Disclaimer: Los personajes de Shingeki no Kyojin pertenecen a su respectivo dueño.
Advertencias: AU, posible Ooc, menores de edad en situaciones inadecuadas, violencia, muerte y muchas otras cosas desagradables de la sociedad.
Aclaraciones: La historia está dividida en fragmentos pero sigue una línea temporal.
I
Satanás tenía compañeros, otros demonios como él, que lo admiraban y animaban; pero yo estoy solitario y aborrecido.
—Mary Wollstonecraft Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo.
Mikasa era una niña particular, su pequeño cuerpo no solía expresar la alegría e inocencia que otros niños de su misma edad mostraban al mundo. En realidad, poseía una personalidad taciturna y estoica, que muchos no consideraban normal. La mudanza abrupta a una ciudad completamente desconocida para ella, potenció a niveles inesperados su silencio natural. La nueva ciudad le pareció un lugar aterrador, nunca podría verla como un hogar verdadero.
Ella solía aferrarse, con uñas y dientes, a determinadas rutinas, cuando estas eran interrumpidas, la inquietud se apoderaba de su cuerpo. Por ello, mudarse fue realmente horrible para ella, su mente no pudo asimilar por completo todos los cambios. Se sentía una completa extraña en su nueva casa, ni siquiera se podía acostumbrar a su nueva habitación, no le parecía en lo más mínimo cómoda, por lo que no podía dormir bien. No se sentía segura allí.
En su nueva escuela ella se convirtió en una presencia invisible, siempre tratada con indiferencia. Mikasa nunca fue una persona sociable pero al menos en su anterior escuela logró tener un par de amigos. Extrañaba mucho la ternura de Armin y las payasadas de Eren. Su personalidad introvertida ahuyentó de manera rápida a sus nuevos compañeros de clases, quienes no estaban acostumbrados al silencio en el que ella se solía sumergir. Pero eso no era lo único que alejaba a sus nuevos compañeros de clase, su propia apariencia jugó un papel importante en su aislamiento escolar, ella no se veía como un niño promedio de aquella ciudad cuya población era casi por completo blanca. Su madre era japonesa y su padre era un inmigrante alemán, la relación entre estas dos personas dio como fruto una niña de cabellera tan oscura como la noche y de ojos grises, poseía una piel tan pálida que podía rivalizar con el mismo marfil, se veía casi como una pequeña muñeca oriental. Su apariencia era una visión desconcertante para sus pequeños compañeros de clases, quienes no estaban acostumbrados a estar cerca de gente oriental, aquella particularidad les causó una forma extraña de temor a lo desconocido que los hizo alejarse.
Por ello, Mikasa no pudo hacer nuevos amigos en la escuela, de hecho, siempre estaba sola, incluso en su hogar. No hablaba mucho con sus padres pues ellos trabajaban todo el día, su madre era costurera por lo que tenía que quedarse a trabajar en su taller hasta muy tarde en la noche mientras que su padre era un oficinista que cumplía horarios laborales inhumanos. A pesar de sólo tener nueve años, no tenía niñera ni nadie quien la pudiera cuidar en casa, sus padres creían que era lo suficientemente grande como para cuidarse a sí misma, en el fondo, ambos querían que su hija tuviera una vida independiente.
Aunque no lo demostraba, Mikasa realmente odiaba estar sola.
II
Tu culpa consiste en esto: ¡Quiero devorarte!
—Iván Andreyevich Krylov, "El lobo y el cordero".
Aquella tarde nublada, Mikasa llevaba puesto un vestido blanco que contrastaba agradablemente con las calles grises de la ciudad. Caminaba hacia su hogar vacío después de pasar largas horas en una escuela indiferente. Ese día decidió acortar un poco el camino y eligió atravesar un callejón oscuro. Mientras sus delicados pasos resonaban contras las paredes sucias de los edificios, una brisa helada removió su cabellera negra. Mikasa se detuvo de repente, una vaga sensación de terror se removió en su pecho. Había algo malo en el callejón, algún instinto de supervivencia primitivo dentro de ella se lo advirtió. Recorrió con la mirada todo su entorno pero solo vio bolsas de basura y escombros, nada sospechoso, hasta que vio algo moverse por el rabillo de su ojo. Dio media vuelta y se apresuró a salir del callejón, entonces sintió que alguien tiró de su brazo, con tanta fuerza que casi dislocó su hombro. Entonces, lo vio, era un hombre grande, muy grande, estaba completamente calvo y apestaba a alcohol, una desagradable sonrisa torcía sus labios.
—Parece que es mi día de suerte, una niña pequeña tan linda como tú tenía que pasar por este callejón justo en estos precisos momentos… cuando me siento tan necesitado —el hombre pasó su gruesa lengua sobre sus labios lentamente.
Mikasa quería gritar pero su voz se desvaneció, sus piernas le temblaban como gelatina. Quiso escapar pero el fuerte agarre del hombre sobre su brazo le impedía moverse.
—Escúchame, si gritas te rebanaré la garganta, ¿lo entiendes? —en ese instante, sacó un cuchillo del bolsillo de su pantalón. La niña negó con la cabeza de manera frenética, no sabía exactamente qué quería ese hombre pero intuía que se trataba de algo muy malo.
—Eres una estúpida… no importa, igual la pasaré bien contigo —el hombre empezó a arrastrarla jalándole del brazo, en dirección a una esquina oscura.
La mente de Mikasa empezó a trabajar rápidamente, tenía que pensar en algo y rápido. Entonces, se le ocurrió algo que aprendió en las peleas que veía en la televisión. Respiró profundamente y, con toda la fuerza que pudo reunir, pateó la entrepierna del hombre, quien inmediatamente la soltó y se arrodilló por el agudo dolor que recorrió su cuerpo.
Liberada, al fin, del fuerte agarre que limitaba sus movimientos, Mikasa rápidamente tomó entre sus manos el cuchillo que el hombre dejó caer. Llena de adrenalina y pánico en su estado más puro, la niña lo apuñaló en la espalda, sintió cómo el metal atravesaba la ropa y la piel para hundirse en la carne. El hombre soltó un horrible alarido que retumbó en los oídos de la niña, quien tomó el mango del cuchillo, mientras un débil y agudo gruñido se le escapaba de su boca, y tiró de él con mucha fuerza pues parecía que la carne succionaba el metal, dificultando el movimiento. Mikasa retrocedió unos pasos, con el cuchillo, ahora ensangrentado, entre sus manos, su cuerpo temblaba y las lágrimas empezaron a mojar sus mejillas.
—¡Zorra! —gritó el hombre mientras intentaba ponerse de pie pero cayó de espaldas pues su cuerpo se movía de un lado a otro, sin poder controlarlo.
Sin pensarlo dos veces, Mikasa volvió a arremeter contra él, aprovechando su debilidad, esta vez clavó el cuchillo en un lugar que ella consideró blando, el cuello. La sangre salió a borbotones por el cuello y la boca del hombre, quien parecía querer gritar pero sólo lograba gimotear sonidos húmedos e inentendibles. Mikasa clavó con más fuerza el cuchillo, atravesando el cuello por completo, no cerró los ojos ni una vez, era ella o él, no había espacio para la compasión. Se mantuvo en esa posición hasta que el hombre dejó de moverse y cayó al piso, inerte.
El callejón se llenó de un silencio sepulcral.
III
Conocer lo horrible… no es todavía lo horrible y la visión de la muerte… no es todavía la muerte.
—Leonid Nikolaievich Andréiev, El abismo.
Mikasa no supo cuánto tiempo estuvo allí de pie, observando el cadáver del hombre. Durante todo ese tiempo, no sintió nada por él, la pena y la rabia eran sentimientos que brillaban por su ausencia, sólo existía un vacío cuyos tentáculos fríos se extendían por su pecho. Cuando reunió el suficiente valor, se acercó al cadáver del hombre, sus manos temblorosas sacaron el cuchillo que todavía se encontraba clavado en el cuello del hombre, en cuanto hizo eso, un chorro de sangre coagulada se desprendió de la herida estrellándose contra el piso. Mikasa observó la sangre que manchaba el suelo con curiosidad, era casi de un tono marrón, no se parecía en nada a la sangre roja brillante que vio la primera vez que apuñaló al hombre.
—¿Tu hiciste esto? —una voz plana rompió el silencio del lugar.
Asustada, Mikasa apretó su agarre sobre el mango del cuchillo y se giró en busca del origen de aquella extraña voz. En cuanto lo encontró, se enfrentó a la mirada azul de un hombre que la observaba con aparente desinterés. Él estaba apoyado contra una pared cercana, con los brazos cruzados, ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Ella ni siquiera lo escuchó llegar.
Una observación más detallada reveló varias particularidades que poseía aquel hombre desconocido: no parecía tan alto en relación a otros adultos que conocía, tenía unas prominentes ojeras y su rostro se mantenía inexpresivo, incluso parecía no importarle el hecho de que estaba presenciando una escena de homicidio.
Sin dudarlo, con los brazos temblorosos y los ojos desorbitados, Mikasa apuntó el cuchillo en dirección del desconocido, quien no parecía ni un poco intimidado por aquella amenaza.
—Cálmate —el hombre dijo aunque su voz no poseía ni un rastro de suavidad, parecía casi una orden. Entonces, se acercó lentamente a ella hasta que se puso de cuclillas para estar a su altura.
Mikasa bajó la guardia un poco, confundida, él no quería dañarla, ¿qué quería entonces? En un movimiento repentino, el desconocido le arrebató el cuchillo, tirándolo a un lado, la niña retrocedió un par de pasos, sorprendida.
—No te asustes —dijo mientras estiraba un brazo para sostener su muñeca con suavidad.
Mikasa se estremeció con el contacto, pero no de una manera negativa, la mano del hombre se sentía tibia, era un contraste agradable con el frío que recorría su cuerpo.
El desconocido, por alguna razón, arrugó el ceño, la niña parpadeó, muy confundida, hasta el momento era el primer rastro de emoción que observaba en él.
—Tch, qué desastre —murmuró mientras sacaba un pañuelo blanco del bolsillo delantero de su pantalón y procedía a limpiar, con cierta brusquedad, las manos manchadas de sangre de la niña, quien se dejó limpiar en completo silencio, aturdida.
—¿Cuántos años tienes? —la voz del desconocido era ronca y poseía un particular tono pasivo-agresivo. Tal vez, razonó la niña, era la única manera a la que él estaba acostumbrado a hablar. Era una observación trivial, considerando el contexto en el que se encontraba, pero despertó aún más la curiosidad que Mikasa sentía hacia el sujeto frente a ella, esto, de alguna manera, le dio las fuerzas necesarias para contestar sin que le tiemble la voz.
—Tengo 9.
—Mierda, eres demasiado joven —él comentó sin dejar de limpiar sus manos ni levantar su mirada.
Mikasa arqueó las cejas, el hombre dijo una palabra prohibida. Frunció los labios, incómoda. El extraño finalmente soltó sus manos, que ahora se encontraban limpias. Ella, de manera instintiva, se observó las manos, ya no había sangre en ellas, este hecho le causó un enorme alivio, sintió que por fin podía volver a respirar con normalidad.
La sensación de que tenía una pesada mirada sobre ella, la obligó a levantar los ojos. El hombre desconocido la observaba con un evidente desprecio.
—Todavía te encuentras sucia —declaró con un tono solemne, como si señalara un crimen imperdonable.
Mikasa bajó la mirada y observó que la tela blanca de su vestido estaba manchada con sangre, incluso desprendía un olor metálico desagradable, ¿cómo es posible que no se haya dado cuenta antes?
Cuando volvió a levantar los ojos vio que el extraño se quitaba la chaqueta negra que llevaba para luego entregársela.
—Póntela —dijo con el mismo tono autoritario de antes.
La niña asintió débilmente y procedió a colocarse la chaqueta, que cubría casi con precisión todo su cuerpo.
—Te adelantaste a mí —comentó mientras la observaba subir el cierre de su chaqueta, tapando por completo las manchas rojas. Mikasa lo miró con curiosidad pero no dijo nada.
—Él era mi objetivo —la miró a los ojos— no te sientas mal por él, era una completa basura, merecía morir.
La niña observó casualmente sus zapatos, no sabía qué pensar al respecto, entonces llevó su mirada hacia el sujeto muerto, cada vez que lo veía su mente se ponía en blanco, retrayéndose. Era algo aterrador y fascinante al mismo tiempo, la sensación de perderse en uno mismo, sin sentir nada en particular.
Volvió a mirar al hombre desconocido, quien levantaba el cuchillo ensangrentado para luego envolverlo en el pañuelo que usó para limpiar sus manos. Luego lo escondió hábilmente dentro de la camisa blanca que llevaba.
—¿Qué haces? —preguntó Mikasa, tímidamente.
—Salvar tu culo —fue la respuesta plana que recibió.
La niña inclinó la cabeza, sin entender.
—Nadie extrañará a este cerdo pero ten por seguro que la policía querrá saber qué ocurrió con él —el desconocido la miró como si fuera alguna clase de tonta— ¿quieres involucrarte con la policía?
Mikasa negó con la cabeza, había visto en la televisión lo que pasaba con los hombres que hicieron lo mismo que ella, de ninguna manera quería ir a la cárcel.
—Vámonos, tienes que limpiarte —el desconocido empezó a caminar.
Mikasa se movió rápidamente para caminar junto a él, entonces, envolvió con sus pequeños dedos la mano del hombre extraño, quien la miró con incredulidad pero no dijo nada. Después de un rato, ella logró reunir el suficiente valor para vocalizar la pregunta que se removía inquietamente en su cabeza.
—¿Cómo te llamas?
—Levi —él respondió de manera cortante, sin dirigirle la mirada.
Ella simplemente asintió. La mano de Levi era grande y callosa pero se sentía muy cálida, hecho que contradecía su mirada glacial. Por alguna razón, aquella contradicción hizo que Mikasa se sintiera extrañamente reconfortada y segura.
No miró atrás.
IV
Cualquier hecho se vuelve importante cuando está conectado a otro.
—Umberto Eco, El péndulo de Foucault.
El departamento de Levi era muy espacioso, ese fue el primer detalle que Mikasa notó en cuanto atravesó la puerta. Tampoco estaba decorado pues no vio cuadros ni adornos de ningún tipo, sólo unos cuantos muebles llenaban, penosamente, el vacío del lugar. En realidad, se veía bastante… impersonal, no había nada que le indique qué clase de persona era el hombre junto a ella.
—Quítate los zapatos —la voz ronca de Levi la sacó de su línea de pensamientos— no quiero que tus mugrosos zapatos ensucien el piso.
Mikasa rápidamente se quitó los zapatos negros que llevaba y los colocó cuidadosamente frente a la puerta de salida.
—Sígueme y no toques nada, mocosa —él empezó a caminar, la niña se apresuró en seguir sus pasos, aunque un poco molesta por el adjetivo ofensivo que usó para referirse a ella.
—Mi nombre es Mikasa y no soy una mocosa, tengo 9 años.
Levi le dio una mirada despectiva mientras la llevaba directo a la sala de estar, en donde sólo había un par de sillones y una mesa de centro, no tenía ningún otro objeto decorativo ni siquiera un televisor o una radio. El lugar estaba casi vacío. Mikasa se removió, un poco incómoda por la sensación fría que despertaba ese ambiente.
—Quédate aquí, enseguida regreso —el hombre entró en una habitación y desapareció.
La niña no se atrevió a moverse de su lugar, pero inspeccionó el lugar con su vista, al hacerlo encontró varios detalles interesantes. El piso de madera estaba reluciente, el mobiliario no tenía ni una mota de polvo, las paredes blancas se mantenían inmaculadas, sin mancha alguna. En el ambiente flotaba un delicado aroma, como cítrico, que probablemente pertenecía a algún producto de limpieza, aquel detalle le agradó, pues el aroma daba algo de vida a todo el ambiente frío e impersonal que la rodeaba.
Después de estudiar minuciosamente con la vista la sala de estar, Mikasa se preguntó quién realmente era ese hombre llamado Levi, en el lugar no había nada que revelase alguna clase de personalidad o manera de ser, parecía más bien un lienzo en blanco. Tal vez a él no le gustaba su hogar, por eso prefirió no decorarlo o llenarlo de cosas que le agradaran. Si esa era la razón, la niña pensó, era probable que él pudiese comprender como ella se sentía respecto a su nuevo "hogar", si es que se le podía llamar así a la casa sombría y solitaria en la que estaba obligada a vivir.
Una puerta se abrió acompañada de un ruido seco, el sonido repentino hizo que la niña saltará levemente por la sorpresa. De repente, Levi apareció frente a ella, extendiéndole una camisa blanca, él realmente se movía rápido.
—Sácate el vestido y póntela.
Mikasa miró a la camisa y luego a Levi, sus mejillas se sonrojaron furiosamente. Él hizo un chasquido con la lengua, entonces, agarró uno de los brazos de la niña y la arrastró hacia una habitación. Entonces, le lanzó la camisa a los brazos y salió del cuarto.
—Apresúrate —se limitó a decirle mientras cerraba la puerta con mucha fuerza.
La niña frunció el ceño, lo único que hacía Levi era darle órdenes. Mientras se quitaba la chaqueta negra y el vestido, observó la habitación en la que se encontraba, al igual que el resto de la casa, no poseía ninguna clase de adornos o fotografías; una cama matrimonial, un aparador, un espejo, una mesita de noche, una lámpara pequeña y un gran sillón, esos eran los únicos objetos que llenaban la habitación. Aquello picó su curiosidad profundamente pues quería saber, con mucha vehemencia, qué razones tenía Levi para mantener todo su departamento de esa manera tan particular. Pero en esos momentos había cuestiones más importantes, por lo que se obligó a mantener la mente centrada. Con mucha rapidez se puso la camisa blanca pero descubrió que le quedaba un poco grande, por lo que dobló hacia arriba las mangas, con el fin de mantener al descubierto sus manos y brazos infantiles, aparte de eso, la prenda le quedaba bastante bien, cubriéndola hasta las rodillas. Cuando se sintió cómoda con su atuendo improvisado, tomó entre sus manos, con mucho cuidado, la chaqueta negra con la que Levi la cubrió y sin pensarlo demasiado, acercó su nariz a la prenda para percibir su aroma. Olía a ropa limpia, era agradable.
La puerta se abrió de repente, asustando a Mikasa, que inconscientemente se abrazó a la chaqueta. Levi la miró de arriba y abajo.
—Ahora lavaré esto —dijo mientras levantaba del piso el vestido manchado de sangre— no tomará mucho tiempo.
Acto seguido, él se fue de la habitación, sin darle tiempo a Mikasa de hablar. Impulsada por una extraña ansiedad, ella siguió sus pasos hasta el baño, en donde lo observó lavar, delicadamente, su vestido, parecía que él estaba acostumbrado a limpiar manchas de sangre de la ropa. Ella no dijo nada durante todo ese tiempo, en su lugar, empezó a juguetear distraídamente con sus largos y oscuros mechones de cabello, enredándolos entre sus dedos.
Después de varios minutos, que Mikasa percibió como horas, las manchas de sangre desaparecieron por completo. Para evaporar la humedad del vestido, Levi utilizó un secador de pelo, Mikasa se preguntó por qué él tendría una cosa así en casa, ¿no se suponía que solamente las mujeres lo utilizaban?
—Toma —Levi interrumpió sus meditaciones, lanzándole el vestido directo a su rostro. La tela blanca cubrió su vista por varios segundos hasta que decidió apartarla para sostenerla entre sus brazos. Entonces, se dedicó a observar el rostro del hombre frente a ella. Levi todavía mantenía ese rostro inexpresivo, parecía que siempre estaba aburrido, pero él ni siquiera la estaba viendo, tenía la mirada clavada en algún punto de la pared que se encontraba tras ella.
Un silencio pesado los cubrió.
—Gracias —murmuró tímidamente mientras apretaba el vestido contra su pecho.
—Odio la suciedad —respondió todavía sin mirarla.
Mikasa bajó la cabeza, en ese momento el recuerdo de la sangre repentinamente asaltó su mente, estaba esparcida por todas partes y apestaba mucho, su cuerpo empezó a temblar, sintió que algo pesado quedaba atrapado en su garganta. Se abrazó a sí misma en un intento por calmarse, entonces sintió que un agudo dolor le recorrió el brazo izquierdo, lo miró y notó que estaba magullado. Rememoró el fuerte agarre del hombre malo, la mano que la lastimó era pegajosa y caliente, se sentía desagradable sobre su piel. Una arcada sacudió su cuerpo, la cabeza le empezó a dar vueltas, trató de regular su ahora inestable respiración pero fue en vano. Sus ojos le empezaron a picar y podía sentir cómo un desagradable calor inundaba su rostro, enrojeciéndolo. Ya no podía seguir conteniéndolo, tenía que sacarlo.
—¡Tenía mucho miedo! — gritó con todas sus fuerza mientras estallaba en llanto. En su mente todavía veía la mirada vacía del hombre al que asesinó, esa visión le causaba un asco profundo, hacia sí misma y hacia el mundo entero. En un impulso, desesperada por sentir algún contacto humano, abrazó a Levi por la cintura, apretando la cabeza contra la tela de su camisa. Él no le devolvió el abrazo pero tampoco la apartó, se quedó allí, sin moverse.
Mikasa lloró y lloró por largo tiempo, sus lágrimas saladas y sus mocos empaparon la camisa de Levi, quien todavía permanecía inmóvil, de sus labios no salió ni una palabra de consuelo, pero su sola presencia alivió los ánimos revueltos de la niña.
Después de un tiempo, Levi finalmente habló en voz baja:
—¿Terminaste?
Ella se separó lentamente de él y se limpió la cara con las mangas de su camisa.
—No hagas eso, es asqueroso —espetó el mayor mirándola con repulsión.
Mikasa lo miró confundida, hace unos momentos, durante su ataque de llanto, a él no le molestó que su ropa quedara empapada con sus fluidos corporales.
—Ponte rápido el vestido, te llevaré a casa —dijo antes de salir del baño, dejándola sola. En cuestión de minutos, Mikasa se puso de nuevo su vestido, que ahora lucía una apariencia inmaculada.
Levi cumplió su palabra, llevándola de regreso a su hogar, guiado por las tímidas indicaciones de la niña. Todo el camino se mantuvo en completo silencio, ni se despidió de ella, solamente la dejó en la puerta de su casa. A Mikasa no le molestó el silencio, estaba ocupada memorizando las calles que la llevarían de regreso al departamento del mayor, por alguna razón, obtener esa información era un asunto prioritario en esos instantes. Cuando finalmente regresó a su "hogar", el lugar estaba vacío, sus padres probablemente seguían trabajando, la noche se había asentado sobre la ciudad hace mucho pero todavía era temprano dentro de los parámetros laborales de los progenitores.
Mikasa corrió directo a su habitación y durmió toda la noche.
V
No han podido vencer a mis dolores
las noches, ni dar paz a mis enojos.
—Francisco Gómez de Quevedo, El parnaso español.
Durante las últimas noches, Mikasa soñó con cosas extrañas. Cosas se repetían una y otra vez en cada sueño, como un ciclo bizarro.
Cuando su consciencia se hundía en los profundos reinos oníricos lo único que veía era una profunda oscuridad en donde no se podía ni siquiera vislumbrar los débiles contornos de objetos o personas, si es que había algo allí. Era una soledad absoluta y desconcertante. Pero ese no era el único elemento extraño en sus sueños, la oscuridad siempre venía acompañada de un frío penetrante que calaba hasta los huesos. Mikasa sabía perfectamente que todo era una simple ilusión de su mente, pero el frío se sentía tan real que incluso se despertaba con el cuerpo temblando, aquello le parecía desagradable y aterrador.
Estas cosas no eran lo peor de esos sueños, en medio de la oscuridad, aparecía un débil olor, parecido al metal oxidado, que se intensificaba gradualmente hasta que llegaba a ser insoportable. A Mikasa le llevó un tiempo reconocer ese olor… era sangre, por más que buscaba no lograba encontrar su fuente pero tenía la sensación de que provenía de todos lados, atrapándola por completo, sin posibilidad alguna de poder escapar.
A pesar de todo, Mikasa no pensó que esos sueños fueran verdaderas pesadillas, la asustaban, por supuesto, pero no tanto como para impedirle dormir. En realidad, más que las visiones, eran sus efectos lo que más la aterraban. Cada vez que despertaba, un estremecimiento recorría su cuerpo de pies a cabeza acompañado de un sentimiento hueco e indescriptible, que la consumía poco a poco. Ese sentimiento hacía que el mundo que la rodeaba perdiese lentamente su color. De repente, sus padres y su escuela perdieron importancia.
Mikasa se preguntó si Levi sentía ese mismo vacío. Tal vez por eso él mantenía siempre esa misma expresión estoica en su rostro, como si hubiera perdido interés en todo el mundo. Ese razonamiento, la impulsó a querer hablar con él, para poder entender ese sentimiento.
VI
Tal vez los sueños son los recuerdos que el alma tiene del cuerpo.
—José de Sousa Saramago, El Evangelio según Jesucristo.
Después de la escuela, Mikasa prácticamente corrió en dirección al departamento de Levi, por suerte, estaba bendecida con una gran memoria fotográfica, encontrar el camino fue muy fácil.
Cuando estuvo parada frente a la puerta del departamento, la niña respiró profundamente con el propósito de calmar sus nervios. Levantó su mano sudorosa y golpeó la superficie de madera suavemente y esperó. Después de unos minutos, que ella sintió como si fueran largas horas, escuchó un suave clic y la puerta se abrió lentamente, revelando el rostro de Levi.
—¿Mocosa? —preguntó desconcertado mientras levantaba una ceja.
Mikasa inclinó la cabeza en un intento torpe de saludo.
—¿Qué haces aquí?
—Quería verte —ella respondió mientras se encogía casualmente de hombros aunque por dentro se moría de nervios.
Levi no comentó nada, se limitó a mirarla inexpresivamente. Luego de unos segundos, lanzó un profundo suspiro y abrió la puerta por completo, era una invitación implícita para entrar a su departamento. Mikasa sonrió levemente y entró. El departamento se veía exactamente igual a sus recuerdos, casi vacío e impersonal, pero el ambiente ya no transmitía frialdad, en realidad, se sentía un poco acogedor. Ambos tomaron asiento en uno de los sillones de la sala de estar, ninguno habló pero el silencio no era incómodo.
Mikasa miró de reojo al hombre sentado a su lado, quien todavía mantenía la misma mirada aburrida. A pesar de que él era un completo extraño, ella no tenía miedo porque una suave voz en su interior le decía que no la lastimaría de ningún modo.
Después de unos largos minutos, la niña se mordió el labio inferior, quería preguntar sobre ese sentimiento hueco que tomó posesión de su vida pero las palabras no le nacían. Abrió la boca para intentar decir algo pero su mente permanecía en blanco, realmente no sabía cómo abordar el tema, tenía mucho miedo de que Levi no pudiese entenderla. Su cuerpo empezó a temblar por la impotencia que sentía al no poder expresarse. Mientras tanto, de manera inconsciente y con lentitud, se acercó a Levi hasta que débilmente pudo apoyar la cabeza contra su brazo, lo sintió tensarse pero se mantuvo en silencio. El calor que emitía el cuerpo del mayor, la tranquilizó; poco a poco sintió que su cuerpo se adormecía mientras su consciencia entraba en un estado de sosiego. Cerró los ojos y durmió.
No soñó de nuevo con esa oscuridad apestosa, de hecho, no soñó con nada en particular, lo único que percibió en su mundo onírico fue un agradable calor que recorrió su cuerpo, nada más. De repente, sintió una leve sacudida, Mikasa abrió los ojos de golpe y en ese instante notó que el ambiente ahora estaba teñido de luces anaranjadas y rojas, ya estaba anocheciendo ¿Cuánto tiempo durmió?
Sus ojos, todavía soñolientos, observaron a Levi, quien se encontraba cruzado de brazos, mirándola con obvia molestia.
—¿Cuánto tiempo más planeas dormir, mocosa?
La niña no respondió, en su lugar, volvió a apoyarse contra él.
—Hueles bien —susurró mientras frotaba la nariz contra su brazo.
—Tch, mocosa.
Los pequeños brazos de Mikasa envolvieron la cintura del mayor, en busca de más calor. El abrazo duró varios minutos, durante todo ese tiempo, Levi no intentó apartarla pero tampoco devolvió el gesto.
—No termina, sólo empeora —él dijo en voz baja, casi para sí mismo.
—Pero tú me haces sentir mejor —las pequeñas manos de Mikasa agarraron con fuerza su camisa.
Levi permaneció callado por varios segundos hasta que finalmente habló:
—Puedes visitarme en las tardes, trabajo en las noches.
Entonces, Mikasa supo con seguridad que él la había entendido a la perfección.
—¿Cuál es tu trabajo?
Levi no respondió.
VII
El rostro del mundo ha cambiado
desde que oí los pasos de tu alma.
—Elizabeth Barrett Browning, Sonetos del portugués.
Visitar a Levi después de la escuela se volvió parte de la rutina diaria de Mikasa, de hecho, era su momento preferido del día. En cada visita descubría algo nuevo y fascinante sobre él, era mucho mejor que socializar con sus compañeros de salón.
Poco a poco, el departamento de Levi se convirtió en su segundo hogar, se sentía muy cómoda allí pues tenía un aire acogedor que sólo ella percibía. Esa clase de pensamientos reconfortantes recorrían la cabeza de Mikasa mientras se encontraba sentada en el asiento mullido de un sillón; sus ojos grises observaban, con absoluto interés, cómo Levi bebía una taza de té. Él tenía una manera bastante graciosa de agarrar la taza, tomándola con la punta de sus dedos, sin tocar el asa, la niña nunca vio a una persona tomar el té de esa curiosa manera. Además, parecía que él saboreaba con cuidado cada sorbo que daba, como si no quisiera perderse ni un poco del sabor que la bebida podía ofrecer. De hecho, Mikasa notó, a Levi parecía encantarle el té pues en cada visita que ella hacía, él se encontraba bebiendo una taza de ese líquido.
La manera casi ritual con la que Levi tomaba el té, despertó su curiosidad; nunca imaginó que el té podría despertar tanto gusto en una persona, desde su punto de vista, esa bebida no parecía (ni sabía) tan espectacular, ¿y si él bebía de alguna clase de té muy especial? Esas cuestiones fueron las que la impulsaron a hacer una pregunta trascendental:
—¿Puedo probar?
Levi la miró largamente como si sopesara sus opciones, entonces, con un suspiro que sonó casi adolorido, le entregó su taza de té, sin decir nada, para variar.
Entusiasmada, ella recibió la delicada pieza con ambas manos y sin pensarlo demasiado, bebió. En cuanto el líquido caliente ingresó a su boca, ella frunció el ceño, asqueada. El té no tenía azúcar.
Levi vio su expresión y rodó los ojos.
—Tch, mocosa de mierda.
El comentario vulgar la hirió un poco pero ya se estaba acostumbrando a ese vocabulario florido.
De repente, el mayor se levantó de su asiento y se dirigió a la cocina. Mikasa lo miró salir, el temor pinchó su estómago ¿él se ofendió mucho?
Unos minutos tortuosos después, Levi finalmente regresó con un pequeño plato y una cucharilla entre las manos, sin decir nada, colocó los elementos en la mesa de centro, después, volvió a sentarse y siguió bebiendo su té.
La niña miró el plato, en él se alzaba con delicadeza un pequeño postre, era un flan. Entonces, clavó sus ojos grises en el mayor, en ellos había una silenciosa interrogante.
—¿No se supone que ustedes los niños aman estas mierdas dulces? —Levi encogió los hombros, en un gesto de desinterés.
¿Era para ella? Mikasa estaba gratamente sorprendida, una brillante sonrisa adornó su rostro, cuidadosamente tomó el plato y procedió a devorar el postre con entusiasmo, siempre le gustó el flan pero éste era el más especial de todos los que había probado antes… porque estaba hecho por Levi.
—Te patearé el culo si ensucias el sillón —él advirtió.
—No soy una niña pequeña, sé comer bien —respondió ella entre bocados.
—No hables con la maldita boca llena.
Mientras comía Mikasa observó con atención al hombre frente a ella, en ese momento reparó en un detalle que, en el pasado, pasó por alto. Levi tenía unos bonitos ojos azules. No eran grises, como pensó en un inicio.
VIII
El corazón es una cosa pequeña y completamente inútil.
—Viktor Dyk, El flautista de Hamelín.
El parque estaba cubierto por luces rojizas y anaranjadas; junto a los columpios unos cuantos niños se encontraban reunidos, a primera vista parecía que mantenían una simple charla grupal pero algo mucho más oscuro sucedía.
En medio de la multitud infantil, se encontraba Mikasa, quien sólo recibía miradas maliciosas y palabras ofensivas sobre su apariencia. Los niños la habían acorralado mientras regresaba a su "hogar", después de visitar a Levi. A pesar de la situación complicada en la que se encontraba, ella no mostró ninguna clase de sentimiento en su rostro, no había tristeza ni molestia, estaba totalmente en blanco. Esa aparente indiferencia molestó a sus pequeños atacantes, quienes nunca habían visto tanto estoicismo en una niña.
—¿Por qué eres tan rara? —escupió el líder de aquella banda de niños mientras la empujaba violentamente. Mikasa retrocedió unos pasos pero no cayó al suelo, ni siquiera ese acto brusco pudo cambiar su expresión estoica.
Cuando el chiquillo se disponía volver a empujarla, porque había algo en ese rostro inexpresivo que lo perturbaba profundamente, Mikasa, sin expresar ninguna emoción, levantó su puño y lo estrelló contra su rostro. El niño cayó al suelo patéticamente, ante la mirada estupefacta de sus compinches.
Mikasa sacudió su mano, como si le diera asco haber tenido contacto físico con un niño así y se fue del lugar. Ninguno de los presentes se atrevió a tomar represalias contra ella.
IX
La soledad engendra lo original, lo atrevido, y lo extraordinariamente bello; la poesía. Pero engendra también lo desagradable, lo inoportuno, absurdo e inadecuado.
—Paul Thomas Mann, La muerte en Venecia.
La habitación de Levi tenía la puerta abierta pero su luz estaba apagada, por ello, desde la sala de estar, Mikasa sólo podía ver un marco relleno de oscuridad. Era una vista un poco aterradora.
—¿Tienes miedo a la oscuridad? —Mikasa preguntó casi por inercia, sin apartar la mirada de la habitación.
Levi le dedicó una mirada sucia, como si la pregunta fuera ofensiva para él.
—Por supuesto que no, mocosa.
—Una vez, jugué con un espíritu en la oscuridad, me dio mucho miedo —ella murmuró.
—No me extraña, eres una mocosa espeluznante.
—Para invocarlo hice un ritual llamado Hitori Kakurenbu, mis primas de Japón me lo enseñaron —ella continuó, ignorando el comentario despectivo.
Levi la miró con algo de interés brillando en sus ojos, ese detalle la emocionó, él no solía demostrar esa clase de entusiasmo.
—Si el juego es de Japón apuesto a que debe ser muy extraño.
El rostro de Mikasa se tornó oscuro, entonces, respiró profundamente y continuó con su relato.
—Tomé un peluche con dos brazos y piernas, le quité todo el relleno y lo llené de arroz y de mis uñas recortadas.
—Eso es repugnante —Levi comentó con su típica voz monótona.
—Pero así es el ritual, las uñas sirven para crear un lazo entre el peluche y yo. En fin, luego lo cosí con un hilo rojo y lo até con lo que sobró. Después llené la bañera de mi baño con agua y una pizca de sal.
—Hacer todo eso me parece demasiada molestia para ser sólo un juego de niños.
—¡Que no es un juego! ¡Es un rito de verdad! —Mikasa alzó la voz, Levi la miró con una ceja levantada, ella casi nunca gritaba o se enervaba frente a él.
—Cálmate, mocosa —se limitó a decir.
Mikasa se sonrojó mucho, avergonzada por su arrebato, carraspeó un poco y prosiguió con su relato.
—Entonces, a las tres de la madrugada, repetí el nombre Yūgure tres veces.
—¿Quién es Yūgure?
—El muñeco, es importante ponerle un nombre.
—Ah —Levi soltó aunque lo más probable es que no lo entendiera o directamente no le interesara.
—Entonces dije en voz alta: "es mi turno" y apagué todas las luces de mi casa. Conté hasta diez luego apuñalé al muñeco con un cuchillo y lo dejé en la bañera.
—No podía esperar menos de ti —Levi dijo con voz monocorde.
Mikasa infló las mejillas pero no pudo evitar soltar una pequeña risita, era obvio que él estaba bromeando.
—Luego me escondí en el armario de mis padres. Desde allí, pude escuchar pasos y como se revolvían cosas, parecía que alguien me estuviera buscando de verdad. Y puedo asegurar que yo era el único ser vivo en esa casa, como siempre —las últimas palabras las murmuró.
—Esa mierda no es real, solamente te sugestionaste.
—Cree lo que quieras, yo sé lo que viví aquella noche. Después de unos treinta minutos, salí de mi escondite y me dirigí a mi baño, en el camino, prendí todas las luces que pude y grité tres veces: "yo gané". Después, cogí con mi boca un poco del agua de la bañera y la escupí sobre el peluche, que todavía estaba allí, para terminar el juego totalmente.
—¿Escupiste sobre el muñeco? Ese juego es ridículo y antihigiénico.
—No, de hecho, fue un poco reconfortante —Mikasa dijo con una pequeña sonrisa.
—¿No te asustaste? Realmente eres una niña extraña —Levi la miró con algo parecido a la incredulidad.
—Un elemento importante del juego es la soledad, de lo contrario no funcionaría. Por más extraño que suene, en mi escondite, mientras escuchaba los pasos, me sentí un poco feliz porque había alguien en casa, ya no estaba sola —mientras hablaba, silenciosas lágrimas se deslizaban por sus mejillas sonrosadas. Entonces, Mikasa sintió como algo pesado se posaba sobre su cabeza. Levantó la mirada y vio que Levi acariciaba su cabeza juguetonamente. Aquel gesto se le hizo entrañable.
—Me recuerdas un poco a mi madre, ella era muy supersticiosa. Ponía pequeñas porciones de sal en cada esquina de la casa. Dejaba el lugar hecho un desastre.
—¿Por qué? —Mikasa preguntó mientras se limpiaba las lágrimas con las mangas de su camisa.
—La tradición dice que la sal ahuyenta a duendes y elfos. Mi madre se tomó muy a pecho aquellas habladurías, incluso puso sal en los bolsillos de mis pantalones para mantenerme protegido —una pequeña sonrisa se formó en los labios de Levi.
—Los humanos dan más miedo que los monstruos —Mikasa comentó con los ojos enrojecidos aunque su voz sonaba extrañamente más calmada.
—Tienes razón —los ojos cansados de Levi se concentraron en el techo.
X
Comparado con el tú en mi corazón, el yo en ti es insignificante.
—Kōbō Abe, El hombre caja.
Cuando Mikasa asistía al jardín de niños, solía soñar mucho con formar una familia de verdad, una familia que esté siempre unida. En su futuro imaginado, tendría un esposo muy amable, que nunca la juzgaría por su apariencia. Él la amaría de verdad y tendrían muchos hijos. Pero a medida que crecía, su sueño se fue rompiendo. La realidad quebró su fantasía. Casi todos los niños que conocía la molestaban, llamándola "bicho raro" o tirándole el cabello. Los niños son unos tontos, ella concluyó, por lo tanto, casarse con uno era sinónimo de pesadilla.
Sin embargo, la idea de casarse resurgió con fuerza en el instante en que conoció a Levi, técnicamente él no era un niño, era un hombre con la suficiente madurez como para tratarla con relativo respeto, nunca burlándose de su apariencia. Por lo tanto, no era inusual que la boca de Mikasa materializara su deseo más profundo.
—Cuando crezca me casaré contigo.
En ese momento, Levi la miró con indiferencia, nada afectado por sus palabras.
—Lo digo en serio, quiero casarme contigo —Mikasa dijo con firmeza.
—¿Por qué harías algo así?
—Porque te quiero mucho y no me quiero separar nunca de ti.
—Tus razones sólo son palabras.
—¿No me quieres? —los ojos grises de Mikasa reflejaban tristeza.
La mirada de Levi se llenó de extrañeza, ¿de dónde rayos ella sacó esa clase de conclusión?
—Mocosa, hay muchas cosas que se interponen en tu ideal de matrimonio.
—Las atravesaré sin problemas —las palabras de Mikasa estaban cargadas de seguridad.
A pesar de que su rostro se mantenía pétreo, Levi sentía mucha inquietud. No era la primera vez que Mikasa mencionaba su inmenso deseo de casarse con él. En un principio lo tomó como una más de sus rarezas. Ahora se daba cuenta de que la mocosa hablaba muy en serio. Para ella su matrimonio era un hecho del futuro, no un simple deseo infantil.
Notas finales: Siempre suelo escribir historias cursis, de esas que son sólo azúcar. Por lo tanto, esta historia representó un verdadero reto para mí. Ojalá me haya salido bien, hace muuucho que no escribo un fic. La trama nació gracias a la música de Michelle Gurevich y The Romanovs, sus melodías me inspiraron mucho.
El estilo del fic está basado en un ejercicio de estilo que consiste en escribir una historia lineal hecha a base de fragmentos, las citas textuales son el esqueleto de cada fragmento. Intenté hacerlos cortos pero ya vieron que fracasé rotundamente XD En los siguientes capítulos los fragmentos serán más cortos, lo prometo.
Por cierto, Hitori Kakurenbu es un ritual verdadero, no es ningún invento mío :p
¡Saludos!
