Capitulo 1
Maldita nieve. Lexa redujo a segunda, aminoró la velocidad del todoterreno a veinticuatro kilómetros por hora, soltó un juramento y forzó la vista al máximo; sin embargo, lo único que podía verse más allá del frenético vaivén de los limpiaparabrisas era una pared blanca. Aquella no era una ventisca invernal de cuento de hadas, y los copos de nieve que caían parecían tan grandes y amenazadores como un puño.
Sería inútil pararse a esperar a que la tormenta escampara, se dijo mientras tomaba la siguiente curva lentamente. Después de seis meses conocía a la perfección aquella angosta y serpenteante carretera y podía conducir por ella casi con los ojos cerrados, así que podía considerarse afortunada, pero una recién llegada se habría encontrado indefensa. Incluso con aquella ventaja, tenía los hombros y la parte posterior del cuello completamente tensos. Las nevadas en Colorado podían ser tan peligrosas en primavera como en pleno invierno, y durar una hora o un día; además, aquella había tomado por sorpresa a todo el mundo... tanto a los residentes como a los turistas y al Servicio Nacional de Meteorología.
Sólo ocho kilómetros más y podría descargar las provisiones, encender el fuego y disfrutar de la ventisca de abril en el acogedor interior de su cabaña, con una taza de café caliente o una cerveza fría.
El todoterreno fue ascendiendo por la cuesta como un tanque, y Alexandria se sintió agradecida por su resistencia y su solidez. Aunque tardara tres veces más en recorrer los treinta y dos kilómetros hasta su casa, por lo menos conseguiría llegar.
Los limpiaparabrisas trabajaban incansables, pero lo único que se apreciaba entre los segundos de falta de visibilidad total era una cortina blanca. Si no amainaba, al anochecer la nieve tendría más de medio metro de altura. Lexa intentó animarse diciéndose que para entonces ya habría llegado a casa, pero sus imprecaciones resonaron en el interior del vehículo. Si no hubiera perdido la noción del tiempo el día anterior, habría podido comprar antes las provisiones y el mal tiempo no le habría afectado lo más mínimo.
La carretera serpenteó en una curva perezosa, y Lexa la tomó con sumo cuidado. Le resultaba muy difícil conducir lentamente, pero a lo largo del invierno había adquirido un sano respeto por las montañas y por las carreteras que las atravesaban. La valla de seguridad era muy sólida, pero al otro lado esperaban unos barrancos escarpados que no perdonaban un error. Aunque tenía confianza en sí misma y en la fiabilidad del todoterreno, tenía que tener en cuenta la posibilidad de que hubiera algún coche a un lado o en medio de la carretera.
Necesitaba fumar. Apretó las manos en el volante, deseando encender un cigarro, pero sabía que tendría que esperar para poder permitirse ese lujo. Sólo cuatro kilómetros y medio más.
Sintió que la tensión de sus hombros empezaba a relajarse. No había visto un solo coche en más de veinte minutos, y era dudoso que se encontrara con alguno a aquellas alturas, y a que cualquiera con la más mínima sensatez habría buscado refugio. A su lado, la radio no dejaba de hablar de carreteras cortadas y eventos cancelados.
Siempre la había sorprendido que la gente planeara tantas fiestas, cenas, recitales y representaciones para un mismo día, aunque suponía que esa era la naturaleza humana. Siempre planeando reuniones para juntarse unos con otros, aunque sólo fuera para vender un puñado de pasteles y galletas. Ella prefería estar sola, al menos de momento; de no ser así, no habría comprado la cabaña ni habría permanecido enclaustrada en ella durante los últimos seis meses.
La soledad le proporcionaba libertad para pensar, para trabajar, para curarse, y había logrado las tres cosas en cierta medida. Estuvo a punto de suspirar aliviada al ver... bueno, al notar... que el coche volvía a tomar una pendiente, ya que sabía que aquella era la última cuesta antes de su desviación.
Ya sólo quedaba un kilómetro y medio. Su cara, que había estado tensa de concentración, empezó a relajarse. Era un rostro demasiado delgado pero resultaba muy atractivo; además, tenía la nariz ligeramente desviada a causa de un acalorado desacuerdo que había tenido con su hermana menor en la adolescencia , que no se notaba a simple vista, pero Lexa no le había guardado rencor por ello.
Se le había olvidado ponerse un sombrero, y su largo pelo castaño le enmarcaba la cara y le sobrepasaba el cuello del anorak con aspecto desgreñado, ya que se lo había peinado con dedos apresurados horas antes. Sus ojos, de un cristalino tono verde oscuro, empezaban a escocerle después de estar tanto tiempo fijos en la nieve.
Mientras los neumáticos se deslizaban por el asfalto acolchado, echó un vistazo al cuentakilómetros, y levantó la vista de nuevo tras comprobar que sólo faltaba medio kilómetro. Entonces fue cuando vio el coche que se acercaba hacia ella fuera de control. Sin tiempo ni para soltar una palabrota, viró bruscamente hacia la derecha justo cuando el otro coche pareció derrapar. El todoterreno patinó en la nieve, y se balanceó peligrosamente antes de que las ruedas consiguieran aferrarse a la carretera para obtener algo de tracción. Por un instante Lexa creyó que iba a dar una vuelta de campana, pero cuando su vehículo se estabilizó no pudo hacer otra cosa que permanecer allí sentada, mirando con la esperanza de que el otro conductor tuviera tanta suerte como ella.
El coche descendía ladeado a toda velocidad, y aunque todo estaba ocurriendo en cuestión de segundos, Lexa tuvo tiempo de pensar en lo fuerte que sería el impacto cuando diera de lleno contra el todoterreno; sin embargo, en el último momento el conductor consiguió enderezar el vehículo, viró bruscamente para evitar la colisión, y empezó a deslizarse sin remedio hacia la valla de seguridad. Lexa puso el freno de mano, y salió del todoterreno justo cuando el otro coche chocaba contra el metal.
Estuvo a punto de caerse de cabeza, pero gracias a sus botas de montaña consiguió mantener el equilibrio mientras corría por la nieve hacia el vehículo accidentado. Era un coche pequeño y compacto... aún más después del impacto, ya que la parte derecha había quedado metida hacia dentro y el capó parecía un acordeón por el lado del pasajero. En un instante de lucidez, se horrorizó al pensar en lo que podría haber pasado si el coche hubiera golpeado por el lado del conductor.
Cuando consiguió llegar al coche a través de la nieve, vio una figura desplomada sobre el volante e intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada. Con el corazón en la garganta, empezó a aporrear la ventanilla. La figura se movió, y al ver la espesa cabellera rubia que caía sobre los hombros de un abrigo oscuro se dio cuenta de que era una mujer. En ese momento, ella se quitó el gorro de esquí que llevaba, se volvió hacia la ventanilla y fijó la vista en la morena.
Estaba muy pálida, blanca como el mármol, e incluso sus labios parecían demacrados. Tenía unos ojos enormes y oscuros, con los iris casi negros debido a la conmoción... y era hermosa, tan increíblemente hermosa que quitaba el aliento. Como artista vio las posibilidades en aquel rostro con forma de diamante, en los pómulos prominentes y el lunar sensual sobre el labio superior, pero como lesbiana apartó de su mente aquellos pensamientos y volvió a golpear en la ventanilla.
Ella parpadeó y sacudió la cabeza, como si estuviera intentando despejársela, y Lexa vio que sus ojos eran de un tono azul medianoche cuando la conmoción en ellos empezó a desvanecerse y dejó paso a una expresión preocupada.
La mujer se apresuró a bajar la ventanilla, y le preguntó antes de que la morena pudiera articular palabra:
— ¿Está herida?, ¿le he dado?
— No, ha dado contra la valla de seguridad.
— Gracias a Dios —dijo ella, antes de apoyar la cabeza en el respaldo de su asiento por unos segundos. Tenía la boca seca, y aunque luchaba por controlarlo, el corazón parecía martillearle en la garganta.— El coche empezó a resbalar al empezar a bajar por la cuesta, y creí que a lo mejor podría recuperar el control, pero entonces vi su todoterreno y pensé que iba a darle de lleno.
— Lo habría hecho, si no hubiera girado hacia la valla.
Lexa miró de nuevo el capó del coche, consciente de que el daño podría haber sido mucho mayor. Si ella hubiera ido a más velocidad... pero no tenía sentido perderse en especulaciones inútiles, así que se volvió hacia ella de nuevo e intentó ver algún signo de trauma en su rostro.
—¿Se encuentra bien?
—Sí, creo que sí —ella volvió a abrir los ojos, mientras intentaba esbozar una sonrisa.
— Lo siento, debo de haberle dado un buen susto.
—Y que lo diga —pero el sobresalto ya había pasado, y estaba a menos de medio kilómetro de su casa, varada en la nieve con una desconocida que no iba a poder sacar su coche de allí en varios días.
— ¿Qué demonios está haciendo aquí?
Ella ignoró la brusquedad de sus palabras mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad; había estado respirando hondo para intentar serenarse, y ya se encontraba mucho mejor.
—Debo de haberme equivocado de dirección por la tormenta, porque estaba intentando llegar a Lonesome Ridge para esperar a que amainara. Según el mapa, es la población más cercana, y tenía miedo de pararme en el arcén... bueno, en el pequeño margen que hay. —miró hacia la valla de seguridad, y se estremeció.—Supongo que no voy a poder sacar mi coche de aquí.
—No, esta noche no.
Con expresión ceñuda, Lexa se metió las manos en los bolsillos. La nieve seguía cayendo y la carretera estaba desierta, así que si la dejaba sola era posible que muriera congelada antes de que apareciera por allí un vehículo de emergencia o una máquina quitanieves. Por mucho que quisiera desentenderse de aquella responsabilidad, no podía dejar a una mujer varada en medio de aquella tormenta.
—Lo único que puedo hacer por usted es llevarla a mi casa.
Su voz era seca, carente de amabilidad, pero ella no se sorprendió por ello. Era normal que estuviera enfadada e impaciente, ya que casi había chocado con ella y además iba a tener que seguir ayudándola.
—Lo siento.
Ella movió ligeramente los hombros, consciente de que había sido muy grosera.
—El desvío que lleva a mi casa está en la cima de la colina, tendrá que dejar aquí su coche y venir conmigo en el todoterreno.
—Muchas gracias —dijo la rubia. Con el motor apagado y la ventanilla abierta, el frío estaba empezando a calar en su ropa.— Perdone las molestias, señorita...
—Woods, Lexa Woods.
—Yo me llamo Clarke —acabó de quitarse el cinturón de seguridad que había evitado que sufriera alguna herida grave, y añadió— Llevo una maleta en la parte de atrás, ¿le importaría echarme una mano con ella?
Lexa agarró las llaves y fue a regañadientes a buscarla, pensando que si se hubiera puesto en marcha una hora antes ya estaría en casa, y sola.
La maleta no era muy grande, y distaba mucho de estar nueva; al parecer, la mujer sin apellido viajaba ligera de equipaje. Mientras la sacaba del coche, se dijo que no era justo enfadarse ni mostrarse tan descortés; al fin y al cabo, si ella no hubiera conseguido virar y la hubiera esquivado, a esas alturas necesitarían un médico en vez de una taza de café y de algo para calentarse los pies.
Lexa decidió mostrarse un poco más civilizada, y se volvió hacia ella para decirle que fuera al todoterreno. La mujer había salido de su coche y estaba de pie mirándola, con la nieve cayéndole sobre el pelo suelto, y fue entonces cuando se dio cuenta de que no sólo era muy hermosa, sino que además estaba muy embarazada.
—Madre de Dios —consiguió decir.
—De verdad que siento causarle tantos problemas, y le agradezco muchísimo que quiera ayudarme —empezó a decir Clarke—Si puedo llamar desde su casa y conseguir que venga alguien a remolcar mi coche, a lo mejor arreglaremos esto rápidamente.
Lexa no oyó ni una palabra de lo que le estaba diciendo, incapaz de apartar la vista del bulto cubierto por su abrigo oscuro.
—¿Está segura de que está bien?, no sabía que estaba... ¿necesita un médico?
—No, no hay problema —su rostro, que había recuperado el color gracias al frío, se iluminó con una amplia sonrisa.— El niño está perfectamente, aunque por las patadas que me está dando, yo diría que se ha molestado un poco con todo este revuelo. No hemos chocado con la valla, más bien nos hemos deslizado contra ella, así que apenas hemos notado el impacto.
—Puede que haya... —sin saber demasiado bien cómo seguir, la morena optó por decir:— Que la sacudida le haya... dañado algo.
—Estoy bien —repitió ella—. Tenía puesto el cinturón de seguridad, y la nieve amortiguó el golpe —al darse cuenta de que ella no parecía demasiado convencida, se echó atrás el pelo con algo de impaciencia. Aunque llevaba unos guantes de cuero ribeteados en seda, los dedos estaban empezando a entumecérsele.— Le prometo que no voy a ponerme de parto aquí en medio... a menos que nos quedemos aquí plantadas durante las próximas semanas.
La mujer tenía razón... o al menos, eso esperaba Lexa; además, empezaba a sentirse como una idiota bajo el peso de la sonrisa con que la miraba. Tras unos segundos se dio por vencida, y alargó una mano hacia ella.
—Deje que la ayude.
Clarke sintió que aquellas palabras tan sencillas le daban de lleno en el corazón, ya que podía contar con los dedos de una mano las veces en que alguien le había dicho algo así.
Lexa no sabía cómo había que comportarse con las mujeres embarazadas, y se preguntó si serían muy frágiles. Siempre había pensado que debía de ser todo lo contrario, teniendo en cuenta por lo que tenían que pasar, pero en ese momento en que se encontraba frente a frente con una, tenía miedo de que se rompiera en mil pedazos al tocarla.
Temerosa de resbalarse en la nieve, Clarke se aferró con fuerza a su brazo mientras iban hacia el todo terreno.
—Este sitio es precioso, pero la verdad es que voy a disfrutar más de la nieve cuando esté a cubierto —comentó cuando llegaron al vehículo. Al ver el escalón bastante alto que había bajo la puerta, añadió:— Me parece que va a tener que ayudarme a entrar, no estoy tan ágil como antes.
Lexa metió la maleta primero, mientras se planteaba por dónde podía agarrarla. Mascullando entre dientes, le puso una mano bajo el codo y otra en la cadera, y Clarke consiguió entrar en el todoterreno con una facilidad que la sorprendió.
—Gracias.
La morena gruñó su respuesta mientras cerraba la puerta de golpe. Tras rodear el vehículo, se puso al volante y consiguió reincorporarse a la carretera sin demasiado esfuerzo.
Mientras el sólido vehículo subía lentamente la cuesta, la rubia estiró las manos y vio que por fin habían dejado de temblar.
—Si hubiera sabido que había casas por la zona, habría pedido cobijo hace rato. No me esperaba que hubiera una nevada en abril.
—Por aquí puede nevar en cualquier fecha —dijo ella, y se quedó callada por un largo momento. Respetaba la privacidad ajena tanto como la suya propia, pero las circunstancias en que se encontraban se salían de lo común.— ¿Viaja sola?
—Sí.
—¿No es un poco peligroso en su condición?
—Había planeado estar en Denver en un par de días —posó una mano sobre su vientre, y afirmó:— No salgo de cuentas hasta dentro de seis semanas —respiró hondo, consciente de que no tenía otra opción que confiar en la morena, aunque fuera arriesgado.—¿Vive sola, señorita Woods ?
—Sí...
Se volvió un poco para poder verla con claridad mientras la morena enfilaba por un camino lateral bastante estrecho... o lo que ella supuso que sería un camino, ya que estaba totalmente enterrado bajo la nieve. Su rostro tenía una cierta dureza, aunque era demasiado fino para resultar tosco. Era un rostro esculpido con frialdad, como el de alguna mítica jefa guerrera de antaño.
Clarke recordó su expresión de asombrada impotencia al darse cuenta de que estaba embarazada, y supo instintivamente que estaba segura con ella. Y de todos modos tenía que creer que era así, ya que no le quedaba otra opción.
Lexa notó su mirada y pareció leerle el pensamiento, porque dijo con voz calmada:
—No soy una maníaca peligrosa.
—Me alegro —Clarke esbozó una sonrisa, y se volvió de nuevo hacia delante.
La cabaña era apenas visible a través de la nieve, incluso cuando se detuvieron justo delante de ella; sin embargo, a Clarke le encantó lo poco que consiguió vislumbrar. Era un rectángulo achaparrado de madera con un porche cubierto, ventanas de paneles cuadrados y humo saliendo por la chimenea.
Aunque estaba casi totalmente enterrado bajo la nieve, había un camino de piedras planas que llevaba hasta los escalones de entrada, y los lados de la casa estaban flanqueados por árboles de hoja perenne. Nada le había dado en su vida la sensación de calidez y seguridad que le transmitió aquella pequeña cabaña en medio de las montañas.
—Es preciosa, debe de ser muy feliz viviendo aquí.
—Es práctico.
Lexa rodeó el todoterreno para ayudarla a bajar, y al inhalar su aroma pensó que olía a nieve... o a agua, aquel agua pura y virginal que descendía por las montañas en primavera. Consciente de que tanto su reacción como sus comparaciones eran absurdas, le dijo con voz algo brusca:
—Yo la entraré, dentro de nada podrá calentarse frente a la chimenea —la llevó hasta la casa, y al llegar a la puerta la dejó con cuidado de pie y abrió para que entrara.— Pase, yo traeré sus cosas.
Y sin más regresó al todoterreno y la dejó allí sola, con la nieve derretida de su abrigo mojando la alfombra del recibidor.
Clarke levantó la mirada, y se quedó boquiabierta al ver los cuadros. Cubrían las paredes, estaban amontonados en cada rincón y sobre las mesas, y aunque sólo unos cuantos estaban enmarcados, lo cierto era que no necesitaban ningún tipo de adorno. Algunos estaban a medio acabar, como si la artista hubiera perdido el interés o la motivación. Había óleos de colores vividos y llamativos, y acuarelas en tonos suaves y etéreos que parecían sacados de un sueño. La rubia se quitó el abrigo y se acercó para verlos más de cerca.
Uno mostraba una escena de París, el Bois de Boulogne, un parque que reconoció porque lo había visitado en su luna de miel. Al contemplarlo se le inundaron los ojos de lágrimas y todo su cuerpo se tensó, pero respiró hondo y se obligó a mirarlo hasta que sus emociones se estabilizaron.
Había un caballete debajo de una ventana, donde la luz podía dar de lleno sobre el lienzo, y aunque tuvo la tentación de ir a echar un vistazo, se contuvo porque ya tenía la sensación de estar invadiendo la intimidad de aquella mujer.
Sintiéndose perdida, enlazó las manos con fuerza mientras la invadía un profundo desespero. Se había metido en un atolladero, tenía el coche destrozado, apenas le quedaba dinero, y el bebé... el bebé no iba a esperar hasta que las cosas se solucionaran.
Si la encontraban en ese momento... No, no iban a encontrarla, se dijo mientras separaba las manos con un gesto decidido. Había llegado hasta allí y nadie iba a quitarle a su hijo, ni en ese momento ni nunca.
Hola a todos, gracias por llegar hasta aquí, este es una adaptación cuyo nombre y autor lo daré al final de la historia. Espero que le guste tanto como a mi.
Solo me resta decirles que lo disfruten y hasta pronto.
Me despido con mi espada y mi alma.
