Se relajaba a la sombra de un frondoso árbol cuyas ramas se extendían sobre él con su frondoso follaje, ocultándolo así de los rayos del sol que le impedían tomar una siesta como él anhelaba. El día era claro, vistiéndose con el azul del cielo y bañándose con las siluetas de las aves que revoloteaban de un lado a otro siguiendo un patrón que él no podía describir, ya que no estaba especializado en aves. Era una mañana tan cálida y tan hermosa, que él la odiaba. No la odiaba por las cualidades antes mencionadas, sino por el recuerdo grabado en su memoria, transcurrido en un día completamente similar a ése. ¿Cómo no detestarlo si las memorias volvían a él una y otra vez con días como aquél? Quizás debería de evitar salir al aire libre en situaciones como ésa, pero no podía evitarlo, ya que la brisa fresca de verano era tan adictiva...
En una jornada como ésa, había perdido a sus padres, a toda su familia, bajo el fulgor de unas espadas hambrientas de sangre. Todo ocurrió hace tanto tiempo, que solo recordaba impresiones de lo acontecido. No recordaba ya los rostros de su padre y de su madre, sus voces, sentir su cálido tacto cuando todo parecía encontrarse mal. Lo había olvidado todo con gran facilidad y, sin embargo, allí estaba él, rememorando con total naturalidad la forma en la que el filo de las espadas cortaban la carne, la calidez de la sangre sobre su piel, y el sonido que se producía al entrechocar metales. Quizás esa memoria siguiera fresca únicamente porque tenía la fortuna (¿O desfortuna?) de trabajar para el hombre más poderoso sobre esas tierras, y tener que cubrir sus espaldas cuando éste así lo necesitaba.
Lo que sí recordaba con claridad era su huida de la guerra, el cómo se internó en el bosque en conjunto con un par de personas más, y cómo se las arreglaron para vivir allí a escondidas. Todo hasta que se internaron muy profundamente y llegar a los dominios del Rey. Entonces no tuvieron más opción que escoger un destino: Servirlo, o ser ejecutados. Él no tendría más de nueve años entonces, y todavía sentía un escalofrío recorrer su espalda cuando imaginaba lo que habría acontecido si hubiera escogido la opción incorrecta. Y desde entonces, muchas cosas habían sucedido. Cosas buenas de verdad.
— ¡Oi! ¡Miyuki! ¡Miyuki Kazuya!
Un tic nervioso se puso a palpitar sobre su frente al oír aquella voz llamándolo de esa forma. ¿Qué no sentía algo de respeto por la guardia real? Miyuki bostezó y estiró los brazos notando que la pereza no deseaba abandonarlo. Luego de lanzar un largo suspiro, encaró al muchacho que había pronunciado su nombre con tanta falta de respeto, con una sonrisa que más bien lucía forzada.
— ¿Qué es lo que quiere el príncipe? —Pero el joven perteneciente a la realeza no se sobresaltó ni replicó con palabras bruscas y a viva voz como siempre lo hacía. En lugar de eso, lucía frustrado y guardándose lágrimas. Esto último sí alertó a Miyuki, pues Sawamura Eijun no era una persona capaz de llorar con tanta facilidad, así que tomó asiento y lo invitó a acompañarlo—. ¿Qué sucede?
— ¿Es verdad que a Chris lo van a transferir a otro reino?
Ah. Lo había olvidado.
Chris era el entrenador personal de Sawamura Eijun. Era el encargado de enseñarle el uso del escudo y la espada aunque el joven fuese realmente malo empleando un escudo. Todavía recordaba con claridad cuando partió accidentalmente en dos el escudo de entrenamiento que le había regalado en su cumpleaños. Chris necesitó, entonces, conseguirle uno pequeño y de metal, procedente del Reino del Norte. Era ligero pero resistente, justo como lo habría esperado de aquel sitio. Chris era un buen hombre. Miyuki lo admiraba por sus reflejos y su manejo con la espada. Él mismo lo había entrenado un poco cuando era nuevo dentro de la servidumbre del Rey, pero no duró mucho, ya que luego de un incidente, perdió el brazo derecho, y necesitó de tiempo para volver a entrenar a nuevos reclutas. En ese caso, el nuevo recluta era el mismo príncipe del reino quien, si bien al principio se negó a recibir clases sobre el uso de la espada y el escudo (Y menos de alguien que había perdido el brazo), acabó por generar un gran cariño hacia su mentor.
— Es verdad —mencionó Miyuki Kazuya confirmando los hechos— Él se marchará esta misma tarde.
Antes que pudiera decir algo más, Sawamura Eijun se puso de pie y corrió en dirección a los aposentos de Chris, Miyuki Kazuya dejó escapar un largo suspiro preguntándose por qué no había ido desde el principio a hacer esa pregunta a su mentor ¿Acaso solo tenía intenciones de fastidiar la siesta que había estado a punto de echarse? Había pasado tiempo desde la última vez que tenía algo de tiempo para él mismo, e iba ese crío a arruinarlo todo. Un par de soldados ingresaron al castillo cargando con un enorme oso que pesaría más de lo que ambos podrían sostener y, seguido de ellos, la caravana de caza del rey portando el estandarte real hizo acto de presencia. La única razón por la que Miyuki no estaba con ellos era por la partida de Chris: Se había ofrecido voluntario para ayudarlo a empacar lo esencial.
El escudero del Rey se apartó del colorido grupo y se acercó a él, por lo cual Miyuki no tuvo más remedio que ponerse de pie.
— El Rey solicita tu presencia más tarde en la sala del trono —anunció elevando la voz como si hubiese una separación de cientos de metros entre los dos.
— Sí, iré tan pronto como pueda —mencionó Miyuki a su vez con una falsa cortesía que no fue reparada por el escudero, quien inclinó la cabeza en una reverencia y retornó junto a su majestad. Al parecer, se habían acabado los momentos en los que podría estar libre.
Luego de que la triunfante caravana partiera al interior del castillo a celebrar su victorioso día de caza, Miyuki paró en seco: Esa mañana, el Rey y sus soldados partieron a cazar a un oso que estaba generando problemas en el bosque, y junto a ellos iba el nieto del mandatario. ¿Acaso él se había enterado de las cosas por boca de su abuelo y había ido corriendo a preguntarle una simple cuestión?
Algo me decía que esta mañana había estado demasiado tranquila, hasta para que yo pudiera tomar una siesta.
Cuando fue a reunirse con el rey, sus pasos se cruzaron con los de Chris, quien iba a anunciar que ya estaría partiendo. Por ese motivo, ambos decidieron caminar juntos y entablar una conversación hasta llegar a la sala del trono.
— No puedo creer que éste será el último día que te vea —comentó entonces Miyuki manteniendo una expresión firme. Chris sonrió un poco y suspiró con pesadez.
— A mí también me cuesta creerlo. Te he visto crecer desde el día que llegaste al reino como un niño sucio y que no podía distinguir entre el pomo de una puerta y una espada por su filo —mencionó el mayor dejando escapar una risita, que Miyuki acompañó con una sonrisa.
Y aún así, a pesar de todas las expectativas, se había convertido en el guerrero más fuerte del reino. Conocía casi todos los métodos de combate, y muchos de ellos los había aprendido gracias a su admiración por Chris, la cuallo había llevado muy alto. Fue el que más lamentó cuando Chris perdió su mano, pues eso significaría que jamás podrían volver a luchar juntos, y ahora estaba la transferencia de éste al Reino del Norte que, si bien lo había tomado por sorpresa, ya lo había esperado.
— El príncipe ha venido a mí corriendo esta mañana. Ha dejado la cacería únicamente para preguntarme si era cierto que te marcharías.
— Lo sé. Al parecer, al escudero se le escapó la noticia, aunque tarde o temprano lo habría sabido —comentó Chris—. Fue difícil hacer que se calmara. Nunca había visto a alguien llorar tanto.
— Tiene un gran apego hacia su mentor, y eso que las cosas no empezaron bien.
— Tienes razón —El silencio se hizo presente entre ambos, hasta que Chris decidió cortarlo—. Ese muchacho todavía no es lo suficientemente fuerte para sostener un escudo —Miyuki no mencionó nada instantáneamente, pues le costaba imaginar a qué punto estaba deseando llegar Chris.
— Será difícil encontrar para él un mentor tan bueno como tú —reconoció Miyuki.
— Tú podrías ser ese mentor —mencionó Chris. Miyuki lo observó con la más pura sorpresa, y luego se echó a reír como si se tratara de la broma más graciosa que había escuchado en toda su vida.
— ¿Yo? ¿Enseñar a ese mocoso? ¿Hablas en serio?
— ¿Lo llamas mocoso a pesar que tienen tan solo un año de diferencia?
— Aunque crezca, él sigue comportándose como un mocoso. Verás, el otro día...
La conversación continuó entre risas y sonrisas. A Miyuki le agradaba pasar el rato con él, pues las charlas que sostenía con Chris siempre eran interesantes, aunque su entusiasmo hacia él no fuese semejante al que sentía el príncipe. Sin embargo, incluso en momentos como esos, Miyuki no podía dejar de lado la formalidad por el respeto que sentía hacia quien, una vez, fue quien le causó impresión, y fue la razón por la que Miyuki más tarde se convertiría en un caballero de la corte real. El relato culminó justo cuando los dos llegaron a las puertas que guiaban al salón del trono, y ambos tragaron saliva, un poco nerviosos respecto a lo que les deparaba al otro lado. El rey, un anciano al que le gustaban los juegos de mesa, ya estaba esperándolos sentado en el trono. Su expresión era afable, al contrario de la del príncipe, quien permanecía a su lado con los ojos hinchados de tanto llorar. Chris le hizo un gesto con la mano, y el joven príncipe la devolvió con muy pocas ganas mientras se sorbía los mocos.
— Ya estoy listo para partir, su majestad —mencionó Chris poniéndose de rodillas—. Debo admitir que si no fuese por la ayuda de Miyuki, no habría estado a tiempo. Llegaré al reino del norte en un par de semanas, aproximadamente.
— Excelente. Espero que tengas un buen viaje.
— Gracias, excelencia —tras lo cual, se puso de pie una vez más y se retiró con solemnidad del salón. Miyuki vio cómo la espalda de Chris desaparecía tras las puertas, pero rápidamente retomó su atención al rey.
— ¿Su majestad? He venido aquí porque su escudero me ha llamado.
— ¡Oh! ¡Es verdad! Miyuki —el rey se acomodó un poco en aquél incómodo trono y se dirigió a él—, has sido mi mejor caballero desde que Chris ha perdido el brazo. ¡Quién diría que un mocoso sucio y ladronzuelo podría llegar a ser tan valiente y hábil con el manejo de la espada! Nunca recordaré el día que te encontramos en el bosque real... Eh, creo que estoy desviando el tema —se frotó la barbilla y trató de recordar la razón por la que había llamado a Miyuki en primer lugar— ¡Ah! ¡Sí! Ahora que Chris ha partido, me temo que el príncipe necesitará de un nuevo mentor que lo entrene.
— Puedo organizar una competencia para buscar uno...
— ¡Nada de eso! ¡Ya he tomado una decisión! —y ante los estupefactos rostros de su nieto, el príncipe, como el de Miyuki, declaró—: A partir de hoy serás oficialmente el mentor de mi nieto.
— ¿¡Qué!?
Las voces unidas de Miyuki y el príncipe se hicieron oír como un eco en aquel salón capaz de albergar a una gran multitud de campesinos hambrientos esperando por una ración de pan, pero el Rey no se inmutó ante la reacción que ambos otorgaron. El primero en protestar fue Eijun, quien saltó y apuntó a Miyuki justo al pecho con el dedo mientras veía a su abuelo con incredulidad.
— ¿Estás esperando a que ese... maldito idiota insensible me entrene? ¡No quiero esto, abuelo! ¡Quiero que regrese Chris!
"¿Maldito idiota insensible?" —repitió Miyuki en sus pensamientos con una sonrisa forzada y nerviosa— ¿Desde cuándo me he convertido yo en eso?
— De cierta forma concuerdo con el príncipe —dijo entonces—. Yo no sería un buen mentor. Estoy más preparado para la batalla que para entrenar a un niño.
Pero el rey no se mostró para nada contento con las palabras de ambos. Incluso frunció el ceño, y Miyuki podría jurar que hasta moría de ganas por dar unos coscorrones a los dos.
— Eijun —la voz seria de su abuelo estremeció al muchacho—. Espero que entiendas que fue el mismo Chris quien decidió ser transferido. Es joven, pero ya no tiene manera de continuar enseñándote. Esto era algo que tarde o temprano sucedería ¿Lo entiendes? —Eijun no mencionó nada, pero Miyuki podía jurar que estaba conteniendo las lágrimas. El rey entonces se volvió hacia Kazuya—: Y tú, espero que comprendas que estoy dejando a mi querido nieto bajo tu cuidado, quien podría ser rey antes de lo que tú podrías llegar a imaginar. Cuidalo bien, y entrénalo para que sea todo un caballero igual que tú.
No pidas imposibles —rezongó Miyuki en sus pensamientos.
— Bien, ahora que esto ha culminado, creo que me regresaré a mis aposentos. Estoy ya muy viejo para salir de caza...
El Rey se incorporó y se marchó de allí sujetándose la espalda, dejando a Miyuki y Eijun a solas, quienes intercambiaron una mirada antes de que el menor se marchara a despedirse por última vez de Chris. Miyuki lo vio con una gota de sudor nerviosa recorriendo su rostro, y pensando que sus problemas no estaban más que a punto de comenzar.
