- G-Gray…- le escuchó gemir al menor mientras su rostro se descomponía de excitación – N…No podemos… - reclamó aunque su expresión gritaba un claro "fóllame" por donde quiera que lo mirase.
Obedeciendo los instintos de su cuerpo, el peliazul ignoró las súplicas del Cazador de Dragones y entró en su interior sin ninguna contemplación, haciendo gritar al otro del dolor que lo llenó. Ni siquiera en la batalla contra Xanxus había sentido un dolor igual, un dolor tan desgarrador como aquel.
Las paredes del menor recibieron al miembro de Gray con exquisitas contracciones que le hicieron gemir involuntariamente, deseoso de poder probar un poco más de aquella viciante droga que por lo visto, Natsu estaba dispuesto a darle aunque su mente estuviese en contra.
Por el otro lado, el pelirosa se mordía el labio inferior con mucha fuerza, sin poder acostumbrarse a la sensación de tener a un invasor moviéndose con tanto descaro en su interior. Sentía como el otro chocaba contra su próstata sin pudor alguno, liberando ondas de puro placer por todo su cuerpo, haciendo que se le fuera casi imposible seguir reprimiendo los gemidos que se volvían dolorosos en su garganta. Cada estocada traía nuevas sensaciones que aunque odiase admitirlo, le encantaban.
- Natsu… - susurró el mayor mientras se detenía unos segundos para acariciarle el rostro al pequeño, besándole las lágrimas que se escapaban por sus rojísimas mejillas. A pesar de que se sintiese tan bien estar en el interior del Cazador de Dragones, no podía ignorar el hecho de que también le preocupaba la salud del otro. ¿Acaso había sido muy bruto con él? Le asustaba lastimarlo, aunque la mayoría de las veces en las que se peleaban solía ignorar el dolor ajeno ya que su enojo lo cegaba de aquellos detalles.
- ¡G-Gray! – lo llamó con pasión mientras se aferraba a la espalda del contrario enterrándole las uñas mientras su cuerpo se estremecía tembloroso. Le dolía, pero eso no recataba el hecho que le gustaba.
Rendido, Natsu rodeó la cintura del peliazul con sus piernas, indicándole que ya no le dolía y que podía seguir con los movimientos.
Obediente, el mayor tomó al pelirosa de la cintura, para luego posicionarlo suavemente sobre las frazadas de la cama, en donde pudo embestirlo con más potencia.
Sin soportar más los gemidos, el Cazador de Dragones comenzó a jadear sin control, acercándose al orgasmo.
- G-Gray… te amo… te amo… ¡G-Gray! Ngh… - el escuchar como el otro lo llamaba mientras liberaba su semilla sobre su vientre provocó que al peliazul también le llegase su momento, liberando su espesa esperma dentro del otro.
Un líquido amarillo se deslizó por los muslos del menor, haciéndole dar un último y profundo gemido.
- Natsu te amo… - fue lo único que escuchó el dragón de fuego antes de sentir como los labios del otro se presionaban con ternura sobre los suyos, como si aquello fuera el sello del pacto que los uniría por siempre.
Esa noche Gray y Natsu habían retado al destino, el cual tarde o temprano terminó separándolos con más crueldad de la deseada…
