Perfecto. El pelo desordenado está causando furor.

—Si usted lo dice, milord. Edward se giró.

—¿Supongo que todo el mundo está esperando en el salón dorado?

—Sí, milord. Su madre ha preguntado por usted varias veces.

Edward echó un vistazo fuera del gran hall y sonrió a la estatua gigante junto a la escalera.

—Ah, mi madre ha tomado interés por las estatuas desnudas, ¿verdad?

El normalmente estoico Jones hizo un sospecho y ahogado sonido. A continuación se aclaró la garganta.

—Apolo fue entregado ayer.

—Completado con su lira y su serpiente, veo. Bien, voy a darle la bienvenida a la familia. —Las botas de Edward repiquetearon sobre el suelo de mármol a cuadros mientras daba un paseo hasta el hueco de la escalera, una proeza arquitectónica que hacía que la parte inferior de los escalones de piedra pareciera suspendido en el aire. En la base de las escaleras, hizo una pausa para inspeccionar la reproducción e hizo una mueca ante los minúsculos genitales de Apolo —. Pobre bastardo.

Unos pasos sonaron arriba. Edward levantó la mirada para encontrar a Emmet bajando a zancadas los escalones alfombrados.

—¿Evaluando a la competencia? —dijo Emmet. Edward sonrió.

—Demonios. Es el viejo casado.

—Vi tu carruaje desde la ventana. —Emmet dio un paso sobre el suelo de mármol y palmeó a Edward en el hombro—. Luces como si acabaras de caerte de la cama.

Edward movió sus cejas y dejó que su amigo imaginase lo que quisiera.

—¿Cómo está tu duquesa?

Una breve, preocupada expresión revoloteó por sus ojos.

—El doctor dice que todo progresa bien. Tiene dos meses de confinamiento. —Lanzó un ventoso suspiro—. Yo quería un hijo, pero ahora estoy rezando por un parto seguro.

Edward sacudió la cabeza, pero no dijo nada.

—Un día te tocará a ti, y estaré allí para consolarte.

Ese día nunca llegaría.

—¿Y renunciar a mi soltería? Nunca —dijo. Emmet sonrió.

—Te lo recordaré cuando asista a tu boda. —Edward cambió el tema.

—¿Supongo que tu hermana está bien? —Su madre planeaba patrocinar a Lady Isabella esta temporada mientras la duquesa viuda permanecía en el campo con su nuera muy embarazada.

—Isabella está deseando que llegue la temporada, pero hay un problema —dijo Emmet —. Llegó una carta de Bath hace media hora. Tu abuela ha vuelto a sufrir de palpitaciones al corazón.

Edward gruñó. La Abuela era famosa por sus palpitaciones. Sucumbía a ellas en los momentos más inconvenientes y los describía en un minuto, amando relatar a cualquiera que tuviera la desafortunada suerte de estar a su alrededor. Debido a la disminución de la audición de la Abuela, esto significaba cualquiera dentro del campo de gritos.

—Mientras hablamos, tu madre y tus hermanas están discutiendo quien debería viajar a verla —dijo Emmet.

—No te preocupes, muchacho. Lo resolveremos. —No dudaba que sus hermanas pretendieran huir a Bath, como siempre hacían cuando su abuela invocaba su dolencia favorita. Normalmente su madre se iba también, pero se había comprometido a patrocinar a Isabella.

Una malhumorada voz resonó desde el rellano de la escalera.

—Edward, te has entretenido demasiado. Madre está esperando.

Edward levantó la mirada para encontrar a su hermana mayor, Tanya, haciéndole señas con sus dedos como si él fuera uno de sus indisciplinados mocosos.

—Mi querida hermana, no tenía idea que estabais tan ansiosas por mi compañía. Eso enternece mi corazón.

Se le ensancharon las fosas nasales.

—Nuestra abuela está enferma, y Madre está inquieta. No deberías añadirte a su irritación por demorarte.

—Pobre Madre, un jerez para sus nervios. Iré de un momento a otro —dijo. Tanya mordisqueó sus labios, se giró, y prácticamente se alejó dando pisotones.

Los hombros de Edward se sacudieron por la risa mientras volvía su atención a su amigo.

—Después de cenar, haremos una breve aparición en el salón y haremos nuestra escapada al club.

—Yo no debería. Estoy planeando salir mañana en la madrugada —dijo Emmet.

Edward encogió los hombros para ocultar su decepción. Debería haber sabido que el muchacho pretendía regresar con su esposa inmediatamente. Nada sería nunca lo mismo ahora que su amigo estaba casado.

—Bien, entonces, ¿vamos a reunirnos con los demás?

Mientras subían las escaleras, Emmet lo miró fijamente con una expresión enigmática.

—Ha pasado largo tiempo desde la última vez que nos encontramos.

—Sí, así es.

La última vez había sido en la boda de Emmet hacía nueve meses. Tenía la intención de visitar a los recién casados después de un intervalo decente. Entonces llegó una carta de Emmet con la exultante noticia de su inminente paternidad.

Los pies de Edward se habían sentido como si estuvieran sumergidos en un pantano.

Después que entraron en el salón, Edward se detuvo. Estaba sólo periféricamente consciente de las miradas con el ceño fruncido que le dirigían los maridos de sus hermanas desde el aparador. Toda su atención estaba centrada sobre una esbelta dama sentada en el sofá entre su madre y su hermana más joven, Bree. La luz de las velas brillaba sobre los rizos chocolate de la dama mientras bajaba la mirada a un cuaderno de bocetos sobre su regazo. ¡Dios bendito! ¿Podía esta deliciosa criatura ser Isabella?

Cómo si sintiera su mirada, ella lo miró. Él asimiló su transformación, aturdido por los sutiles cambios. En los pasados nueve meses, la leve plenitud de sus mejillas había desaparecido, destacando sus esculpidos pómulos. Incluso su expresión había cambiado. En lugar de su habitual sonrisa traviesa, lo miró con una sonrisa ensayada.

La dulce muchachita que había conocido toda su vida se había convertido en una mujer. Una hermosa mujer, de infarto.

El sonido de la voz de su madre lo sacudió.

—Emmet, por favor, siéntate. Edward, no te quedes ahí embobado. Ven y saluda a Isabella.

Tanya y su otra hermana Irina estaban sentadas en un par de sillas cerca de la chimenea, intercambiando astutas sonrisas. Sin duda habían tramado un complot para atraparlo en la ratonera del párroco. Probablemente pensaron que estaría tan impresionado como los numerosos cachorros que competían por la atención de Isabella cada temporada. Pero él estaba sólo un poco desconcertado por su transformación.

Determinado a encargarse de sí mismo, caminó hacia ella, dobló una pierna, y extendió el brazo en una ridícula reverencia vista por última vez en el siglo dieciséis.

Cuando se irguió, su madre hizo una mueca.

—Edward, tu cabello está levantado. Te ves como un disoluto. — Sonrió como un mequetrefe.

—Vaya, gracias, Madre.

La ronca risa de Isabella atrajo su atención. Colocó el puño en su cadera y movió sus cejas.

—Sin duda, romperás una docena de corazones esta temporada, pequeña Bella. Ella lo contempló por debajo de sus largas pestañas.

—Quizá uno capturará mis afectos.

La cara de Helena de Troya había lanzado al agua una docena de barcos, pero la natural voz rasposa de Isabella podía hacer caer a un millar de hombres. ¿De dónde diablos había salido ese absurdo pensamiento? Ella había crecido hasta convertirse en una impresionante joven, pero él siempre había pensado en ella como la pequeña marimacho que se subía a los árboles y rasaba piedras.

Bree se levantó.

—Edward, toma mi asiento. Deberías ver los bocetos de Isabella.

Pretendió aprovechar al máximo la oportunidad. Durante años, se había burlado de Isabella y animado en sus travesuras. Después de sentarse junto a ella, sonrió y golpeó el papel.

—¿Qué tienes ahí, diablillo?

Ella le mostró un boceto de Stonehenge.

—Dibujé esto el pasado verano cuando viajé con Alice y su familia.

—Stonehenge es impresionante —dijo la condesa.

Él obedientemente se quedó mirando como Isabella giraba la página.

—Son unas rocas grandes.- Isabella rió.

—Granuja.

Él colocó un rizo tras su oreja. Cuando ella golpeó su mano, él rió. Era la misma pequeña Bella que siempre había conocido.

Pesados pasos resonaron fuera de las puertas del salón. Todo el mundo se levantó cuando Lady Masen, su tía abuela Esme, avanzó pesadamente al interior. Grises rizos embutidos asomaban del verde turbante con altas plumas. Ella lanzó una mirada a la madre de Edward y frunció el ceño.

—Elizabeth, esa estatua es horrible. Si quieres un hombre desnudo, búscate uno que esté respirando.

La boca de Edward se esforzó para no reírse a carcajadas. La condesa abanicó su acalorado rostro.

—Esme, por favor, cuida tus palabras.

—Bah. —Hester guiñó el ojo a Edward—. Ven a darle a tu tía un beso, granuja.

Cuando lo cumplió, ella murmuró:

—Eres el único sensato en este grupo. Emmet se inclinó ante ella.

—Lady Masen.

Hester lo observó con apreciación.

—Emmet, apuesto diablo. He oído que no has perdido el tiempo poniendo a tu mujer con niño.

La madre y la hermana más joven de Edward jadearon. Tanya se aclaró la garganta.

—Tía Esme, nosotros no hablamos de esos asuntos delicados.

Hester gruñó y mantuvo su mirada de complicidad en Emmet.

—He oído que tu duquesa tiene coraje. Traerá a tu hijo al mundo sin percance, corrijo mis palabras.

Edward contempló a su astuta vieja tía con una sonrisa cariñosa. Podría ser excéntrica, pero había intentado tranquilizar a su viejo amigo. Y sólo por eso la adoraba.

Condujo a Esme a una silla y se sentó a su lado. Sus amplias caderas apenas cabían entre los brazos. Después de ajustar sus plumas, llevó su monóculo hacia sus ojos e inspeccionó a Isabella.

—Tía Esme, recuerdas a Lady Isabella —dijo Tanya, como si hablara con un niño—. Es la hermana de Emmet.

—Sé quién es ella. —Esme bajó su monóculo—. ¿Por qué estás todavía soltera, muchacha? Isabella se ruborizó.

—Estoy esperando al hombre correcto.

—Oí que rechazaste una docena de propuestas desde tu presentación. ¿Es cierto?

—No llevo la cuenta —murmuró Isabella. Esme soltó una carcajada.

—¿Hubo tantos que no puedes recordarlos?

Observando la desconcertada expresión de Isabella, Edward intervino.

—Madre, entiendo que tenemos un pequeño problema. La Abuela está alegando una enfermedad de nuevo, ¿cierto?

Su madre y hermanas manifestaron que debían asumir que la Abuela estaba realmente enferma. Finalmente, la Tía Esme interrumpió:

—Oh, Elizabeth. Sabes muy bien que mi hermana sólo está buscando atención.

—Esme, ¿cómo puedes decir tal cosa? —dijo la condesa.

—Porque ha hecho un hábito de ello. —Esme inhaló—. Imagino que tú y tus chicas estáis planeando salir a la carrera a Bath por un tonto recado de nuevo.

—No podemos correr el riesgo —dijo Tanya—. Si la Abuela empeoró, nunca nos lo perdonaríamos.

—Ella debería venir a la ciudad donde pueda estar cerca de la familia. Me ofrecí a compartir mi casa con ella, pero se niega a abandonar a sus compinches de Carmen —dijo Esme.

—Ella tiene sus hábitos de vida —Edward sonrió a su tía—. Pocas damas son tan aventureras como tú.

—Cierto —dijo Esme, acicalándose.

La Condesa dirigió a Edward una mirada suplicante.

—¿Podrías escribir a Jasper para informarle?

—No estoy seguro de sus señas en la actualidad —dijo Edward. Su hermano pequeño había estado viajando por el continente durante más de un año.

Montague, el marido de Tanya, bajó su periódico.

—Eso es tiempo pasado, Jasper regresó a casa y dejó de rastrillar su camino por el continente. Él necesita elegir una carrera y ser un miembro responsable de la familia.

Edward lo contempló como si fuera un mosquito.

—Vendrá a casa cuando se canse de deambular. —Esperaba que Jasper regresara para la temporada de Londres, pero su hermano no había escrito en más de dos meses.

Montague cerró su periódico.

—Volverá tan pronto como tú le cortes y le dejes sin un centavo.

Edward ignoró a su cuñado menos favorito y volvió su atención a su madre.

—¿Y qué pasa con Isabella? Su hermano la trajo. Madre, ¿no puedes quedarte?

—Oh, no puedo pedir tal cosa —dijo Isabella —. Puedo quedarme con Alice o con Jessica. Las madres de mis amigas me recibirán, estoy segura.

—Las madres de sus amigas estarán demasiado ocupadas con sus propias hijas —dijo Esme —. Yo podría patrocinar a Isabella. Ella será la sensación de la temporada.

Siguió un largo silencio. La madre y las hermanas de Edward se miraron unas otras con consternación apenas disimulada. Consideraban a Esme un poco atolondrada, pero él sabía que su tía tenía una prodigiosa inteligencia, aunque un poco contundente en sus maneras.

La condesa se aclaró la garganta.

—Esme, querida, eso es demasiado amable de tu parte, pero quizá no has pensado en lo agotador que serán todos esos entretenimientos.

—Nunca me canso, Elizabeth —dijo—. Disfrutaré patrocinando a la muchacha. Es bastante bonita y parece animada. La tendré comprometida en cuestión de semanas.

Edward controló su expresión. ¿Isabella casada? Parecía tan… equivocado. A pesar de que él sabía que era costumbre de las damas casarse jóvenes, la idea no parecía encajar bien con él.

Emmet miró a Esme.

—Por supuesto, ella lleva cuatro temporadas, pero casarse es de por vida. No voy a apresurarla. Esme miró a Isabella.

—¿Cuántos años tienes, muchacha?

—Veintiuno —dijo.

—Es mayor de edad, pero estoy de acuerdo que el matrimonio no debe tomarse a la ligera. Emmet estudió a su hermana.

—Yo deberé aprobar cualquier relación seria.

Cuando Isabella puso los ojos en blanco, Edward sonrió. No envidiaba al hombre lo suficientemente audaz para pedir el permiso de Emmet para cortejar a Isabella. El viejo muchacho había mantenido una férrea rienda sobre ella por años… también él debería.

—Ahora que el asunto está resuelto, vayamos a cenar —dijo Esme—. Estoy hambrienta.

Después de que las damas se retiraran de la sala de estar, Edward sacó el oporto. Los maridos de sus hermanas intercambiaron miradas significativas. Emmet mantuvo silencio, pero los observaba con expresión cautelosa.

Montague cruzó sus pequeñas manos sobre la mesa y se dirigió a Edward.

—Lady Isabella no puede quedarse con Esme. Las atrevidas maneras y las ideas revolucionarias de tu tía pueden ser una mala influencia para la chica.

Edward se encontró con la mirada de Emmet.

—¿Te unirás a mí en el estudio?

Emmet asintió con la cabeza.

Ambos se levantaron. Cuando Edward se apoderó de un candelabro del aparador, Montague se levantó de la mesa.

—Tanya se quedará y cuidará de Isabella.

—Mi hermana está decidida a ir a Bath —dijo Edward—. No va a descansar tranquila a menos que vea que nuestra abuela está bien. —Lo último que él quería era exponer a Isabella al amargo matrimonio de su hermana.

—Sabes muy bien que tu abuela finge enfermedades —dijo Montague—. Si tu madre y hermanas se negaran a ir, eso podría poner fin a esta tontería.

Edward se dio cuenta que Montague había aprovechado la oportunidad para mantener a su esposa en casa. El hombre constantemente preguntaba a Tanya sobre su paradero y la reprochaba incluso si hablaba con otro hombre.

—Iré a discutir el asunto con Emmet. Caballeros, disfrutad vuestro oporto. Empezó a girarse cuando la voz de Montague lo detuvo.

—Maldito seas, Edward. Alguien necesita hacerse responsable de la chica.

Edward caminó a zancadas alrededor de la mesa y amenazó a su cuñado.

—No tienes nada que decir al respecto. —A continuación bajó su voz—. Recordarás mi advertencia.

Montague lo fulminó con la mirada, pero se mordió la lengua. Edward le lanzó una sonrisa malvada. Por Navidad, el hombre había hecho unos demasiado denigrantes comentarios sobre Tanya. Edward lo había llevado a un lado y amenazó con molerlo a palos si alguna vez volvía a tratarla irrespetuosamente.

Mientras él y Emmet se alejaban a zancadas, Edward murmuró:

—Maldita bestia.

—Montague resiente tu influencia política, tu fortuna, y tu altura superior. Se siente inferior y participa en absurdas competiciones para demostrar que es el más varonil.

Edward deseaba mandar a Montague al diablo. El hombre había hecho campaña por la mano de su hermana y le había colmado de atenciones. Había mostrado sus verdaderos colores poco después de la boda.

Cuando entraron al estudio, el olor del cuero impregnaba la sala. Edward colocó el candelabro sobre la repisa de la chimenea y se desplomó en una de las sillas delante del enorme escritorio de madera. La chimenea estaba vacía enfriando la habitación. El nunca hacía uso del estudio. Años antes, había tomado habitaciones en el Albany. Su familia lo había desaprobado, pero él necesitaba escapar del dominio de su padre.

Emmet examinó los alrededores y se sentó junto a Edward.

—Este estudio prácticamente no ha cambiado desde la muerte de tu padre.

El había muerto repentinamente de un ataque al corazón hacía ocho años, cerrando cualquier oportunidad de reconciliación entre ellos. Un pensamiento tonto. No había nada que él pudiera haber hecho para cambiar la opinión de su padre sobre él.

—Tu padre era un buen hombre —dijo Emmet—. Su consejo fue inestimable para mí.

—Él te admiraba —dijo Edward.

Emmet sin ayuda había restaurado su fortuna después de descubrir que su difunto padre, un derrochador, lo había dejado con monstruosas deudas.

—Envidiaba tu libertad —dijo Emmet.

—Tuve una época fácil comparada contigo. —El padre de Edward tampoco le había dejado olvidarlo. De forma espontánea, las palabras que su padre había dicho hacía más de una docena de años se hicieron eco en su cerebro. ¿Sabes siquiera lo mucho que cuesta satisfacer el honor de Westcott?

Mentalmente cerró de golpe la puerta al recuerdo.

—Viejo, tu hermana puede preferir quedarse con una de sus amigas, pero te aconsejo no aceptar si ella desea quedarse con Lady Jessica. He oído un desagradable rumor sobre su hermano. Según parece, Mike tiene una criada embarazada. —Ningún caballero honorable debía aprovecharse de sus sirvientes.

La cara de Emmet exteriorizó su repulsión.

—Dios bendito. Él es repugnante.

—Si lo prefieres, lleva a tu hermana con la madre de Alice Hardwick.

—No, tu tía está bien. La Sra. Hardwick debe concentrarse en su propia hija—. Emmet frunció el ceño—. No puedo abusar.

Emmet probablemente se sentía un poco culpable porque Alice y Jesica habían dedicado toda la temporada del año anterior a su inusual cortejo.

—Mi tía es un viejo pájaro impertinente, pero es bastante inofensiva. Esme disfrutará acompañando a Isabella por la ciudad.

Emmet miró de reojo a Edward.

—Tengo que pedirte un favor.

Un extraño presentimiento cayó sobre Edward. Conocía a Emmet desde que estaban en los andadores, porque sus madres habían sido amigas íntimas. En Eton, él y Emmet se habían unido para defenderse de los chicos más mayores a quienes les gustaba atormentar a lo más jóvenes. Edward conocía a su amigo muy bien, pero no tenía idea de lo que Emmet pretendía pedirle.

Emmet soltó la respiración.

—¿Actuarás como el guardián no oficial de mi hermana?

Edward se rió.

—¿Yo, su guardián? Seguramente bromeas.

—Tan pronto como los cazafortunas descubran que no estoy presente, irán como buitres sobre Isabella. No me sentiré tranquilo a menos que un hombre formal esté ahí para protegerla de los granujas.

—Pero… pero yo soy un granuja —farfulló. Por supuesto, ella había florecido en una joven extraordinariamente hermosa, pero era la hermana de su amigo. Incluso entre los granujas, era un punto de honor evitar a las hermanas de los amigos.

—Has visto crecer a mi hermana de la misma forma que yo —dijo Emmet—. Es casi como una hermana para ti.

Nunca había pensado en ella de esa forma. Para él, ella era simplemente pequeña Bella, siempre lista para un poco de travesura. Él nunca se había cansado de desafiarla a hacer algo impropio de una dama, pero ella ni una sola vez había dado marcha atrás.

—Viejo, sabes que le tengo cariño, pero no estoy en condiciones de ser el guardián de nadie.

—Tú siempre has cuidado de ella — dijo Emmet.

La culpa brotó en su pecho. Su propia familia pensaba que él era un sinvergüenza irresponsable, con buena razón. Él nunca había sabido como localizar a su propio hermano. Pero claramente Emmet tenía completa fe en él.

Emmet pellizcó el puente de su nariz.

—Debería permanecer en Londres para vigilar a Isabella, pero no puedo soportar dejar a mi esposa. No importa lo que haga, sentiré como si hubiera ofendido a una de ellas.

Ah, diablos. Emmet nunca le había pedido un favor antes. Él era como un hermano para él. ¡Maldita sea! No podía negarse.

—Cualquier cosa por ti, viejo.

—Gracias —dijo Emmet—. Hay una cosa más. No te va a gustar. Edward levantó sus cejas.

—Ah, ¿sí?

Emmet entrecerró los ojos.

—Deberás dejar de ser un granuja por lo que dure la temporada. Él rió.

—¿Qué?

—Me has oído. No habrá bailarinas, actrices o cortesanas. Llámalas como quieras, pero no vas a relacionarte con putas mientras cuidas de mi hermana.

Él resopló.

—No es como si fuera a alardear de una amante en la cara de tu hermana.

—Tus romances son famosos. —Emmet golpeó su pulgar en el brazo de la silla—. A menudo he sospechado que disfrutas con tu mala reputación.

Él hacía bromas a cerca de sus numerosas amantes. Todo el mundo, incluyendo su amigo, creía sus cuentos chinos. Mientras fuera un autentico calavera, Edward posiblemente no podría estar a la altura de las expectativas -¿o era de las bajas expectativas?- de los exagerados informes de sus conquistas.

—No voy a aceptar el celibato —dijo.

—Ni siquiera intentas ser discreto. Isabella te adora. No quiero desilusionarle.

—Seré discreto con mis relaciones —murmuró Edward.

—De acuerdo —dijo Emmet.

Mejor olvidaba el ménage á trois con Leah y Emily. Lo apenaba bastante, puesto que nunca había jugueteado con dos mujeres a la vez, pero posiblemente no podría mantener esa clase de perversos asuntos bajo las proverbiales cubiertas.

Emmet golpeó de nuevo su pulgar.

—Escríbeme periódicamente y déjame saber cómo va mi hermana.

—Lo haré —dijo Edward—. No te preocupes. Isabella se irá acostumbrando a los abruptos modales de mi tía.

—Cuando el bebé nazca, lleva a mi hermana a casa. —Sonrió—. Rose ya le pidió a Isabella que sea la madrina. ¿Querrás ser el padrino?

Un nudo se formó en su pecho, pero se forzó a sonreír.

—¿Confiarías en un granuja como yo en lo que respecta a tu hijo?

—No hay nadie en quien confíe más, amigo mío.

Edward alejó su mirada, sabiendo que no se merecía el respeto de su amigo.

Una nueva adaptación a ver si me llega la inspiración y sigo con mis fics… Espero que les guste y perdonen mi ausencia…

XOXO