Lo prometido, es deuda. Con un poco de retraso, aquí tenéis el one-shot que prometí ;).

Las estrellas iluminaban el cielo de París, como pequeñas bombillas colocadas a años luz de distancia. Adrien las observaba pegado a su ventana, igual que solía hacer cuando su madre y él subían a la terraza para tumbarse en el suelo y deleitarse con su brillo. Había aprendido a leer las estrellas, a colocar las constelaciones en su punto exacto. Sabía moverse de noche sin necesidad de un mapa o una brújula gracias a lo que su madre le había enseñado.

Suspiró. Qué lejos quedaban esos días…

Adrien no sabía por qué había decidido recordar aquellas lecciones esa noche. Tal vez fuera que se acercaba la fecha del aniversario de la desaparición de su madre y seguía sin tener respuestas, ni una sola de pista de por qué se había ido o se la habían llevado. Y su padre no era muy dado a hablar sobre ella, de modo que seguía viviendo en la ignorancia.

Además, sentía la necesidad de hablar con alguien, de sentir que tenía a alguna persona cerca con la que pudiese charlar. Plagg no era muy buen conversador, sobre todo cuando se había quedado dormido tras zamparse tres raciones y media de queso camembert. Por un momento, pensó en Nino, pero luego miró la hora en su reloj y vio que era demasiado tarde como para que su amigo siguiera despierto. Además, al día siguiente tenían clase. No, no podía llamarle y despertarle. Después, la imagen de la cara de Marinette se le apareció en la cabeza y sonrió. Tal vez ella pudiera calmarle un poco, se le daba bien actuar en situaciones de estrés, se desenvolvía sin problemas. Pero quizás también estuviera dormida y no quería molestarla.

Volvió a suspirar, resignado. Dio la espalda al ventanal y se deslizó por él hasta quedar sentado en el suelo, con los brazos apoyados sobre las rodillas y la cara hundida entre ellas. Si quería desahogarse tendría que esperar hasta mañana y, probablemente, ya se le habría pasado el ataque de melancolía. Alzó la cabeza y se quedó mirando a su kwami, tendido la papelera caída sobre el suelo. Levantó el puño y, justamente cuando estaba a punto de llamar a Plagg sin siquiera avisarle para ponerse el traje de Chat Noir, un golpe suave y seco por encima de su cabeza llamó su atención.

Automáticamente, escondió la mano derecha y alzó los ojos verdes. Su corazón se paró al ver allí a Ladybug, observándole con los ojos azules teñidos de preocupación y el ceño fruncido bajo la máscara roja y negra. Estaba colgada de su yoyo, con las piernas apoyadas en el cristal del ventanal. De inmediato, sus piernas se activaron y se levantó para encararla. Aun así, seguía unos centímetros por encima de él.

―Ladybug―murmuró, entre confuso y maravillado―. ¿Qué haces aquí?

Por un momento, a Adrien se le pasó por la cabeza que ella supiera que necesitaba a alguien que le hiciera compañía y que por eso había ido a su casa. Después se dio cuenta de que eso era una estupidez y desechó la idea y la decepción que la acompañaba.

―Hacía una ronda―respondió ella sin sonreír―. Te he visto en el suelo de pasada. ¿Estás bien?

Adrien sintió esa calidez que emanaba de su pecho y se extendía por su cuerpo cada vez que estaba con ella. Se encogió de hombros.

―No podía dormir. Una mala noche―mintió. Por mucho que quisiera que ella se quedara con él, no quería inquietarla con sus problemas.

Ladybug se mordió el labio inferior, indecisa.

―¿Puedo entrar?―preguntó, desviando la mirada.

Adrien tardó unos segundos en reaccionar. Se echó a un lado y le señaló la habitación con una mano.

―Sí, claro.

Ladybug asintió y, con sigilo, se deslizó por el hueco de la ventana y enrolló su yoyo. Adrien se acercó a ella mientras la heroína inspeccionaba su habitación. Sabía que no era la primera vez que estaba en ella, pero parecía como si quisiera asegurarse de que todo estaba en orden. Fue entonces cuando Adrien se percató de que no había puesto derecha la papelera. Cubrió ese flanco con su cuerpo y fue retrocediendo hasta apoyarse contra el escritorio, tapando la papelera con los pies y dándole un suave toquecito para que rodara y el hueco quedara escondido con el mueble.

―¿Por qué no podías dormir?―preguntó Ladybug, sorprendiéndole de nuevo.

Adrien no estaba seguro de por qué, pero se le antojó que era la oportunidad que él había estado esperando para poder soltar todo lo que sentía de un tirón. Y, aun así…

―No lo sé―respondió con un suspiro, posando las manos en el escritorio, a su espalda.

Ladybug alzó una ceja, medio divertida, medio suspicaz.

―¿Y tú? ¿Tampoco podías dormir y por eso has salido a esta hora a dar una vuelta?―preguntó Adrien, sabiendo perfectamente que acertaba.

―Algo así―confesó ella dándole la espalda y mirándolo todo con atención.

Adrien aprovechó ese instante para fijarse en su figura. Durante las batallas, no tenía mucho tiempo para deleitarse con la manera en que el traje se ajustaba a las curvas de la chica, resaltando cada detalle y haciendo que perdiera la cabeza. Incluso, tras tanto tiempo esperando a que ella se enamorara de él, no podía evitar seguir sintiendo esa conexión con ella. ¿La conocería en la vida real? Si era así, ¿ella le odiaría? ¿Y si era del club anti-Chat? No quería ni pensarlo.

―Ladybug―dijo Adrien entonces, viéndose a sí mismo reflejado en las ventanas; ella se giró para encararle―. ¿Puedo hacerte una pregunta? No la contestes si no quieres.

Ella tragó saliva con fuerza, pero asintió, conforme.

―¿Qué piensas de Chat Noir? Es decir―se apresuró a añadir Adrien, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho y la sangre bullendo en sus venas―, sé que es tu compañero y nada más pero… me preguntaba si, a lo mejor, habrías llegado a sentir algo… por él… Algo romántico, quiero decir.

Ladybug suspiró, mirando al techo un momento antes de cerrar los ojos y mover los hombros para destensarlos. Adrien no se había dado cuenta de lo nerviosa que estaba, se reprendió a sí mismo por no percatarse de su incomodidad. ¿Y si la estaba reteniendo allí sin querer?

―No respondas si no quieres, es que…

―Lo cierto es―le interrumpió Ladybug, volviendo a mirarle a los ojos― que sí. Me refiero a que, bueno―se llevó una mano al brazo que sostenía el yoyo, con timidez―, hace poco que he descubierto quién es realmente y ha resultado ser el chico del que llevo tiempo enamorada.

Fue como si le hubiesen dado un golpe a ambos lados de la cabeza. Un pitido agudo se instaló en los oídos de Adrien, que se había quedado petrificado sobre el escritorio. Las manos se habían enganchado al mueble como si fueran garras y no era capaz de suavizar el agarre.

―Por eso estoy aquí―prosiguió Ladybug, mordiéndose el labio inferior―. Porque sé que eres tú.

―Yo…―balbuceó Adrien, consiguiendo que sus músculos respondieran de una vez a su cerebro― Es decir… A ti no te gusta Chat Noir. Somos diferentes…

―Sois la misma persona, Adrien―repuso Ladybug con un poco más de seguridad, avanzando a pasos pequeños hacia dónde él se encontraba. Adrien seguía sin poder moverse como una persona normal, pero al menos ya no notaba las manos agarrotadas―. Yo también creía que Ladybug y mi forma civil éramos distintas. Luego, cuando descubrí quién eras, me di cuenta de que las piezas encajaban―Ladybug sonrió con timidez, parándose frente a él con las manos entrelazadas―. Me ha llevado un tiempo darme cuenta de que no quería sentir nada por Chat porque quería seguir sintiéndolo por ti, no porque realmente no le quisiera. Y resulta que sigues siendo tú. Siempre has sido tú.

Adrien sacudió la cabeza. Se pellizcó el dorso de la mano. Aquello no podía estar pasando, seguro que era un sueño. Ladybug sabía quién era él y no le importaba, ni siquiera estaba decepcionada. Es más, ¡le correspondía! Tal vez no había ocurrido como él había imaginado, pero no le importaba. La cuestión era que ella le quería, aun sabiendo quién era, aun sabiendo que estaba tan roto por dentro que su única forma de seguir entero era ser Chat Noir.

Algo estalló dentro de él. Con un jadeo de alivio, alzó las manos, las posó sobre las mejillas de Ladybug y, ante la sorpresa de ella, se inclinó sobre su boca y la capturó entre sus labios con suma dulzura. Sintió que se derretía por dentro cuando, segundos después, ella posaba sus manos enguantadas sobre las de él y le devolvía el beso. Dio un paso más hacia ella y pego el cuerpo al suyo. Necesitaba sentirla cerca, sentir que las cosas empezaban a funcionar en su vida después de tanto tiempo siendo la incógnita de la ecuación.

Ladybug deslizó los dedos por el interior de sus brazos y los enredó en el pelo de su nuca. Al mismo tiempo Adrien bajó una de sus manos para posarla sobre su cintura y tirar de ella hacia él, caminando de espaldas hasta chocar de nuevo con el escritorio. Las rodillas le fallaron por la emoción contenida y ambos cayeron al suelo, sin siquiera despegar sus bocas. No querían dejar de sentirse.

Adrien acomodó a Ladybug sobre su cintura, ella abrió las piernas para poder estar lo más cerca de él posible. Sus corazones latían al unísono, como si fuese la pieza de música jamás tocada. Ella jadeó al sentir las manos de Adrien recorriéndole la espalda con ternura, aferrándose a ella como si fuese su salvavidas. A él no le importó que ella le despeinara e interrumpiese su beso para observarle. Ahí estaba, el aspecto de Chat, los ojos humanos de Chat, la misma boca hinchada por los besos.

―¿Estás bien?―preguntó él con un susurro, acariciándole la línea de la mandíbula con la yema de los dedos.

Ladybug se fijó en el anillo de plata de la mano derecha. Sacudió la cabeza y sonrió. Había estado tan ciega…

―No es justo que yo sepa quién eres y que tú, no.

―No me importa quién seas―replicó Adrien, la sinceridad brillando en sus irises esmeralda―. No me importa, te lo juro.

―Sigue sin ser justo―repuso Ladybug con suavidad.

―Pues dímelo―le rogó, mirándola de arriba abajo, deseando volver a fundirse con ella.

Ladybug se mordió el labio inferior, indecisa.

―¿Estás seguro?

―Completamente―afirmó Adrien, sujetándola por la cintura―, pero no te alejes de mí.

Ella suspiró. Asintió, nerviosa y cerró los ojos. Adrien escuchó el conjuro para deshacerse de su traje y tuvo que entornar los ojos para que la luz que desprendía la transformación no le cegara por completo. Pudo ver, en medio de aquel destello, cómo el traje desaparecía, dejando ver unos pantalones de pijama rosas y una camiseta blanca de tirantes con lunares negros que reconocía. La máscara fue lo último que desapareció y, al fin, pudo ver el rostro de su heroína.

El aire desapareció de sus pulmones al ver al kwami rojo de Ladybug flotar junto a él, guiñarle un ojo y desaparecer dentro de la papelera donde se encontraba Plagg.

―Marinette…―musitó, sintiendo cómo los brazos se relajaban en torno a su cuerpo.

Ella abrió los ojos, tan azules como Adrien recordaba. Vio enseguida que había estado enamorado todo ese tiempo de ese mismo brillo, pero en diferentes personas. O en la misma, al parecer. Se dio cuenta de que la sonrisa escondida en aquellas comisuras era igual, que la forma de su cuerpo era la misma. Levantó una mano para tocarle el pelo. Tan oscuro y diferente que era imposible que alguien más tuviera ese color.

―Eres tú…

Marinette agachó la cabeza, temblando como una hoja en los brazos de Adrien.

―Siento no ser quien tú querías que fuera.

Adrien frunció el ceño, maravillado. ¿Acaso podía tener más suerte? Le puso dos dedos bajo la barbilla y la obligó a mirarle, sonriendo.

―Tú eres quien yo quería que fueras. No hay nadie mejor.

Marinette parpadeó, confusa, aliviada e impactada al mismo tiempo.

―¿Para ser Ladybug? Lo dudo mucho.

―No―repuso Adrien, volviendo a acercarse ella, rozando su nariz con la de ella―, para llevarse mi corazón.

Marinette jadeó, sin poder creer aquellas palabras. Adrien lo notaba. Era consciente de todas esas veces que Marinette había tartamudeado frente a él, o le había rehuido, o se había quedado congelada a su lado. Había pensado que, con el tiempo, ella dejaría de sentir esa fascinación por él, un modelo y, encima, hijo de su diseñador favorito. Sin embargo, Marinette había seguido con esa misma actitud, incluso después de conocerle mejor. Una parte de él se rompió al ver que no podría corresponder sus sentimientos por estar enamorado de Ladybug. Supo que, si la heroína no existiera, él ya se habría lanzado a declararse a Marinette.

Había sido un tonto y había estado tan ciego que no se había dado cuenta de que jamás había olvidado a su amiga y que nunca había traicionado a su amor por Ladybug. Quiso echarse a reír.

―Te quiero―confesó Adrien, tragando saliva con fuerza y dando gracias al cielo por haberse mantenido despierto aquella noche.

―Adrien…―murmuró Marinette, fascinada.

Él amplió la sonrisa y no esperó ni un segundo más. La besó como ansiaba hacerlo: con dulzura, suavidad, saboreando cada rincón de sus labios y recorriéndolos con la lengua para asegurarse de que era real. Marinette abrió un poco la boca y él entendió que le cedía el paso hacia su interior. La tomó con hambre contenido, no quería asustarla y que saliera corriendo. «No ahora, por favor».

Ella había visto por debajo de todas sus máscaras, nunca había tenido reparos en quererle por quién era. Y encima le había confesado que también le gustaba su actitud de Chat Noir, su auténtico yo. No podía pedir más.

El fuego que ambos sentían con aquel beso se incrementaba a pasos gigantescos. Hacía calor en la habitación, a pesar del frío de finales del otoño que entraba por la ventana. Las manos de Marinette recorrían, temblorosas, el pecho y el estómago de Adrien por encima de la camiseta del pijama, mientras él no podía dejar de acariciarle la espalda y el cuello. Era delicada y fuerte al mismo tiempo, le encantaba. Tras unos segundos de dudas, se atrevió a dibujar la línea de la camiseta del pijama sobre la piel de Marinette. Ella dio un respingo, pero no se separó. Aún más, le imitó y se atrevió a colocar las manos sobre su abdomen, bajo la ropa. Lo notó tenso, fuerte, seguro, igual que sus brazos acunándola sobre su regazo y sus piernas aguantando su peso.

Adrien se separó poco de su boca para conseguir respirar. Aquellas caricias eran pura tortura, quería devolverle el favor con pequeños besos a lo largo de la mandíbula hasta bajar al cuello. Marinette echó la cabeza hacia atrás, dejándose hacer, sin pensar en nada más que en los labios de Adrien regalándole besos por todas partes.

Sin embargo, en ese momento, se escuchó un sonido extraño al otro lado de la puerta de la habitación. Ambos pararon inmediatamente y se miraron a los ojos, volviendo de la nebulosa en la que se habían sumergido. Escucharon, atentos, unos pasos acercándose a la habitación. Como si se hubieran leído la mente, se pusieron de pie y corrieron por las escaleras hacia la parte superior, donde una enorme estantería llena de discos, juegos y libros cubría una pared que antecedía a la cama de Adrien. Se escondieron junto a la cama, agazapados contra el suelo. Adrien le pasó un brazo por encima, como si así pudiera protegerla.

La puerta se abrió y una tenue ráfaga de luz entró en la estancia. Adrien consiguió ver el pelo de su padre y sus ojos, escudriñándolo todo. No se escuchaba absolutamente nada. Gabriel Agreste entró en la habitación y caminó hacia la ventana. La cerró, le echó el seguro y se asomó a la escalera de caracol que subía a la parte superior.

―¿Adrien?

Él cerró los ojos con fuerza e hizo un sonido extraño con la garganta, como si estuviera dormido.

―¿Sí?―dijo, imitándose a sí mismo bajo la curiosa mirada de Marinette.

―Nada. Buenas noches, hijo.

―Buenas noches.

Satisfecho con la contestación, Gabriel Agreste cruzó de nuevo la habitación hasta la puerta. Volvió a mirar hacia arriba y un segundo después, salió y cerró la puerta a su espalda. Solo entonces, Adrien y Marinette pudieron soltar el aire que habían estado conteniendo. Se miraron, el ardor no había desaparecido del todo en sus ojos, pero ambos habían comprendido que no era el momento de dejarse llevar. Aún había muchas preguntas que responder.

Adrien la abrazó, pegándola a su pecho y hundiendo la nariz en su pelo.

―Será mejor que me vaya―sugirió Marinette con un susurro.

A su pesar, Adrien sabía que tenía razón. Gruñó, fastidiado.

―¿Quieres que te lleve?―propuso, sabiendo que así podría estar un poco más con ella― No sé si tu kwami tiene energía para volver a transformarte.

Marinette alzó la cabeza y sonrió.

―No lo creo. Me he llevado mucho tiempo transformada, pensando si venir o no.

Adrien le devolvió la sonrisa y le dio un casto beso en la frente.

―Me alegra que te animaras a venir.

―Y yo―coincidió ella.

―Decidido, te llevo―sentenció Adrien, separándose de ella a regañadientes y ayudándola a ponerse de pie.

Bajaron las escaleras y caminaron de la mano hacia la papelera. Allí encontraron a Plagg y a Tikki, el primero dormido y la segunda esperando a que su dueña la llamara. Marinette se llevó un dedo a los labios al ver que Tikki quería hablar. La kwami roja asintió y le dio un empujón a Plagg para despertarlo. Este protestó, pero al darse cuenta de la situación, se encogió de hombros y dejó que Adrien le acogiera en el anillo de plata.

Aquella vez, Adrien sintió que la transformación tenía un nuevo significado. Era la confirmación de lo que Marinette había descubierto por sí misma. Y le gustó verse reflejado en sus pupilas al acercarse a ella y acariciarle la mejilla con los dedos enguantados en cuero negro.

―¿Preparada, princesa?

Ella puso los ojos en blanco, pero se sonrojó.

―No tienes remedio. Lo sabes, ¿verdad?―respondió ella, dejando que Chat la cogiera en brazos como otras tantas veces.

―Qué le voy a hacer. Me sale ser un caballero contigo―dijo Chat, guiñándole un ojo mientras corría el pestillo de la ventana y, de un salto, se encaramaba a ella.

Su corazón aleteó al verla sonreír y aferrarse a él, confiada, segura. Aquella noche había marcado un antes y un después en su relación. Sería extraño verla en el instituto y saber lo que sabía de ella; pero, por encima de todo, podría comportarse como siempre había querido sin tener miedo a su rechazo. Había encontrado lo que esa noche pedía: complicidad con alguien. Y no podía ser más feliz con la persona que le había tocado. Por eso, incluso mucho después de que Marinette cayera rendida en su cama, él no pudo separarse de ella. Solo cuando vio que los primeros rayos de sol fundían la oscuridad de la noche, le dio un beso en la mejilla a modo de despedida.

―Nos vemos un rato, princesa―musitó.

Y, con sigilo, recorrió París de regreso a su habitación. No había dormido nada en toda la noche, pero jamás había estado tan despierto.