La sombra de una mano conocida

El contacto con su piel le hizo cerrar los ojos. El agradable y cálido fluir del chakra por sus cansados músculos destensó la postura, y los dedos vendados se abrieron, como una flor gentil bajo el sol de la primavera. Ella no sólo lo acariciaba con sus palmas suaves, sino que penetraba con su tibieza hasta los maltratados nervios y los huesos desgastados. Ella recomponía, ordenaba, tensaba... pero también lo mimó con dulzura, pues sabía de la historia que latía bajo aquel magullado cuerpo.

No fue hasta que ascendió al codo que se dio cuenta de que él tenía los ojos cerrados. Cariñosamente, esbozando una sonrisa, siguió con su tarea a tientas, mientras no cesaba de mirar su rostro fijamente. Cuán diferente le parecía ahora, visto de cerca. Cuán distinto a aquel niño que la abordara, años atrás, pidiéndole una cita. El simple recuerdo hizo que se estremeciera: qué raro se le presentó en aquel momento, y qué disgusto le provocaban sus ademanes, sus cejas enormes, sus ojos redondos mirándola con deleite...

Ahora lo observaba allí callado, concentrado y quieto, pequeñas arrugas apareciendo y desapareciendo entre las cejas con cada movimiento; su vida bullendo bajo las manos... Con esa respiración profunda y rítmica, y el aliento moviendo los largos mechones rosas de ella... Sakura también cerró los ojos brevemente, notándolo acunar así el cabello rosa contra su rostro, como si de algún modo fantasmal la acariciara...

Cuando abrió los ojos de nuevo, sus manos le dijeron que el brazo del muchacho ya estaba sanado. Qué susto se había llevado horas antes, cuando lo había notado quebrarse y ceder contra su brutal puñetazo enguantado. Le vino a la mente entonces aquella monstruosa arena que lo hiciera añicos años atrás, y las manos de Kakashi-sensei reteniéndola de correr hacia él. Lee había caído de rodillas ante ella tras recibir el golpe, con una concentrada mueca de dolor enmascarándole el moreno rostro.

Sakura corrió hacia él, alarmada y profundamente arrepentida.

— ¡Lo siento! — Gritó, arrojándose al suelo junto a él e inclinándose sobre la figura encogida —. ¡Lo siento mucho, Lee-san! Aún no controlo del todo esta fuerza estúpida...

Lee alzó su vista dolorida, y sonrió entre el flequillo húmedo que le ensombrecía la mirada. Llevaban varios meses entrenando y estaban dando sus frutos: él potenciaba el taijutsu de la kunoichi, y ella lo ayudaba a ser más consciente de cómo proteger los puntos vulnerables de su cuerpo.

Tsunade se lo había ordenado entonces, riñéndolos a pesar de que ya no eran unos niños. Con el ceño fruncido y un puño apretado, les reprochó el confiar demasiado en su fuerza y velocidad, olvidándose de la destreza y concentración. Había multitud de impresos informando de los numerosos daños materiales que quedaban tras las peleas en las misiones de Sakura, pues se apoyaba demasiado en la fuerza destructiva de sus puños. Los entrenamientos con el joven shinobi estaban enseñándola a esquivar, ejecutar golpes tácticos y potenciar la velocidad y las técnicas cuerpo a cuerpo. Lee, por su parte, remataba demasiadas veces sus misiones ingresado en el hospital: La vida del ninja resultaba demasiado difícil para un practicante de taijutsu tan sólo. Sakura lo hacía consciente de su debilidad, pero también de su destreza para protegerse.

Aunque Lee sabía que cuando Sakura llevaba más de tres horas entrenando cuerpo a cuerpo perdía los estribos si no lo había golpeado ni una sola vez. Y él la provocaba, divertido, sonriendo y parándose para citarla. Y le parecía tan hermosa cuando se enfadaba que a veces perdía el pie... Como hoy.

Malditas piedras... cómo le dolía el brazo. Cuando se atrevió a moverlo, comprobó que no podía: estaba decididamente roto. Pero aunque dolía como mil demonios, ahogó el gemido en la garganta para no alarmar a Sakura. Así que, sudando con violencia, esbozó su sonrisa y alzó el pulgar de su brazo sano.

— Pero la maniobra ha estado muy bien, Sakura-san — animó a la joven, asintiendo con pasión —. Excelente apoyo del pie derecho antes del salto...

— Trae acá — dijo Sakura, decidida, alcanzando con delicadeza el brazo de Lee, cruzado contra el abdomen del muchacho. Él lo tendió con lentitud, apretando los dientes.

Cuando Sakura descubrió el brazo de manga y vendas, lo encontró completamente amoratado. Un examen rápido se lo confirmó: además del hueso, Lee tenía vasos y tendones desgarrados. Debía sufrir terriblemente, pues el golpe ya había hinchado el brazo hasta impedir que se doblara por el codo. Pensar en el dolor de Lee hizo que Sakura se estremeciera en un escalofrío, y lágrimas de furia, arrepentimiento y tristeza se le asomaron a los ojos. Ella agachó la mirada rápidamente, intentando disiparlas parpadeando y aplicó sus manos al brazo quebrado.

Pero el maltrecho cuerpo de Lee, maltratado por el taijutsu extremo y castigado por las muchas heridas que ya hubo de curar, no era nada fácil de recomponer. Para cuando logró ensamblar los vasos y disolver el enorme hematoma, anochecía y comenzaban a asomarse las luciérnagas.

— Déjalo, Sakura-san — pidió Lee dulcemente —. Puedo llegarme en un momento al hospital con lo que ya me has curado. Muchas gracias por tu interés, pero no malgastes más chakra...

— Cuando era pequeña — le interrumpió ella aún con la mirada baja y las manos aplicadas al brazo — rompí el jarrón favorito de mi madre mientras corría por casa jugando a kunoichi. Mi madre me sentó en el centro de la sala con todos los fragmentos y un tubo de pegamento... — una gota de sudor se deslizó desde la sien de Sakura hasta su barbilla, el entrenamiento unido al enorme esfuerzo sanador le habían arrancado ya casi todo su chakra — tomó el tubo y, mientras me pedía que recompusiera la pieza, escribió algo en la etiqueta con un gran rotulador negro.

" Yo tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no veía prácticamente nada — una lágrima, en ese mismo momento, se escapó de sus ojos inundados. Pero como era de noche y estaba inclinada, no le importó —. Aquella misma noche, cuando terminé el trabajo, mi madre se inclinó hacia mí. "Estoy orgullosa de ti, mi pequeña". Me dio un beso y devolvió a mi mano el pegamento. Sólo entonces me di cuenta de que había escrito "Responsabilidad"...

Lee sonrió cálidamente. Su brazo sano estuvo preparado para sostener a una Sakura inconsciente.

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Así, cuando Sakura despertó, se encontró gentilmente tendida en una cama impecable. Había velas encendidas en las mesitas de la estancia, la cortina y la persiana de la terraza estaban cerradas. Alguien trasteaba en la habitación de al lado, y los números que brotaban de esa voz le confirmaron que era Lee. Y así Sakura, aunque no sabía ni qué hora era ni donde estaba, se dio la vuelta y se quedó dormida.

No pasó mucho tiempo antes de que despertase de nuevo. Un agradable olor a comida le recordó cuánto llevaba sin comer, así que se incorporó y puso los pies en el suelo de estera. Encontró un par de zapatillas, pulcramente alineadas, preparadas para ella.

Bebió de una jarra de agua fresca que estaba dispuesta en la mesilla, vertiendo el líquido en un vaso al que habían escarchado azúcar en los bordes, y notó cómo sabía suavemente a mandarinas. "Azúcar y cítricos" recordó sonriendo, con el vidrio apretado entre las manos, "remedio para las agujetas, y las carencias vitaminales después de un combate".

Había un zapato trabado entre la puerta y el dintel, pues las velas se habían consumido, que dejaba entrar la cantidad exacta de luz para desenvolverse. Abrumada por estos detalles, salió en silencio.

La salita estaba tan escrupulosamente ordenada y limpia como la habitación, aunque quizá demasiado iluminada para sus ojos recién despiertos. Las paredes estaban pintadas en blanco, y aquí y allá había incrustadas brillantes anillas y barras de acero. Una mesa baja, dos cojines en el suelo, un pequeño estéreo y un futón doblado, todos en gris y blanco, se distribuían en la estancia con discreción. Sobre el escritorio, la única pieza caótica de la sala: una corchera, que se intuía de fondo gris pálido; tan cubierta de fotografías, recortes, fragmentos de cuaderno, notas, dibujos e incluso hermosas facturas (las de la tienda de Ino tenían orquídeas y las orillas doradas) que algunas imágenes se salían de sus bordes y estaban pegadas a paredes y estanterías. Un portafotos reposaba bocabajo en la mesa, donde se apilaban ordenadamente montones de libretas de tapas verdes.

Buscando más allá del mostrador que separaba la salita de la cocina, a través del vapor que despedía la olla y el lento humear del arroz en el termo, por sobre la encimera, en la ventana que se abría entre la blanca cerámica sobre el fregadero, Sakura vio una parte de la espalda de Lee. El fragmento que le permitían ver la ventana y el cabestrillo cruzado abarcaba desde la nuca hasta casi la cintura, cruzado por la venda.

Sakura observó por un momento aquellos músculos fibrosos deslizarse bajo la piel morena mientras él frotaba una toalla por su cabello con suavidad, casi con deleite, usando el brazo sano. De repente, y en una profunda inspiración, aquellos hombros fuertes se ensancharon y Lee dejó que la toalla se deslizase de su cabeza a su regazo y se echó hacia atrás, apoyándose en el brazo. Los omóplatos se revelaron, afilados, enmarcando la compacta espalda, permitiendo a las pocas gotas que caían de su cabello trazar un camino brillante por la espina dorsal.

Sakura parpadeó ¿Cuánto tiempo había estado mirando? Carraspeó con suavidad, sacudiéndose el encanto, y pensó en algo que decir. Esperó a sentir el rubor desaparecer de su rostro (las orejas aún le ardían), esbozó su sonrisa más inocente y cruzó los pies.

— Huele de mil maravillas — dijo entrecortadamente, y su voz le hizo sentirse tan tonta que volvió a sonrojarse. Estúpida...

Lee se dio la vuelta de inmediato, y su sonrisa se iluminó más allá del alféizar. Ágilmente, apoyando el brazo en el marco de la ventana, compactó el cuerpo y de un solo salto aterrizó en el suelo de la cocina. Sonriendo aún, se sonrojó de repente bajo el cabello húmedo. Ante la mirada ahora divertida de Sakura, se agachó bajo el mostrador de golpe y luchó con su camiseta intentando ponérsela con una sola mano y profundamente avergonzado.

— Lo siento... Sa... Sakura-san — y dijo algo más, pero tenía el rostro tapado por la prenda mientras agitaba inútilmente el brazo en el aire, hecho un lío.

— No pasa nada, Lee-San — contestó ella. Su rubor se había convertido en risa —. ¿Ponemos la mesa?

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Lee abrió los ojos cuando notó que Sakura había parado. Ahora estaba girándole suavemente el brazo a un lado y a otro, probando desde la muñeca. Miró a Lee a los ojos, concentrada, y le soltó la mano.

— Prueba — dijo, simplemente.

Él abrió y cerró la mano con cuidado, flexionando después lentamente el brazo, sin dejar de estirar y contraer los dedos. Giró la muñeca, estiró el brazo, practicó algunas flexiones y torsiones de combate y, finalmente, lo hizo girar desde el hombro.

— Perfecto... — sonrió, ofreciendo su mirada más brillante a Sakura —, simplemente perfecto.

— ¿Por qué no fuiste al hospital directamente? — Lo riñó Sakura, enrollando las vendas que acababa de quitarle.

— No quería que despertaras sola en un lugar extraño — contestó Lee, poniéndose en pie y enfundándose de nuevo la camiseta. Esta vez se había mostrado con el torso descubierto "por requerimiento médico", según le había dicho Sakura, no sin sentirse muy avergonzado.

— Podías haberme dejado una nota — replicó ella, recogiendo sus pomadas curativas en el pequeño botiquín que siempre llevaba a la cintura.

— Supuse que tendrías hambre después de tanto gasto de chakra — respondió a su vez Lee, reponiendo cuencos y platos ya secos en los armarios.

— Soy una kunoichi, ¿recuerdas? — Comentó Sakura —. Si puedo encontrar bases secretas en medio de bosques llenos de trampas, puedo encontrar con qué hacer un sándwich en un apartamento...

— No se deben ingerir alimentos fríos de noche, Sakura-san — le reprochó Lee, divertido —, página diecinueve del manual de alimentación. Deberías saberlo, señorita shinobi-médico...

Y con estas palabras se encaramó a la ventana, sacando medio cuerpo fuera para colocar dos platitos con las sobras en el tejado al que se abría aquella parte de su apartamento.

Sakura infló las mejillas mientras resoplaba. Le reventaba que le llevasen la contraria. Retomó los dos rollos de venda nueva del escritorio donde los había dejado, demorándose para mirar las fotos y recortes de la corchera. Muchas de ellas tenían notas en los márgenes. Ramen Ichiraku, abril - Comida con Naruto, Ceremonia de ingreso en los ANBU – Neji-san, Visita diplomática al país del trigo, o Entrega del diploma al mérito – Gai-sensei eran algunas de ellas. Abundaban las fotos de sus compañeros de equipo, los recortes sobre taijutsu, los tréboles morados y, por alguna razón, las facturas de la tienda de Ino.

Fue entonces, mirando de reojo las piernas de Lee balanceándose en el alféizar mientras hablaba con los gatos callejeros, cuando la curiosidad de Sakura le hizo levantar el portafotos volcado en el escritorio y encontrarse consigo misma.

Era una foto de ese mismo año. Estaba hecha en la celebración de la fiesta de la Cigarra, en la noche del paso del verano al otoño en que dejan de cantar para ser reemplazadas por los grillos. Muchos de sus compañeros habían acudido, incluso Kankuro y Temari desde la aldea oculta de la Arena quienes, como obliga la costumbre, vestían los trajes de gala de su país.

Sakura estrenó un kimono violeta pálido con grandes flores blancas, y llevaba el cabello recogido en un complicado moño. Era decididamente una foto robada, y no sólo porque ella no recordara que Lee le hiciera ninguna, sino porque estaba ligeramente desenfocada y ni siquiera miraba a la cámara.

Estaba sentada a la mesa, con el rostro apoyado en la mano izquierda y la mirada perdida en un punto indefinido en el horizonte. La foto, en la que se la veía de perfil, revelaba algunas cosas: aquellos geta que le resultaron tan incómodos de llevar, cruzados el uno sobre el otro... la mano derecha que no dejaba de juguetear sobre el kimono con el pequeño bulto que provocaba su depósito secreto de shuriken en el muslo... el carmín recién estrenado, de un rosa encendido, que permanecía intacto porque fue incapaz de comer pensando en la próxima misión... la mano apoyada distraídamente en el mantel de un Shikamaru que pasó toda la fiesta sentado fingiendo que se aburría, pero que realmente luchaba con el deseo de mirar a una resplandeciente Temari... los polvos del rostro de Sakura, que se estaban yendo con el suave viento, el mismo que había arrancado un pétalo de la preciosa orquídea que llevaba prendida en el pelo...

Ino era quien le había recomendado llevar una orquídea. "Llévate una Tigris" dijo cuando Sakura le mostró el kimono recién comprado, "es la más rara, pero también la más hermosa. Mi madre fue quien la eligió como símbolo de nuestra tienda".

Sakura posó de nuevo la foto en la mesa y apretó los rollos de venda contra su pecho con fuerza, sintiendo latir a toda velocidad su corazón. ¿Acaso todas aquellas orquídeas en las facturas de Ino le recordaban a ella? La cabeza comenzó a zumbarle.

"Qué estupidez..." pensó de pronto. "¡Seré idiota! ¿Cómo puede afectarme tanto tener enfrente estas evidencias? ¿Acaso no sabía ya que a Lee le gusto?" Se dio de patadas mentalmente. Pero otro pensamiento cruzó como un rayo... ¿Por qué estaba volcado el portafotos entonces?...

Comida por la curiosidad, y deseando quitarse aquella molesta obsesión de encima adoptó una pose casual y, fingiendo poner en orden su botiquín, preguntó al aire:

— Me gustaría saber qué hermosa mujer merece que le manden flores tan a menudo — y, sin estar segura de que esto picase a Lee lo suficiente, añadió con ironía —... porque yo nunca he recibido ninguna de tu parte. ¿Acaso debo sentirme celosa?

Se dio un coscorrón en aquella frente enorme. Estúpida, estúpida... ¿estaba dándole esperanzas? ¿Acaso quería darle esperanzas? ¿Pillaría él el tono sarcástico de la pregunta? ¿Era realmente sarcástico?

Cuando sentía que la cabeza iba a estallarle, la respuesta llegó desde Lee, quien ni siquiera se descolgó de vuelta a la habitación.

— Hermosa de verdad, ya lo creo que sí. Le encantan las flores exóticas. Llueve demasiado poco allá donde vive como para que crezcan en estado salvaje.

Sakura se quedó helada, manoseando el frasco de píldoras de soldado. Si hubiera sabido que iba a sentirse tan confusa en aquel momento, no se hubiera deshecho años antes de su Sakura interior; hubiera dejado que ella le gritara al oído "¡Idiota, tonta de remate!"

— Pero... — replicó Sakura intentando sonar indiferente, tan sólo impulsada por una curiosidad amistosa — por lo que veo dejaste de mandarle flores hace tres meses.

La respuesta, de nuevo se hizo de rogar.

— Ino ya sabe que todos los martes debe preparar el pedido — se deleitó en secreto Lee. Sabía que la curiosidad de Sakura la estaba matando. Le encantaba provocarla, sonriendo a escondidas hacia la noche, aunque se sintiera una pizca culpable.

Sakura ahora no sólo tenía curiosidad, sino una incómoda sensación de enfado, incomodidad e impaciencia. Si no fuese tan orgullosa, haría caso a la palabra que le martilleaba las sienes: "Celos". Cerró la boca, no quería seguir preguntando. Le parecía idiota incluso sentir esos... celos... a ella no le gustaba Lee...

— ¿Quieres verla? — Una voz le sacó de su ensueño. Lee se había descolgado de vuelta a la cocina, cerrando la ventana. Ahora se llevó las manos a la cartuchera de emergencia de su pierna, y sacó algunos papeles arrugados. De entre ellos eligió una fotografía.

— Desde que ascendí de categoría, teme que me maten en una misión. Aunque sepa que es un riesgo que asumí desde muy niño entrando en la academia... — Sakura lo descubrió mirando con ternura la fotografía, y una enorme bola de plomo le cayó de golpe en el estómago —. Le mando flores cada semana para que sepa que estoy bien. Cuando regreso de mis misiones ajusto las cuentas con Ino, e intento escribirle una carta. Si algún día deja de recibir los ramos, sabrá que ya no estoy aquí. Llevo su foto siempre conmigo, incluso en batalla. Cuando siento miedo, inseguridad o dolor, su rostro me conforta...

Alargó la fotografía arrugada a Sakura, quien la tomó como atontada, incrédula.

Allí había una mujer joven, con el cabello muy largo y oscuro, que sonreía abiertamente. Los campos de amapolas se agitaban a sus espaldas, y el viento azotaba su delantal y hacía ondear la larga cabellera, que ella trataba de sujetar con una mano. Con la otra tomaba la manita de un niño, igualmente sonriente, de unos dos años. Aquel niño se parecía terriblemente a Lee.

"Tiene un hijo" pensó, desangelada y con el corazón a la altura de los tobillos. Bajó la mirada, derrotada por completo. No se sintió ni siquiera con ánimos para replicarse a sí misma por qué se sentía así.

— Es una foto bastante antigua — prosiguió Lee, mirando la foto por encima del hombro de Sakura —. Yo tenía tres años, así que mi madre debía tener unos veinticuatro...

Sakura se sintió golpeada fuera de su nube negra.

— ¿Tu madre?

— Vive en el campo, casi en el límite norte...

Lee se detuvo e inmediatamente sonrió, muy divertido.

— ¿Quién pensabas que...?

En ese momento estalló en fuertes carcajadas, entrecerrando los ojos. Sakura se hubiese sentido ofendida si no fuese una risa tan limpia, tan clara, tan sincera. Al final ella también sonrió, sus ojos brillando de arrobo.

Sentado de nuevo en el suelo con las piernas cruzadas y las manos apretándole los costados por la risa, Lee se enjugó una lágrima traviesa mientras recobraba el aliento. Sakura parecía haber encontrado de nuevo la alegría, y ahora ajustaba sus zapatillas reglamentarias.

— Hablando de madres... — dijo Lee, otra vez serio y con una voz responsable —, ¿no estará la tuya preocupada por tu regreso?

— No, no — respondió Sakura, sonriendo aún —. Ya dejé todo mi equipo preparado esta mañana...

Ambos se quedaron en silencio, y la sonrisa de la kunoichi fue cediendo a la preocupación.

"Es verdad"... al día siguiente al mediodía partiría a una misión, la más importante y peligrosa que Konoha le hubiera encomendado en solitario. La organización secreta donde debía infiltrarse ya había acabado con varios espías, y el experto en camuflajes de la villa oculta de la Arena acababa de retornar a su tierra embalado en tres cajas. Su identidad se destacaba, escrita en grandes caracteres cauterizados en el envoltorio de una de ellas, hecho con su propia piel.

Sabía que Tsunade la había elegido porque confiaba en que era la mejor para esa misión. Al fin y al cabo, para ella había estado entrenando tan duro con Lee, tomando clases especiales con Tsunade y perfeccionando su genjutsu con Kurenai los últimos meses. Los informadores habían mandado ya varios mensajes. Era el momento.

Pero cada noche, mientras se encerraba en el dojo central de Konoha para entrenar a solas todo lo que estaba aprendiendo, Sakura no podía evitar sentir un miedo horrible trepándole por la espalda y colgándose en su mejilla. Aquel miedo se le deslizaba por los oídos y pinchaba en su cerebro hasta hacerla caer. Y era aquella impotencia la que, a veces, le arrancaba lágrimas de desamparo allí, sola, arrodillada en medio de un mundo gigantesco.

El rostro de Lee apareció en medio de todo aquello de repente. Ahora estaba tan cerca que Sakura se sobresaltó fuera de su ensimismamiento. Él se había deslizado hasta el borde del cojín donde descansara, y le había tocado con timidez una rodilla, con aquella mirada amplia y preocupada.

— Te acompaño a casa.

Sakura sentía las manos temblar por los recuerdos que acababa de evocar, aún allí, pegados como jirones de un espectro. Sonrió un poquito, intentando disiparlos. Estaba quedándose embobada demasiadas veces para un solo día.

— No hace falta — respondió con ternura, acariciando brevemente aquella mano casi posada en su rodilla —. Muchas gracias por todo.

Se levantó recomponiendo el gesto y, con una gran inspiración, recogió y fijó el instrumental que aún no había guardado de vuelta a su lugar, en el cuerpo o la mochila.

— Te acompaño a casa — insistió Lee cuando ella le daba ya la espalda y tomaba el pomo de la puerta. Ella se volvió y lo miró paciente, conciliadora. Lee sintió que no había lugar para su petición —. Al menos... al menos deja que te abra la puerta. Al fin y al cabo eres mi invitada.

Lee abrió la puerta, revelando un pasillo oscuro. Sakura pasó a través del dintel y se volvió hacia él, elevando una mano y tomando la de Lee en ella.

— Hasta pronto, Lee-san. Espero que no estés de misión cuando vuelva y podamos seguir entrenando.

— Espero no estarlo — respondió él, agitando con suavidad la mano de la kunoichi —. Que tengas mucha suerte, y vuelve pronto.

— Haremos una fiesta con los ingresos de esta misión. Creo que empezaré hoy mismo a enviar las invitaciones — Sakura se permitió sentirse optimista por un rato. Ante Lee no podía flaquear.

— Yo haré los onigiri — contestó Lee, sonriendo.

Se quedaron en silencio.

El reloj de la cocina tictaqueó suavemente.

— Lee-san... — comenzó a decir Sakura, acariciando la mano desnuda de Lee — tus manos están ásperas y llenas de cicatrices...

Él se había quitado las vendas para limpiar los cuencos después de comer, y éstas se veían cruzadas por innumerables cicatrices, algunas de ellas aún cosidas con puntos.

— Ya sabes... — tartamudeó él, frotándose la nuca con su mano libre — mi chakra nunca ha sido nada del otro mundo... nunca he podido regenerarme con tanta rapidez como vosotros. Además, ellas son quienes me recuerdan el trabajo que he hecho hasta ahora, y el que aún me queda por hacer, para recorrer mi camino del ninja.

Sakura no respondió. Tomó entre ambas manos la de Lee y la acarició entre ellas en una sola pasada desde la muñeca hasta las puntas de los dedos. Cuando el resplandor azul del chakra se disipó, las cicatrices habían desaparecido y la piel, elástica, se tensó en los nudillos.

— No te hacen falta — contestó Sakura, echándose al hombro la mochila — ya las llevas en el corazón.

Se dio la vuelta, saludándolo con una mano, y recorrió en silencio el pasillo hasta las escaleras.

Tan sólo un minuto... un minuto más es lo que necesitaba para comenzar el camino a su casa. En cuanto viese el equipo empaquetado para la misión, su mente ya no podría pensar en otra cosa, ni tampoco debía hacerlo. Pero aún era de noche, no demasiado tarde, aún era "ayer". Las escaleras estaban en penumbra y, previniendo caer, tomó la barandilla. Estaba fría.

— Eres prodigiosa.

Sakura se detuvo, más allá del primer escalón. Sintió un leve mareo. Aquel murmullo hizo vibrar una cuerda dentro de ella. Entonces, dejó que su cuerpo se moviera por instinto.

Lee la había vigilado hasta que dobló la esquina y desapareció en las escaleras. Se dio la vuelta, apoyándose en el dintel, y observó la mano curada bajo la luz blanca de su piso acariciándola con la otra, aún llena de marcas y cicatrices.

Dos brazos lo abarcaron desde atrás con dulzura y él se sobresaltó, pero no se dio la vuelta. Las manos de aquellos brazos eran gentiles, y olían a fresas. Tomaron aquella que aún tenía cicatrices y su chakra la acarició profunda y suavemente. Lee notaba la respiración a su espalda, el pecho suavemente apoyado bajo sus hombros, y aquella nariz pequeñita pegada a su nuca. Una sonrisa cálida le creció en los labios con el susurro de Sakura.

— Las manos que luchan... también acarician...

La luz se extinguió en el pasillo.

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— El día en que cumplí tres años — suavemente, la voz invadió los espacios vacíos de aire entre el suelo y el techo — mi padre trajo la cámara de fotos. Nunca nos habíamos hecho una foto. Mi madre se tapaba la cara continuamente, convencida de que saldría horrible. Estaba muy avergonzada del tono oscuro de su piel.

La llama de la vela titiló un momento, buscando aliviar su carga de cera para consumir más mecha.

— Él se reía, y se reía... ella huía de él por toda la casa. Así que mi padre se dedicó a hacerme fotos sin parar. A mí también me daba mucha vergüenza, pero él estaba tan lleno de ilusión que posé junto a la casa aguantándome las ganas de huir.

La luna derramó su luz suavemente, saliendo desde detrás de una nube más negra que la propia noche. Su reflejo se demoró un momento en las uñas nacaradas.

— Al final salí corriendo, y me cogí a la falda de mi madre. Ella me acarició el pelo, y me tomó de la mano, sonriendo para consolarme. Cuando mi madre sonríe, es imposible no responder con otra sonrisa. Mi padre disparó.

Unos ojos azules parpadearon con pereza, suavemente acariciados.

— Mi padre nunca volvió. Se fue una tarde, llevándose casi todas las fotos consigo. Nunca más volvimos a verlo. Las cartas amarillas que mi madre atesoraba decían que había muerto "en ejercicio de sus funciones". Nos preguntaron si queríamos recogerlo, pero mi madre les respondió que su esposo ya no existía, así que no había nada que recoger.

Los dedos largos y rápidos se enroscaron en el cabello rosa.

— Así que el país se encargó de todo. Recogieron los cuerpos y los enterraron, todos juntos, en los márgenes de la vía que les había costado la vida. Aquel maldito ferrocarril se inauguró seis meses después, y los señores feudales se pasearon para ser agasajados por las aldeas de los humildes...

Más allá de la ventana otra nube tapó la luna. La sombra se extendió lentamente por la espalda desnuda, abarcada por la cintura con un fuerte brazo.

— Las flores tapizaban las calles, se tendieron estandartes y banderas. Yo asistí mudo y colocado en fila, con mis compañeros de parvulario, al paseo en carro de aquellas figuras altas y embozadas que ni siquiera giraban los rostros para mirarnos. Ese mismo día, viendo todo aquello, decidí que sería un ninja en el futuro.

Una nariz se frotó dulcemente con otra, extendiendo un picor que hizo humedecer los ojos.

— Mi madre no lloraba el día de mi partida. Me entregó la fotografía, me abrazó largamente y estuvo allí todo el tiempo, agitando su mano, hasta que se hizo pequeñita en la distancia y no pude distinguirla entre el vapor. Comprendió mi decisión, pero yo sé que me echa de menos. Al fin y al cabo, se ha quedado sola. Pero nunca lo dice. Desea que nada nuble mi sueño.

Los brazos estrecharon su presa, las piernas se enroscaron más fuerte en la cintura. El calor buscaba expresar consuelo.

— Yo seguí adelante, del mismo modo en que mi padre jamás se echó atrás cuando sabía de las muertes de obreros a ambos lados del túnel. Su sueño era darse la mano con los aldeanos de las zonas en conflicto. Y aunque no lo consiguió, otros muchos lo hicieron en su lugar. Puede que no fuese un soldado, pero luchó por su sueño de paz. Y pagar con la vida no resulta tan duro cuando se vive dándolo todo.

Lee le tamborileó con los dedos en la columna vertebral, y Sakura se recreó en el escalofrío.

— Así que no temas, Sakura. Mañana cumplirás con tu deber, pero también lucharás tu propia batalla. Y hazlo como sabes: con todo el corazón. No espero menos de ti.

Ella suspiró, y desvió la mirada. Pero él la guió de vuelta, suavemente, con su mano abarcándole la mejilla. Y Sakura se perdió en los pozos y los abismos, en el cielo estrellado y en lo oscuro y cálido de aquel corazón. Los besos, lentos y profundos, sabían a mandarina.

Fue el ulular del viento en la ventana lo que hizo que se despertase. El cielo decía que el amanecer había pasado. Se revolvió bajo la sábana, amodorrada en la acogedora tibieza del futón.

Un rumor surgía del baño. Lee se estaba duchando. Perezosamente, acostumbrándose a la poca luz que se filtraba por las cortinas (Sakura recordaba que en la noche habían situado estrellas a través de la ventana. Lee debía haberlas cerrado esas cortinas pensando en ella), Sakura se levantó. Dobló el futón con cuidado, escalofriada. Encontró un hakama blanco en la mesita, arrimada a la pared. Su ropa estaba doblada sobre la cama, en la habitación.

Acarició el hakama con su mano blanca y apartó las zapatillas con un pie. El suelo estaba caliente por el sol.

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Lee se dejó caer. Estaba acostumbrado a sus cien flexiones bocabajo cada mañana en la ducha, y las cien elevaciones en la barra, colocada sobre su cabeza. Pero hoy tuvo que contar dos veces. A mitad de cuenta la mente se le dispersaba, así que tenía que volver a empezar. Se apoyó con ambas manos en la pared de la ducha, dejando que el agua lo recorriera, respirando profundamente. Enseguida comenzó su tanda de flexiones pectorales contra la pared. Notó el movimiento antes de que Sakura lo tomase por la espalda. Alabó para sí el sigilo de la kunoichi.

Los labios de Sakura recorrieron con mimo la línea de los hombros demorándose en el cuello, deleitándose en el ronroneo que surgía del pecho de Lee. Cuando ella sintió los azulejos apretarse contra su espalda, se le puso el vello de gallina: estaban helados.

— ¿Te duchas con agua fría? — le preguntó, divertida, mientras él le mordisqueaba la barbilla —. De veras eres un freak...

— Es para no pensar en ti — sonrió él, besándola brevemente mientras apretaba su cuerpo contra el de ella —. Tonifica los músculos y activa la circulación...

Y como prueba se metió bajo el agua, con Sakura enganchada en su cintura.

— KYAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!

Lo mataría si no la mirase de esa manera mientras les engullía el fuego.

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Caminaban hacia la pradera de entrenamiento del equipo de Gai, y Sakura acompañaba a Lee la mitad del camino. Al doblar la esquina de la vivienda de Kakashi, donde él le designaría los dos ninja para escoltarla durante el camino, Lee la tomó de la mano.

— Si quieres comer conmigo, esta tarde compartimos barbacoa koreana con el equipo de Asuma. La primera promoción de alumnos de Shikamaru se gradúa esta mañana, e Ino acaba de volver de su última misión.

Sakura no dijo nada. Lee miraba hacia los balcones, donde se posaban a esa hora los halcones mensajeros.

— Cuando vuelvas puedes unirte al grupo que va a las termas de Konoha norte en la fiesta de la cosecha. Kiba cumple tres años en las fuerzas secretas de Konoha, y le estamos preparando una fiesta de tres días. Tengo muchas ganas de conocer el dojo de la colina de las Hojas, incluso Kankurô y Temari vendrán...

Ella se detuvo, con la mirada sombría clavada en el suelo. Le zumbaban los oídos y le martilleaba el corazón en el cerebro. Soltó la mano de Lee.

— Ni se te ocurra venir a despedirme.

Lee abrió la boca, pero no tuvo tiempo de decir nada. Mientras Sakura corría escaleras arriba, sin siquiera despedirse o volverse a mirarlo por última vez asió la cuerda de su bolsa, con un nudo en el estómago que no le dejaba respirar, y caminó sin ver la ruta hacia el campo de entrenamiento.

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Gai le hablaba a gritos, pero él no lo escuchaba. Asentía de vez en cuando, pero no se enteraba de nada. Notaba sus movimientos a cámara lenta, como nublados por un ensueño. Ni siquiera cuando Gai le golpeó en las costillas errando un bloqueo se inmutó.

El sol estaba en lo más alto. Gai había abandonado sus alaridos y súplicas hacia su alumno predilecto, explicándole cómo la primavera de la vida debía estar siempre despierta y en guardia, incluso preguntándole a gritos si había bebido o estaba de resaca, recordándole que el alcohol era algo prohibido para un perdedor temperamental maestro en Suiken (y que aún no había logrado controlarlo).

Tenten estaba recogiendo su equipo, pero sabía que algo triste abrumaba a su compañero. Esperó a que su maestro los abandonara, prácticamente echando humo por las orejas, para acercarse a Lee. Estaba sentado en la gran roca, quitándose las vendas de las manos, y flexionaba con cuidado la piel renovada que le recordaba la noche anterior.

Ella se sentó a su lado. Esperó en silencio un momento, porque realmente no sabía qué preguntarle. Siempre había sido muy hermético con sus problemas. Aunque llorase de emoción o gritase de felicidad, sus sentimientos más personales jamás habían permeado hacia su forma de luchar, su concentración en las misiones o la relación con sus compañeros. Neji decía que Lee no tenía problemas, pero Tenten no opinaba lo mismo. Sabía que Lee jamás "les molestaría" con ellos.

Él notó cómo, primero suavemente y después con fuerza, ella le abarcaba la cintura por detrás. El contacto de su amiga, tan cerca y cálidamente, le hizo derrumbarse del todo. Enterró el rostro entre las manos y se dejó llevar por la oscuridad un momento.

Tenten se alarmó, y lo abrazó con más fuerza. Le asombró comprobar que Lee no estaba llorando (a veces era tan fácil hacerle llorar de alegría que asombraba cuánto le costaba llorar de dolor). Tan sólo lo había visto llorar desesperado cuando se echó las culpas de una misión fallida de apoyo a los ANBU en la que Neji terminó en el hospital, gravemente afectado por una sesión de tortura de tres días. Lee había pisado una trampa, y fue Neji quien cayó en ella. Pasó toda la noche sollozando, aferrado a Tenten y susurrando "¡Perdón!... ¡Por favor!..." sin cesar.

Al final, cuando se destapó el rostro, tenía los oscuros ojos entrecerrados. Acarició con agradecimiento la mano de Tenten, que lo había abrazado con cariño. Y la lengua se le desató, y habló de todo lo que tenía dentro: del vacío, de la incertidumbre, y también del amor. Tenten había sabido siempre que Lee estaba enamorado de Sakura, incluso antes de que ellas se encontrasen por primera vez en el examen de Chuunin. Al principio no le había prestado atención: además de que eran pequeños para pensar en novios, Lee le ponía tanta pasión a todo que era agotador hacerle demasiado caso.

Pero aunque se apasionase de esa manera, Tenten había aprendido que el fuego de Lee no se extinguía. Al fin y al cabo, era "un genio del trabajo duro". Nunca había dejado de quererla, incluso cuando tuvo que admitir su derrota ante Sasuke. Ahora no sabía qué pensar, estaba seguro de que Sakura había sentido lo mismo que él en los besos y las caricias de la noche; pero no entendía por qué ella lo había empujado de aquel modo fuera de su vida.

— No creo que te haya dicho eso porque no te quiera — le consoló suavemente Tenten —. Las mujeres a veces no actuamos como nos pide el corazón, y menos las kunoichi...

Lee alzó la vista hacia ella. Todo el tiempo había mantenido la mirada baja, dejando que las palabras se le escurrieran como de una mala herida que no puede cicatrizar.

— Sakura está confusa — continuó Tenten, acariciando la espalda de su compañero —, pero no con sus sentimientos hacia ti. Tiene tanto miedo que se niega a tener esperanza. Por eso no quiere que tú la tengas. Es la misión más importante y peligrosa que debe hacer sola...

— Pero ella volverá — afirmó Lee, convencido, cerrando el puño —, volverá pronto y habrá completado el trabajo con éxito. Lo sé. No debe tener miedo, pero no puedo apoyarla y convencerla si no me deja acercarme a ella...

— Ya son seis los ninja que han desaparecido o muerto en esa organización — prosiguió ella, mirando fijamente a los ojos negros de Lee —. Tsunade la envía porque están bloqueando las operaciones de Konoha y la Arena. Aunque la Godaime confíe en su éxito, no olvida que es una misión desesperada. Y los ninja estamos solos cuando nos enfrentamos al peligro y la muerte, aun cuando estamos arropados por nuestros compañeros...

Lee se miró las manos. No entendía del todo aquellos sentimientos, porque siempre había trabajado duro y confiado en la suerte. Como Gai-sensei le dijo, la suerte es parte del talento, y te acompaña se te la mereces trabajando duro. Seguro que Sakura tenía suerte en lo que emprendiera.

— No tengo miedo de que muera, porque estoy seguro de que volverá. De lo que tengo miedo... — continuó él, dibujando una mueca de decepción en su rostro — es de que se olvide de mí... de que todo esto no haya significado nada para ella...

Se apretó el pecho, sintiendo el dolor que le crecía en el corazón. Pero la sonrisa de Tenten fue tan grande que le entrecerró los ojos.

— Se acordará de ti, igual que tú de ella, al menos cuando os quitéis la ropa al final del día...

Lee se ruborizó violentamente y miró a su compañera, sin comprender. Pero Tenten le señaló la cintura. Atado con fuerza alrededor de ella, el protector de Sakura relucía bajo el sol del mediodía. Entonces se sonrió por primera vez, acariciando la tela azul, recordando esa misma mañana... en silencio y a oscuras, vistiéndose torpemente y tropezando con sus manos... luchando contra la tormenta, remontando las olas que los querían engullir... tratando de esconder despacio el calor bajo la ropa, y sucumbiendo al hambre, mientras se descubrían de nuevo... azotando sus alientos el uno contra el otro... y naufragando al fin, dejándose engullir por una resaca que tiraba de la carne como un monstruo rugiente... cubriendo la oscuridad en susurros, dulces mentiras y cosquilleos secretos...

Tenten le alcanzó la mochila. La hierba crujía bajo las sandalias y la brisa susurraba entre las ramas. Era una hermosa tarde.

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Sakura llevaba varias horas anotando con cuidado coordenadas, memorizando contraseñas, trazando caminos en los mapas y figurando parábolas, mientras engullía patatas fritas. Esto último ayudaba a calmarle los nervios, y todo se lo debía a Chôji.

Los dos ninja que la acompañarían como enlace y protección eran de alto grado. Uno de ellos venía de la Arena y también trabajaba para su aldea. Sakura no lo conocía, pero era de una de las mejores promociones y había sido enviado por el propio Kazekage. El otro era Chôji, escogido tanto por su demoledora técnica en espacios cerrados (la base de la organización era subterránea) como por su capacidad para recorrer largas distancias a gran velocidad con su "Nikudan Sensha", y así transmitir mensajes o pedir ayuda.

Sakura se sentía segura ahora, leyendo las referencias y sabiendo que Chôji estaría a su lado. Confiaba en él porque lo había visto pelear. Además, el gesto de compartir sus patatas fritas con ella había sido definitivo. Kakashi hojeaba los informes que los mensajeros acababan de enviar, y Kurenai preparaba breves notas de técnicas de genjutsu para Sakura. Debía cambiar su apariencia todo el tiempo, y generar chakra durante todo el día podía resultar peligroso.

— Necesitaré tu protector, Sakura — le dijo la profesora, alargando un sello especialmente potente — con este conjuro ahorrarás muchísimo chakra, lo pegaré a la base. Cuando te lo pongas, activará el flujo libre y te transformarás de inmediato.

Sakura metió los dedos entre su pelo, y comenzó a desatarse la banda. Lee había hecho un nudo muy tenso. Recordó cómo se reía, a oscuras, tironeándola del vestido hacia él mientras su aliento se batía con fuerza en la nuca de Sakura al atarle la banda... cómo la respiración pesada hinchaba el fuerte torso que le golpeaba en el pecho, la dominaba, la ahogaba, atrapada en un abrazo mortal entre Lee y la pared... y ella hundía sus manos en el pelo negro mientras le besaba el cuello con furia, con anhelo, y alargaba la mano hacia la mesa y tomaba a tientas la otra banda en sus manos... Cómo Lee se estremeció cuando ella le rodeó la cintura con ella, y notó los escalofríos que le provocaba, y que lo empujaban a besarla sin control...

Maldito Lee... Sí que lo había atado fuerte...

Chôji acudió en su ayuda, divertido.

— ¿Te vestiste con ganas esta mañana, eh? — se sonrió, liberando el nudo en la nuca —. Si hubiera sabido que querías recuerdos de tus compañeros, te habría traído algo yo también...

— ¿Qué dices? — le contestó extrañada Sakura, alargando la banda hacia Kurenai. Cuando se le ocurrió mirar, se quedó helada. La banda era de color rojo oscuro. Mierda, mierda... — Ha sido una confusión... — musitó al oído de Chôji, azorada — ayer debimos confundirlas al terminar el entrenamiento y no me he dado cuenta hasta ahora...

— Si quieres puedo traerte alguna de nuestro equipo — se oyó la voz amortiguada de Kakashi desde detrás de los pergaminos —. A Lee le resultará extraño no vestir como su querido maestro por primera vez...

Sakura esbozó una pequeña sonrisa a escondidas, acurrucada tras la gran figura de Chôji.

No... — contestó en un susurro — Está bien así...

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La tarde se arrugó un poco. En la barbacoa se había juntado un gran grupo de ninjas, que charlaban animadamente mientras intentaban pescar algún trozo de carne antes de que los devorase Chôji.

— Tómatelo con calma, amigo — le recomendó Shikamaru con el ceño fruncido —, tienes un gran camino por delante y eso de rodar con el estómago lleno no es muy recomendable que digamos...

— A saber cuándo volveré a comer algo tan delicioso — contestó Chôji con la boca repleta —, en las misiones no tragas más que raíces y pescado crudo, ni un mísero muslo de pollo que llevarte a la boca en meses...

— Pero llevas mis píldoras de soldado — le replicó Kiba, que lanzaba rápidamente pedazos de carne a través de la ventana, donde su gigantesco Akamaru los cazaba al vuelo —, ¡son raciones de tres días y tú te las comes como si fueran caramelos!

— El estómago de Chôji es el "pozo sin fondo" de Konoha — replicó, divertido, Naruto —. Le pediré a la vieja Tsunade que te haga un estudio completo cuando vuelvas. A lo mejor podemos usarte como contenedor de chakra y ¡pum! lanzarte contra la aldea oculta de la Niebla.

— Si es que logramos encontrarla en la próxima misión — replicó Neji, cómodamente sentado con los brazos abiertos sobre el respaldo del banco —, recuerda que yo seré quien deba salvarte el culo la semana que viene. Más te vale que no me hagas trabajar demasiado.

— Así te entrenas para cuando seas mi capitán de ANBU — le contestó Naruto y añadió, poniendo voz de mujer en apuros —, mi apuesto guardaespaldaaas...

Hinata le hundió un codo en las costillas, riendo bajito.

— Te he dicho que no le hables así a Neji-niisan — le susurró, mientras los demás estallaban en carcajadas. Incluso Neji ofreció una de sus medias sonrisas.

Uno de los insectos de Shino estaba juntando las migas que saltaban de la parrilla, y Lee lo observaba trabajar pacientemente. No se había sentido con ánimo para comer como los demás, pero había participado activamente en la conversación, incluso en el brindis inicial (con zumo de grosellas, por supuesto). Kiba se puso en pie.

— Creo que hablo en nombre de todos si te digo: Chôji, no la jodas volviendo herido. El agua de las termas escuece en las heridas, y no puedo aplazar la fiesta: las reservas están cerradas.

Chôji sonrió cálidamente y se puso en pie, seguido por todos sus compañeros. Tenten fue la primera en alzar la copa. Ino fue la última.

— ¡Por nuestro tanque de carne! — rugió Kiba. Todos repitieron "¡Por Chôji!" y su brindis resonó en las primeras gotas de tormenta. Chôji se volvió hacia Shikamaru, que había apurado la copa de un solo trago, y que le dedicó una mirada silenciosa mientras recogía su equipo para salir definitivamente de misión. Los ojos de su amigo le dijeron todo lo que le decían siempre.

Saludando con la mano a sus compañeros apartó la cortina del restaurante mientras le ardía la mano que Ino le había apretado durante toda la comida. Recordó las lágrimas prendidas en las largas pestañas. No habían tenido tiempo ni para hablar a solas.

Aún notaba su aroma a violetas cuando enfiló la calle de salida de Konoha.

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La Godaime no había salido a despedirlos, pero Sakura les dijo que no se encontraba muy bien. Durante la comida permaneció con un semblante sombrío, y le obligó a mostrarle una serie compleja de transformaciones y concentraciones de chakra. Después había exigido un combate de una manga contra ella, para comprobar los progresos de su alumna, y había quedado gratamente sorprendida cuando Sakura le arrebató la cinta del pelo sin que se diera cuenta. Después de eso se retiró, con el gesto demudado, diciendo que le dolía el estómago.

Kakashi les dedicó una sonrisa (o eso les pareció por la curvatura de sus ojos) y les entregó unos cuantos kunai especiales ("¡El Cuarto me enseñó a hacerlos!"). Sujetaba el paraguas donde se refugiaba Kurenai. Sakura recogió de sus manos diagramas, planos y un paquete con sus nuevas ropas. La profesora esbozó una sonrisa, y los cinco se saludaron marcialmente.

El paisaje se desdibujaba bajo sus pies y ante su velocidad demencial. Sakura recordó los rostros de sus amigos asomados a las ventanas de la barbacoa koreana, donde se había obligado a ir. Lee no estaba entre ellos, y suspiró aliviada. Según ellos había salido hacía rato, a correr bajo la lluvia.

— Seguro que quiere ponerse enfermo para que tengas que volver a curarlo — bromeó Naruto, inmediatamente enterrado bajo las manos de Ino y Tenten.

La banda roja, bajo la lluvia, se volvió carmesí. Cuando el sello entró en acción, su azul oscuro relumbró con la caricia del chakra.