Amores Shinobis, Segunda Parte

Las noches siguientes a la herida fueron cerradas y amargas; deambuló sin paz ni consuelo, buscando sabores que amortiguaran sus pesares. Podía refugiarse en su clan, hacerse atender por docenas de sirvientes y, si así lo quería, disfrutar entre cortinas de seda del cuerpo de cualquiera de ellos o ellas. Sin embargo, esa posibilidad solo profundidad su dolor; podía tener todo lo que quería, menos lo que realmente deseaba.

Hasta ese punto de su vida, sus más grandes esfuerzos, sus más grandes logros, sus más grandes penas, se habían originado en él. Él, que siempre la había apoyado y protegido; él, que había preferido a una enemiga por sobre ella.

Antes, en crepúsculos dulces soñaba despierta con hijos rubios; ahora, despertaba jadeando en medio de la oscuridad, con la pesadilla de niños pelirrojos estrujando su corazón.

Una tarde se perdió entre viejos callejones, lugares olvidados de la Hoja; se desplazó sin darse cuenta a calles silenciosas hasta que reparó que nadie la rodeaba. Para ese entonces, la Luna se veía entre los edificios.

Había llegado hasta un extraño complejo que no conocía; el polvo no opacaba del todo su antigua grandeza. Reflexionó extrañada a cerca de ese barrio cerrado que ella nunca había pisado; claramente había sido el lugar de algún antiguo clan. Por un momento pudo vislumbrar a los antiguos señores con sus túnicas de gala, a las jóvenes cuchicheando entre las casas, a los niños jugando por las calles estrechas. Sonrió amargamente, y se giró para marcharse.

Sintió que el aire se enroscaba en sus pulmones; ya no estaba sola en la calle. Lo observó en su rostro pálido, observó esa vieja amargura; de pronto comprendió a que clan había pertenecido ese extenso complejo.

-Nunca hubiese esperado verte aquí.

-Yo tampoco...no hubiese esperado ver a nadie-respondió el chico, algo sorprendido.

-Este era tu hogar, ¿No es así?

El joven recorrió los edificios con su mirada:

-Ya no más.

Nunca le había prestado atención; sus ojos siempre habían pertenecido a otro. Pero ahora había algo en él que la intrigaba:

-Si aceptamos nuestro pasado, el futuro se aclara.

El chico sonrió dulcemente:

-Gracias.

Recorrieron las antiguas calles; recorrieron su pasado intentando esquivar esos persistentes fantasmas. La noche los encontró frágiles y deseosos de amar.

…...

Despertó con los primeros rayos de sol; sus cabellos negros se hallaban desperramos sobre el pecho de su amante. Pasó horas deslizando los dedos por el cuerpo cálido del chico, que dormía plácidamente. Notó su semilla deslizándose por su interior y sonrió complacida.

...

Nueve meses después, nació su primer hijos; sus ojos vieron al mundo como nadie nunca lo había hecho.