Potter… ¡Devuélveme mi cuerpo!

1. La carta manda

- Apuesto lo que queráis a que aquí habita un monstruo con pezuñas gigantescas – farfulló la rubia mirando sobresaltada hacia un lado del pasillo en el que había un arañazo gigantesco.

- Anne, como vuelvas a apostar en mi presencia, el monstruo lo seré yo – masculló Lily soltándose del agarre al que su compañera de habitación le había sometido, asustada a causa de los misteriosos ruidos que rodeaban la Casa de los Gritos.

- Tranquila, estáis con nosotros, no temáis. – comentó James animadamente subiendo con tranquilidad las desvencijadas escaleras que conducían al segundo piso.

- Oh, que alivio… Verás Potter, si estuviese con Bobby Flacksson en un hotel de cinco estrellas me sentiría tranquila, pero da la casualidad de que en lugar de eso estoy contigo en una mugrienta casa embrujada que se cae a cachos. Como comprenderás, hay una gran diferencia.- se burló la pelirroja.

- Lily, ¿podrías convocar un lumos? – preguntó Anne en un susurro, interrumpiendo la breve discusión mientras contemplaba unos arañazos muy desalentadores en uno de los escalones de madera.

- ¿Y por qué no lo haces tú? – preguntó bruscamente.

- Dejé mi varita en la habitación – explicó encogiéndose de hombros sin apartar la vista de las marcas recientes. Un leve empujón en la espalda de la rubia provocó que apartase la mirada de allí y avanzase un escalón más - ¡Black, no me toques! – chilló en un susurró mirando al moreno que iba tras ella.

- Si no te quedaras como una boba mirando las musarañas no lo haría, te lo aseguro… - comentó enarcando una ceja – Lumos­ – murmuró el moreno, haciendo que al instante un pequeño aura de luz blanca iluminase el rostro de los dos Gryffindors. Anne arrugó la nariz en un gracioso gesto y se giró para continuar su ascenso. – Dejarse la varita en la habitación… sólo a una absurda como ella se le ocurriría… - masculló Sirius a su espalda.

- ¿Debería sentirme halagada por lo que murmuras, Black? – preguntó la rubia mirándole de reojo.

- Canuto, ¿en la pequeña? – preguntó James mirando una de las habitaciones de la segunda planta.

- Sí, allí hay alfombra. – contestó el moreno ignorando a Anne. Lily frunció el ceño y miró a James y a Sirius respectivamente.

- ¿Nos vamos a tener que sentar en el suelo? – preguntó centrando al instante su mirada en la otra chica, que miraba al suelo con la intención de pasar desapercibida.

- No, tú te sentarás en el trono de Dumbledore… - comentó Sirius con sarcasmo mientras, negando con la cabeza, adelantaba a las dos chicas y entraba en la habitación que había elegido con su amigo. Lily suspiró y miró a Anne de nuevo.

- No me mires así – se defendió en un susurro airado la rubia. Lily entrecerró los ojos.

- ¿Y cómo debería mirarte? – masculló – Estamos a punto de entrar en la boca del lobo porque a ti se te ocurrió apostar con Potter que sacarías mejor nota que él en el examen de pociones. ¡Tú, que odias la magia por encima de todo y que no estudiaste un pimiento! Y encima me metiste a mi por medio… aún no sé cómo narices has llegado a séptimo - le reprendió sin alzar la voz.

- Ey, pelirroja, te recuerdo que si aposté con él fue para distraerle porque tú no querías que te viese coqueteando con Bobby. – rebatió la rubia golpeando a la prefecta en el pecho con un dedo.

- Sí, gracias por hacer que Potter no arruinase ese momento apostándote con él una noche haciendo lo que quisiese. ¡Excelente imaginación! Pero la próxima vez podría ocurrírsete algo menos comprometedor – le reprochó devolviéndole el golpe.

- Ya podéis pasar y dejar de hacer el payaso – anunció Sirius mirándolas desde la puerta - ¿Por qué narices habláis en susurros? Aquí no hay nadie que pueda escuchar vuestras estupideces – masculló girándose hacia el interior de la habitación. Era evidente que al moreno le hacía la misma gracia que a las dos chicas estar allí, y no era de extrañar teniendo en cuenta que había tenido que cancelar una cita para acudir en ayuda de su amigo a la vieja Casa de los Gritos con esas dos cotorras: la amada pelirroja peligrosa de su amigo y la extraña rubia odia-magia que compartía habitación con la anterior.

- Tú, Black, y con eso es suficiente. – se defendió Anne entrando tras él y escapando de la furia de Lily.

Cuando las dos chicas atravesaron el umbral de la puerta se encontraron con que la habitación, en el mismo estado que el resto de la casa, estaba débilmente iluminada con un pequeño fuego mágico que James había convocado en el centro de la estancia. Era un fuego atractivo, azulado, que no quemaba y sólo servía para alumbrar. Alrededor de la improvisada fogata había cuatro cojines. En uno de ellos estaba sentado James, apuntando con la varita a una cartulina del tamaño de un naipe.

- Sentaos, Evans a mi derecha y Baley a mi izquierda. – indicó con la cabeza.

- Espera un momento – interrumpió Lily al ver que su compañera se sentaba sin dudarlo un instante en el roído cojín que le tocaba - ¿En qué consiste el juego? Por que como comprenderás hay unos límites en esta apuesta.

- Evans, los límites ya estaban marcados al principio en el contrato vinculante: tenéis que hacer todo lo que yo quiera- informó James mirando a la pelirroja con picardía. Esta cogió aire y se sentó. James observó con tranquilidad como la prefecta se acomodaba con refunfuñe y luego miró a Sirius sonriendo, gesto que el Black acompañó poniendo los ojos en blanco y negando con la cabeza al ver que no podía hacer nada contra la locura de su amigo.- El juego es muy sencillo. Sólo hay que pasar la carta en sentido de las agujas del reloj. – explicó el moreno levantando la pequeña cartulina que había estado apuntando con la varita. En ese momento Lily pudo comprobar que unos finos dibujos color rojizo decoraban una de las caras del papel.

- ¿Ya está? – preguntó Anne con incredulidad – Potter… me has defraudado. ¿Te prometo una noche para que hagas lo que te de la gana y sólo se te ocurre jugar al toma tomate? – Todos los presentes en la sala fruncieron el ceño. Anne suspiró – Es un juego de niños que… ¡Bah, da igual!

Sirius negó con la cabeza intentando recordar qué narices era lo que había echo mal para terminar allí sentado, soportando las tonterías de dos niñatas y las ocurrencias de su gran amigo. Si él lo hubiese sabido…

- Baley, si piensas que eso es todo entonces es que me tienes por muy poca estima – comentó James haciéndose el ofendido. Al instante se recompuso y miró a las dos chicas con picardía.

- Potter, deja de hacer el imbécil y dinos ya de qué narices se trata – escupió Lily. Sirius no pudo evitar una carcajada que fue acallada a duras penas al recibir una dura mirada de James.

- La carta se pasa con la boca. – anunció asumiendo de nuevo esa juvenil sonrisa suya que le aportaba un toque sexy tan particular.

- ¿Cómo? – preguntó Anne.

- ¿Alguna vez has intentado mantener un vaso pegado a tu boca absorbiendo el aire de su interior? – preguntó el moreno enarcando una ceja sin dar mayores explicaciones. Lily bufó.

- Que tontería de juego… ¿Y así toda la noche, ahogándonos por pasar una carta de un lado a otro? – inquirió la pelirroja.

- ¿Quieres más acción, Evans?, ¿acaso Bobby no te da lo que necesitas? – insinuó el moreno. Sirius tosió ocultando una carcajada a la vez que Anne, por lo que los dos se miraron con el ceño fruncido. Tras unos instantes en ese duelo de miradas, Sirius carraspeó y acalló el grito que Lily tenía preparado como contraataque.

- Bueno, ¿empezamos o qué? – James asintió y apuntó de nuevo la cartulina con la varita. Sirius le imitó, pasando la mano por medio del fuego mágico y sintiendo unas leves cosquillas en su antebrazo a causa de esto. Anne miró a Lily al ver que la pelirroja, vencida, colocaba la punta de su varita en la cartulina. – Baley, ¿piensas moverte o acaso tienes otro juego muggle que proponer? – inquirió Sirius con molestia.

- En verdad hay otro juego muggle… - todos la miraron con incredulidad, a lo que la rubia sonrió y rió levemente – No tengo varita, Black, y no creo que con el dedo valga. – explicó sin borrar su sonrisa. Sirius bufó.

- ¡Siempre igual! "No tengo varita", "no pienso hacer ese hechizo", "los muggles lo hacen mejor"…- la imitó - ¿Se puede saber qué narices haces en Hogwarts? Si no te gustaba la magia haberte quedado en tu casa y así nos ahorrabas el tener que soportarte. – Anne le miró borrando su sonrisa y, cogiendo aire, se centró en James ignorando el comentario. Sirius enarcó una ceja extrañado y miró a Lily que, con cara de preocupación, observaba a su amiga.

- ¿Y bien, Potter, cómo solucionamos esto? – Sirius chasqueó la lengua y James frunció el ceño.

- Creo que si nos das la mano a mí y a Canuto valdrá. – improvisó rascándose la nuca. Anne hinchó las aletas de la nariz y suspiró mientras alargaba las manos hacia los dos Gryffindors. James agarró la pequeña extremidad de la rubia sin dudarlo, pero manteniendo las distancias. En cambio Sirius se quedó mirando fijamente la pálida mano de Anne, sin moverse.

- Black, ¿piensas moverte o acaso tienes otro discursito que compartir con nosotros? – imitó la rubia mirándole con malicia. Sirius gruñó con fastidio y le dio la mano, apretando más de lo necesario. Sin embargo Anne no se quejó.

Cuando las tres varitas estuvieron apoyadas sobre la carta y Anne había dado las manos a los dos chicos, James realizó una graciosa floritura con la varita y murmuró "jugaspicarda".

De pronto la cartulina se elevó, sin permitir que las varitas se separasen o que Anne pudiese soltar las manos de los Gryffindors. Como un imán, la pequeña carta ejercía una fuerza sobre ellos que aumentó cuando comenzó a girar sobre sí misma. Un polvo amarillento se desprendía a cada giro y, finalmente, borrándose los dibujos que antes adornaban la carta, una palabra apareció escrita con simpleza: James.

- Empezamos por mí – anunció el moreno con alegría recogiendo la carta de enfrente suya y haciendo desaparecer la fuerza que ésta había ejercido sobre todos.

- ¿Por qué? – preguntó Lily con recelo.

- Porque la carta lo dice – explicó James acercándose a ella con movimientos juguetones. Lily miró a Anne pidiéndole ayuda, pero la rubia sólo se encogió de hombros sin saber qué hacer. La prefecta miró a James de nuevo, que ya había colocado la carta en sus labios y la miraba esperando a que se acercase para recogerla.

- Por Merlín… - murmuró dándose por vencida y acercándose con decisión a James. Cuando cerró los ojos para no ver la cara del moreno en esa desagradable posición, sus labios se vieron atraídos por la carta reviviendo la fuerza que antes ésta había ejercido sobre su varita. De pronto se encontró pegada, literalmente, a los labios de James, separados únicamente por una fina cartulina.

- Em… bueno, ya os podéis pasar la carta – comentó Sirius con diversión.

- Parece que no están por la labor – contestó Anne mirándoles con una mueca de asco. Pero entonces vio como la pelirroja abría los ojos y la miraba con pánico. – Oye, ¿Qué es lo que pasa, Black? – preguntó sin apartar la vista de su amiga, que empujaba a James de los hombros, pero Sirius le sobresaltó con una carcajada.

- ¡Se han quedado pegados! – exclamó el moreno. Anne le miró con incredulidad y luego volvió la vista para ver como James daba un manotazo a la mano de Lily mientras emitía un gruñido de dolor.

- ¿Y qué hacemos? – preguntó Anne con preocupación. Lily y James miraron a Sirius de reojo.

- Supongo... vamos a intentar separarles – sugirió. Sirius y Anne se levantaron. El moreno se colocó en la espalda de Lily y Anne detrás de James – A la de tres tiramos – Anne asintió – Uno, dos y… ¡tres! – ambos comenzaron a forcejear hasta que Lily y James emitieron un quejido. Cuando Sirius y Anne soltaron alarmados, los dos Gryffindor, debido a la fuerza que les mantenía unidos, se golpearon en la frente. Sirius no escondió una gran carcajada.

- No funciona. – murmuró Anne.

- Que observadora. – se burló el moreno con una gran sonrisa en la cara. Lily comenzó a emitir gruñidos moviendo las manos en un intento de comunicar algo y James tan sólo se reía abruptamente.

- ¡Hay que hacer algo! – exclamó Anne – Black, dinos ya en qué consistía este juego absurdo de una vez y cómo se soluciona todo esto.- Sirius posó la mirada sobre la rubia y, con una sonrisa de picardía, se encogió de hombros.

- La carta manda – exclamó cuando Anne lanzó un bufido.

- ¿Y mientras qué? – preguntó cruzándose de brazos. De pronto Lily gritó con los labios cerrados. Ambos se giraron para ver lo que le pasaba a la pelirroja. Anne abrió los ojos cuando vio como la carta se suspendía encima de las cabezas de los dos Gryffindor mientras estos continuaban pegados sin que, esta vez, nada les separase. Sirius soltó una exclamación de incredulidad y miró a James que, con ojos de diversión, le señalaba la carta.

- Tenemos que seguir jugando. – anunció el Black con inseguridad.

- ¿Qué? ¡Ni hablar! – exclamó Anne negando con la cabeza – Yo no pienso quedarme pegada a ti, es más, no pienso acercarme a ti con esta carta rondando la habitación. – Lily continuaba con sus agudos chillidos mientras James intentaba tranquilizarla emitiendo otros gruñidos más suaves. Sirius únicamente se encogió de hombros.

- Me parece una sabia decisión – comunicó con indiferencia. – Resulta divertido ver a Evans pegada a James… - Anne entrecerró los ojos y Lily la miró con odio.

- ¿Si continuamos jugando esos dos se separarán?

- No lo sé, pero es posible. – comentó observando a su amigo, que había agarrado los brazos de Lily y los mantenía sujetos contra los muslos de la pelirroja. La prefecta se centraba en traspasar todo su odio a Anne, que se había encogido débilmente.

- Una absurda palabra, con una absurda palabra habría sacado más nota que Potter y habría conseguido que nos dejase en paz para siempre… - murmuró la rubia agarrando la carta de encima de las cabezas de sus amigos. Suspirando se acercó a Sirius, que la miraba con un interés asqueado, y, colocándose frente a él, se pegó la carta a los labios y le indicó con un dedo que se acercase a por ella. Sirius miró a James, dudaba sinceramente en si librar a su amigo de la pelirroja o dejarle pegado a ella para siempre. Seguramente todos serían más felices. Se desharían de los gritos de la prefecta y de la pesadez de James, que encima sería feliz. Sin embargo, al volver la vista de nuevo hacia Anne, algo le impulsó a acercarse a ella y juntar los labios a la carta.

Lily comenzó a chillar, ya que continuaba pegada a James, y Sirius se separó de Anne con la carta en los labios. Con una mano agarró la cartulina y la separó de su boca. No había pasado nada distinto. O eso pensaban. En ese momento un tibio cosquilleo comenzó a recorrerles el cuerpo, desde los pies hasta el cuello. Sin embargo, a cada instante esa tibieza iba aumentando de temperatura, hasta llegar a un momento en el que tanto Anne como Sirius comenzaron a notar que su piel se quemaba.

- ¡Auch! ¿Qué pasa? – preguntó la rubia deshaciéndose de su capa y más tarde de su jersey, quedando únicamente con una camiseta interior de tirantes, para alivio de sus brazos que dejaron de quemarse, comprendiendo, por lo tanto, lo que ocurría. Con los ojos abiertos como platos y notando que la temperatura continuaba subiendo, vio como Sirius se deshacía de sus zapatos y de su capa, del mismo modo que ella y, por lo tanto, llegando a la misma conclusión.

La miró.

Un segundo después, ambos comenzaron a quitarse los calcetines, los pantalones y la camiseta.

- ¡Por Melín, me estoy quemando! – exclamó Sirius escuchando como Lily y James se reían mordazmente sin separar los labios.

- ¡No lo soporto! – comunicó Anne saliendo de la habitación al pasillo y quitándose toda la ropa, quedando como su madre la trajo al mundo. Con un suspiro, notando el frío de su alrededor, se preguntó en qué estaría pensando aquella tarde, cuando aceptó la apuesta de James. Al instante escuchó un grito de Sirius.

- ¡Evans, no se te ocurra mirar! – exclamó Sirius deshaciéndose de toda su ropa y escondiéndose detrás de un armario. – Cornamenta, vas a morir – informó con seriedad al cabo de dos segundos. El silencio contaminó la estancia, hasta que Lily y James comenzaron a reír.

Anne escuchaba las risas desde fuera, intentando darse calor abrazándose a sí misma. De pronto, mirando a su alrededor y comprobando que estaba sola y desnuda en mitad de un pasillo de esa escalofriante casa, miró hacia la puerta de la habitación, encontrándose en el suelo, justo debajo del marco de la puerta, los calzoncillos que Sirius, sintiéndose abrasar, había tirado con descuido. Con un gesto de asco, estiró un pie y golpeó la prenda, intentando quitarla de su vista. Y entonces, después de esa patadita inocente, se percató de que su pie no había sentido ningún signo de abrasión. ¡No le quemaba la ropa de Black!

- Black – llamó con voz temblorosa.

- ¿Qué? – escuchó que preguntaba desde el interior de la habitación con molestia.

- Em… ¿puedes… puedes pasarme tú pantalón? – preguntó frotándose los brazos a causa del frío. Un instante de silencio la rodeó. - ¿Black…?

- ¿Para qué? – inquirió el moreno con desconfianza.

- Bueno, es que… creo que tú ropa no quema – explicó notando como empezaba a tiritar.

- No, ¡por eso yo estoy desnudo detrás de un armario! – exclamó con sarcasmo.

- Digo que no me quema a mi, imbécil – mejoró agachándose para contener el calor de su cuerpo.

- ¿Y supones que voy a permitir que te pongas mi ropa por qué…?

- Black, por Dios, me estoy congelando – exclamó entre tiritonas.

- ¿Y yo qué? – preguntó el chico, aunque a Anne le pareció que su voz sonaba más cercana.

La rubia suspiró.

- Supongo que si te pusieses la mía… - cedió, prometiéndose quemar su ropa cuando llegasen al castillo.

- Evans, cierra los ojos – ordenó Sirius. Lily los cerró sin dudar a la vez que un mano de James se los tapaba con fuerza, gesto que la pelirroja evitó con un manotazo. Ver a Sirius desnudo con James pegado a su boca, todo eso a la vez, no era plato de buen gusto… al fin y al cabo era una chica en plena etapa de adolescencia y no aseguraba que sus hormonas fuesen tan racionales como ella.

Sirius avanzó hasta la capa de Anne y la tocó con la punta de los dedos para comprobar que no quemaba. Cuando, con cierto alivio y fastidio, admitió que era cierto, la cogió, usándola como guante para agarrar su propio jersey y su pantalón y se acercó a la puerta. Al avanzar pegado a la pared pudo ver una de las piernas de Anne, acurrucada en el suelo. Sin percatarse de ello, tragó saliva y carraspeó.

- Dé…déjalo en el…el suelo – tiritó la rubia. Sirius lo dejó en el sitio indicado y se giró, encontrándose de frente con los ojos de James, que le miraban con diversión.

- Cornamenta, yo que tú no me reiría tanto. – murmuró el moreno echándose la capa de la rubia por encima y mirando de reojo los pantalones y el jersey de la Gryffindor, que al ser ajustados, no le valían. – Por Merlín, Baley, siempre vas con una ropa que parece hecha para un hipopótamo y justo hoy te da por ponerte ajustadita. ¿Qué creías que ibamos a hacer? – preguntó con picardía y suficiencia.

- ¿Puedo pasar? – preguntó Anne desde fuera ignorando el comentario del moreno. A pesar de que el fuego mágico no quemase, la simple luz de la estancia proporcionaba la calidez necesaria para combatir el frío de la tormenta de nieve del exterior.

- Sí, pero cuidado de dónde miras – advirtió Sirius tapándose por completo con la capa, dejando únicamente al descubierto su cabeza.

Anne entró sujetándose los pantalones, que le quedaban algo holgados. Ella era bastante delgada y aunque Sirius también tenía una figura esbelta, su ropa era demasiado ancha para la chica. El moreno frunció el ceño al ver como la rubia traía su ropa interior debajo del brazo, sin tocarla directamente con su piel. Anne, al comprobar la dirección de la mirada del Gryffindor, intentó ocultar las dos prendas, consiguiendo que cayesen al suelo. En un rápido movimiento, se sentó delante de ellas, ocultándolas con su cuerpo.

- ¿Y ahora qué? – preguntó la rubia con las mejillas coloradas y evitando la mirada de Sirius. James se encogió de hombros y Lily, abriendo los ojos por fin, pegó un empujón a James, que lo único que consiguió fue que los dos se quejasen de dolor.

- ¿Y la carta? – preguntó Sirius. James señaló los calzoncillos del moreno, que estaban a un par de palmos del fuego. El Black abrió los ojos sorprendido y negó con la cabeza, con incredulidad, pero James asintió de nuevo, divertido. Sirius miró a la rubia, que miraba al techo intentando no centrar su vista ni en Sirius ni en sus calzoncillos, y entonces comprendió que la única manera de recuperar la cartulina era que ella la sacase de debajo de su prenda interior. Eso, o correr el riesgo de que se le viese algo, por no hablar de que se achicharraría la mano. – Em… Baley, podrías…

- ¡No! – exclamó la chica intuyendo su petición.

- ¡No seas estúpida! Si no la coges nos quedaremos así, y seguro que ninguno desea eso – en un rápido vistazo vio a James que sonreía complacido al ver como Lily había dejado de resistirse – Bueno, o por lo menos la mayoría.

- ¿Y si la coge James? - el moreno negó con un dedo y señaló a Lily como disculpa. – Es sólo un pequeño movimiento… – James se encogió de hombros, firme en su decisión. – Está bien… ya sólo faltaba que me pidieses que me los pusiera – masculló bajo la divertida mirada de Sirius, que observaba complacido como la rubia se levantaba sujetándose los pantalones y, sorteando el fuego mágico, apartaba los calzoncillos con el pie y recogía la carta con dos dedos, acompañada con una mueca de asco. - ¿Y ahora qué? No me digas que tenemos que volver a pasarnos la carta el uno al otro. – pero de pronto un movimiento de la pequeña cartulina les llamó la atención. En el centro de la carta, donde antes ponía "James", ahora ponía claramente "Lilian". – Esto se ha roto. – comentó Anne.

- No, ahora es el turno de Lily, va en sentido de las agujas del reloj. Primero James, y después Lily – explicó Sirius sin apartar la mirada de la carta.

- ¿Y nosotros qué? – exclamó Anne.

- Rubia, cálmate – pidió Sirius. Anne le miró enarcando las cejas. Sirius suspiró – Es un juego mágico. Las trampas las hace él. Nos ha engañado… - comentó con curiosidad.

- ¡Ves! Si fuese un juego muggle no pasarían estas cosas… - dijo señalando con un dedo acusador a la carta.

- Claro, y si mi abuela tuviese pelo sería una escoba – se burló el moreno rodando los ojos. Anne le miró con el ceño fruncido. Pero de nuevo la carta les hizo callar. Levemente se levantó del suelo y se dirigió hacia Lily y James. Con un rápido movimiento, se fue internando entre las dos bocas y, finalmente, volvió a su posición anterior. Al instante, Lily se separó con un movimiento brusco de James, cogiendo una bocanada de aire.

- ¡Esto es lo más asqueroso, repugnante, sucio… ¡arg! que he hecho en mi vida! – exclamó la pelirroja.

- Seguro que nunca habías estado tanto tiempo pegado a un hombre – comentó James con suficiencia, recomponiéndose de ese duradero beso.

- Querrás decir a un cerdo – contestó la prefecta con malicia.

- Oye, ¿por qué no continuamos? Es que veréis, resulta que debajo de esta capa estoy en pelotas y no me apetece seguir así por mucho tiempo. – comentó Sirius.

- Yo no quiero jugar más – comunicó la pelirroja levantándose y colocándose la capa.

- ¡JA! – escupió Sirius, sacando la mano pudorosamente por un huequito y cogiendo la carta del suelo. – Tú vienes aquí ahora mismo y me pasas la carta.

- ¿Para qué? – inquirió Lily – ¿Para que desaparezcan mis pantalones por sorpresa o se me despierte un loco amor por Potter? No, gracias – masculló cruzándose de brazos.

- Lily, estoy sin bragas ni sujetador porque tenía que hacer que tú y Potter os separaseis, ¡no me vengas con gilipolleces! – exclamó Anne.

Lily miró a James, que contemplaba la carta con ensimismamiento, y más tarde a Black, que estaba encogido bajo la capa de su compañera. Chasqueando la lengua, le quitó a Sirius la carta de la mano y se la puso en la boca. Se agachó con rapidez y se la pasó al moreno, que la absorbió con la boca y después la cogió con la mano, esperando que sucediese algo imprevisible. Pero nada pasó. Las letras de la carta volvieron a desaparecer y formaron la palabra "Sirius".

- ¿Por qué no ha pasado nada? – preguntó Anne. James miraba con una sonrisa de curiosidad a Sirius, que frunciendo el ceño observaba su nombre.

- Es mi turno – pronunció Sirius cogiendo la carta, pegándosela a la boca y volviéndose hacia la ignorada rubia.

- No, no – negó Anne – otra vez no. – Sirius rodó los ojos y, de sorpresa, agarró a la chica por el cuello y la pegó a su boca. En ese momento, Anne abrió los ojos y se separó de él con rapidez. - ¿Qué te crees que estás haciendo? ¡Sepárate de mí! – pero cuando Sirius, sin rechistar y escondiendo su brazo de nuevo bajo la capa, iba a hacerlo, una cadena que pendía de dos grilletes le frenó. Estaban esposados. – Oh… ¡Fantástico!

- ¿Qué demonios…? – murmuró Sirius mirando su grillete y comprobando que no había ranura para ninguna llave. Con fastidio, cogió su varita y apuntó las esposas.

- ¿Qué vas a hacer? – preguntó Anne.

- Cortarte la mano – respondió. - Alohomora – murmuró, sin resultado alguno.

- ¡Black y sus magníficas ideas! – exclamó Anne. - ¿El qué pretendías abrir? – inquirió señalando la cadena y los grilletes de metal, que no tenían, en apariencia, ninguna bisagra, ranura o rendija que pudiese crear la esperanza de que se desharían de aquello de algún otro modo que no fuese por el que había aparecido. Sirius la miró con odio.

- ¿Y ahora qué? – preguntó Lily cruzada de brazos y observando a su amiga con diversión. Los cuatro miraron la carta, que, para sorpresa de todos, dibujo el nombre de James. - ¿Qué?, ¡Se ha saltado a Anne! – exclamó Lily sin llegar a creérselo. - ¡¿Pero cuando narices termina el juego?!

- Cuando haya pasado el turno de todos – explicó James con una sonrisa de diversión que le daba un toque aún más pícaro.

- ¡Pero si tú ya has tenido tu turno! – vociferó la prefecta.

- Ey, pelirroja, que yo no tengo la culpa. Es la carta quien manda en el juego. – contestó encogiéndose de hombros. Estiró el brazo y se hizo con la pequeña cartulina. Volviendo a colocársela en la boca, se giró hacia Lily, que le miraba con incredulidad.

- Estás loco – murmuró, pero entonces James se levantó y se colocó frente a ella, indicándola con una mano su boca. Lily negó con la cabeza, vencida, y se acercó para hacerse con la carta. Y nada más juntar su boca al pequeño papel, ambos cayeron al suelo sin consciencia. Anne abrió los ojos sorprendida y asustada.

- ¡Qué ha pasado! – preguntó mirando a Sirius, que se levantó sujetándose la capa y, arrastrando a Anne tras él, colocó la mano sobre el cuello de James.

- Están vivos. – anunció.

- ¡Lo que faltaba! – chilló la rubia - ¿Es que acaso podrían estar muertos? ¡Esto es una locura! – Y en ese preciso instante tan inoportuno, la carta se elevó del suelo y se colocó entre los dos esposados, dejando ver en su centro un nuevo nombre: Sirius. - ¡Arg! – Anne elevó las manos y, haciéndose con la cartulina, la partió por la mitad. Justo cuando iba a reducir la cartulina a cuatro trozos, Sirius le agarró de las muñecas y la hizo soltar las dos mitades.

- ¡Estás loca! – gritó el moreno – ¡Ahora no podremos deshacer todo esto! ¡Ya decía yo que una bruja que odiase la magia no podía ser normal! – bufó Sirius recogiendo las dos mitades con una mano mientras con la esposada se sujetaba la capa, provocando que Anne se ruborizase sin querer. – Y ahora qué, James desmayado y yo en pelotas en mitad de una tormenta de nieve esposado a una anormal. – murmuró intentando juntar los dos trozos con una mano, lo que resultaba bastante difícil.

- ¿Qué querías decir con que no podremos deshacer todo esto? – preguntó con temor la rubia, mirando las esposas y sus propias bragas en el suelo - ¿Por qué no desaparecen las esposas? El juego ya ha terminado…

- ¿Eres sorda? – preguntó el moreno con dureza - ¡No se ha terminado, lo has roto!

- ¿Y no se puede arreglar? – preguntó con una voz aguda tragando saliva.

- Es lo que estoy intentando hacer, pero con una mano sujetándome la ropa es algo complicado. Además, no conozco ningún hechizo que pueda reparar un juego mágico. Con un reparo podría pegar las dos partes, pero no le devolvería la magia. – suspiró, levantando la mirada y centrándose en la rubia. – Deberíamos volver a Hogwarts y pensarlo todo con más calma.

- ¿Qué? – inquirió Anne – Si volvemos nos va a caer una gorda, primero por salir sin permiso, segundo por estar esposados, tú desnudo, y Lily y James inconscientes.

- ¿Sabes que la magia existe para algo? – preguntó en un tono mordaz mientras cogía su varita del suelo. – Enervate – exclamó apuntando a James, pero nada sucedió.

- "¿Sabes que la magia existe para algo?"- se burló.

- Bueno… no tiene por qué enterarse nadie de esto – comunicó Sirius recomponiéndose del fracaso con una sonrisa devastadora. – Sólo tienes que hacerte con una varita.

N/A: primer capítulo, así que nada que comentar, sólo decir que aún está en proceso así que lo más seguro es que no actualice todas las semanas, como solía acer en mis buenos tiempos jeje. Es una locura que se me ocurrió un día de bromas con una amiga, así que tmpoko aseguro que sea demasiado bueno. Sólo prometo alguna que otra sonrisa y escenas disparatadas.

Saludos!

Ilisia Brongar