Disclaimer: Los personajes de Yuri! On Ice pertenecen a Mitsurō Kubo, yo sólo los utilizo para el desarrollo de esta historia.
Prólogo
Siempre había recordado su vida como una total monotonía, donde sólo podía encontrar un poco de paz sobre el hielo. Perdiéndose entre sus pensamientos, simplemente relajándose, no siendo un patinador profesional, no siendo Yuri Katsuki, sino solamente un ente en perfecta sincronía con el ambiente que le rodeaba. Si siempre hubiera sido tan fácil.. sin embargo, sus complejos lo atacaban siempre en las competiciones. A cada actuación que veía pasar, su moral iba minándose. Iba sintiéndose más pequeño, menos importante, menos capaz. Sus movimientos, aunque intentaban ser elegantes y hermosos, no dejaban de estar cargados de frustración y torpeza. Sus saltos, por mucho que los practicara previamente, salían mal. Hasta tal punto de no poder hacer un cuadrúple debidamente o dar saltos más sencillos de los que había previsto. Llevaba mucho tiempo en el mundo del patinaje y había conocido a gente maravillosa, como el joven tailandés que había estudiado con él en Detroit, sin embargo, no era capaz de ver su propio potencial. En el último Grand Prix Final realmente lo había estropeado, había explotado y llenado de lágrimas su rostro por la derrota que había sufrido, no sólo física sino también mental. Su mente cada vez se iba doblegando más y más, afianzando la idea de que no era nadie para estar sobre la pista, para creerse con el derecho de competir con aquellas personas que daban todo de sí y se esforzaban porque aquello era lo que realmente amaban.
En el viaje de vuelta a Japón estuvo pensando seriamente en retirarse, y para cuando llegó a Hasetsu, esa idea se afianzó aún más. Se enfrentó a todos los ánimos de Minako, los pósters con su figura, animándolo, y el rostro de su familia y amigos que tanto habían confiado en él. Yuri quería huir, quería comer aquel tazón de cerdo que su madre siempre le hacía, quería dormir, desaparecer. Pero sobretodo quería patinar. Patinar para olvidar.
Nunca olvidaría el programa libre de su máximo ídolo, Victor Nikiforov. Ese patinador, entre todos los demás, fue probablemente el que enamoró a un pequeño Yuri que buscaba cumplir su sueño, y que fue empujado hacia él gracias a esa imagen resplandeciente que representaba el ruso. Por eso Yuri no se perdía nada de las competiciones de Nikiforov, sabía todos sus movimientos, sus gestos, sus sonrisas. Sabía sus coreografías de memoria, y pasó mucho tiempo después de las competiciones fallidas recreando una de ellas. Hanarezuni soba ni ite.
Un programa con cuatro cuádruples, entre los que se encontraba uno de los más complicados que Yuri había visto, el flip cuádruple, distintivo del peli plateado. Se había pegado muchísimo tiempo practicándolo, y no podía negar que se había dado más de un golpe contra el frío hielo, pero eso le había ayudado a calmar sus nefastas ideas sobre dejar el patinaje. Era consciente de que sus movimientos nunca serían tan gráciles y elegantes como los de Victor, sin embargo, sentía una presión en su pecho, cálida, que le daba fuerzas. Estaba imitando un programa de su héroe en el patinaje, de algún modo no quería fallar en nada. Su depresión pareció desaparecer cuando le mostró aquella copia a su amiga de la infancia, Yuko, y ésta le felicitó. Yuri nunca había sido bueno para ver sus propias virtudes, así que siempre había necesitado de apoyo externo. Tener a su amiga cerca, había sido un gran punto para su mejoría.
Sin embargo, nunca esperó que aquella pequeña muestra de patinaje, que sólo había realizado como bastón para salir de aquel atolladero, para encontrar de nuevo su amor por el patinaje, recorriera el mundo. Un video viral. Filmado por las trillizas de Yuko. Como era de esperar, Yuri se vino abajo. Sentía tanta verguenza de haber patinado intentando emular al gran Nikiforov y que todos lo hubieran visto, que había apagado su móvil y no quería saber nada del mundo. De hecho pasó varios días desconectado de las redes, durmiendo y obviando lo que pasaba a su alrededor. Para cuando quiso volver al mundo real, pensando que todo habría pasado ya, habiendo quedado sólo en un video que circuló por internet, ¿cómo iba a imaginar el simplón de Yuri qué iba a ocurrir? Cuando vió a aquel perro que tanto se parecía a su mascota fallecida, más la información de un extranjero que se había instalado en el hotel de sus padres, su mente relacionó conceptos muy rápido. Quizás demasiado.
Y eso que era realmente difícil de creer que Victor Nikiforov estuviera en aquel pueblo nipón, justamente en las termas de su familia.
Corrió, ahogándose por la falta de ejercicio y armado hasta arriba de abrigos, y entró en las termas, encontrándose allí con un desnudo Victor que lo miró, en parte sorprendido por su llegada espontánea, pero nada avergonzado por su desnudez. Y le sonrió. Yuri no sabía, en todo su ser, a que emoción dar prioridad. No sabía si sentirse sorprendido de que él estuviera allí, si morirse de la emoción por ver a su ídolo frente a él o de que estuviera completamente desnudo sin darle la más mera importancia. Su piel blanquecina parecía resplandecer en medio del vapor del agua y la luz tenue que provocaba el día nublado. Se sentía como si fuera una fantasía, un sueño producido por la depresión. Como una salvación le llegara y desapareciera en el mismo momento en el que lo agarraba.
Vengo a ser tu entrenador. Te haré ganar el próximo Grand Prix Final. Esas fueron sus palabras. Y apenas pudo creerlas.
Yuri no podía esperar todo lo que le depararía el futuro, y cuan importante había sido ese video para su desarrollo, puesto que había sido el que había dado cuerda a los engranajes que le unirían con Victor.
