Derechos: Los personajes le pertenecen a S.M, quien es la que nos hace soñar con cada uno de ellos, cualquier otro personaje que no sea identificado, es totalmente mío, como la historia.
Advertencia: Historia adulta (+18) alto contenido de violencia, crímenes y torturas. El que advierte, no pierde.
Capítulo beteado por Sool Pattinson. Beta FFAD.
www facebook com / groups / betasffaddiction
.
.
—El jurado condena a Isabella Swan a quince años de prisión. —Terminó de decir el hombre que formaba parte de dicho grupo de personas.
Isabella no podía creer lo que acababa de escuchar…
La condenaban por haberse defendido, por algo que no había hecho.
Y otra vez, como hacía un año atrás, estaba en la portada de los periódicos más populares de Estados Unidos y el mundo; pero la fotografía no era de ella vestida de blanco entrando a la iglesia del brazo de su padre, sino era de ella escoltada por la policía, cabeza inclinada hacia delante y manos esposadas, condenada por un asesinato que no cometió.
Desde el primer día que ingresó a la cárcel de máxima seguridad de Seattle, su vida se convirtió en un completo infierno. Tuvo que declararse culpable para que le bajaran la condena y ni todo el dinero de su familia pudo hacer que la sacaran del pabellón de las asesinas. Allí, las mujeres eran crueles las unas con las otras y la mayoría había matado a su marido por maltrato, pero ella era la peor de todas porque había asesinado a su esposo: «un hombre de familia que su único pecado fue haberla amado», palabras que la madre de Felix Volterra dijo a la prensa cuando expresó que al fin la justicia había prevalecido.
Isabella apenas era una joven de veinte años que creyó haber encontrado el amor en el empleado de la empresa de su padre. Peleó en contra de toda su familia para casarse con él, a pesar de las advertencias que su hermana le había hecho y las amenazas de desherencia… siguió su objetivo.
Objetivo del cual se arrepentía.
—¿Por qué estás aquí? —le preguntó su compañera de celda, Alice; una mujer pequeña, con el cabello negro y corto, piel extremadamente pálida, piercings y tatuajes cubriendo su menudo cuerpo. Isabella llevaba una semana encerrada y apenas había abierto la boca para expresar algunas cosas.
—Maté a mi esposo —contestó tímida.
No, no podía haber pronunciado aquello. No era una asesina, no lo había matado, todo había sido un desafortunado accidente. Maldito el momento que le hizo caso a Rosalie, su hermana, con aquella cláusula en su testamento. Maldito el momento en que se le ocurrió abrir la boca… Aunque si las cosas no hubiesen sucedido de esa manera, estaría muerta.
—Tranquila. —Alice palmeó rudamente su hombro, mientras masticaba ruidosamente un chicle—. Yo maté al mío.
El cuerpo de Isabella se estremeció. Estaba rodeada de asesinas que pensaban que formaba parte del grupo por haberse declarado culpable.
—Aunque era mi novio, no mi esposo. Él era machista y abusaba de mí cuando le daba la gana o estaba drogado. Yo lo amaba, o eso decía, pero un día me cansó —le comentó Alice, agrandando su sonrisa y relatando, como si fuera una hazaña, la manera en que mató a su novio mientras este dormía la siesta y ella lo drogaba para que no sintiera cuando le cortaba el miembro con una tijera y, luego con ese mismo instrumento, le proporcionaba las puñaladas necesarias para que dejara de vivir.
—Manos de tijera, deja de atemorizar a la muchacha. —Se acercó otra mujer, también con expresión ruda.
Isabella estaba aterrorizada, creía que todo lo sucedía tan solo era producto de su imaginación o de algún sueño profundo... quién sabe... pero la realidad no podía ser. No, no podía. Su realidad no era tan cruel y despiadada.
Sin embargo, a medida que fue pasando el tiempo, se hizo más real. Cada día se despertaba asustada, con la espalda adolorida y muerta de frío. Vomitaba de tan solo imaginar que tenía que comer la comida asquerosa que preparaban las otras prisioneras; sufría de fuertes dolores de cabeza que la dejaban mareada y algunas veces desmayada. Hasta que descubrió que en su interior se hallaba un ser inocente.
Y todo comenzó a cambiar.
Se cuidaba más, procuraba comer todo, mantenía al día sus vitaminas y ayudaba en la enfermería para no tener que pasar algún riesgo. A pesar de estar encerrada, sentía que las cosas iban mejorando y todo era por su angelito regalado del cielo cuando pensó que Dios ya no se acordaba de su existencia.
Los malestares del embarazo pasaron e Isabella pensaba en llamar a su familia. Había pedido que nadie la fuera a visitar el día que la condenaron, sin embargo, necesitaba que ellos tuvieran contacto para cuando su angelito naciera y se pudieran hacer cargo de él. No podía ni pensar que su hijo se criara dentro de la cárcel, rodeado de asesinos. Eso no lo podía soportar, prefería que se lo llevaran y no verlo nunca más.
Nadie sabía de su embarazo debido a que se cuidaba extremadamente, tanto, que evitaba las duchas cuando llevaban a su grupo para tomar una. Prefería recoger agua en una botella, una esponja y un frasco de jabón líquido cuando todas las presas dormían.
Después de cuatro meses, extrañando a su familia y añorando su antigua vida, decidió llamar a su hermana para que la visitara, con el pretexto de necesitar algunas cosas. Ese día no pudo siquiera ingerir algo de alimento, el estómago lo tenía revuelto y su cabeza estaba a cientos de kilómetros de allí; sentía que algo estaba por pasar y ese sentimiento la tenía inquieta.
Rosalie llegó puntual a la hora de visita, le quitaron sus pertenencias, le sellaron la mano y se quedaron con las cosas que le había llevado a su hermana. Molesta y apenada, ingresó a la sala donde algunas presas estaban sentadas hablando con sus familiares, separadas por grandes ventanales transparentes y un teléfono colgado a cada lado para comunicarse.
Nunca se imaginó que tendría que visitar a un familiar en aquel lugar, ni a su pequeña hermana menor que apenas estaba viviendo lo que era en realidad la vida: cruel e injusta, aprendiendo de la peor manera.
Tomó asiento en el cubículo más lejano, tratando de obtener algo de privacidad. Estaba impaciente. Habían pasado cuatro meses y no sabía cómo reaccionar ni con qué se encontraría. Miraba fijamente la gran puerta de hierro escoltada por dos guardias que parecían un par de estatuas con armas colgando de sus cinturones. Se estremeció por todo lo que su hermana soportaba, no podía imaginar cómo la estaba pasando.
La puerta se abrió y una muchacha que, si no fuese por la imagen de sus entristecidos ojos, Rosalie no la hubiese reconocido. No estaba tan delgada como creía que la iba a encontrar, pero parecía haber envejecido unos veinte años más y los maltratos de la vida estaban pasándole factura. Aquella persona ya no era la joven llena de vida y saludable. No era la niña que corría por los pasillos de la empresa o de su casa. No era aquella que con una sonrisa cambiaba el ánimo de todos aquellos que vivían a su alrededor…
Isabella se encontraba allí, buscando desesperadamente con su par de ojos abiertos como platos, a su hermana. Le mostró las muñecas a uno de los guardias y este sacó un juego de llaves para desposarla y escoltarla hacia el asiento.
Al llegar frente a Rosalie quiso atravesar el plástico y abrazarla. Quería llorar hasta que la sacaran de aquel lugar, pero sobre todo, necesitaba con todas las fuerzas de su corazón un beso y un abrazo. Con lágrimas en los ojos, tomó asiento y su mano derecha automáticamente fue a parar contra la pared transparente, a lo cual la rubia imitó el movimiento mientras con la otra mano sostenía el auricular del teléfono en su oreja.
—¿Cómo te sientes? —Fue lo primero que pudo articular con voz entrecortada por las lágrimas que pujaban por salir.
—Bien. —Isabella le sonrió y bajó la mirada.
No podía seguir hablando con Rosalie, provocaba que los recuerdos llegaran a su cabeza uno por uno. Recuerdos de su infancia, adolescencia, de cuando estaban en el colegio y de los tantos viajes que habían hecho alrededor del mundo. Necesitaba salir rápido de allí.
—¿Segura? ¿Alguien te molesta ahí adentro? ¿Necesitas dinero? ¿Estás comiendo? —Comenzó a bombardearla de preguntas sin dejar espacio para las respuestas.
—Rose… —suspiró, bajando la mirada—, te pedí que vengas pero no para hacer vida social o hablar de cómo la paso aquí… te lo pedí para decirte que estoy embarazada, tengo cinco meses y necesito que te hagas cargo del bebé cuando nazca. Prométeme que vas a cuidarlo como si fuera tuyo y, por favor, júrame que nunca le hablarás de mí.
Rose quedó atónita por el petitorio. Quería que criara al hijo del hombre que tanto daño le había hecho a su familia… ¿Hasta dónde iba a seguir creciendo el corazón de su hermana? Proteger a un ser que, por las circunstancias, bien podría deshacerse de él y hacer como si nunca hubiese existido; pero no, ella estaba rogando por un poco de amor para el hijo del desgraciado.
—Por favor. —Isabella rogó al verla dudar—. Él también lleva parte de mí —agregó para convencerla.
—Bella… —Rose suspiró y asintió derrotada. Era verdad, tenía ADN de su familia, solo esperaba que ese niño no tuviera ni una gota de parecido con los Volterra—. Te lo… juro. —Volvió a asentir para sí misma, convenciéndose de que era a su hermana a quien le haría aquel favor. Un niño… ¿ella cuidando de un bebé?—. ¿Cómo te has estado sintiendo?
—Maravillosa. Desde que supe de él me siento más ligera, tengo más ánimos y me cuido más. —Isabella acarició su pequeño vientre cubierto por la tela del mameluco que usaba como uniforme—. Nadie sabe de él y sé que no podré ocultarlo por mucho más tiempo, pero siento que debería ser así, no quiero exponerlo al peligro.
—¿Alguien te está lastimando? —Rose se alarmó y pegó un saltito en su asiento llamando la atención de las demás personas—. Dime quién y le diré a Emmett que…
—¡NO! —Isabella se alteró—. Afortunadamente, me ha tocado un pabellón un poco tranquilo. Están las asesinas pero son buenas. Mis dos compañeras de celda son agradables, me ofrecieron la cama más grande y tengo una colcha extra.
—Bella… te juro que no estarás mucho tiempo aquí. Verás a tu hijo crecer, tan solo ten un poco de paciencia.
—Rose, solo quiero que cuides de mi hijo. —Vio de reojo que uno de los guardias se acercaba a ella—. Ahora tengo que irme, pero te llamaré cuando vaya a nacer. Solo… cuídalo, ¿sí?
—Claro que sí, princesa. Cualquier cosa llama, te traje unos dulces y algunas cosas de aseo. Mamá te escribió una carta, más tarde te la darán. Te amo.
—Y yo a ti, hermanita. Gracias. —El guardia se acercó, le dio un par de toques en el hombro y la obligó a ponerse de pie.
Rose vio cómo su hermana pequeña se alejaba, escoltada por un hombre que en la puerta de salida le esposó las muñecas y con una última mirada desapareció. Sentía que su mundo se venía abajo. Había soñado con volverse loca por la noticia de ser tía, pero las circunstancias no le permitían celebrar como era debido, ya que su hermana estaba sufriendo por tener que separarse de su pequeño hijo y quién sabe por cuánto tiempo.
Aquel día, en la oscuridad de su celda, Isabella se permitió llorar desconsoladamente por la situación tan precaria que estaba viviendo. De la noche a la mañana todo su mundo se había desmoronado, se sentía abandonada. Lo único que tenía y, el tiempo se acortaba más y más, era a su pequeño bebé. Como percibiendo lo que su madre sentía, se hizo presente con un movimiento como diciéndole: «hey, mamá, no estás sola. Estoy aquí contigo».
Lágrimas de felicidad corrieron por sus mejillas, no estaba sola, por lo menos por cuatro meses más estaría con la mejor compañía que una madre podría tener: su hijo.
El tiempo transcurrió lentamente, cuando se dio cuenta, se encontraba en el séptimo mes de embarazo y su vientre había crecido considerablemente. Estaba muy emocionada, ese día, por primera vez, lo vería; sabría si era una pequeña o un pequeño. Cualquiera fuese el resultado, sería el niño más amado y consentido a pesar de que su madre no pertenecería a su vida.
La emoción la embargaba tanto, que a las 5 am, cuando una de las guardias pasó despertando a las internas para llevarlas a las duchas, ya estaba lista con su toalla e implementos de aseos.
Rosalie fue a visitarla cada día, sin embargo, se había negado a recibirla. Aun así, su hermana le había dejado unos cuantos dulces y cosas necesarias para su estado en la cárcel.
Isabella siguió silenciosamente a los guardias, llevaba la cabeza agachada y sus brazos rodeaban posesivamente sus pertenencias. Iba tan metida en sus pensamientos que no se percató en qué momento alguien alargó la pierna y la hizo tropezar. Torpemente, se puso de pie, ignorando el brusco movimiento que realizó su bebé y continuó caminando. Su vejiga estaba tan llena que apenas llegó a los baños corrió hacia un cubículo y entró dando un portazo por lo desesperada que se encontraba; hizo lo que le urgía y salió aliviada.
Todavía no estaba preparada para que supieran de su embarazo, así que apenas vio las miradas sobre ella, detuvo sus intenciones de quitarse el mameluco y subió la manga que ya estaba fuera.
Al recoger sus cosas no se dio cuenta que todas las presidiarias habían salido de las duchas y que quedaba ella sola.
Una fina tira de tela negra cubrió sus ojos, un par de robustos brazos le sujetaron los suyos y sintió cómo un puño se enterraba en su vientre, haciéndola soltar de un solo golpe el aire retenido; por más que quiso desprenderse del agarre para cubrir a su hijo, no pudo. Estaba indefensa y los golpes le provocaban fuertes dolores.
Las lágrimas descendieron mojando sus mejillas, no tenía ni una miserable pista de quiénes podrían estar haciéndole eso a su bebé. El aire se fue acabando, llegando al punto en que no pudo respirar porque la sangre en su nariz y boca se lo impedían. De repente, sintió una navaja atravesar su vientre una y otra vez… Lo único que hizo fue pensar en su bebé, en cómo le estaba fallando a su promesa de protegerlo.
Todo se volvió negro y entró a un mundo donde la esperaban sus padres y hermana; también podía ver a su cachorro y escuchar las risas de un niño. Estaba en el cielo, sin lugar a dudas.
.
En una clase de psicología que había tomado en la universidad, un profesor hizo una pregunta interesante: ¿un asesino nace o se hace?
Hubo muchas respuestas con teorías interesantes. Algunas tales como: depende de las circunstancias, otras afirmando que existe un gen que lleva a las personas a nacer con ese instinto; y por último la de Isabella, explicando que hay traumas que se desenvuelven a medida que el ser humano se va desarrollando y que eso provoca que la mentalidad de muchos cambie. Que hay algunas personas que no son capaces de sostener un revólver, pero con la adrenalina corriendo por su sistema y el sentido de perseverancia, se ciegan y hacen cualquier cosa que nunca han pensado en su vida hacer.
Teoría que ella confirmó cuando despertó en la habitación de un hospital, con su vientre herido, sin su hijo y sin tener a nadie a su lado porque a las visitas las tenía prohibida.
Su bebé ya no estaba con ella.
Y en ese momento, sintió algo que nunca había experimentado: el sentimiento de venganza. Realizó un juramento silencioso de matar a la maldita persona que había acabado con la vida de su hijo. Hacerla rogar hasta asegurarse que nunca más iba a respirar. Verla suplicar y no tener una pizca de remordimiento.
Lágrimas de dolor e impotencia corrían por sus mejillas. Solamente el médico, sin tacto alguno, estuvo a su lado para informarle que su bebé no había sobrevivido al ataque. Luego, unos detectives le preguntaron si tenía idea de quién había sido el atacante, pero Isabella no lo sabía. Los policías que se encontraban vigilándola no le daban ninguna información, haciendo que se exasperara.
.
Una semana después, Isabella al fin veía el sol del día, aunque era desde la ventana de una patrulla. Sin embargo, la emoción de la libertad o el sentimiento de sentir el aire libre correr por su piel, no estaban presentes. Para ella, la vida no existía. La misericordia de Dios se perdió en algún lugar del mundo… o ella quedó rezagada en el olvido.
Al llegar al lugar donde los últimos seis meses había sido su hogar, alcanzó a divisar a su hermana hablando de manera exasperada con unos hombres que la rodeaban y asentían a todo lo que decía, e imperceptiblemente, Isabella sonrió al sentir un familiar calor recorrer su cuerpo.
Rosalie era una persona de armas tomar, de temperamento fuerte y autoritaria. Trabajaba como gerente general en el hotel principal de Seattle, cuyos empleados hacían todo lo que salía de entre sus labios. Isabella amaba pasar sus ratos libres allí, su hermana se expresaba de una manera tan pasional que nadie sería capaz de negarle algo.
La patrulla, o mejor dicho, los cinco autos que la resguardaban, continuaron la ruta sin detenerse.
Rápidamente, una vez dentro de la cárcel, los policías la escoltaron hacia la enfermería de dicho lugar. Caminaba despacio porque sus heridas eran recientes y dolían como el infierno de tan solo respirar.
En la sala de enfermería, el doctor Black la ayudó a acostarse en la camilla. A él le daba tristeza aquella expresión vacía y sin vida que tenía Isabella. Ella era una muchacha alegre, saltarina, que exudaba entusiasmo; un ángel que tan solo los que verdaderamente estuvieron a su alrededor pudieron apreciarla en todo su esplendor.
Jacob Black había tenido la dicha de observarla, de lejos, cuando visitaba a su padre en el colegio donde trabajaba; allí la veía aunque fuese por cinco minutos y se alegraba el día.
—¿Estás cómoda? —Isabella asintió cerrando los ojos, mientras soltaba un sonoro suspiro.
El doctor rascó su cabeza antes de salir en busca de una manta. La temperatura había disminuido, su paciente tenía las defensas bajas y podía adquirir una fuerte gripe que empeoraría todo.
Al regreso, la encontró dormida profundamente y tuvo el privilegio de ver su rostro pacífico. La acobijó antes de ir a atender a otra reclusa.
.
—Buenas tardes. —Rosalie y un hombre vestido de terno -abogado más que seguro- ingresaron a la sala acompañados del director.
Rose había conseguido que Michael Newton les permitiera ver a Isabella, usando como pretexto la salud de esta.
El doctor Black dio media vuelta y asintió en forma de saludo. Dejó lo que estaba haciendo a un lado y salió de allí, no sin antes advertirles que no podían alterar a la muchacha.
—¡Mira cómo duerme, Emmett! —Rosalie soltó un sonido lastimero al verla dormida profundamente, pero con una mueca de dolor en sus labios; también tenía las manos hechas puños y fruncía el entrecejo en un intervalo de tiempo.
—Está dormida, Rose. Creo que será mejor venir otro día. —Emmett apretó el hombro de su esposa.
Él se había hecho a un lado con todo el caso, como su cuñada se lo pidió. Sabía que era inocente y viendo todo lo que estaba sucediendo, se metió de lleno a estudiar el caso, encontrando falencias en la defensa. Necesitaba saber la versión de Isabella, ya que ni siquiera había sido interrogada como era debido; se había acogido al silencio mientras su abogado llegaba, uno que no era particular, sino del estado porque ella lo prefirió así.
La primera declaración había sido la confesión de culpable, pero era justamente ahí donde se hallaban la mayoría de los errores. Algunos hechos simplemente no concordaban.
Rosalie miró incómoda a Emmett, si él volvía abrir la boca le daría un golpe, sin importarle que estaban frente al director o que se encontraban en una penitenciaría y meterla presa no costaría mucho.
—No debería hacer esto, pero los voy a dejar solos y darles media hora para que estén aquí —anunció Michael Newton.
—Mike, gracias por permitirnos estar aquí. —Rosalie le sonrió con cariño.
—De nada. Sabes que aprecio mucho a tu familia y a ella, creo en su inocencia, pero no puedo hacer mucho porque los que tienen la última palabra son los del jurado. Desgraciadamente. Bueno, los dejo solos, afuera hay un guardia. —Michael hizo una mueca—. Es el protocolo. Cualquier cosa, estoy en mi oficina. —Asintió antes de salir de la sala de enfermería. Emmett suspiró y miró fijamente a su esposa, sabía que nada podría hacerla cambiar de idea.
—Si no aprovechamos en acorralarla, es capaz de negarnos las visitas. ¿Ya no recuerdas cómo llegó mi madre a casa porque la rechazó?
Emmett sacudió la cabeza dándole la razón. Entre las hermanas Swan no se sabía cuál era la más terca y orgullosa, parecía que ambas competían por tener la delantera.
—Despiértala —la retó—, cuando lo logres, cantemos victoria si no nos echa de aquí.
La mujer suspiró sonoramente mientras acercaba su mano para sacudirla, primero de manera lenta y luego más fuerte porque parecía que estaba sedada.
—¡Diablos! —gruñó la rubia—. Isabella Marie Swan, despierta en este preciso momento antes de que te dé con un almohadazo en la cabeza. Ganas no me faltan.
Isabella gruñó y posó una de sus manos sobre su vientre, al sentirlo plano y vacío, abrió los ojos de golpe, jadeando. Gruesas lágrimas comenzaron a caer por sus pálidas mejillas. No había soñado la pesadilla, había estado viviéndola.
Con los ojos cerrados fuertemente, sus quejidos aumentaron de volumen y no los pudo controlar. Rosalie comprendió lo que Charlie le había dicho, acerca de que Bella podría estar sumida en depresión.
—Shhh... —siseó Rosalie, sosteniéndola entre sus brazos—. Cálmate, nena. Te hace daño alterarte.
—Rose... —Isabella se aferró a ella como si fuera su tabla de salvación—. Mi bebé. Iba a ser una niña... ¿l-lo sabías?
—Sí, corazón. Estuve pendiente de ti, pero no me permitieron verte. Papá y mamá también intentaron estar allí.
—Los necesito tanto... —chilló más fuerte—. Pero... —Bella manoteó las lágrimas y absorbió antes de alzar sus ojos hinchados y sin vida hacia Rose, quien se estremeció; nunca había visto tanta determinación en sus expresiones como en ese momento, era una Isabella completamente distinta a la que ingresó a ese lugar hacía casi siete meses atrás.
Le dio miedo, porque así como existía la dulce Bella también estaba la vengativa, la que no se quedaba de brazos cruzados y la que hacía pagar a cada persona por los daños hechos…
—Bella, queremos que nos cuentes bien lo que sucedió. —Emmett arrastró una silla hasta estar al pie de la camilla—. He revisado cada palabra del expediente y hay muchos, demasiados diría yo, huecos, falencias y descoordinación en tu confesión.
—¿Y mi abogado? —Enojada, miró a Rosalie, quien se encogió de hombros y señaló hacia su esposo—. Quiero mi antiguo abogado.
—Despedí a ese incompetente. Y como no quieres que sea un abogado particular... Emmett se ofreció. Él no es particular, él pertenece a la familia.
Sin embargo, Rosalie estaba resignada a que si Isabella rechazaba, otra vez, la ayuda de su esposo, no podía forzarla y tan solo le quedaba estar a su lado apoyando todas las decisiones que tomara.
Sorprendentemente, Isabella no se opuso, tan solo se acomodó mejor en la camilla, mirando fijamente a su cuñado. Soltó un pesado suspiro y asintió, resignándose; sabía de primera mano que Rose no se quedaría de brazos cruzados y haría cualquier cosa para que tuviera una defensa mejor.Pero, ¿cuándo existe la justicia? Al parecer, la «justicia» solo era para aquellos que se dedicaban a hacer el mal, a ellos les iba mejor. Quizás ser un criminal era la clave para que todo marchara como debería ser.
—Necesito que me digas todo, absolutamente todo lo que sucedió ese día. —Emmett activó su modo abogado mientras sacaba de su chaqueta una grabadora plateada y en forma de lapicero. No quería perderse ningún detalle.
—¿Qué quieres que te diga, Emmett? —Isabella gruñó mientras se deshacía del brazo en el que Rosalie la había encerrado—. Felix —tragó grueso—, él estaba discutiendo conmigo porque no quería cambiar el testamento. Me enojé, no pude controlarme y lo empujé desde la quebrada. Listo. Murió.
Rosalie y Emmett se quedaron mirando entre ellos, comunicándose. Sabían perfectamente que esa era parte de la mentira en la que el antiguo abogado la había forzado a decir. No era lo que querían escuchar. El hombre se levantó de su asiento en un suspiro mientras detenía la grabación.
—¡Eso es mentira! —gruñó Rosalie, poniéndose de pie y ubicando las manos en forma de jarra en su cadera—. Si quisiéramos esa mentira solo tendríamos que leer una vez más tu confesión. ¿Sabes que es penado jugar con la ley? Estás metiéndote en un gran lío.
—¡Está bien! ¡Está bien! —Isabella rugió, hundiéndose más entre las sábanas de la camilla. Con los ojos húmedos y brillosos abrió la boca, pero de allí solo salió un gemido lastimoso. De dolor. Le dolía su alma más que las heridas que surcaban su vientre.
Después de que pudo controlarse, tan solo un poco, volvió a abrir sus labios para, por primera vez en meses, decir lo que no se atrevía. De tan solo acordarse de esos momentos que eran vagos en su mente, las lágrimas salían descontroladas de sus ojos.
—Voy a decirles, pero por favor, no me pidan detalles. Aborrezco todo lo que tenga que ver con esos recuerdos, ¿entendido? —Ambos asintieron y de forma automática, y se podría decir coordinada, se sentaron con los ojos abiertos como platos, prestando atención a cualquier palabra que ella dijera. Lo que hizo, por primera vez, reír a Isabella—. ¿No tienes que grabarlo, Emmett? —Todos soltaron risillas y él inició la grabación.
Aunque no deseaba recordar, imágenes de aquella noche llegaron a su mente. Cómo Felix le llevó el desayuno ese día a la cama después de haber hecho el amor mañanero, como lo denominaban; cómo habían desayunado entre caricias y bromas por parte de ambos; cómo el cabello del que era su esposo caía por sus ojos y ella solucionó el problema retocándolo con amor y ternura…
Sacudió la cabeza, dispersando aquellas imágenes de su mente. Miró con odio y dolor a su hermana, mas esa mirada no iba dirigida a Rosalie, sino a sus terribles y mortíferos recuerdos.
—Podemos dejar esto para otro día. —La mujer la reconfortó jalándola a sus brazos.
—No, ahora. Antes de que me arrepienta. —Intentó sonreír pero le fue imposible—. Ese día habíamos pasado la mañana en la cama, hacía mucho frío y yo estaba perezosa. Creí que era mejor que le dijera lo del testamento que había hecho antes de que nos casáramos, tenía como una especie de cargo de consciencia por quedarme callada; así que se lo dije. Él creyó que yo estaba bromeando, pero se enojó cuando de debajo de la cama saqué la carpeta. Me dijo que necesitaba pensar. —Las lágrimas le nublaban la visión, lo único que veía era la silueta distorsionada de su cuñado.
Cerró los ojos dejándose llevar por aquellos recuerdos que deseaba borrar de su cabeza...
Isabella vio cómo Felix salió de la habitación hecho una fiera. Por un momento tuvo miedo, pero después se dijo que quizás él tan solo necesitaba pensar.
Ella no estaba acostumbrada a dar información de cada paso o cosa que hacía en su vida, pero creía necesario hacerlo con Felix, ya que se había convertido en su esposo. Sentía que lo había defraudado desde antes de haberse convertido en familia.
No lo fue a buscar porque sabía a la perfección que cuando iban a la cabaña de La Push, a él le gustaba dar una vuelta en el yate que Charlie, el padre de Isabella, les había regalado por su matrimonio.
La joven se tiró de espalda contra las almohadas, decidida a dormir un poco más y con la certeza de que al despertarse las cosas se solucionarían entre ellos.
Aunque no era como si lo fuera a dejar en la calle. Estaba su seguro de vida y una mensualidad permanente, además del trabajo fijo que tenía en uno de los hoteles de su familia. No estaba para nada desamparado.
Con la idea de hacerle ver la realidad de todo, cerró los ojos para descansar un poco más; entre la universidad, el trabajo y el acogedor departamento, estaba agotando todas sus resistencias. Creyó que había hecho lo mejor tomando la decisión de no tener hijos hasta que se librara de las clases, no deseaba poner otra carga más sobre sus hombros o los de su esposo y tampoco quería que su padre le siguiera poniendo objeciones a Felix.
Abrió los ojos, el día estaba nublado y lluvioso. Miró desorientada al buró donde se hallaba el reloj, iban a ser la una del mediodía y su estómago pidió comida. Se levantó y, después de hacer una rápida visita al baño, fue a prepararse algo para almorzar.
Se le hizo raro que Felix aún no hubiese llegado a la casa, pero rápidamente reemplazó ese presentimiento de que algo estaba por ocurrir con el pensamiento de que necesitaba más tiempo.
Una vez que terminó su comida, dejó los platos en el fregadero y fue a buscar un pantalón y una campera para recorrer un poco los alrededores.
Le gustaba ir hacia la reserva donde estaba el paradero turístico «Swan&Quileutes» para ver cómo marchaban las cosas, aprovechando que su esposo no estaba en la cabaña, ya que él odiaba que ella se encargara de trabajo extra y se suponía que habían ido a pasar el fin de semana.
Al abrir la puerta, se encontró con Felix mojado por la lluvia que había empezado a caer desde hacía poco; sus ojos resplandecían y parecían salirse de sus órbitas. Retrocedió por la energía que emanaba y él sonrió de una manera tan extraña que la hizo estremecer.
—He tomado una decisión —anunció el hombre mientras ingresaba a la cabaña y cerraba la puerta—. Vamos a tener un hijo.
—¿Ah? —jadeó, incrédula.
—Que a partir de ahora tú harás lo que yo mande. Quiero tener un hijo, dejarás la universidad para dedicarte a él y también dejarás tu trabajo —gruñó asechándola—. Quita esa cara de idiota, entiendes muy bien lo que te estoy diciendo porque no eres ninguna retardada. ¿Entendiste?
—¡Estás completamente loco si piensas que voy a hacerte caso! —gritó encolerizada por lo que había escuchado.
Isabella cerró y abrió varias veces los puños que picaban por golpearlo en el rostro que tanto se cuidaba. Sabía que iban a tener peleas, como toda pareja común y corriente pero, ¿por eso? ¿Por algo tan material? ¿Dónde quedaba el amor que él juró delante del juez y del sacerdote? Se dijeron los votos, se suponían que eran sinceros.
—Lo harás. —Felix la cogió el brazo y lo apretó—. Nunca más vuelvas a hablarme de esa manera altanera. Soy tu marido, así que merezco respeto.
Su mirada era fría y estaba fuera de control, tal como su voz. Ella tragó grueso pero aun así no permitió que viera miedo en sus ojos, aunque por dentro se estaba muriendo.
—¡Suéltame! —Tiró rudamente de su brazo—. Escúchame bien, Felix Volterra, nunca más en tu vida vuelvas a poner un dedo en mí, porque me vas a conocer. Te puedo hundir y destruir. Eso lo sabes perfectamente.
—¡Mierda! —rugió.
Y alzó la mano para darle un golpe.
La castaña observó todo en cámara lenta. Vio cuando el brazo de su esposo poco a poco se fue alzando y cómo el puño se acercaba con fuerza para estrellarse contra su mejilla.
Isabella le regresó la mirada llena de odio y corrió a encerrarse en su habitación. Estaba perdida, no sabía qué hacer. Y tenía mucho miedo. Miedo de que si salía él la estuviera esperando para hacerle algo más.
No podía decir cuánto tiempo pasó encerrada, debido a que una vez que tocó la cama trató de que su cerebro se desconectara. No deseaba pensar. No quería hacer absolutamente nada más que desaparecer del mundo.
Llevó las rodillas a su pecho y así se quedó, meciéndose y mirando fijamente hacia la puerta mientras las lágrimas caían por sus mejillas que escocían por el golpe. Seguro que mañana amanecería con un moretón.
Sin embargo, eso no era lo que le dolía, sino lo estúpida que había sido en casarse con él. Nunca le vio conducta agresiva, es más, él era pacífico y siempre andaba con una sonrisa entre sus labios. Eso fue lo que más la enamoró, su sonrisa ladina y su manera de ser.
Había defraudado a su familiar, a su padre que a pesar de todo hizo lo imposible por incluirlo en la familia, por aceptarlo y peleó con Rose y Renée para que le dieran una oportunidad. Se sentía abochornada por todo lo que sucedía… tan solo quería el divorcio. No quería saber nunca más de él.
—¿Bella? —Golpeó la puerta y habló con su dulce tono, poniendo sus sentidos alerta.
—¡Vete!
—Lo siento, nena. Perdóname. Nunca más volverá a pasar. —Su melancólico tono no la quebrantaría, ya no deseaba nada de él, solamente que se fuera.
—¡No quiero verte! —siseó Isabella entre dientes.
Escuchó un suave suspiro y unos pasos alejarse de la puerta. Entonces pudo relajarse un poco para luego sentir sus músculos tensionados, se estiró en la cama y se cubrió con el edredón; pero se sobresaltó al escuchar unos toques suaves.
—Nena, por favor, hablemos. Lo siento, ¿sí? —Suspiró—. Abre para poder conversar.
—¡No! —La voz de ella estaba ronca por el llanto—. ¡Vete! No tengo nada que hablar contigo, espera por mis abogados.
—Necesitamos hablar, lo sabes. No te apresures. Hagamos algo, ¿está bien? —Tarareó en respuesta—. Bien, hablemos y si después sigues con esas ideas locas de querer divorciarte, no me opondré.
Las traicioneras piernas de la joven no obedecieron la orden del cerebro en quedarse quietas y la llevaron hasta la puerta. Abrió rápidamente y corrió hacia la cama a resguardarme con el edredón como si fuera una fortaleza donde nadie penetraría.
Felix ingresó a la habitación con una bandeja en la que había un par de vasos con jugo de naranja y un plato con galletas, sonriéndole amigablemente cuando ella deslizó su mirada desde la charola a su rostro. Los ojos de él estaban enrojecidos, pero no precisamente por el llanto. No. Eran como si estuviese drogado. Isabella había visto personas así cuando realizó las prácticas en la universidad de sociología.
Se estremeció. No quería absolutamente nada de él, ni que la mirara.
—Perdóname, nena. —Se arrodilló al pie de la cama, tratando de acercarse a su esposa.
—Vete. —La voz de ella ya no era ruda, tenía que ser suave para que él no volviera a atacarla. En su mente, Isabella recreaba todas las rutas por las que podría correr para llegar a la reserva, una vez allí, él no podría alcanzarla—. No quiero razonar, tan solo quiero que me dejes en paz.
—Bebe este jugo para que te calmes, está recién exprimido. —Le tendió el vaso, el cual tomó un poco desconfiada. Le sonrió levemente para no despertar sospechas y bebió un trago antes de volcarlo sobre el edredón y salir corriendo rápidamente.
…
Isabella le regresó su mirada perdida a Emmett. Su relato parecía el capítulo de alguna novela en la que era protagonista.
—Desde ahí no recuerdo mucho. —Su voz era distante—. A veces tengo como especie de recuerdos. Algunos donde estoy parada frente a Felix, forzando. Otros, donde estoy descalza y empujo algo, pero estoy segura que no fue un cuerpo. Dicen que lo tiré por la quebrada, pero eso no es lo que recuerdo.
—Pero, ¿estás segura de que no lo empujaste? —preguntó Emmett, cautelosamente.
—No, yo no lo empujé. Nunca corrí hacia la quebrada porque para ir a la reserva hay que tomar el camino que se encuentra detrás de la cabaña y ese era el que había elegido.
—Está bien. —Emmett sacudió la cabeza. El caso era más complejo de lo que pensaba—. Pediré que vuelvan a revisar la cabaña, por lo que me contaste, él te drogó. Debe haber jugo de naranja derramado porque Charlie no envió a limpiar nada del lugar.
En los ojos de Emmett no había muchas esperanzas, Isabella vio cómo él trataba de huirle a su mirada porque lo conocía a la perfección y sabía cada pensamiento de él con tan solo observar sus ojos o el brillo de estos.
—Sé sincero, Emmett, ¿qué esperanzas hay?
—En realidad, no muchas. Podría hacer que te cambien de pabellón, te bajen la condena. Pero... —hizo una mueca—, sacarte de aquí, lo dudo.
—¡Emmett! —Intervino Rosalie, enfadada con él por decir esas cosas.
—No, Rose; eso es lo que necesitaba saber. —Isabella movió sus manos hacia las de su hermana—. Muchas gracias por estar conmigo a pesar de que he sido una perra con ustedes.
—Tienes tus razones. —Rose enseguida buscó confortarla, dándole un caluroso abrazo.
Estuvieron los pocos minutos que sobraron conversando acerca de cómo se manejaría la defensa desde ese día. Emmett prometió llevarle algunos libros de derecho penal para que pudiera estudiarlos. Trabajarían como un equipo, con la condición de que ella permitiera las visitas de su madre.
Los días que Isabella estuvo en la enfermería forjó una gran amistad con el doctor Black, quien la hacía hablar mucho, cosa que ella agradecía porque así mantenía su mente ocupada en otras cosas. Jacob resultó ser un hombre jovial, alegre y que no temía trabajar en la cárcel. La ayudó a sentirse reconfortada y también útil porque siempre le encontraba una actividad para hacer, así fuera cortar pedazos de gaza que no eran necesitados, o contar cuántas banditas había disponibles; para ella era muy gratificante. Fue como su terapia para soportar cada segundo dentro.
.
«El Descuartizador aparece en escena», rezaba el título de la noticia principal del periódico que le había llevado Emmett para que viera cómo se hablaba esperanzadoramente de su pronta libertad.
«El día de ayer fue encontrado el cuerpo de una mujer en un hostal de paso a las afueras de Seattle. Un vecino de la habitación reportó a la policía que se escucharon gritos y jadeos a través de la puerta. "Estoy de pasada en un viaje por carretera, buscando inspiración para nueva música; cuando pasé a mi habitación oí sonidos de sexo pero no le presté atención. Después de una hora, aproximadamente, escuché que la mujer gritaba pidiendo auxilio. Mientras llamé a la policía y le notificaba a la encargada, el tipo escapó", contó el testigo clave.
El asesino se encargó de esconder muy bien las pistas, una vez más, burlándose de la policía especializada en casos de este tipo.
La mujer fue encontrada degollada, tenía cortes en las piernas y el torso; también sus pezones estaban desprendidos por una mordida.
La policía encontró la identificación de la mujer, la cual era prostituta. Una compañera, que no quiso identificarse, le contó a los agentes que se había ido con un cliente, pero nunca le vio el rostro porque el hombre no se bajó de su vehículo, una camioneta Chevrolet roja y antigua.
Los agentes están seguros que, luego de casi un par de años sin aparecer en escena, es el Descuartizador el protagonista de aquel asesinato, debido a que una de sus firmas es incendiar la habitación donde deja abandonado el cadáver».
Horrorizada por todo lo que había leído, alzó la mirada con los ojos abiertos extremadamente. No entendía cómo una persona podía matar fríamente. El corazón del ser humano era más traicionero que el de los animales, eso lo sabía perfectamente, y no solo ella, sino todo aquel que ha sentido la decepción hacia alguien.
Contuvo el aliento porque hacía una semana se había jurado que acabaría con la persona que fue capaz de lastimar a su bebé. Aquel sentimiento aún seguía arraigado en su corazón y sabía perfectamente que no saldría fácilmente. No hasta que vengara la muerte de su pequeña.
Jacob interpretó muy mal el silencio, el dolor y la desesperación que se asomaban en el brillo de su mirada. Un brillo que había cambiado radicalmente y que él deseaba volver a ser testigo algún día.
—¿Qué sucede? —preguntó un poco preocupado.
—Nada, solo leía un artículo sobre este asesino. —Alzo el periódico y le señaló la foto de un retrato que había hecho una víctima que logró escapar tiempo atrás.
—¿Aún no agarran al tipo? —Jacob soltó un aliviado y sonoro suspiro por haber malinterpretado el repentino silencio. Isabella alzó la mirada un poco confundida, sin saber lo que estaba pasando por la mente de él.
En poco tiempo se habían hecho amigos y se acompañaban mutuamente, ya que eran muy pocas las personas que pasaban por allí. Se podría decir que Isabella era la paciente con más tiempo internada que había visto en un año.
—¿Tiene tiempo este caso? —Los inmensos ojos chocolates lo observaron intensamente, causando que el doctor, intimidado, desviase la mirada. Como respuesta a ese gesto, la reclusa soltó una sincera y deliciosa carcajada mientras se tiraba de espaldas entre las almohadas.
Jacob no encontraba el motivo de esa reacción, pero deseaba saberlo porque cualquier cosa que la hiciera reír y ser feliz, lo hacía también a él.
—¿De qué te burlas? —Entrecerró los ojos, simulando estar enojado.
—¡Te sonrojaste! —Isabella limpió una lágrima que bajaba por su mejilla. No era cualquier gota salada... era una de alegría, sin razón aparente, pero la llenaba; necesitaba esa descarga después de tanto tiempo.
—¿Será que los seres humanos tenemos sangre? —Jacob fingió indignación. Bella puso los ojos en blanco y sonrió tenuemente.
—Lo siento. —Se mordió el labio, tratando de no reírse. Repentinamente le había dado un ataque de risa—. El periódico... —señaló.
—Te la dejaré pasar. Por hoy. —Le hizo una señal apuntando sus ojos y luego a ella—. Sí, lleva más de diez años con lo mismo.
—Pobres chicas... —Miró fijamente el identikit. El tipo era guapo, tenía una cicatriz en la mejilla izquierda, el cabello corto y la barba le daba un toque sexy, salvo aquellos ojos vacíos que parecían estudiarla.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, sentía como si el asesino estuviera observándola a través del periódico. Pero no era de miedo, sino una repentina atracción y curiosidad que se había apoderado de ella.
—En diez años lleva diez asesinatos, aunque también le atribuyen unos cuantos antes de esa fecha. Se presume que el hombre ronda entre los cuarenta y cincuenta. —El médico se encogió de hombros dando por zanjado el tema. El hecho de que trabajara en una cárcel no quería decir que le gustara hablar sobre crímenes, hasta ese punto su morbo no llegaba. Tenía un límite, el cual estaba pasándolo y no quería continuar.
Aunque para Isabella el tema no estaba terminado. Se interesaba mucho por el comportamiento humano y la manera de vivir; cómo influye el medio entre las personas y qué cosas hacen que los seres humanos cambien de parecer. Muchas veces había estado en silencio estudiando a cada reclusa a su alrededor. Sabía con quiénes refugiarse y a quiénes evitar.
Así que dejó pasar, por ese momento, su curiosidad. Y poniendo de pretexto que estaba un poco adolorida, se acomodó en su camilla para descansar, pensando en que pronto, cuando estuviera de regreso a los pasillos de la prisión, sabría quiénes fueron las involucradas en el ataque que sufrió.
.
—Necesito el dinero que me prometiste. —La voz era de una de sus compañeras de celda, pero no lograba distinguir de cuál de las dos; así que continuó con los ojos cerrados y respirando acompasadamente como si estuviera dormida. Moría de la curiosidad de saber de qué dinero hablaban—. Victoria también lo quiere.
—No lo ha enviado. Solamente mandó una nota diciendo que pagaría el día que esté muerta y con pruebas —susurró la otra reclusa.
Más o menos reconocía las voces, pero aún no estaba segura.
—¡No jodas, manos de tijeras! —gruñó la otra mujer, descifrando las identidades—. Tú me lo prometiste, hiciste un trato de palabra. ¡Te estás guardando el dinero!
—Shhh… ¡No me estoy guardando ningún dinero! Te lo juro, Carmen, él me dijo que tenía que matar a Isabella y luego nos enviaba el dinero. Pero no lo hicimos y yo no sabía que estaba embarazada, cuando me di cuenta era demasiado tarde.
A medida que iba escuchando la conversación de las mujeres, su corazón latía con más fuerza. Isabella luchaba contra todo, especialmente, contra la idea de matar a Alice y su compañera.
Estaba asombrada de cómo había podido mantener su respiración: pausada y tranquila; pero lo que más le impresionaba era la manera en que ellas hablaban de la vida de las personas como si estuvieran teniendo una discusión acerca del clima.
Era estremecedor.
Estar acostada y calmar sus instintos fue todo un reto. Tenía que poner la mente en blanco y apagar el interruptor de los sentimientos, algo que le estaba costando pero que debía lograr. Por su bebé. Por su adorada hija que no había logrado ver la luz del día ni el anochecer.
—Vámonos. Parece que ella no despertará y nosotras ya hemos cumplido viniendo —dijo Alice en tono despectivo.
—Aquí hay algo que nos puede servir —susurró Carmen, acercándose al escritorio del médico y agarrando una tableta de pastillas marcadas como relajante muscular que se hallaba al lado del bloc de recetario.
Al sentirlas un poco alejadas, Isabella se aventuró a abrir un ojo en el preciso instante que ambas metían lo que habían robado a sus bolsillos.
Poco a poco y sin muchos miramientos, su plan fue tomando forma en su mente. Tenía que hacer pagar a todos los que estaban implicados. Deberían sufrir de la misma manera en que su hija lo hizo.
.
Esta historia la vengo desarrollando desde hace mucho y lo más probable es que no escriba nada hasta que la termine por completo; será corta, tan solo cinco capítulos. Así que, feliz de mostrárselas y enormemente contenta de recibir sus comentarios diciéndome qué les pareció.
Muchas gracias como siempre a mi loca personal, Sool, por ayudar y presionar, y... faringerear junto a mí con estos personajes completamente distintos. Esta es la sorpresa de la que hablábamos el otra vez ;)
Besos, hasta la próxima.
