Flores y estrellas

Iwaoi

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Aquella noche de primavera, Tooru se encontraba llorando. Era extraño en él, porque por lo general era un niño increíblemente feliz. Ese día era una excepción. Estaba irremediablemente triste, y es que su hermana mayor había llegado a casa con un chico y, para colmo de males, ¡tomados de las manos! Le pareció una traición en toda su regla, porque, además, ella había hablado del chico como su héroe. ¡Ella le había dicho que su único héroe sería él!

Las lágrimas volvieron a caer ahora, estaba lejos de casa en un parque solitario y a media noche. Trató de no pensar en su mala hermana y su tonto novio, por ello miró las estrellas. A él le gustaban mucho, siempre las veía junto con ella. Volvió a llorar, esta vez con sollozos muy audibles.

—¿Qué te sucede? —escuchó, la voz infantil le sonó familiar. Era su mejor amigo.

—Nada.

Siguió meciéndose en aquella vieja hamaca, el sonido del crujir de los oxidados hierros resonó en el lugar. Hajime se sentó junto a él, pero no dijo nada. Supuso que, como siempre, esperaría a que él mismo quisiera hablar de lo que le ocurría.

—Mi hermana tiene novio —susurró, al fin. Observó a su amigo, para ver si se reía como lo habían hecho sus padres por su tierna actitud.

—Y dijo que él era su héroe ¿no es así?

Asintió, no era la primera vez que pasaba, su hermana era muy linda, y en lo que iba de su joven vida la había visto tener varios novios. Siempre pasaba lo mismo, sentía celos de esos chicos que le robaban la atención de su hermana.

Hajime no habló después de ello, sólo quedó largo rato observando el cielo. Parecía pensar, por eso Tooru no se quejó de su silencio, como lo haría siempre. Estaba haciéndole compañía, además.

—¿Qué te parece hacerle lo mismo? —sugirió, con la inocencia de un niño de ocho años tenía la idea de que aquello funcionaría—. Me refiero, hacer que tenga celos para que sepa cómo se siente.

El castaño lo pensó seriamente, ¿cómo no lo pensó antes? Pero, la repentina felicidad se le esfumó, así como vino.

—¿Cómo lo haré? —preguntó, nuevamente cabizbajo.

—Pues teniendo novio tú también, tonto —obvió él—. Así haces las cosas que sólo sueles hacer con ella, para que vea lo que es la traición.

A Tooru le pareció grandioso todo eso. Los dos sonrieron hasta que se dieron cuenta del único incoveniente: ¿cómo conseguiría novio Tooru? Más bien, ¿quién sería?

—Por ti puedo hacerlo —murmuró Hajime—, si quieres. Puedo ser yo.

El más pálido le miró, sus mejillas rojas como la manzana que había comido en la tarde. Era tonto pero entendía cosas como esas, si Iwa-chan era su novio se tomarían de las manos y le daría besos en las mejillas, justo como su hermana hacía con sus horribles chicos. Hajime, por su parte, también estaba rojo. En su ingenuidad y sus ganas de no ver llorar a su mejor amigo de nuevo sugirió una tontería que sólo es digna de Tooru.

—Mejor olvídalo, idiota —gritó, levantándose para ya marcharse.

—¿Lo harías en serio? —inquirió él. Sus ojos brillando, más por poder darle pequeños besos en las mejillas a Hajime que por obtener su venganza.

—Claro que sí.

Así lo decidieron, volvieron a la casa que estaba a unos cuantos pasos del parque aquél, y no tardaron en oírse las risas en la casa de los Oikawa. Tooru anunció, con su vocecita infantil y decidida, que Hajime era su novio y que era su persona favorita del mundo, le tomó de las manos y depositó besos en la frente del pequeño moreno. Hizo todo aquello que solía hacer con su hermana, pero faltaba algo más.

—Toma esto, Iwa-chan —dijo, estaba extendiéndole una flor, de esas que su mami le permitía tomar para darle a su persona especial. Hajime se sonrojó, pues sabía de lo que trataba esa simple acción.

Los padres del niño reían con ternura por la escena, y en el fondo, la adolescente castaña se sentía un poco celosa de su pequeño ángel. Por fin sabía lo que sentía el menor.