Prólogo
Se miró en el espejo de la fue su habitación, sus ojos denotaban cansancio y pudo divisar como unas cuantas canas se aproximaban en su largo flequillo castaño. Una lágrima amenazó con salir de la fría mejilla. Cruel y lánguida, recordándole el motivo de sus ahogos. Se sentía como en un funeral donde había perdido a un ser querido y es que, pensándolo detalladamente ¡lo era! Porque hubo muertes múltiples que la obligaron a abandonar lo que ella una vez llamó hogar. Ahí murió su paciencia, su tolerancia, gran parte de su alegría, su amor hacia ese hombre y lo que más le dolió: murió esa larga y duradera relación que por años la hizo la mujer más y que feliz de toda la tierra. Lloró en silencio no queriendo emitir sonido alguno para no alertar a su hija que ya bastante mal estaba aunque esta quisiese demostrar lo contrario pero ella como madre la conocía perfectamente y sabia. Estaba casi segura que su niña la estaba pasando tan o el doble de mal que ella. Quiso devolver el tiempo, quería que las promesas de su reciente ex esposo se hubiesen llevado a cabo y tal vez, posiblemente no estuviese pasando por ese calvario.
Miró las cuatro maletas que yacían a su lado, maletas invadidas de recuerdos, desde su traje de novia, hermoso, vaporoso y brillante hasta el horrible y desgastado vestido gris que usó el día de la firma del acta de divorcio y que si era preciso lo quemaría junto con el de novia. Se recriminó mentalmente por sus pensamientos los cuales catalogó estúpidos y absurdos y dándose una última mirada en el espejo limpió los restos de lágrimas y llamando a su prima esta entró a la habitación para que le ayudase con las pesadas maletas. Antes de salir de la habitación miró la cama nupcial y casi huyendo se retiro de aquel lugar, de aquella casa y ya en el coche, su prima le dedicó una mirada de soslayo y observó en ella la intención de dedicarle una palabra de aliento pero esta pudo percibir que la aludida lo que más necesitaba era silencio por lo cual se concentró en la tarea de prender el coche y ella como idiota continuo en la tediosa tarea de llorar sin poder retener las lágrimas, recriminándose mentalmente por no ser capaz de despedirse de aquel hombre infiel que por años la hizo desdichada pero al cual amó con infinita devoción, tampoco se despidió de su hija, no es que se tratase de un adiós pero no quería que ella viera a su jovial y siempre alegre mamá en aquella situación deplorable. Con nostalgia pensó, después de del entierro llega la resignación y de este llega el recuerdo…
continuara...
