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Epílolo

Algo extraño en las afueras de Demacia.

A las afueras de Demacia, en un pequeño riachuelo se encontraba una criatura extraña, tendida con medio cuerpo en el agua y medio en la nevada tierra.

Era invierno, comenzaba a nevar y los hermosos pero helados copos de nieve se depositaban en el cuerpo, aparentemente fallecido de aquel ser.

Desde una de las torres demacianas que custodiaban las entradas a las tierras, un guardia dio la voz de alerta de que alguien estaba irrumpiendo el río. Los altos cargos de Demacia, se cargaron con armas y rápidamente acudieron a las puertas que daban paso a aquel río donde esa criatura yacía inmóvil. Garen, el que podría decirse más poderoso de Demacia, junto con su compañero y amigo Jarvan IV.

Lentamente se agacharon y Jarvan, con su lanza dio varios toques a aquella criatura que... Ni si quiera se inmutaba.

—¿Qué es ésto?— Preguntó el príncipe Demaciano a sus compañeros.

—Creo que es un argoniano.— Comentó un joven rubio desde detrás.

—¿Cómo sabes eso, Ezreal?— Le preguntó extrañado Garen.

—Bueno, sabes que soy un explorador...— Se acercó cuidadosamente, posicionándose detrás de Garen, apoyando sus manos en los hombros de éste, que yacía agachado de rodillas frente al argoniano. —Y he visto muchas cosas... Éste concretamente tiene sangre de dragón si no me equivoco... Su piel rugosa y de color rojo... Me gustaría ver de qué color son sus ojos, si son amarillos será un argoniano verdadero con sangre real de dragón.— Comentó y bastante impulsivo, se agachó al lado de Garen, tomando la cara, aparentemente sin vida de la criatura, abriéndolo el párpado del ojo izquierdo. —Lo es, es un verdadero argoniano con sangre de dragón.— Se levantó y ante la mirada de todos los presentes, se alejó unos pasos, seguidos de Garen y Jarvan, los cuales comenzaron a hablar y especular sobre cómo había llegado a tierras Demacianas un ser tan extraño.

Por otra parte, una pequeña rubita que merodeaba por ahí a causa de haber seguido a su hermano, se acercó sigilosa y algo nerviosa al argoniano, se agachó de rodillas y se sentó sobre sus piernas, tomó la cabeza de la criatura y la apoyó en sus muslos, acariciando suavemente la rugosa y áspera piel de éste.

—No me imagino cuánto habrás sufrido para llegar hasta aquí... A saber la clase de...— Antes de acabar la frase, los ojos del argoniano se abrieron con dificultad, se le veía débil y a causa del frío no podía articular palabra aunque lo intentara. —¿Intentas decirme algo?— Preguntó sorprendida Lux con la respiración algo entrecortada. La criatura no habló, sólo le entregó, de la bolsa color marrón de cuero que portaba a un lado, un diario de piel de animal, color algo amarillento y con el cierre roto. Luxanna miró cómo su hermano aún estaba charlando con Jarvan y Ezreal, y sin pensarlo más veces, tomó el diario y lo guardó en su pechera, cuando ésto ocurrió, el argoniano volvió a desmayarse.

—Lo llevaremos al médico del reino y comprobaremos si está muerto, si vive lo encerraremos en el calabozo hasta que nos de una explicación.— Sentenció el príncipe Jarvan.

Ya en el reino de Demacia, el argoniano yacía aún en el médico, tanto Garen como Jarvan se quedaron para ver el diagnóstico, pero Ezreal se fue a su casa y Lux simplemente se perdió por las calles demacianas, en busca de un lugar donde nadie pudiera verla leyendo aquel diario tan extraño y deteriorado. En un callejón sin salida algo oscuro y nevado, se sentó en una esquina tapada por unos cubos de basura plateados y mugrientos.

—Veamos quién eres...— Comentó en voz baja mientras abría el diario de aquel extraño ser.