Eres el alma de Vitrubio, eres un ser oscuro, un demonio de fuego, eres fuerte, taciturno, indiferente, infortunado...

Eres Hiei... no tienes ni siquiera un apellido, eres Hiei, el portador del jagan, eres Hiei el jaganshi, hijo de una koorime, Hiei el demonio de fuego congelado, el fuego helado en el interior de un inconmensurable y abismante iceberg.

Eres Hiei, tú odias, tú apuñalas, tú golpeas y tú matas, sí, tú matas sin pensar en las consecuencias, eres tú y nada más que tú, eres solo, eres cazador, eres furtivo y eres jaganshi... hijo de koorime, la perla negra que escurre de tus ojos te delata, eres un demonio, eres una línea y estás frío, no puedo sentirte; no existes.

Una mancha, eres una mancha en una inmensidad pura, eres una mancha en una inmensidad, en una nebulosa, en un hoyo negro, eres una estrella, eres una estrella desfalleciendo, titilando, una llama a punto de extinguirse.

Una llama en espera... en espera.

Una llama militante, una llama misteriosa, furtiva y enigmática, agobiada, solitaria, sola y mojada, sentada sobre la piedra, esperando, fiel y solitaria.

Nada llega para ti, ni siquiera la muerte ¿Qué esperabas si eres un demonio? No, no esperabas nada, de hecho nunca lo has hecho ni nunca lo harás.

¿Es divertida la sorpresa, no?

Es agradable como una llama, es cálida como las ondas fulgurantes de un fuego eterno, es efímera, es una antítesis esperanzadora.

Eres tú, nada, una espera solitaria, una muerte sin sentido, un fuego agonizante, un cigarrillo, un meteorito… eres Hiei.

Un ojo, una lágrima eterna.

Un dolor.

¿Dueles, lo sabías?

Un pensamiento, no, no lo sabías, no lo crees, no lo piensas pues eres el pensamiento.

El pensamiento alimentado de prosas mentales, de corrientes solitarias y de monólogos aburridos que te ayudan a seguir muriendo.

Eres quien se encoge, quien se enrosca con la frente en sus rodillas, con sus pensamientos flectados, retorcidos y raros, eres el de ojos rojos, el pequeño, el oscuro, el que nadie entiende, el que no se entiende.

Eres Hiei, un punto que escurre de rojo suicidante en la inmensidad de negrura abismante que todos llamamos vida, menos tú.