El sol muere en Salem †

Acababa de llegar a Salem y no tenía ninguna razón aparente para estar ahí, simplemente era un pueblo más donde podría huir. Estaba cansado del viaje y lo primero que hizo fue sentarse en el césped de un parque para niños y fumar mientras atardecía.

Otro cigarrillo más a los labios, su lengua sabía a tabaco barato, sentía la saliva pegajosa y la garganta seca, pero un delicioso cosquilleo de placer lo recorría cuando el humo azul inundaba sus pulmones, separó los labios para dejar que ese humo escapara por su boca pálida mientras echaba la cabeza hacia atrás contemplando la copa de los árboles de maple, las ramas negras como el carbón contrastando contra el sol y las hojas que ya empezaban a colorearse de los tonos borgoña, amarillos y anaranjados del otoño. Ese era el último cigarro de la caja –Mierda – dijo tirando la colilla y el empaque lejos con un suspiro. Se sentía vacío por dentro, un dolor inagotable e incurable en el pecho lo corroía y como si tuviera el corazón lleno de vidrio y agujas cada palpitar dolía, a cada palpitar se odiaba más a sí mismo, a cada palpitar corría por sus venas un veneno cargado de frustración y sufrimiento insoportables. Su vida estaba desecha, era un constante caos y no podía siquiera cerrar los ojos en paz porque siempre estaban ahí esas pesadillas, esos recuerdos, los susurros, esas imágenes que se derretían y fundían en un hambre insaciable.

Se limitaba a observar, había algunos pajarillos de colores celestes cuyo plumaje parecía tornarse púrpura cuando era bañado por los agonizantes últimos rayos de sol, revoloteaban afanados ante la inminente oscuridad devoradora de la caída de la noche, junto a los pequeños niños llenos de euforia que se rehusaban a abandonar el pintoresco parque, resistiéndose al gentil tacto de sus madres y a sus dulces voces que los sobornaban con un trozo de pastel de chocolate extra en la cena si regresaban a casa ahora. El cielo se estaba oscureciendo, se derramaba como tinta negra sobre el parque llevándose la alegría de las risas y de los colores pasteles de los jueguitos para niños, pronto no quedo nadie allí, excepto él y el fantasma de ese aroma a caramelo, hierba, algodón de azúcar y flores silvestres que despedía aquel lugar. El antes vivaz parque, saturado de colores radiantes, yacía inerte ante sus ojos, oscuro, frío y pálido. Mas similar a sí mismo supuso, y era mejor así, el abrazador silencio, el frio dulce y doloroso, al menos así no parecía que el mundo se burlara de él mostrándole uno de sus radiantes y alegres días. Dejo escapar un suspiro, uno largo pero que se ahogó de inmediato ante la ausencia de alguien que lo escuchara.

Sabía que debía irse ya, buscar algún lugar para dormir y un buen trago que lo calentara y lo aliviara de los pensamientos que hacían que la cabeza le diera vueltas sin piedad. Se levantó de la hierba fresca y comenzó a caminar sin rumbo fijo con un pequeño ramillete de dientes de león y espigas que había arrancado de la maleza. Casi había abandonado el parque y llegado hasta una calle principal cuando una figura no muy lejos de él hizo que se detuviera, Estaba sentada sobre la hierba apoyando su espalda contra un roble grande, abrazaba sus rodillas y tenía el rostro enterrado en estas, lloraba suavemente ahogando sus sollozos tímidos contra su pequeño cuerpo. Él la observo por un instante, su silueta recortada por la luz de los faroles y su cuerpito contrayéndose dolorosamente cada vez que los gemidos salían de ella. Se acercó lentamente y sin que la chica se diera cuenta de su presencia él ya estaba justo a su lado, observándola en silencio. ¿Qué le importaba a él una chica solitaria llorando desconsoladamente a la mitad de la noche? Honestamente no le importaba, pero por alguna razón sí sentía una gran curiosidad hacia ella. Tal vez Salem era un lugar muy seguro para vivir como para que alguien pudiera estar solo a esta hora luciendo tan frágil y vulnerable, o tal vez aquella chica era tan obstinada que no había considerado nunca la idea de que algo pudiera pasarle...o tal vez era tanto el dolor que la abrumaba que ya no le importaba nada, ni su propia vida, y en ese caso podía empezar a sentir algo de simpatía por la desconocida. Normalmente tenía dos opciones: Darle la espalda y seguir con su camino o aprovechar la situación, usarla para saciar sus ansias–Maldita sea– se dijo a sí mismo, la chica se veía tan triste que inexplicablemente lo único que hizo fue sentarse a su lado sin saber qué hacer, pasaron varios minutos antes de que él se decidiera a tocarla suavemente en el hombro y cuando lo hizo la chica se sobresaltó y exhalando un grito ahogado de sorpresa al mismo tiempo que su llanto se detenía se puso en pie. Lo miro fijamente con sus enormes ojos enrojecidos y bañados en lágrimas, instantáneamente se pasó el antebrazo por la cara tratando de limpiarse.

– ¡Por Ra!– Exclamó la chica tratando de recuperar el aliento – ¿Qué es lo que quieres? – Añadió después con una voz inesperadamente fuerte y autoritaria, atravesándolo con una mirada desafiante.

–Ayudarte–Dijo él mordiéndose los labios, disfrutando de la actitud fiera de la chica. Estaba comenzando a pensar que tal vez no había sido mala idea después de todo. –No deberías estar sola a esta hora en la calle, podría ser peligroso– Dijo finalmente con una leve sonrisa cínica.

– ¿Y a ti qué te importa? Déjame sola– Contestó ella seca y directa como si estuviera dándole una orden – ¿No entiendes? ¡Lárgate! ¡Déjame sola! –Dijo ella de nuevo más agresiva. Él levantó las cejas en asombro y dejo escapar una pequeña risa.

–Mira niña, la verdad es que no me importa. Preocuparme por ti fue una pérdida de tiempo, en primer lugar no sé por qué lo hice, supongo que estás bien. – contestó él de forma insolente, pretendiendo sentirse insultado por la actitud de la chica aunque no podría estar más que encantado con su ferocidad y pretensión. Así que habiendo dicho esto le dio la espalda y comenzó a caminar en la dirección opuesta añadiendo mientras caminaba: –Espero que te agraden los vagabundos de este parque.

La chica quedó pasmada por un momento, ahora estaba ligeramente avergonzada y comenzaba a sentirse insegura, abrió la boca para hablar, procurando que su voz se escuchara decidida y férrea, pero lo único que hizo fue balbucear, aunque esto fue suficiente como para hacer que el chico se detuviera y se diera la vuelta para observarla, con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta de cuero y una expresión burlona en el rostro. Ella lo miró detenidamente escudriñándolo mientras él hacía lo mismo con ella, su llanto había desaparecido por completo a excepción de los rastros de las lágrimas, tal vez porque su mente ahora se distraía con otra cosa, se observaron en silencio por un instante, era bastante atractiva, llevaba largo cabello azabache hasta la cintura surcado por gruesas líneas doradas, su piel tenía un exquisito tono latte, sus labios eran carnosos, teñidos de púrpura muy oscuro, como el color de las uvas maduras, sus ojos eran resplandecientes y de un raro tono verdoso que contrastaba a la perfección con sus rasgos exóticos y el espeso delineador violeta le añadía dramatismo y profundidad a su mirada aunque su maquillaje estuviera corrido y le ensuciara las mejillas.

– ¿Niña?– replicó finalmente la chica recobrando algo de rudeza pero suavizando la expresión de su rostro– Mi nombre es Cleopatra De Nile – dijo firmemente y ofreciéndole una mano pero mirándolo aún extrañada. –Ahora que sabes mi nombre podrías llamarme de una forma respetuosa, hombre. – Y pronunció esa última palabra con malicia. Por la forma en la que hablaba y se movía parecía como si la chica tuviera el mundo a sus pies, tenía un aire extraño, como si fuera de la realeza, pero su precioso llanto descorazonado decía todo lo contrario y esta dualidad era lo que tanto le intrigaba y seducía al joven.

–Soy Gerard Mephisto– Contesto él.