Capítulo I: Una noche para recordar
Dobló la esquina del callejón con el corazón latiendo como si se le fuera a salir del pecho. Los rizos castaños se le pegaban a la cara con la lluvia, dificultándole la vista. Le faltaba el aire y sus pulmones ardían, pidiendo más oxígeno del que ella podía respirar. Tenía los pies descalzos destrozados a causa de la grava y los pequeños trozos de cristal que había esparcidos por el suelo. Definitivamente, sus tacones nuevos eran una buena opción para salir de fiesta, pero no para correr. Debería dolerle, pensó, pero el miedo le impedía sentir cualquier dolor.
Recordaba lo que había ocurrido hacía solo unos instantes como si fuera un sueño lejano, una pesadilla producto de su retorcida imaginación. Salió de la discoteca con la música aun retumbando en sus oídos. Había pasado bastante desde la hora acordada, y las 12 llamadas perdidas y los 5 mensajes de "LUCÍA, VEN A CASA AHORA MISMO" que su madre había dejado indicaban que debía irse en seguida, al menos si quería volver a ver la luz del sol.
Decidió que la forma más rápida de llegar a casa era tomar un atajo por las callejuelas, así que se adentró en una de ellas ligeramente mareada por las copas que se había tomado. No sabía cuánto tiempo llevaba caminando, pero los tacones le estaban moliendo los pies; por lo que se apresuró a cambiárselos por unos zapatos planos cuando escuchó un grito desgarrador que provenía de un callejón. Con una mezcla de miedo y curiosidad se acercó a la fuente del sonido, sin esperarse ni por asomo lo que vio al doblar la esquina. Había un cuerpo tirado en el suelo entre 2 cubos de basura. Tenía el rostro totalmente desfigurado y la tripa rajada. Frente a él había algo que no podía describir con palabras. No se parecía a ningún animal que hubiera visto y desde luego tenía claro que, fuera lo que fuese, no era normal. Lucía ahogó un grito y la criatura se giró al sentirla. Era mucho más horrible de lo que ella podía imaginar. No tenía piel, todo el cuerpo parecía estar en carne viva. Su cara no tenía ojos, sólo dos cuencas vacías encima de una gigantesca boca redonda y formada por varias filas de dientes como agujas que estaba llena de sangre, señal de que estaba alimentándose de las entrañas de su víctima. En el pecho, donde debería tener el esternón, una segunda boca llena de dientes se abría y se cerraba constantemente. La columna vertebral estaba expuesta en su espalda y tenía cuatro enormes garras afiladas como cuchillas. Enseñó los dientes y soltó un grave gruñido, tras el cual se lanzó a la caza de una aterrorizada Lucía.
Corrió como no lo había hecho en su vida, doblando esquinas y cruzando callejones hasta que un muro la detuvo. La criatura se acercaba cada vez más, y Lucía se apresuró a coger algo con lo que poder defenderse. Lo único que encontró fue una barra de metal oxidada, pero era mejor que nada. La agarró con fuerza y arremetió contra aquella cosa cuando se acercaba, hundiendo el metal oxidado en su carne.
La criatura chilló con un sonido inhumano y se tambaleó ligeramente hacia atrás. Sangre de un color entre escarlata y negro empezó a emanar de la herida abierta por el tubo. El metal empezó a deshacerse como si estuviera dentro de un potente ácido, quemándose y saliendo del cuerpo de la criatura. La herida que dejó comenzó a cerrarse a los pocos segundos hasta quedar completamente regenerada. Lucía se tambaleó hacia atrás y cayó al suelo con una mezcla de horror y sorpresa en su rostro. La criatura soltó otro gruñido y un tentáculo terminado en una punta afilada salió de su espalda y Lucía, aterrorizada, cerró los ojos esperando su fin.
-¡Ithuriel!- Una voz salió de la nada y ella abrió los ojos para ver como un haz de luz de un color azul blanquecino cortaba el aire. El tentáculo cayó cerca de ella, aun moviéndose, y Lucía tuvo que reprimir las náuseas. La criatura chilló y ella pudo ver a un chico no mucho mayor que ella, vestido completamente de negro y armado con un largo cuchillo cuya hoja parecía estar hecha de un material a medio camino entre el cristal y el metal, y que emitía un potente brillo. La criatura se lanzó contra él en el aire, mientras que él se deslizó por el suelo ágilmente y le hundió el cuchillo en la boca del pecho, rajándolo en canal.
La criatura cayó derribada a un lado. Su cuerpo se encendió como el carbón consumiéndose y su carne, convirtiéndose en cenizas, se alzaba en el aire y se deshacía hasta desaparecer.
Lucía, incapaz de asimilar lo que acababa de ver, observó detenidamente al chico. Iba totalmente vestido de negro, con unas botas de aspecto militar, pantalones, y una cazadora de manga corta de un extraño material parecido al cuero. También llevaba un cinturón del que asomaban las empuñaduras de varios cuchillos como el que tenía en la mano. Sus brazos estaban llenos de extraños tatuajes, que se arremolinaban en su piel y que parecían hablar un idioma que ella no podía descifrar. Tenía el pelo corto, aunque algunos mechones oscuros y rizados le caían sobre unos ojos de un intenso verde. Su cara estaba torcida en un gesto de sorpresa e incertidumbre, como si se sorprendiera de que ella pudiese verle. Acto seguido, se colocó la capucha sobre la cabeza y corrió hasta desaparecer entre las sombras del callejón.
Lucía se quedó de pie en el callejón durante un buen rato, con la mirada perdida, intentando asimilar todo lo que había visto y preguntándose si sería real.
-Definitivamente, -pensó- tengo que dejar de beber.
