- ¡Tiburón!
- ¡Puercoespín!
Anna resopló cansada, como por enésima vez esa tarde.
- ¡Chino Mandarín!
- ¡Tenedor!
Sí, quizá ya era tiempo de que se acostumbrase, porque siempre era lo mismo. Aunque no podía negar que los berreos de los idiotas que hospedaba le daban algo más de vida a la pensión. Sonrió secretamente para sus adentros.
- Horo…
- ¡Ahh, Ren!
Maldita sea, siempre era lo mismo.
- ¡HÁGANLO EN SILENCIO! - Bramó. - Malditos pervertidos...
