Renuncia: todo a Nakaba Suzuki.

Advertencias: spoilers del capítulo 130.


Días sin angustias


«Vamos a casa», dice ella, y él sonríe con normalidad.

(Es que siempre estuvo dentro de él).

En las noches, la mira con sus ojos de demonio oculto y piensa que sus labios son más bonitos que la luna que los acompaña luego de las batallas. La mira y la desea, como un monstruo egocéntrico, pero no puede dejar de temblar ante su azul, tan directo y tan puro.

«Vamos a casa», y él tiembla.

En los días, le cuesta llegar a casa sin ver dos veces a cada lado para confirmar que ella está cerca. Y el pecho se le llena cuando la ve caminar hacia él, con su sonrisa de diosa, con su aura de justicia.

«Vamos a casa», y él se pierde en la ira.

En los atardeceres, se mete discretamente a sus sabanas y se alimenta de su calidez de otoño. Le gusta enredar sus dedos entre su cabello y es un demonio tan concentido que le gusta cuando ella despierta y, en vez de golpearlo en la cabeza, sonríe como quien ama con sinceridad.

«Vamos a casa», y el mundo se calla.

En los amaneceres, la cabeza está a punto por estallar y siente los ojos de sus crímenes mirarlo de manera amenazante. Todo el reino y la cordura se callan un instante y solo existen él y sus ganas de matar, de olvidarse que existen los días. Entonces llega su voz, tan desesperada, y Meliodas se acuerda que gracias a ella tiene una humanidad en su marca de demonio.

«Vamos a casa», y no hay hogar al cual volver.

En las noches de lluvia, que terminan siendo todas solo una, sus principios le ayudan a levantarse porque puedes olvidar quien eres, pero nunca olvides los principios que te sostienen. Y la negrura lo envuelve

(Ya no hay casa a la cual volver y nunca estuvo dentro de él)

al punto de que el sol, y los días y todo se enfurecen al igual que el. Porque su cabello siempre fue rojo fuego, mas la sangre siempre se alejó de ella…

…Liz.

Ahora, en las noches, los días, los amaneceres, las lluvias y los atardeceres, todos cantan su nombre e ignoran lo que fue su calidez reconfortante. Melidoas muere, porque fue un demonio sin nombre, y Liz y su humanidad acariciaban su marca demoníaca por las noches.

(Ahora, no hay nadie).

Pero no hay casa a la cual volver, porque sin sus alas indicándole el camino, llueve todos los días y se pierde en su ira.

«Vamos a casa», dice su voz muerta, y él se rompe a llorar.

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