Renacer a mitad del camino.
Estoy aquí, acampando en una vieja casucha abandonada, rodeado de un grupo de hombres a mi cargo, quienes descansaban plácidamente mientras yo hacía vigilia. Atento a cualquier movimiento sospechoso.
La noche comienza a enfriar, agrego una rama seca a la hoguera, saco mi vicio de su escondite, introduzco el delgado cigarrillo en mi boca encendiéndolo con el mechero de mi antiguo sensei, inhalo la nicotina para contrarrestar mis escalofríos y me ayuda a nivelar la temperatura corporal. Exhalo con pereza. Con cansancio. Con frustración de estar tan lejos de ti.
Por un minuto me doy el permiso de cerrar mis ojos. Dejándome llevar a la deriva de mis sueños, te imagino en nuestra cama, exquisitamente desnuda, sudorosa, tendida a lo largo, con el cabello enmarañado y un hermoso carmín en tus mejillas producto de las inmensurables horas de placer a las que te sometí.
Abro los ojos y una sonrisa se me escapa al pensar en la infinidad de veces en las que me he valido de este tipo de clima para acercarme un poco más a ti cuando dormimos, incluso me levanto sin hacer ruido y de puntillas, camino hasta la calefacción y le bajo al termostato para que te acurruques más a mí. Admito que me fascina despertar al alba porque puedo ver la refracción de la luz golpear en destellos sobre tu nívea piel y mimetizarse con ella.
Me encanta despertarte con caricias, a las que, en un inicio te niegas, pero a las cuales caes rendida en instantes, pienso en lo sublime que me resulta tener tu glorioso cuerpo desnudo a mi total disposición. Muero por tocarlo, por sentirlo, por mimarlo como únicamente yo sé hacerlo.
Desnudarte el cuerpo y el alma, es mi placer culposo.
Mi memoria es golpeada por el recuerdo del día en que te presenté a mi clan como mi pareja y futura señora Nara. Trataste con tu orgullo esconder el desasosiego que albergaba en tu corazón, debías enfrentarte a un gran rival. —al menos no uno que podías derrotar con una ventisca—. Yoshino Nara, no sería una contrincante fácil, te daría una buena pelea, al fin y al cabo, estabas a punto de arrancar de su lado el único vestigio del gran amor de su vida.
Mi familia fue incapaz de resistirse a los encantos de Suna hime. Aunque, si, por alguna razón se opusieran, yo habría luchado con uñas y dientes, nada ni nadie me separaría de la mujer que amo. Por esa dama que vale la pena luchar, una y otra vez, con el mismísimo Jūbi.
Muchos interpretaron nuestra unión como una estrategia política entre las aldeas. —¡Que piensen lo que se les venga en gana! —. Lo nuestro no nació al calor de una tarde de verano. No fue un hecho fortuito del destino. Su cimiento no fue cálido, fue frío como el hielo—: enemigos porque el mundo Shinobi lo exigió así, pero que con el paso del tiempo las cicatrices de la destrucción forjaron una alianza sin dejar de lado al rubio cabeza hueca que se adueñó de nuestros corazones y nos devolvió la fe en la humanidad. El conocernos como contrincantes en los exámenes chunnin, no presentaba un paisaje prometedor, pero la perdida de seres queridos y cientos de civiles, nos llevó a ser camaradas en misiones y unir fuerza en la guerra.
«¡Dos en uno!» —solías decir con una amplia sonrisa.
Abanico en mano exorcizaste los demonios que habitaban mi alma.
Siempre bella. Siempre voluntariosa. Completamente inalcanzable para un haragán quejumbroso como yo.
Apago la colilla del cigarrillo con mi pie. Me levanto para quitar el entumecimiento de mis piernas, camino con parsimonia hasta llegar a un pequeño estanque. Pienso en todo. Pienso en nada.
Pienso. Pienso. Pienso…
Me siento observado y me pongo en posición de alerta ante cualquier ataque. Nada de que preocuparse, el ulular de un búho delata que él es el fisgón. Me encierro en mi propio mundo mientras hago una necesidad fisiológica. Fácil de evacuar para un hombre, difícil para una mujer.
El claro de luna y el gélido clima no resultan un obstáculo para imaginarme entre las sábanas, acariciándote, besándote, adorándote. Mis pensamientos viajan a la velocidad de la luz, evocan el día en que fuiste mía. Nervios de principiantes nos hacían compañía. Mágico momento, fruto de una noche que calaba los huesos, ambos vírgenes en las artes del amor, besos castos que transmutaron en apasionados, roces que arrancaban gemidos gozosos de nuestras gargantas.
Un chico que venía soltando su adolescencia pretendía ser todo un hombre ante una mujer por entero. Miedo a lo incierto. Vergüenza de no ser lo que esperabas.
Como ladrón, hurté tu inocencia bajo el blanco manto de una nevada en Konoha. Me adentré en tu ser con paciencia, me hundí en tu verde mirada. Tus ojos derramaban lágrimas debido a dolor que deja la sensación del cuerpo extraño que te posee desde tu secreta hendidura.
Un hilo rojo resbaló por tu intimidad. El mismo hilo rojo que tejió mi destino. El estar junto a ti por siempre.
Te besé con desespero. Palpé tu sexo con mis dedos, lo humedecí con mi lengua, lo acaricié con mi aliento. Noto el calor que emana tu cuerpo, lo inquieto que se comporta con cada roce, con mi boca labré un camino que bajó por tu cuello, siguió su recorrido hacia las dos colinas que me hacen perder la cordura, que me han abrigado en la pasión carnal, me han sostenido en los momentos de alegría y de dolor, pero que, sobre todo, nutrieron al pequeño ser que trajo consigo la cúspide de mi felicidad.
Cada movimiento. De adentro hacia afuera y viceversa, provocaban una descarga eléctrica por mi cuerpo. Me exigía a dar lo mejor de mí, inquiría ir por más. Más rápido, más profundo. Más, más, más…
Entrelazaste tus piernas a mis caderas, gimoteabas como desaforada, rogabas por más y te lo di, como lacayo, obediente a tus órdenes. Te lo di todo, mi alma, mi cuerpo, mi ser. Estabas por llegar, lo supe por como tu interior empapaba mi miembro y me apretabas desde tu interior. Cuando curvaste tu cuerpo hacia mí, supe que habías tocado el cielo con las manos, tu mirada se perdió en un mar de sensaciones, pero yo no había acabado, te embestí una y otra vez hasta que me catapultaste al edén.
Sacudo mi cabeza porque los pensamientos libidinosos han suscitado un pequeño malestar en mi entre pierna. Me rasco la nuca al deducir lo problemático que iba hacer disimular el nada discreto abultamiento que se refleja tras mi cremallera. El amanecer estaba cerca, los escasos rayos de sol anunciaban la llegada de un nuevo día, estaba cada vez más cerca de llegar a casa; una casa que construimos con el sudor de nuestras frentes, absteniéndonos de ciertos privilegios y que hoy se siente vacía.
Los años han pasado, las obligaciones de ambos han hecho mella en nuestra relación, nuestro hijo ha crecido y ha decidido irse y labrar su propio futuro. —Las cosas no han ido bien últimamente entre los dos.
Extraigo un segundo cigarrillo para fumar. —Falta una hora para que el astro rey salga por completo. —Me queda tiempo para analizar la situación que enfrento con mi esposa. No quiero tirar por la borda todos los momentos vividos. Me niego rotundamente a dejarte ir. No sin luchar.
Y con esa determinación latente en mi corazón, giro para tomar rumbo al maltrecho fuerte donde mis compañeros probablemente continúan descansando. Nos espera un largo trayecto de regreso a la aldea, pero perderte no es una opción. He descubierto que es lo que pasa contigo. —El reflejo que me devolvió las cristalinas aguas del estanque, me dijeron todo sin palabra alguna, revelaban mi cansado rostro, sucio, con una sombra de barba incipiente y mi perilla lucía unos platinados vellos. —¿Cómo pude ser tan idiota de no entenderlo antes? —Mi diosa de arena, dueña de mi corazón, origen de mis más bajos instintos. ¡Cuánta falta me haces! —Y en cuanto esté frente a ti. ¡Te lo haré saber!
Ocurrencia de último minuto. Luego sabrán el por que del título de la historia. Espero que disfruten el último día del fin de semana. Agradezco desde ya sus comentarios, ustedes saben que son una excelente retroalimentación. Me ayudan a no claudicar, me brinda soporte y superación. Gracias por tomarse su tiempo.
¡Bendiciones! XD
