A partir de la adolescencia padezco de un mal hábito: comer por la madrugada. Día a día una oleada de hambre llega a mi estómago a las tres en punto. Suelo tener algún refrigerio cerca de mi mano pero no lo hacía desde que mis sobrinos y yo compartimos un hogar. ¿Por qué? Me preocupo mucho por ellos. Sí, hay un largo historial de los hermanos Hamada que no ayuda en absoluto a aminorar esta sensación, desde darle a Mochi la habilidad de volar a través de cohetes en sus patas hasta las salidas nocturnas y con matices ilegales de Hiro.

Mis sobrinos desconocen este mal hábito no porque me avergüence de ello sino que gracias a este mal hábito puedo saber que están en sus camas. Hoy es una buena noche para mi comida nocturna, Tadashi ha comenzado uno de sus tantos proyectos universitarios en los que, por consecuencia, llega bastante tarde. Estaré en la cocina, comeré, los escucharé y dormiré tranquila.

Levanto mi cuerpo de la cama cuidadosamente para que ni un solo resorte del colchón alerte mi presencia para adentrarme a la cocina en penumbra. No hay lugar de la casa que conozca mejor que ese. Saco una dona de azúcar para brindarle la primera mordida al tiempo que escucho en el piso superior las pisadas de Tadashi, he pasado tanto tiempo pendiente de mis sobrinos que logro distinguir los sonidos, al menos de sus pisadas, perfectamente. Hiro está despierto también, sus pies descalzos tocan el piso y crean un leve rechinido. Detengo mi masticar al escuchar algo ¿risas tal vez?

Ven — esa voz es demasiado baja, no estoy segura a quien le pertenece.

Le precede el ruido de la cama y tengo que contener mi risa, ¡qué alegría! Hace mucho que no escuchaba eso: Hiro y Tadashi en la misma cama. Definitivamente pondré mi despertador para no dejar pasar la oportunidad de tomarles una foto así. Termino el último trozo de la dona que azúcar que tuvo el honor de ser mi refrigerio, estaba dispuesta a irme a mi cama cuando llego a mis oídos algo raro, una queja. Contuve la respiración y afine más mi oído para detectar un chirrido más ahogado de la cama de Hiro, tal vez estaba meciéndose.

Estaba muy inquieta y no exactamente por los sonidos sino por lo que ellos me provocaban, una angustia sin pies ni cabeza que sólo estaba ahí empujándome a caminar hasta el tramo de la escalera que daba al cuarto de mis sobrinos. No pase del primer escalón cuando llego a mí el sonido de respiraciones agitadas. Eran respiraciones contenidas a pesar de eso porque el segundero del reloj colgado de la pared de la cocina creaba un ruido escandaloso a comparación de ese característico jadeo ante la búsqueda de aire.

—Hiro— sopló la voz de Tadashi, ese tono era… demasiado extraño.

Me apresuré para volver a mi cuarto en silencio.

No pensaba nada, tenía mis nervios totalmente destrozados. Las ganas de llorar chocaban con un miedo opresivo mientras añoraba la inconsciencia del sueño que casi arañaba con desesperación. Sentía que me dividía.

Es un error, he escuchado mal. Sonrió para mí misma y suelto un suspiro de alivio. Debo estar poniéndome vieja. Mañana, al ver a mis sobrinos, sabré que he tenido pájaros en la cabeza y nada más. No, no hay nada más.