Disclaimer: One Piece y sus personajes pertenecen a Eiichiro Oda.

I
-Preludio-

Un olor fresco e indómito acompañado del canto de las aves y las cigarras poco a poco se colaron en su consciencia dormida. Los párpados le pesaron, y sus músculos se quejaron cuando intentó incorporarse. Sus manos rosaron la superficie donde andaba recostada; áspero, húmedo.

Y entonces abrió los ojos de golpe y se incorporó observando horrorizada el escenario frente a ella, ignorando el horrible mareo que sufrió su cabeza. Enormes arboledas y plantas silvestres decoraban el paisaje, un follaje espeso negaba a la visión aventurarse más allá de unos pocos metros. El abrazador llamado de la selva se sentía cargado en el ambiente.

¿Qué demonios…? No recordaba haber salido de esa taberna…

Paseó su mirada nerviosa por el lugar mientras se incorporaba del todo, y giró en su lugar con pasos inseguros hasta dar con una figura recostada contra el tronco de un árbol. La idea de estar abandonada en un bosque que susurraba peligro en todas direcciones –del cual no tenía la menor pista del cómo llegó ahí–, sin duda alguna le provocaba una angustia aplastante acomodándose en su pecho. Y si bien aquella sensación pudo haberse visto ligeramente disminuida en el momento en que posó sus ojos en aquel hombre, cuando reconoció su rostro retrocedió aterrorizada cayendo sobre su trasero con poca ceremonia al tropezar con una rama.

Un par de penetrantes ojos grises le miraban bajo la sombra de una gorra.

—T–Tú eres… —Trafalgar Law, completó en su mente, sin ser capaz de pronunciar el infame nombre.

Trafalgar Law, capitán de los Piratas Heart, permanecía recostado contra el tronco de un árbol a pocos metros de ella. Con la nodachi al hombro, apoyaba el codo sobre una rodilla alzada y su rostro inexpresivo descansaba sobre el puño tatuado. Nami frunció el ceño ante la falta de reacción.

—¿Qué estoy haciendo aquí? —preguntó demandante, aunque su voz mantenía una nota trémula—. ¿Qué es este lugar?

El capitán pirata se tomó su tiempo antes de responder, observándole con escrutinio.

—Esperaba que tú me lo dijeras, señorita Nami.

—¿Q-Qué?

—¿Acaso es éste algún burdo plan de tu tripulación para asesinarme? —preguntó él. Nami le miró entre confusa y ofendida. Quiso decir algo, pero él continuó—: Enviar a una mujer como carnada es un acto cobarde. Y grosero, por lo demás.

—¿Grosero? —preguntó, sin comprender las palabras del hombre que sonaban mortíferas y peligrosas. Ante la pregunta, Law finalmente rompió aquel velo inexpresivo y esbozó una torcida sonrisa que provocó escalofríos en la navegante.

—Grosero. Me siento ofendido, pues realmente no me importa si eres tú, una anciana, un bebé o un perro… el resultado seguirá siendo el mismo, señorita Nami.

La pelirroja le miró desde su sitio intentando con todas sus fuerzas el permanecer tranquila, omitiendo aquella voz en su cabeza que gritaba a todo pulmón que huyera de ese lugar. Sabía que Trafalgar Law era un hombre peligroso, pues durante las últimas semanas su rostro había aparecido con más frecuencia que nunca en los periódicos y su recompensa crecía descabelladamente. Incluso había superado la de su capitán. Sin embargo, Nami era también una pirata, y como tal sabía lidiar con hombres peligrosos cuando la situación lo requería.

—No haría eso de ser tú —aconsejó el moreno cuando notó una de las manos de la navegante escabullirse lentamente hacia su particular arma.

—No sé de lo que estás hablando. Hace un momento estaba bebiendo en una taberna y ahora estoy aquí, en un bosque que desconozco y––

—¿Dónde está tu tripulación? —le interrumpió él.

—No lo sé —negó Nami. El recuerdo de sus compañeros de tripulación ensombreció su mirada, pero la navegante hizo a un lado el gusto agridulce y se irguió orgullosa ante la soberbia del hombre—. Mi tripulación no tiene nada que ver con esto. Es muy grosero de tu parte insinuarlo —contrarió ella, acuñando la expresión del capitán.

Los ojos de Law se entornaron molestos. Y a pesar de que Nami sabía que enfurecer a un hombre de la talla de Trafalgar Law no era precisamente un acto inteligente, debía permanecer firme. Por sus nakamas, por su orgullo como pirata de los Sombrero de Paja. Al cabo de unos largos segundos en silencio y donde ninguno de los dos piratas rompió el contacto visual, el hombre se incorporó y reacomodó el peso de la nodachi en su hombro.

—¿Tienes alguna idea de dónde estamos? —preguntó entonces, guardando su mano libre en el bolsillo de su pantalón.

—¡Espera un momento! ¿Primero me amenazas y ahora esperas que te ayude? ¿No debería ser yo quien duda de tus intenciones? —cuestionó ella, levantándose y pronunciando las preguntas con gesto ofendido.

—No tengo nada que ver contigo ni tu tripulación. Como dije, esperaba que tú me dijeras algo sobre éste lugar considerando que desperté unos minutos antes que tú exactamente donde me encontraste.

—¿Eh? —parpadeó confundida—. Entonces… ¿alguien nos trajo aquí?

Law sólo se encogió de hombros mientras paseaba su mirada entre el espeso bosque. Nami le observó con desdén, intentando descifrar las acciones del hombre y la situación misma; pero no tenía caso, el capitán pirata poco dejaba a relucir en sus palabras y no encontraría ninguna respuesta si se quedaba ahí parada intentando descubrirlo. Dedicó su mirada al Log Pose atado en su muñeca, y sus ojos se abrieron con desmesura cuando vio que la agujilla giraba enloquecida en todas direcciones.

—¿Por qué…? El Loge Pose ya debería haberse ajustado…

—Claro que no. Demorará otros tres días más, señorita navegante —murmuró con desinterés, aunque Nami pudo advertir la burla en su comentario.

—Eran tres horas. ¿Qué clase de pirata eres? Todos saben que la isla Freesia es un lugar de paso debido a ésta característica, ¿sabes?

—¿Freesia?

—¿Ni siquiera sabías su nombre?

—No es la isla donde yo estaba.

Nami volvió a mirarle confusa. Trafalgar Law no parecía ser un tipo distraído como para llegar a confundir una isla como Freesia –famosa por sus spa, playas afrodisiacas, tabernas y hostales de lujo– con cualquier otra. Pero entonces, ¿qué? ¿Se había emborrachado tanto en la taberna como para ser repentinamente secuestrada por alguien desconocido y abandonada en un bosque tenebroso en una isla que desconocía? ¿Cuál era el punto de hacer eso?

¿Y por qué demonios el Log Pose estaba enloquecido?

Law rompió su línea de pensamientos cuando comenzó finalmente a caminar internándose entre los altos pastizales.

—¡Espera!

—Si no tienes nada que ver con esto, entonces no hay nada de qué hablar. Un placer, señorita Nami —dijo él dándole la espalda.

—¡Aún no confío en ti, Trafalgar! —vociferó ella, sintiendo nuevamente aquel temor ante la idea estar sola en ese lugar.

—Entonces quédate ahí hasta que alguien venga a buscarte. Aunque no lo recomiendo, éste bosque está…

Sus palabras murieron en sus labios cuando el ruido de una rama crujió entre los matorrales. Law frunció el ceño, y Nami se quedó estática en su lugar.

Iba a decir que el bosque estaba plagado de animales, aunque no podía discernir con claridad si eran realmente animales u otra cosa. Sentía numerosas miradas clavadas sobre ellos, por lo que no necesitó que la navegante de los Sombrero de Paja elaborase mucho más su coartada para creerle. Sabía que su tripulación estaba disuelta y desaparecida luego del incidente en el Archipiélago Sabaody, y realmente dudaba que su capitán hiciera algo tan rastrero luego de haberle ayudado tras la guerra de Marine Ford. En cuanto a la navegante, y aunque Law no solía subestimar a sus enemigos, sabía que no era una amenaza al menos para alguien como él.

La respiración de Nami se atascó cuando no supo registrar lo que sus ojos veían. Frente a ellos emergió desde los matorrales una delgada figura aproximándose con movimientos lánguidos; sus pies se arrastraban y parecían moverse con esfuerzo. Sus ropas estaban destrozadas y su cabello enmarañado. Sin embargo, lo que desencajó a Nami y un tanto a Law, que retrocedió un par de pasos mientras desenvainaba la nodachi, era su piel. La piel grisácea y verdosa, viscosa y de aspecto asqueroso, parecía quedarse adherida en cada hoja y rama que rosaba con sus extremidades, quedando la carne al descubierto. Y la carne y sangre eran negras, y su olor… ¡Dios, su olor!

—¿Q-Qué es eso…? —murmuró, cubriéndose boca y nariz con ambas manos para suprimir el nauseabundo olor que emitía.

Law no formuló respuesta. Retrocedió un par de pasos más cuando la criatura de aspecto humanoide se acercó con su lento avance, y por unos minutos se dedicó a hacer lo mismo mientras la observaba con precaución.

—¡¿Es un zombie?! ¡Dios, haz algo!

Sus ojos eran negros al igual que sus córneas. No había expresión alguna en su rostro, aunque se podía identificar algo parecido al sufrimiento, la angustia o el dolor. Había salivación excesiva, y su respiración era errática.

¿Qué era eso? ¿Un hombre enfermo? ¿Un zombie…?

—¡Trafalgar! —vociferó Nami, llamando la atención del hombre que le miró con molestia en el rostro. Pero lo que fuera a decir, quedó en su mente cuando descubrió una segunda y una tercera criatura de aspecto similar a la primera aproximándose tras la navegante.

—…Éste bosque está lleno de estas criaturas —advirtió el moreno, finalizando entonces lo que hace unos momentos estuvo por decir.

Nami retrocedió sobre sus pasos cuando las criaturas-zombies-lo que sea que fueran estuvieron más cerca, hasta estar casi pegada a la espalda de Law. Posó una mano temblorosa sobre su arma, aunque no estaba del todo segura qué tipo de ataque realizar contra pseudo humanos medios muertos. Cuando estuvo por decidirse por uno, una cuarta criatura saltó desde un alto abeto hasta quedar a un palmo de su rostro. Sus ojos se abrieron horrorizados y se cerraron con fuerza cuando la bestia abrió la boca enseñándole una prodigiosa dentadura de dientes podridos.

—¡LAW!

Room —la palabra apenas murmurada escapó de sus labios, y acto seguido Nami sintió un tirón en uno de sus brazos obligándole a retroceder.

Cuando abrió sus ojos descubrió una escena tan curiosa como sorprendente: una especie de domo azul les envolvía, y las criaturas ahora giraban entorno a ellos mientras eran cercenadas por los rápidos movimientos que Law ejecutaba con su nodachi de espaldas a ella.

Usualmente cuando Law utilizaba su habilidad se divertía acomodando las partes mutiladas unas con otras de las maneras más curiosas que pudieran ocurrírsele. Y bien que le hubiese gustado llevarse una de esas extrañas criaturas a la sala de operaciones de su submarino para diseccionarlas con su fiel bisturí, pero su navío no parecía estar demasiado cerca considerando que ahora estaba en un bosque y la isla donde pasó sus últimos momentos no era más que un desierto estéril. Por lo que ahora mismo no estaba de humor para eso, y sólo se encargó de cortar las partes necesarias para impedirles el movimiento.

Sin embargo, cuando estuvo apunto de desvanecer el domo azul creado por su habilidad, numerosas criaturas se aventuraron a atacarles desde las copas de los árboles ésta vez más rápidas y ágiles, impulsadas por un deseo salvaje e inhumano que les impedía el raciocinio al atacar a ambos piratas con imprudentes movimientos.

—No tengo tiempo para esto —masculló el capitán entre dientes, viendo que aquello parecía una odisea de nunca acabar.

Entonces repitió su ataque, cortó una y otra vez sus extremidades y se giró de pronto encarando a la navegante que permanecía algo aturdida entre tanta conmoción. Sí, había visto zombies en Thriller Bark, pero éstos parecían mucho más espeluznantes. Más reales. Y el contexto tampoco ayudaba. Sin esperar una reacción de su parte, volvió a jalar de su brazo mientras emprendía una rápida carrera entre los árboles.

Nami tardó en reaccionar, tropezando sobre sus pasos un par de veces antes de alcanzarle apenas el ritmo y correr aún más rápido de lo que sus piernas le permitían. Por lo poco que pudo comprender, no eran criaturas realmente fuertes ni mucho menos inteligentes, pero Law no parecía estar de ánimo para lidiar eternamente con ellas. Ni ella tampoco. No tenía tiempo para estar desperdiciando; debía volver a Weatheria y continuar su entrenamiento, por lo que intentó seguirle el paso lo mejor que pudo indicándole –cuando sus pulmones le permitieron el habla– hacia dónde estaba la costa según lo que dictaba el viento.

Corrieron al menos durante quince minutos. Algunas de las criaturas eran lentas y les seguían con pasos muertos; otras eran sorprendentemente rápidas y ágiles. Las primeras sólo fueron evadidas y las segundas fueron cortadas por el capitán o electrocutadas por la navegante, descubriendo ambos –sin necesidad de comentarlo– que a pesar de recibir daños letales, continuaban retorciéndose en el piso en plan de atacarles. El sentido del dolor nunca surcó en sus angustiosos rostros hambrientos.

Entre jadeos exhaustos Nami sonrió cuando divisó el claro entre los árboles. Sin embargo, su alivio se esfumó en el momento en que estuvo por poner un pie fuera del bosque y en lugar de ello su tobillo fue jalado con fuerza, haciéndole caer de bruces entre la tierra mezclada con la arena de playa. Una de las criaturas le había alcanzado y comenzaba a tirar de su pie en claro plan de arrastrarla de vuelta al bosque sombrío. La navegante, aterrada, se aferró a toda rama, hierba y tronco que se cruzó en su camino mientras era obligada a retroceder boca abajo, pero la fuerza y velocidad de aquella criatura humanoide era descabellada. Sus gritos se mezclaron con sollozos perdiéndose entre el follaje.

Y de pronto se detuvo.

Ya no había ninguna mano fría tirando de su tobillo, ni césped ni tierra húmeda bajo su estómago. El ruido de un calmo oleaje acarició sus oídos, y el cálido crepúsculo del anochecer se presentó ante sus ojos. Parpadeó confusa, y se incorporó hasta quedar sentada mientras se limpiaba las lágrimas con movimientos temblorosos. Law estaba de espaldas frente a ella, una de sus manos permanecía alzada mientras mantenía su Room activo. Antes de que la navegante pudiera reaccionar y agradecerle –aunque no estaba del todo segura si él tenía que ver con lo que acaba de ocurrir–, aquella criatura volvía a correr en dirección hacia ellos. Pero cuando estuvo a escasos metros de aquella línea difusa e imaginaria que dividía el bosque de la playa, se detuvo de golpe. Sus ojos negros y vacíos se mantuvieron clavados en ellos mientras su errática respiración se volvía aún más hambrienta y furiosa y la saliva caía a sus pies descalzos. Intentó dar un paso más, pero de inmediato retrocedió cuando la suave luz solar golpeó en su piel viscosa.

—No lo hagas —ordenó Law al escuchar el tembloroso ruido metálico del arma de Nami—. No se acercará.

—¿…Estás seguro?

—No —negó, sin dejar de inspeccionar a la extraña criatura. La navegante le dedicó una mirada entre molesta y suplicante ante su falta de sustento.

La criatura se quedó allí observándoles durante un eterno minuto. Si bien de su lenguaje corporal sólo podía entenderse alguna especie de furia, tal como un animal rabioso, Law casi se atrevería a decir que también notó algo parecido a la frustración en aquella mirada desafiante y a la vez vacía. Como quien tiene a su presa frente a las narices pero no puede obtenerla por temor a cruzar el charco.

¿Realmente no tenían raciocinio?

Oh, cómo deseaba su bisturí…

La criatura comenzó entonces a retroceder lentamente hasta perderse en la oscuridad natural del bosque.

La luna llena se alzaba orgullosa sobre el cielo mientras el sol se escondía con su luz débil en las lejanías del océano. La noche se hizo presente con un plúmbeo silencio.