HOLA! ACÁ LES TRAIGO UNA HISTORIA QUE ACABO DE TERMINAR DE LEER Y SE ME OCURRIÓ ADAPTARLA A SAILOR MOON, CON NUESTRA PAREJA FAVOTIA SERENA Y DARIEN ^.^ SIN MÁS, LES DEJO EL PRÓLOG POR HOY :)
Esta historia le pertenece a Long Julie Anne, sólo la adapté. La mayoría de los personajes pertenecen a Naoko Takeuchi :3
Prólogo
Junio de 1815
Estaba soñando, o estaba despierto; ya no podía estar seguro. El humo y la pólvora quemaban sus pulmones. El mosquete, resbaladizo en su puño debido al sudor, quemaba más que sus pulmones, y casi se le cayó cuando volvió a cargarlo. Las piernas y los brazos estaban rígidos debido al cansancio y los sonidos que lo rodeaban (gritos de hombres y relinchos de caballos, el estruendo del metal, el golpe seco de las botas, la explosión de los cañones) latían, colisionaban y se fundían en un solo sonido. Desde algún lugar, en medio de aquel estruendo, se oyó el eco de un dolor abominable, implacable.
—¿Hijo? ¿Puedes oírme, hijo?
Alguien lo cogió por el pelo, largo debido a las interminables semanas de marcha, y llevó su cabeza hacia atrás; miró los helados y brillantes ojos de su padre, que lo había arrojado al suelo y le había pateado las costillas. Y cuando entrelazó sus brazos alrededor de las rodillas para protegerse a sí mismo, su padre lo golpeó otra vez, y otra vez, y luego tiró de él para que se pusiera de pie, porque si había algo que enfurecía a su padre era no poder ver en los ojos de su hijo el dolor que le infligía. Y luego, lo dejó ir; cuando volvió a levantar la mirada, aún trastabillando para cargar el arma, vio que Kelvin Campbell recibía una bala de mosquete en las entrañas; vio cómo asomaba la sangre, vio cómo Kelvin caía hacia atrás para quedar inerte, como muchos otros, en el campo de batalla. Nunca más sería aquel alegre irlandés que de vez en cuando hacía trampa jugando a las cartas y que siempre echaba de menos a su madre; se había convertido en una pila de harapos, huesos y carne.
—Dinos tu nombre, hijo —dijo una voz, un sonido desconectado de aquel muro de bullicio enfurecido, suave; pero agudo e inoportuno, porque quería arrastrarlo aún más hacia la superficie donde se hallaba el dolor.
—No creo que pueda oírlo, doctor. Le ofrecí un poco de agua de corteza, pero parece que la fiebre ha poseído su cuerpo ahora.
—Kelvin —boqueó—. Kelvin. —Era importante que le contara a quien fuera que le estuviera hablando lo que le había ocurrido a Kelvin. Alguien debería saberlo, alguien debería enterarse de su caída.
—¿Qué ha dicho?
—Creo que hemos obtenido la respuesta: Dijo «Kelvin».
El doctor dejó caer la cabeza sobre el pecho con un profundo suspiro y volvió a levantarla deprisa. Sus gestos de resignación y pérdida revelaban compasión. Podía ofrecerlos con moderación.
—Si este es Kelvin Campbell, entonces el chaval con el pecho destrozado debe ser el joven Mamoru. Nombre de pila Endimion, según Nicolás, y luego media docena más de nombres, como cualquier noble. El heredero de Dunbrooke. Hemos perdido al futuro duque de Dunbrooke esta noche.
—Oh —dijo la mujer con un suspiro. —Se volvieron para mirar el cuerpo del hombre joven cuyo rostro acababan de cubrir. El respeto por la aristocracia había proliferado en los huesos de los ingleses durante siglos, e incluso ahora, rodeados por la sangre y el infortunio de Waterloo, lloraban quizá más de lo que debían por la muerte de aquel joven, y sólo porque era el hijo mayor de un duque muy acaudalado.
—Se dice que enfureció al duque por prestar servicio en todo, menos en la infantería —dijo el doctor—. Maldito tonto. Envía un mensajero al coronel Nicolás, él en persona vio cómo cargaban a estos dos chavales en la carreta del hospital. Dunbrooke le caía bien. El resto de su regimiento murió en el campo de batalla.
—¿El duque tiene otros hijos?
—Uno más. Se dice que es bastante libertino.
—Rezaré por el alma del joven Endimion Mamoru, para que descanse en paz. ¿Cree que Campbell vivirá?
—Si sobrevive a esta fiebre, sí, lo hará, o al menos no será su pierna la que lo aniquile. Dele más del agua de corteza peruana cuando pueda beberla. La bala no tocó el hueso, por lo que no perderá la pierna. Un chico con suerte, a diferencia de su amigo.
La fiebre apareció al día siguiente y el dolor abrasador en la pierna se volvió una clara evidencia de que estaba vivo. Abrió los ojos y encontró la sonrisa amable y tímida de una mujer arrodillada junto a él… ¿Era su hogar? Era una granja; los cuerpos de los soldados (muertos, a punto de morir y que luchaban por vivir) yacían sobre el suelo, y el hedor a sufrimiento espesaba el aire. La mujer le ofreció algo de agua y lo llamó «Kelvin». Y como había decidido en algún momento de su incierto sueño que su vida hasta ese entonces había sido sólo batallas y nada más, y que si seguía con vida no volvería a participar en una guerra nunca más, recibió aquello como una señal de Dios. Le agradeció al Señor la habilidad innata que le permitía reconocer una oportunidad cuando aparecía ante él. En silencio, le agradeció a su padre el control distante que había recibido bajo sus órdenes, un control que había surgido de la violencia y la manipulación. Le agradeció a Wellington que no se preocupara de qué llevaban sus hombres en la espalda mientras combatieran bien y con valentía, ya que así nadie podría identificarlo por su uniforme. Y le agradeció a Kelvin Campbell el préstamo transitorio de su nombre, y estuvo seguro de que a Campbell le hubiera resultado divertido.
Con el caos que dejó Waterloo, fue fácil convertirse en otra persona. Cuando pudo dejar el improvisado hospital de campaña y alejarse de los horrores ocasionados por Napoleón y sus compatriotas, Endimion Mamoru, ahora conocido como Kelvin Campbell, abordó un barco hacia Inglaterra y desapareció en la campiña inglesa, en una vida vacía de cosas, pero con la libertad de escoger los pasos a seguir. En el primer bar que encontró, ofreció una última oración de gratitud en silencio y un brindis por su desafortunado amigo, e hizo a un lado el nombre de Kelvin Campbell. Había decidido usar dos de sus nombres, ya que tenía muchos entre los cuales elegir; parecía ser lo correcto.
«Endimion Mamoru está muerto», pensó con una sonrisa, e hizo un brindis por él mismo. «Larga vida a Darien Chiba».
Junio de 1816
—Jenkins, quiero decir, Chiba, ¿puedo pediros un favor, hijo?
Darien esbozó una sonrisa y levantó la mirada de la montura que estaba lustrando. Era difícil imaginar a sir Kenji Tsukino «pidiéndole un favor» al encargado de la caballeriza. Pero sir Kenji era así: amable, respetuoso y distraído. De vez en cuando, sir Kenji lo llamaba Jenkins, el nombre del jardinero, y llamaba al jardinero Chiba. Darien apenas tenía en cuenta la capa extra de anonimato brindada por la falta de memoria de sir Kenji y el beneficio que añadía a su empleo. Se habían conocido en un bar de la campiña aproximadamente hacía una semana (sir Kenji había Tomado a Darien por un trabajador irlandés, que era lo que Darien en realidad quería lograr) y habían comenzado a hablar sobre caballos, un tema fácil, y de hombres. Al final, lleno de cordialidad y cerveza, e impresionado con el extenso conocimiento de Darien sobre los equinos, sir Kenji le ofreció impulsivamente un trabajo. «¿Por qué no?», pensó Darien. Conocía los caballos; había vagado sin un destino durante casi un año. Algo de rutina para sus días, un patrón amable, un pequeño, pero digno salario… Parecía el modo perfecto de pasar el tiempo hasta que supiera qué hacer el resto de su vida.
—¿Un favor, sir? Por supuesto. ¿En qué os puedo ayudar?
—Pues bien, es mi hija, veréis…
—¿Vuestra hija, sir?
—La más jovencita, Serena. Está en un árbol. Algo acerca de un perro.
Daisy, una perra marrón y vieja que Darien había visto hacía sólo un día, había muerto por la noche, mientras dormía. Llena de amargura, Serena había trepado al manzano más grande del huerto después del desayuno. La hora de la cena se acercaba y no daba señal alguna de que fuera a descender de aquel árbol, a pesar de los gritos de persuasión de sus padres.
—No soy tan ágil como alguna vez lo fui, Chiba, y me preguntaba si os importaría subir para buscarla. Es terca y, de vez en cuando, tiene actitudes masculinas, pero es muy cariñosa.
Darien tenía un punto débil con relación a las actitudes masculinas.
—Lo intentaré, sir.
Siguió a sir Kenji hacia el árbol, un árbol gigante, a decir verdad; aparecía de repente del suelo como una mano inmensa llena de nudos. Trepó y encontró, abrazada a una gruesa rama, a una niña de cabello rojizo y piel pálida, con largas piernas, una expresión de ferocidad en el rostro y mejillas cubiertas de lágrimas.
—¿Quién sois? —demandó imperiosamente en medio de sollozos al ver una cabeza oscura.
—Soy Darien Chiba, milady. Trabajo con los caballos de vuestro padre en las caballerizas. Sé que sois Serena. Encantado de conoceros.
—¡Oh! Encantada de conoceros, señor Chiba.
Darien sonrió, la arrogancia inicial de la niña se había convertido en afabilidad, como si no quisiera que se sintiera mal acogido.
—No sois inglés, ¿verdad?
—No, milady, irlandés, como San Patricio.
Serena asintió con la cabeza, mientras lo estudiaba con curiosidad.
—Es muy triste lo que le sucedió a Daisy, ¿no? Era una perra muy buena. Me gustaba mucho. ¿La conocíais? —preguntó Serena, con optimismo y desconfianza. Comenzó a llorar una vez más.
—Oh, sí, tuve el placer de conocerla ayer. Tenía una mirada afectuosa, mucho gris alrededor del hocico y una sonrisa particularmente agradable para un perro. Parecía un poco cansada, pero feliz de conocerme.
Serena comenzó a parpadear deprisa, porque una vez más comenzaron a asomar las lágrimas, pero a la vez sonrió un poco.
—Le dolían las patas traseras y ya no podía ver bien; su pelaje era más gris que marrón en el hocico. Creo que tenéis razón, estaba muy cansada. Pero era mi mejor amiga y la echaré muchísimo de menos.
—Oh, sois una niña afortunada entonces, si fuisteis su mejor amiga. Daisy fue muy afortunada también de teneros como amiga. Y es afortunada de que haya gente que la eche de menos. Ojala hubiera podido conocerla mejor.
Serena asintió con la cabeza y llena de congoja reflexionaba sobre aquellas palabras.
—¿Qué creéis que estará haciendo Daisy ahora? —preguntó en un murmullo, como temiendo la respuesta.
—Oh, sin lugar a dudas está en el cielo, Serena, persiguiendo su cola y, quizá, algunos conejos también, y puede que atrape alguno. Pero tienen un acuerdo, ella y los conejos, es sólo un juego y no puede comérselos. Sus patas traseras son como las de un cachorro. Cada noche comerá las migajas de la mesa de Dios.
Serena sonrió una vez más y deslizó la palma de la mano sobre sus ojos. Se sintió aliviada ante tal respuesta.
—El sacerdote no está seguro de que los animales vayan al cielo —meditó Serena—. Pero creo que Daisy sí está allí.
—Os diré un secreto, señorita Tsukino: los sacerdotes no siempre tienen la respuesta a grandes preguntas. Pero no le digáis al sacerdote que yo os he dicho eso.
Serena asintió con la cabeza.
—Creo que tenéis razón. Al sacerdote no parece gustarle que le haga preguntas, pero no puedo evitarlo. Hay tantas cosas sobre las que preguntar…
—Apuesto a que hacéis preguntas excelentes —dijo Darien con una sonrisa.
Serena sonrió llena de congoja, como si no hiciera falta una aclaración.
—¿Sabéis que vuestro padre ha comprado un nuevo caballo hoy? Un potro árabe llamado Maharajah. Es grande y gris. Creo que debemos darle la bienvenida. ¿Os gustaría conocerlo?
Después de pensarlo un instante, Serena asintió con la cabeza y Darien extendió sus brazos, al tiempo que arqueó una de sus cejas.
—Puedo descender por mis medios —aclaró con un resoplido lleno de indignación.
—Lo sé, niña, pero estáis cansada, ¿verdad? Todos pensarán que soy un héroe si ven que os doy una mano para bajar, y me gustaría impresionar a vuestro padre, ya que soy nuevo aquí. ¿Qué pensáis? ¿Me ayudaréis?
Serena sonrió mientras reflexionaba sobre lo que acababa de escuchar. Finalmente, se dio por vencida y con confianza entrelazó sus manos alrededor del cuello de Darien.
Y entonces Darien descendió del árbol con un brazo protector alrededor del cuerpo de la pequeña niña. Parecía no pesar nada.
PASADO LES TRAIGO EL PRIMER CAPI :)
