Ah. Aprovecho que estoy editando los drabbles para dejar este como el primero (que más bien es un one-shot pero a quién le importa).

Quería hacer un SanZo, en vez de un ZoSan, no sé si me entendéis con la diferencia. Y qué mejor que El Castillo Ambulante para esto. ¿Quién no ama Ghibli? ¿Quién? Que venga, que le rajo.

Pareja: Sanji/Zoro.

Extensión: 1.421 palabras.


EL CASTILLO AMBULANTE CON SANJI Y ZORO.


La tienda de katanas, Roronoa's, era la más famosa tienda de armas especializadas de toda la región. Y eso que era única y solamente de un chico, Roronoa Zoro. Un genio de los sables japoneses. No solo hacía katanas de tamaño estándar, también kodachis y nodachis. Hombres, e incluso mujeres, compraban allí. A veces también disponía de otras armas blancas, como espadas, sables o estoques. Aunque la obsesión del joven Roronoa eran las katanas.

Había crecido rodeado de ellas. Desde muy pequeño aprendió a utilizarlas, a afilarlas, limpiarlas; adorarlas, en definitiva.

Era un joven de 19 años que dedicaba todo el día a las espadas. Pensaba en katanas hasta cuando no tenía que trabajar. De ahí que la tienda fuera tan prestigiosa, por el empeño de Zoro en ella, y en saldar las viejas deudas que tenía con una vieja bruja que en sus días fuese pelirroja, Nami. No es que fuera una bruja malvada, más bien astuta, avara y codiciosa.

Mientras el chico de pelo verde afilaba una nodachi, un encargo de un coleccionista de armas blancas, pensaba en que tenía que ir a ver a su vieja amiga al bar, hacía días que no se veían y eso le inquietaba. Cuando la espada estuvo lista, le pasó un algodón que abrillantaba el metal, la enfundó y la colocó en el soporte. Se levantó y miró desde el fondo de la habitación su última obra de arte. Ahora le faltaba un nombre.

Ya lo pensaría por el camino, iba tarde.

Salió del taller y pasó por un largo pasillo hasta un patio interior. Miró las plantas mustias al otro lado del patio, nota mental: regar las plantas al volver.

Entró a su casa por la puerta que había en el patio y se dirigió a la puerta principal. Cogió del perchero su abrigo y se sentó en el escalón de la salida para ponerse sus zapatos. Cuando salió a la calle se frotó los ojos por el sol y bostezó. Le estaba entrando sueño. Giró a la derecha y caminó un largo tramo. Luego se acordó que para ir al bar había que tirar por la izquierda, no la derecha, así que dio media vuelta y siguió caminando.

Ese día la cuidad estaba muy bulliciosa ya que eran las fiestas, y el sol le estaba calentando la cara a pesar de que empezaba a hacer frío. No tenía ganas de ir por la plaza, que aunque fuera el camino más rápido, seguro que tardaba el doble en llegar por la de gente que había allí.

Decidió coger una callejuela paralela a la plaza. Eran estrechas y un poco laberínticas. Pero el joven Roronoa no se podía perder por allí, ya había ido por ese camino muchas veces.

Siguió caminando y giró a la derecha, luego a la izquierda, luego siguió recto otra vez y de nuevo giró a la derecha. Esa esquina se le hacía muy familiar, ¿ya había pasado por ahí, no? Se dio la vuelta y giró a la izquierda y luego a la derecha, pero no parecía orientarse. A pesar de que había deshecho el camino que había recorrido.

Miró una tienda de tabaco a su izquierda, nunca la había visto. Seguramente era nueva. Aunque la madera tenía un aspecto desgastado.

Pero no se había perdido.

Continuó caminando, esta vez hacia donde su intuición le decía. Cuando ya no escuchaba el hablar de toda la gente de la plaza se dijo a si mismo que debería haber ido hacia donde se escuchaba el ruido, no donde a él le pareciera.

Vale, quizá estaba perdido.

Era un poco ridículo ya que estaba en su propio pueblo.

Pero eh, que era un pueblo grande.

Reparó en que las calles se hacían cada vez más estrechas y oscuras, y con unas siniestras manchas negras por las paredes. Dejaba de ver puertas principales de las casas y ahora solo veía muros desconchados. Llegó a un callejón sin salida. Resopló y se dio la vuelta cansado y masajeándose el puente de la nariz. En realidad iba con los ojos cerrados y no veía que las manchas de las paredes iban saliendo e iban tomando una forma irregular. Lo único que se distinguía eran las piernas y los brazos. Un poco mal hechos.

Zoro abrió los ojos. Y se sorprendió.

─¿¡Incorpóreos*!?

Quizá era cosa de la bruja Nami, ese mes no había pagado.

─Vaya, lo siento mucho, te he metido en esto.

Sintió una mano en su cintura y rápidamente se giró a ver a su propietario para pegarle o algo así, pero se vio incapaz. Un hombre que apenas sería mayor que él, rubio, con los ojos azules mirándole intensamente y una sonrisilla adornada con una perilla le estaba empujando un poco para que empezara a andar.

─¿A dónde vas? Esta tarde seré tu acompañante.─ Su voz era como una melodía y entraba bailando a sus oídos.

─A… al bar de la plaza. ─Habló como si estuviera hipnotizado.

─Bien, pero me están siguiendo, así que sé natural.─ Empezó a andar un poco más rápido, los bichos negros parecían bastante lentos para lo rápido que les estaba llevando él.

Siguieron caminando por las calles rápidamente, el hombre parecía conocer a la perfección esa zona. Cuando giraron una esquina, más seres negros, pero más grandes, rápidos y viscosos salieron de las paredes. Zoro se pegó un poco más a él. Olía a perfume caro, como el de alguno de sus clientes mas ricos. En cuanto los incorpóreos esos salieron de la calle de enfrente, el rubio giró veloz por la esquina que tenían a la derecha. Empezaron a seguirlos demasiados de ellos, hasta por delante de ellos, así que el otro hombre actuó rápido.

─¡Agárrate!─ Le abrazó por la cintura y dio un salto bastante alto.

¡Y empezaron a volar!

Al joven Roronoa casi se le cae la mandíbula al suelo de la impresión. Dobló las rodillas con miedo de caer y se agarró a la camisa del rubio. Y él le agarró la mano con la que tenía libre.

─Y ahora estira las piernas y empieza a andar. ─El chico de pelo verde hizo lo mismo que él, estiró las piernas y anduvo por el aire. En verdad estaba sorprendido y no podía gesticular palabra. Veía por debajo a la gente bailando y celebrando las fiestas. ─¿Ves? No es tan difícil. Naciste para esto.─ sintió la voz del rubio en su cuello y su aliento caliente hizo que se le pusiera la piel de gallina.

Pisaron tejados de edificios para darse impulso, y el hombre pareció divisar el bar, así que empezó a descender para dejarlo en un pequeño balcón. Cuando Zoro puso los pies en el suelo se giró para ver al hombre de pie en la barandilla, aún sujetándole la mano.

─Ahora tengo que despistarlos. Espera un poco antes de salir de aquí.

─Gracias.─ Cogió su mano y le besó los nudillos, su voz sonó mucho más ronca que de costumbre, y todo aquello estremeció al rubio. Miró al chico del pelo verde, con los ojos y la boca abiertos, como a punto de decir algo, y sonrojado.

─Hasta pronto.

Se soltó de su mano suavemente y dio un salto hacia atrás, para caer y desaparecer entre la gente.

En verdad, esperaba que se vieran pronto.

─¿¡Has entrado volando!?

Zoro hizo un sonido gutural que su amiga Kuina entendió como un sí. Le tendió una taza de café que él cogió mientras hacia una pequeña reverencia con la cabeza. Dio un sorbo. Solo, sin azúcar, como a él le gustaba.

─¿No podrías haberme traído sake?

─¿Me lo ibas a pagar? ─él negó ─Entonces para ti no hay sake.

Zoro miró su café. Como no lo iba a pagar, era un poco mierdoso, pero no pasaba nada, le gustaba ese sabor amargo.

─Tuvo que ser Sanji el mago el que te trajo.

─No creo, él solo acompaña a chicas guapas.

─¡Tú eres un chico guapo!

Zoro sonrió mientras se bebía de un trago el resto del café y se levantaba: ─Me marcho, es tarde.

─¿Ya? Bueno, hoy has venido bastante tarde. Te acompaño a la puerta.

Cuando se despidió de su amiga se puso a pensar en lo que había ocurrido esa tarde. El guapo mago que lo había ayudado. En realidad estaba seguro que era él.

Se rozó los labios con las yemas, le había besado la mano. Y sonrió.

En realidad sonrió como un alelado todo lo que quedaba de día recordando ese momento, y la cara que puso.


*Incorpóreos: en la película del Castillo Ambulante eran criaturas extrañas, como una mezcla entre los Sincorazones y los Incorpóreos. Pero era más graciosa la palabra Incorpóreo así que se queda tal cual.

El final no me convence. Pero bueno, suele pasar.


Billy. 23/07/15