Mi primer fic Malec, espero que les guste.

Con una patada, la puerta de su habitación se abrió estruendosamente. Entró a ella rápida y torpemente, temblaban le las piernas y apenas podía sostener su cuerpo. El efecto vaivén hizo cerrar la puerta y el silencio se adueñó del instituto. Se lanzó de rodillas contra el suelo, con las manos en puño golpeando lo en un fallido intento de la liberación de su ira. Golpeaba frenéticamente las baldosas, hasta el punto en que de sus nudillos emergió un líquido carmesí, lo cual le hizo entender que no tenía caso seguir. En su cabeza la desesperación reinaba ¿qué hacer en tales circunstancias? Entonces lo recordó. Se arrastró por el frío cerámico hasta encontrarse frente a un mueble, una cajonera. Abrió el tercer cajón y no vio más que distintas prendas de ropa desparramadas en el, gracias al hecho de que no solía ordenar sus cajones a menudo. Se maldijo mentalmente y comenzó a buscar. Escarbó entre la ropa, esperando que sus heridas manos hallasen un determinado objeto. En su mente retumbaban las últimas palabras que el brujo le dedicó: "No confías en mi, nunca lo hiciste" , "Te amo, pero ya no cambia nada". Se sintió como un idiota por enésima vez en su vida y apretó con fuerza los ojos. Las lágrimas amenazaban con salir, pero no debía permitirlo. "Los cazadores no lloran por cosas de este tipo, somos una raza fuerte y por ello no debo llorar. No voy a llorar. Simplemente no lo haré" Se lo repetía a sí mismo una y otra vez, intentando convencerse de cada palabra de aquella oración. Cada segundo sus ojos le quemaban más, la presión ejercida en su pecho mezclada con el nudo en su garganta apenas le dejaban respirar y de su cuerpo un gran temblor se apoderaba. En ese momento le encontró. El objeto que buscaba, que necesitaba. Una botella de alcohol, una botella de whisky para "pasar" sus penas. Él no era del tipo bebedor, pero en ese momento no lo pensó dos veces y, luego de destapar la botella se la empinó y comenzó a beber frenéticamente. Con cada trago sentía una sensación cálida en su garganta, tanto que le sofocaba. Intentaba concentrarse sólo en eso, en seguir bebiendo, pero cierto recuerdo atacó su cerebro y no pudo más. Explotó. El pelinegro se inundó en una mezcla de alcohol y lágrimas, saboreando ella cada una de sus penas, cada uno de sus tormentos. Sus sollozos hacían eco en las paredes de su cuarto, llegando a los pasillos del instituto. No le importaba si había más gente, si alguien llegaba a verle o escucharlo, simplemente quería desahogarse, quería liberarse de aquel sentimiento que le torturaba fervorosamente. Y entendió que no podía luchar contra ello, no podía hacerlo. Le amaba. Le amaba y eso lo estaba matando.