Vaya que ha sido un nefasto día, para empezar: llegué tarde al colegio, el maestro no me dejo entrar, olvide una tarea, luego para colmo de males tuve que tomar dos autobuses y el metro para llegar a tiempo al trabajo pero resulta que llegué antes (mucho antes) de la hora que debía todo porque mi reloj se descompuso y se adelantó; para cuando por fin llegué me tenía que topar justamente a ella.
— ¡Hola! —me saluda, la muy hipócrita.
Maldita sea.
—Hola —respondo sin siquiera dirigirle la mirada.
Sé que me DETESTA así que… ¿para qué? En realidad sé porque pero… que ya le baje.
Debo tratar de controlarme. De ser paciente pues su mera presencia me saca de quicio así que me dispongo a iniciar mi trabajo: organizar las hojas del libreto nuevo. Sé que no se detendrá.
— Y… ¿ya te enteraste?
Por todos los infiernos. TODO el mundo, tanto staff como reparto ya lo saben, niña presumida.
Resisto la tentación de apretarle el cuello.
— ¿de qué? —sigo acomodando los papeles.
—Pues —insiste con su tono venenoso. Tengo que resistir—… de lo mío con…
Perra. Eres una perra de baldío. Me ganaste pero no te cansas
— ¡Ya llegó por quien lloraban, chiquitas!
Gracias a Dios. Jazz está aquí. Después de ir corriendo a saludarla le propongo que me ayude terminar de acomodar los guiones. Trabajar con una de mis amigas es uno de los tantos beneficios del nepotismo, no puedo quejarme. Rio para mis adentros. Debe estar enfurruñada, con los brazos cruzados y la mirada encendida de coraje ya que no pudo surtirme con su dosis diaria de veneno y presunción que me ha estado administrando las últimas tres semanas.
Bendito nepotismo no estaría ganando dinero por trabajar medio tiempo como asistente de producción sin esa ayuda. Aunque, no todas trabajamos igual; otras se la pasan llamando la atención (tradúzcase como ridículo) y ligándose tanto a actores como miembros del equipo de producción. Lo peor es: ¡que lo logran!
¿Se nota que la ODIO? Eso, no es mi culpa. Fue ELLA quien me atacó primero, solamente porque soy latina y porque mi madre me "consiguió" este empleo. Al inicio era de lo único que hablaba; de lo injusto que le parecía, de lo mucho que a ella le había costado conseguir su puesto, que yo no había hecho ni un solo mérito y blablablá.
Otra razón por la cual me dan ganas de arrancarle la cabeza es a causa de su extrema golfería. Sí, eso mismo. Sé que no debería llamarle golfa o zorra a una mujer pero… no puedo contenerme. Eso es lo que ES.
Sé que así es como entró a trabajar aquí. Le abrió las piernas a un tramoyista. Sí y no es algo que oí de segunda mano, no. Lo escuché de fuente fidedigna, dígase por fidedigno al tramoyista en cuestión, quien tuvo el descaro de grabar su encuentro por mera diversión y como recuerdo de lo acontecido con la susodicha. Y la muy hija de… se atrevió a criticar mi entrada a trabajar. Sin embargo, debo admitir que esos comentarios no son la principal razón por la cual la detesto.
La principal razón de mi odio hacia la rubiecita: radica en alguien más. Ella no es la causante directa de mi desprecio hacia su propio ser. Lo sé, es tonto, confuso y hasta egoísta pero puede pasar. La culpa es de él, claro, hay un ÉL. La manzanita de la discordia. Porque él mismo así lo dispuso. Sé lo que trama. No caeré en su juego vil. No lo haré.
Maldito. ¿Quién rayos se cree por ser atractivo, sexy y listo; eh? ¿Qué tan aburrido se puede estar para llegar a este nivel de… de…? ¡Ash, no sé ni cómo demonios llamarle! Juro que no me dejaré enredar. No, no y no. No lo haré. En nombre del Santo… ¡necesito ayuda!
— ¿Freya, estás bien?
¡Carajo!
Me perdí en la infinidad de mi propia mente.
—Sí, sí. Se me congeló el hámster, eso es todo. Jejeje —suelto con cierto nerviosismo.
Mi amiga tuerce la boca y arquea una ceja. No me cree, lo sé. La muy mendiga puede leerme la mente pero no dice nada. No hace falta, conoce bien al causante de mis viajes a la tierra del pensamiento abstraído. Y ya tengo bastante con aquella güera oxigenada.
—Te diría que lo superarás pero lo que hizo no tiene madre, la mera verdad —dice mientras toma un clip Abaco y sujeta las hojas de un libreto—. Se merece un escarmiento.
Sé lo que piensa. Ha sido su idea desde el comienzo de este calvario.
—No, ya te dije. Nada de sabotajes y menos dentro del foro —hace un puchero—. Podrían despedirnos y a mi mamá también. ¿Quieres que eso quede en tu consciencia? —añado en tono dramático y acusador.
Menea la boca, muy al estilo de Samantha de Hechizada. —No, tienes razón pero… ¿puedo partírsela? ¿na'más tantito? ¿Sí? Andas, sí.
—Déjamelo pienso. Yo te aviso.
Y para ser honesta sí que deseo que lo haga. Se lo está ganado a pulso.
Ya ha pasado una hora y gracias al cielo los demás están empezando a llegar. Los maquillistas ya están preparando sus tocadores y espejos, los estilistas sacan los secadores y peines de sus estuches plegables. Los encargados de iluminación ya empiezan a probar las luces y reflectores. Todos están ocupados. Suben, bajan. Caminan y corren. Es sólo el ensayo pero deben adelantarse tres pasos, siempre tres pasos adelante. Me marean. No me acostumbro a este ajetreo.
La hora se acerca, no hay nada que hacer al respecto. No puedo evitarlo. Mis rodillas se sienten como gelatina, el estómago se me retuerce y un latigazo me recorre la espina. El corazón se me saldrá del pecho. Siento las ansías recorriéndome. No tarda en llegar. En cualquier momento entrará por esa puerta. Los nervios están invadiendo cada célula de mi cuerpo
Esto es ESPANTOSO. ¿Cómo… cómo pude ser que provoque tantas sensaciones, incluso antes de que lo vea? Desconozco la respuesta (me molesta tanto no saber) y por eso lo odio. Por eso y por haberme usado, por seguir usándome como entretenimiento pero me odio más a mí por ser tan estúpida, por haber caído, por seguir enredada en esta lastimosa jugarreta en donde la única que se ve realmente afectada soy yo.
Falta poco. No soy capaz de controlarlo, mi cerebro no deja de ver el reloj. Ya casi es hora. Menos de cinco minutos.
Cuatro minutos. Tic-tac
Debo concentrarme.
Tres minutos
Se me corta la respiración.
Dos minutos. Tic-tac
Me pesan las extremidades.
Un minuto. No puedo moverme.
Treinta segundos. Tic-tac, tic-tac
¡Dios, ya por favor! Para este martirio.
Y Dios me escucha. Se percibe en el ambiente. Cambia por completo, o al menos cambia para mí. Hay… hay algo en el oxígeno o tal vez sea que algo falta en él, algo que ése tonto absorbe cuando cruza esa puerta. Se apodera del lugar con la simple acción de caminar.
Me arden las mejillas. Me quema la piel y mis rodillas no soportan más. Tengo que recargarme contra la pared. No entiendo. No logro entender cómo es capaz de hacer algo así. Me arrebata todo; al igual que un tornado. Me succiona hacia arriba, me revuelca para después dejarme caer contra el duro suelo.
— ¡Amor!
Esa diminuta palabra me devuelve a la realidad. Mi cerebro sigue su marcha aunque algo ralentizado. Quiero salir corriendo. La pared no me deja.
¿Amor? Por todos… ¡llevan tres semanas saliendo!
No caigas en su juego.
No caigas.
Disimula.
Escucho el apresurado y continuo de sus taconazos al correr.
No quiero ver.
No hay necesidad de ver. Oír ya es bastante traumatizante. Sé, de antemano, lo ha hecho los últimos días. Se le arrojo encima. Soy capaz de verlo con claridad a pesar de tener la mirada fija en un punto opuesto.
—Bueno, ya, ya. No te lo comas antes de tiempo, Desperatrix.
Jazz… Mi salvadora.
Por decir algo.
— ¿Pero qué tiene de malo? Y mi nombre es Desairé.
Mustia desvergonzada con nombre de puta francesa.
—Me da igual.
—Cállense ya. Hay trabajo que hacer—el Sr. Director está de mal humor. Desde que empezaron a salir anda de pésimo humor antes jamás gritaba.
— ¡Freya, ven acá!
— ¡Voy!
— ¿Dónde está el script? —y claro, se desquita conmigo.
—Al lado de su silla, como siempre
Mira el bolsillo al lado de su asiento. Refunfuña y lo relee antes del ensayo.
Suspiro. Será una MUY larga tarde de grabación. Necesito agua o algo para mantenerme ocupada. Para no verlo, no oírlo, no pensar en él.
¿Fácil, no? Para nada. Paso cerca de una maquillista y puedo ver de reojo su perfecto cabello negro.
Han pasado dos horas y definitivamente va para LARGO. Los ensayos han salido… bien pero gracias a que cierta persona que no se ocupa de hacer su trabajo la grabación de la tomas se ha ido retrasando.
— ¡15 minutos de descanso, todos!
Gracias. Debo tomar aire. Ya no aguanto más el encierro del foro ni tampoco guardar silencio. Tomo mi chamarra de mezclilla antes de salir. Camino sin prisa. Saco el iPod del bolsillo de mi chaqueta y me pongo los audífonos. Un rato de solaz, afuera con la corriente fresca y música, son justo lo que necesito. La brisa refresca y un olor salino la acompaña. El sol ya se ha ocultado y las estrellas empiezan a centellear.
Maldición. Un escalofrío me recorre la espalda. El aire no se sentía tan frío. No quiero entrar todavía.
—No deberías estar afuera podrías enfermarte.
¡Qué voz! Está atrás de mí.
Eso explica el escalofrío.
— Ahora resulta que te preocupo. Quiero estar sola, Sebastian, lárgate.
Demonios. ¿Para qué abrí la bocota?
— ¿Quién dice que me preocupas? —.Habla de nuevo con lentitud.
Me lleva…
¿Por qué tendrá esa voz? Se me derrite la piel el escucharla. Grave y profunda. Tan educada y perfecta. Sexy.
¿Qué estás pensando? Carajo, no caigas.
Puedo escuchar sus pasos aproximándose.
Aléjate.
Tengo los pies pegados al suelo.
—A menos —ahora está justo detrás de mí. Percibo su aroma claramente, su pecho contra mi espalda y su cabello cosquilleándome la oreja—… que
— ¿qué, qué? —espeto tratando de sonar indiferente.
—Que no sea el aire lo que te provoca escalofríos —murmura en mi oído. Sus manos han empezado a bajar por mis hombros, sus dedos largos se acoplan a mis brazos. Y el latigazo que sentí horas atrás se repite.
Alerta roja
¡Aléjalo, ahora!
— ¡Suéltame!
Logro zafarme de su abrazo viperino. ¿En qué momento me envolvió de esa manera? ¿Cómo traspasó mi ropa? Me arde la piel. Llevo puesta la chamarra de mezclilla, una sudadera y mi playera.
Pareces cebolla con tanta capa de ropa.
—No te atrevas a tocarme de nuevo. No pienso dejar que me envuelvas en tus, en tus…
— ¿En mis…?
Se burla de mí. Maldito
—En lo que sea que quieras envolverme —qué mal momento para atorarme—. Se acabó. Me cansé.
Me reacomodo la chaqueta y me pongo los audífonos de nuevo. Escucho su risa oscura al pasar a su lado. Aprieto los puños.
No me detendré.
¿De qué se ríe?
Te enfadaste. Te hizo hablar.
Con un… ¡El muy imbécil me la hizo de nuevo! Y yo… ¡Caí redondita! Eso quería, hacerme enojar. Hacerme hablar.
¡Argh! ¡Te odio Sebastian Michaelis!
