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Antes del alba
Kenma x Akira
Disclaimer: personajes no son míos
Si no hubiese atardecer, los primeros rayos de sol del día siguiente no existirían. El atardecer siempre dice: «Ya no puedo más. No me mires tanto. No me ames, pues dentro de poco moriré. Pero, por favor, te ruego que trates bien al alba que nacerá por la mañana, desde el cielo del Este y brillando entre las nubes. Ese amanecer es mi hijo, y lo he criado con todo mi amor. Es un niño bueno, sano y lleno de vitalidad».
—En memoria de Zenzou, Osamu Dazai.
I
A los veintitrés años estaba convencido de que el amor me esquivaría toda la vida.
Hace unos años, dos de mis amigos habían comenzado un romance entre ellos y daba la impresión que durarían juntos toda la vida. Varios de sus conocidos daban por hecho que estaban juntos antes que se hubiese formalizado la relación, y cuando anunciaron la noticia, tomó por sorpresa a muy pocos. Pero la relación se deterioró con los años de un modo en que nadie pudo prever, como si les hubiese llegado el invierno de sopetón, marchitándolos a ellos y lo que habían forjado. A mí me daba pena verlos en aquella actitud, en la que se separaban para volver empezar, volvían a separarse, y volvían a empezar. A veces, el nombre de mis amigos salía a colación en medio de una conversación trivial. «¿Supiste? El otro día, en aquel bar al que acuden con frecuencia, volvieron a montar el numerito. La regenta se vio obligada a intervenir. ¡Y con la buena pareja que hacían!» Y en eso se quedaban aquellas menciones de mis dos amigos. La anécdota era seguida por otras anécdotas igual de frívolas.
Yo, que peco de alma mediocre y tiendo a la pereza, me sentía afortunado de no haberme enamorado. Se lo escuché a Kuro alguna vez: «el amor es un problema». No había que hablar desde la experiencia para hacer una declaración así, y aquello era lo que yo mismo pensaba.
Entonces, como suele suceder en estos casos, en que das por hecho que el tiempo ha dictado su sentencia, mis amigos por fin se separaron para no regresar jamás, y yo me enamoré por primera vez.
Se llamaba Kunimi Akira. A veces todavía repito su nombre. Abro la ventana y lo susurro para que mi voz se mezcle con el viento, con la esperanza de que el eco de la noche me traiga su recuerdo.
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Nos presentó un amigo en común. En ese entonces Kei intentaba dejar los pantalones de Kuro por tercera o cuarta vez. Me visitaba cada dos semanas.
—Tenemos que terminar —dijo Kei en lo que sacaba una cajetilla de cigarros del bolsillo interno de su americana—. Todo ha sido muy complicado.
Quizá hablaba consigo mismo y no le interesaba mi opinión. De todas formas, le alcancé el cenicero de manekineko y mi encendedor.
—Esto deberías hablarlo con Kuro.
—No. No voy a pasar por una conversación de nuevo.
—Si esperas a que Kuro te deje… lo tienes claro.
El cigarrillo de Kei se fue consumiendo entre sus dedos. Habíamos empezado a fumar al egresar de preparatoria, Kei y yo. Kuro también, pero lo dejó a tiempo y lo reemplazó por yoga en las mañanas y treaking los fines de semana. Fue una de las tantas cosas que Kei no pudo seguir y que lo complicó todo.
—La última vez que intenté terminarlo, Kuroo-san me atacó a tantas preguntas, que me puse nervioso, me contradije y al final no rompimos porque «no era la opción más lógica».
—No se puede derrotar a Kuro en lógica.
—Así que he pensado engañarlo, y que se entere. Que alguien le haga llegar el rumor.
—No hagas eso.
Kei dejó la colilla de cigarrillo en el cenicero. Trató encenderse otro, pero sus dedos le temblaban descontrolados. En otra instancia lo habría ayudado.
—Kunimi llega mañana a Tokio —prosiguió—, iremos al museo en Mitaka. Tú solo tienes que decirle a Kuroo-san que nos viste juntos.
—Kei, de verdad, no lo hagas.
—Y no haré nada, Kunimi también tiene novio. Lo que te estoy pidiendo es que le digas a Kuroo-san que me viste con otro hombre y ya. Luego, cuando me interrogue al respecto, le dejaré con el pretexto de que es un celoso.
—Es un plan demasiado complejo incluso para ti.
Kei no respondió. Había logrado encender su cigarrillo.
—Seguro las cosas van menos mal de lo que piensas.
—No lo entiendes, no puedes entenderlo.
No lo entendía, me había agotado de entenderlo.
—Déjame hablar primero con Kuro —me ofrecí.
Tsukishima dio una larga calada, como si inspirase para luego aguantar la respiración. Era una buena persona ese Kei, que por desgracia no era del agrado de un montón de gente. A mí me agradaba la mayor parte del tiempo, hasta que jugábamos videojuegos. Tenía mi mismo nivel, lo que lo convertía en un aliado formidable cuando jugábamos Halo, pero también en el peor enemigo en el Mortal Kombat. Kei ya no jugaba a la consola. Casi lo único que hacía era fumar. Y seguía ahogándose.
Le escribí a Kuro si acaso nos podíamos ver.
Kenma (19:01): Tengo que hablar contigo. Prefiero que sea en persona.
Kuro (19:06): ¿Es urgente? Porque pensaba quedarme estudiando en la biblioteca hasta el cierre.
Me dio la impresión de que Kei estaba a punto de llorar. Dejó lo que quedaba de su cigarrillo en el cenicero y se tumbó en mi cama, apoderándose de mi almohada.
Kenma (19:07): Puede esperar.
Kuro (19:12): Te avisaré cuando salga.
Me puse a revisar unas conversaciones en el teléfono, y luego unos trabajos. Mientras atendía mis asuntos, Kei se quedó dormido. No me atreví a quitarle los lentes por miedo a despertarlo, además que siempre me había dado ternura cómo se le marcaba el puente metálico en su nariz. Cuando Kei dormía, su rostro se suavizaba, y a veces, dependiendo de sus sueños, se atisbaba una suave sonrisa. Durante el primer año de su relación con Kuro, la sonrisa se le escapaba con frecuencia, y yo podía pasarme horas contemplándolo reír en sueños.
Recordé con nostalgia aquellos días. Por entonces, yo pensaba que sería interesante eso de «sentirse enamorado», y que me gustaría experimentar aquella sensación, al menos por un día. Aquella fuerza mágica que emanaba del corazón de uno mismo, y te elevaba las comisuras hacia los cielos de forma natural, y que te hacía ver más jovial, más enérgico, incluso que provoca que parecieras mejor persona, era algo que me intrigaba en términos netamente académicos. Era una curiosidad.
Pero esta vez Kei tampoco sonrió en sueños, y yo ya no deseaba aquello para mi vida. Me daba pena Kei, y por extensión también me la daba Kuro. Lo arropé con una manta de pac-man y aparté fugazmente el flequillo su frente. Una cicatriz de casi diez centímetros corría en diagonal desde la sien izquierda hasta el cuero cabelludo. Estuve tentado de tocarla, pero me contuve. Por una razón Kei se había dejado crecer el flequillo.
Regresé a mis trabajos. El nombre de Kunimi regresó a mí como un bumerán. Era la primera vez que oía hablar a Kei de aquel sujeto. Como por acto reflejo, recelé.
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Kuro me escribió cercano a medianoche, cuando Kei ya se había marchado a la residencia universitaria donde vivía. Yo estaba trabajando en mi laptop cuando vi su mensaje. Evalué qué tan necesario sería abrigarme con una cazadora, y cuando decidí que no, se largó a lloviznar. Hallé a Kuro sentado en el portal de su casa con sus piernas estiradas.
Hace tiempo a Kuro le acompañaba una tristeza que emanaba desde lo profundo de su ser. Yo no era capaz de reconfortarlo, y me aferraba a la idea que nuestras conversaciones, algunas más frívolas que otras, fuesen suficiente para darle algo de calor.
Estaba tentado a iniciar alguna de aquellas conversaciones triviales, pero Kuro no me dio tiempo. Nada más verme, negó con la cabeza.
—Tsukki estuvo aquí, ¿cierto?
Me senté a su lado. Hice tiempo anudando las agujetas de mis tenis.
—¿Cómo van las cosas entre ustedes? —sin esperar una respuesta, añadí—: ¿Sabías que quiere terminar contigo de nuevo?
—Algo así me dijo, pero no se lo permití esta vez.
—No creo que puedas hacer eso.
—Pero ya lo hice. Volvimos hace muy poco, no puedo pasarme la vida cambiando mi estado sentimental. La gente pensará que soy poco serio.
A mí ya me parecía que aquella relación de altibajos con Kei era todo menos seria, pero me lo guardé.
—Dice que te va a engañar.
—Ya…
—De hecho, me pidió que te lo dijera.
—Bien, que me engañe. No voy a terminar con él por un berrinche tan caprichoso.
También me guardé lo de que mucha gente terminaría por un berrinche así de caprichoso.
—Yo sé que haces todo esto por Kei, porque no es el mismo desde el accidente. Pero también deberías pensar en ti.
—¿Algo más?
—No te mosquees conmigo.
—¿Y cómo quieres que me ponga? Sé lo que piensan todos: que debería terminar con Tsukki, que debería terminar con Tsukki… pues no voy a hacerlo.
—No he dicho que debas terminar con Kei. Solo digo que también pienses en ti.
Kuro elevó la mirada al cielo, como implorando a las estrellas por una respuesta. Era como si tuviese cinco años otra vez, cuando su madre lo abandonó a él y su familia. Tuve el impulso de agarrarle de una mano y hacerle una promesa vacía, como que todo estaría bien, o que los problemas el tiempo se ocuparía de solucionarlos.
—No te vayas tarde a cama —dije poniéndome en marcha.
Kuro seguía en el portal cuando me asomé por la ventana de mi habitación. Tenía esa tendencia casi maniática de sufrir por los demás, de dejarse arrastrar por la melancolía. Cerré las persianas. No quería pensarlo, pero lo pensaba: «no es justo». No tenía manera de saber que, en menos de veinticuatro horas, Kunimi Akira llegaría a traer justicia de un modo que no me esperaba.
Notas: tengo proyectos pendientes en todas mis cuentas, soy un desastre, me cuesta horrores hacer feliz a Kuroo. Felices Diciembres a todos, todas y todes.
Apreciación #1: Dance of Knight de Prokofiev es la representación musical del ENTJ. Los cornos franceses le dan fuerza a la obra, me estremece. A veces pienso que sería genial que la gente relacionara Dance of Knight conmigo.
