Políticamente incorrecto

[Para la TobiDei Week 2017] Day 5: AU (Universo Alternativo)

Disclaimer: Naruto y sus personajes son propiedad de Masashi Kishimoto.


Un evento de la universidad. Cualquiera diría que era genial, pero no Deidara. Se obligaba a ir, porque en esa exposición podría hacerse más conocido, como el joven estudiante que era. El apoyo de Onoki-sensei y Sasori-senpai había sido determinante para que le dejaran participar estando aún en primer año de la Licenciatura en Artes Modernas.

Ser reconocido era lo que buscaba, el vehículo para su arte. No por eso significaba que compartiera la cosmovisión, ni la política universitaria que le parecía tan estirada y superflua, tan hipócrita frente a la sociedad.

¿La temática? Arte con basura.

Un evento con el apoyo de la asociación de estudiantes ecologistas, donde estaba el estirado de Zetsu, un nene rico que jugaba a hacerse el hippie. No era que Deidara tuviera algo en contra de sus nobles sentimientos, pero no le parecía lo realmente importante. Los problemas en el mundo, según él, es que todo se iba al carajo en tantos aspectos, que el del cambio climático le parecía el más lento de todos. Los seres humanos son destructivos, así pensaba. Era fácil caer en la espiral de destrucción. Cuando el mundo explotara, él no diría nada, sólo se dejaría llevar, porque todo en la vida le había demostrado ser efímero.

Un evento para conservar la naturaleza cambiante, entonces, le parecía una forma absurda de perder el valioso tiempo. Pero necesitaba el reconocimiento, necesitaba los estúpidos papeles que dijeran que él era alguien que podía aspirar a más cosas, incluso si era un inútil sin talento ni ambiciones.

Deidara necesitaba eso para crecer. Así que, con muchas dudas, organizó su propia exposición siguiendo la temática, buscando desechos en las calles para hacer un arte "concientizador y popular, que cualquier persona de la comunidad pudiera entender", como rezaba el flyer del evento. Puras patrañas, pensaba. Lo más universal podría ser la explosión de una supernova, o algo por el estilo. Nada de andar queriendo retener lo que se estaba perdiendo.

Había llegado a la universidad esperando encontrar lo que tanto deseó, y sólo se encontró con hipócritas con títulos. Que eran, básicamente lo mismo que sus padres y antiguos compañeros, pero con la autoridad moral y visto bueno social para salir a decir sus sucias mentiras en público. Como todos.

Esquivó con rapidez el móvil de la policía, pasando el semáforo en rojo, teniendo pura suerte en no ser atropellado o causar un accidente de tránsito. Deidara era demasiado impertinente como para pedir perdón por esas cosas, o parar a reflexionar un minuto en su vida. Lo bueno de andar en bicicleta, era poder escabullirse y no tener números que le permitieran ser multado. Cuando el patrullero avanzó, se metió por entre los callejones de las callecitas que le llevaban a la universidad por la entrada trasera. Riendo, dejó su bici sujeta a un árbol, mientras el móvil policial se detenía en las puertas de la institución sin poder hacer nada.

Mientras caminaba hacia la puerta de entrada, pasó por los lujosos estacionamientos de los directivos y las altas autoridades universitarias. Vio llegar a los organizadores del evento en distintos vehículos, algunos de último modelo, otros más añejos. No importaba qué, sabía que muchos no vivían lejos, pero igual hacían el viaje en automóviles. Gasolina, humo, smog. Se rió sarcásticamente, reconociendo en esos viejos a los organizadores del evento del "arte al servicio de la naturaleza". Esa era una de las razones por las cuales el movimiento ecologista le apestaba. Aún no conocía a nadie de baja extracción social que pudiera militar esa temática con seriedad sin tener que parar a comprar lo más barato y seguramente contaminante para llevarse al estómago y llegar a fin de mes.

Como su almuerzo apurado de arroz con un par de huevos duros, que en la última semana ya se le había hecho costumbre.

También por eso, se había arriesgado a irse a las manos con el niñito rico de Zetsu en medio del campus. Participar en el evento le conmutaría la falta, eso le había dicho Onoki sensei. En realidad, hasta allí era donde llegaba su libertad. Enojado aceptó, tenía que formar parte del estúpido sistema para ser reconocido como el gran artista que sabía que era, y poder desarrollar un arte cada vez más superior al anterior. Pero al mismo tiempo, se juraba y perjuraba a sí mismo que nunca cambiarían su forma de ser, y que permanecería fiel a su esencia.

Sin eso, ¿qué era un artista? ¿Cómo podría defender su arte?

Tuvo que atender con rapidez el llamado de un profesor para que revisara si su exposición estaba en orden. El evento empezaría a las diez de la mañana.

"Qué popular horario para que el arte sea acercado a la gente común", pensó con sorna, dirigiéndose a la sala abierta de la convención.

–Una vez más, señor, le insisto en que la policía no puede pasar aquí sin una orden escrita– gritaba como loco el subdirector Onoki.

Deidara miró con curiosidad, detestaba a los policías por regla general. Que quisieran ingresar con sus cachiporras en un lugar de arte y estudio, le parecía de lo más repugnante. ¿Por qué estarían allí?

–¡Deidara! ¡Deja ya de holgazanear y organiza tus esculturas! ¿Me quieres decir qué diablos es este desorden? No me quedé horas extras para que apareciera todo desordenado de nuevo– se quejó su senpai, Sasori. Un tipo sumamente obsesionado con la puntualidad (y quizás con todo, creía Deidara), y que había demostrado que su amabilidad se podía ir al demonio cuando se trataba de organizar la muestra de arte.

–Danna, no le hago caso a estudiantes que hacen el trabajo de los profesores, hm– le escupió con una sonrisa.

–Deidara, ya no estás en la baja escuela– y le dio la espalda, organizando todo a la velocidad del viento, como si fuese un titiritero poseído.

¿Le había dicho niño de secundaria? Ni que le sacara una década de edad.

–Está bien, danna– levantó la voz por entre los estudiantes y profesores que corrían febriles –. Te haré caso cuando te paguen todo el trabajo gratis que les resuelves a estos vagos, hm.

Se ganó malas miradas y reprimendas del resto, pero no le importó.

Por su parte, Sasori le ignoró, estaba demasiado ocupado tratando de poner orden antes de que llegara la única estudiante que no se había impresionado por su arte, la tal Haruno. Ese día, iba a conseguir sus aplausos y su interés. Nada se lo podría arruinar.

–¿Qué un alumno en bicicleta casi causa un accidente de tránsito?– gargajeó precipitado su mentor. Deidara se escondió detrás de una pared, asomándose para ver. El viejo parecía negociar con el policía, por primera vez nervioso. Eso era divertido, nunca había visto a Onoki-sensei así –. Está bien, pero no puede ingresar su vehículo y mucho menos sus armas– vaya, al menos el viejo parecía tener algo de criterio. Seguramente por ser eternamente viejo, pensó riendo, volviendo a su tarea. Su bicicleta estaba segura, no pasaría nada. Y si pasaba, le robaría la motocicleta Honda a Zetsu.

Un rato después, su exposición estaba lista. La mayoría era móvil, así que no se preocuparía tanto como el resto. Contempló sus esculturas de ropas viejas, cartones, latas y botellas de plástico. Qué ingenioso y creativo era en cualquier área desconocida, siempre que tuviera algo con qué esculpir. Y qué arte pop de porquería tuvo que hacer para cumplir con los requisitos de la organización. Al menos pudo meter algunas de sus ideas posmodernistas en las esculturas. No le gustaba sufrir la represión de pensamiento en sus obras, pero lo necesitaba por el momento. Llegaría el día en que vería a todos los idiotas que le rodeaban desde arriba.

–¡DEIDARA! – el rugido conocido no debió asustarlo, pero aún no terminaba de acostumbrarse a tanta… violencia.

–Jah, el viejo ha llegado. ¿Qué pasó, viejo? ¿Te pudiste escapar de la tumba hoy también, hm?

Onoki lo miró con furia.

–Si no tuvieras ese talento para la escultura, jamás, escuchaste jovencito, jamás te permitiría que te dirijas así hacia mí– el venerable y centenario enano le tomó con fuerza su campera con estampados de Takshi Murakami. Deidara lo miró feo. Esa era su campera favorita –. ¡Allí afuera hay un policía, pequeño vándalo! Y no sé por qué sospecho que alguien estuvo conduciendo su bicicleta como condenado– el viejo le miró tan mal que Deidara se olvidó momentáneamente de su campera –. Si me causas un problema más que arriesgue el prestigio de esta institución, te arrepentirás– siseó como una serpiente, dejándolo para irse, aunque luego agregó –: Compórtate como alguien correctamente socializado, sólo por esta vez.

Deidara se arregló la ropa, haciéndole caras a su maestro mientras le veía irse.

"Yo pensé que en este lugar encontraría estudiosos y no matones con traje", pensó, encogiéndose de hombros.

–Bueno, no importa. ¡El arte está por comenzar, hm!

–Disculpe.

Deidara se volteó, mirando al sujeto con desagrado. Así que el policía había logrado entrar. Qué asco le daban esos seres, tan insensibles. Jamás podrían entender emociones tan elevadas como las que producía el arte.

–¿Qué?– escupió, sin el menor miedo. Sabía que esos tipos se aprovechaban de su uniforme para acobardar a cualquiera que se le cruzase. Si podía ganarle la pulseada, recuperaría el buen humor para la muestra.

–Lo siento, ¿de qué trata esta exposición?– le preguntó el hombre, algo inseguro.

Se sintió superior al ver a un policía amedrentado por su mirada. Un día haría arte sobre eso.

–De nada que un policía pueda entender, hm. Este es el volante, espero que sepas leer– le pasó un papel, que el hombre recibió anonadado. De seguro, jamás en todos sus años de policía le habrían hablado así. Se notaba en el aire.

–¿Usted expone?– preguntó, como queriendo ser amigable.

Pero qué patético era. Aun así, mejor que un patético le haya seguido hasta allí antes que otro tipo.

–Sí, hm– respondió, no pudiendo ocultar su orgullo. Después de todo, era su primera presentación, no estaba tan mal –. Yo cierro la muestra– agregó sin ninguna modestia –. Nos vemos, azulcito.

¿Azulcito? Obito parpadeó. Nadie le había tratado con tanto descaro sin tener un crimen en la espalda. Se quedó mirando al joven de cabello largo que se alejaba. Estaba casi seguro de que el o la joven ciclista que se le cruzó esa mañana se veía casi igual por detrás. Pero no estaba seguro del todo, y había terminado en un universo que le era totalmente a lo que estaba acostumbrado. Su padre le gritaría hasta dejarle sordo. Inseguro, decidió seguir al chico, hasta llegar al lugar donde se desarrollaría la exposición de la que le había hablado el subdirector.

Se paró incómodo, sin saber qué hacer con sus manos. Allí el ambiente era una mezcla de buenos modales con derroches juveniles de alegría. Y él que sólo sabía pararse duro como una pared. Finalmente, decidió guardar sus manos bajo sus axilas, mirando a todos lados, escondiendo su mentón en la parte alta de su campera reglamentaria. Si su padre lo viera sí, le diría que era la vergüenza de la familia.

Sus pensamientos sobre su padre se disiparon en cuanto el enano subdirector comenzó con un aburrido discurso de apertura, a mitades aplaudido con entusiasmo, a mitades recibido con silencio. El joven rubio se miraba las uñas.

Las llevaba pintadas.

¿Entonces era una chica? No, no podía serlo con esa voz. Obito no supo qué pensar. Cuando se giró, casi atropelló un retrato colgante hecho de tapas de botellas descartables. Al ver que le reprendían con las miradas, prestó más atención a la obra. Un retrato de la última estrella de moda. Le parecía muy ingenioso, pero al mismo tiempo no podía reprimir el sentimiento de estar rodeado de bichos raros.

La muestra transcurrió con gran aburrimiento. Ya comenzaba a arrepentirse de haber ido hacia allí, pero volver a su trabajo se le hacía igual de tedioso. Mientras dudaba, el viejo subdirector tomó el micrófono de nuevo, y presentó con orgullo difícil de disimular al más joven estudiante, un tal Deidara Iwa, que exponía de manera extraordinaria. Obito se acercó al ver que se trataba del rubio con el que había cruzado palabras antes.

El chico parecía no haber preparado nada a tiempo, ya que compuso in situ tres conjuntos de esculturas a las cuales no les veía ni pies ni cabeza. No obstante, el chico compuso los "arreglos" con una rapidez y precisión increíbles, una mirada de loco asomaba a sus ojos. Obito se quedó hipnotizado, preguntándose por qué alguien tan ágil hacía algo como eso. Si mal no había leído, la muestra trataba de arte que el común de la gente, como él pudieran, entender. Pero lo que había hecho ese chico escapaba totalmente a su comprensión.

Aunque si se esforzaba, eso era… ¿Un Garuda, como una especie de hombre pájaro hecho de harapos y cartones?

El chico levantó las manos, dando por finalizada la muestra. Algunos aplausos quedos comenzaron a sonar. Obito también aplaudió, porque si bien no entendía nada, nunca había visto a esos artistas en el proceso de creación, excepto en la calle. Aunque para ser sincero, creía entender lo que veía en la calle. Como el cuadro de Goku Super Saiyajin que se compró la semana pasada, el spray era realmente algo alucinante.

Deidara sentía que el momento se acercaba. Cuando los aplausos se fueron apagando, comenzó su arte. Esos tontos no entendían nada.

Pateó con furia las tres esculturas de latas, los pedazos de plástico rodando por el piso. Mientras el silencio se hacía, se dirigió a su escultura central, el precioso Garuda. Sacó de su campera una pequeña botella y un encendedor.

–¡Porque en los basureros hay mucho más parecido a ustedes, hm!– exclamó, encendiendo la media empapada y lanzando la molotov a la escultura, que voló en pedazos, al tiempo que gritaba –: ¡EL ARTE ES UNA EXPLOSIÓN!– y se tiraba de rodillas frente a los restos de su obra, raspándose con algunos cristales voladores.

Enseguida se montó el pandemónium.

–¡Esta muestra era de cómo no desperdiciar la basura!– escuchó las quejas del estúpido de Zetsu, quien se agarraba el pecho como si estuviera sufriendo un ataque de taquicardia. Al fin, el reconocimiento comenzaba.

–¡Por culpa de gente como ustedes, el sentido del arte se ha perdido!

Sakura alcanzó a esquivar con rapidez una lata de soda a medio llenar, que volaba hacia ella.

–¡Shannaro!– gritó incorporándose y dándole un puñetazo en el rostro a Sasori.

–¡Muñeca, aún no viste mi muestra!– se quejó el pelirrojo al ver que le había hecho sangrar el tabique.

–¡Vete al diablo, imbécil, hay gente herida!– le gritó la joven. Y pensar que esa vez, Sasori se había comportado caballerosamente con ella, y le había dado la oportunidad de hablar –. ¡No quiero volver a verte!

Sasori abrió los ojos como un poseso, y enseguida gruñó:

–¡DEIDARA!

Pero el ruido que hacía la gente era demasiado como para que el rubio se diera cuenta de cómo había arruinado su cita perfecta.

–¡No, por culpa de gente como ustedes, el sentido de la responsabilidad es lo que se ha perdido!

–¡Un momento! ¡El chico ha hecho arte!

–¿Qué importa aquí, el arte o la responsabilidad?

Deidara se rió. ¿Responsabilidad? ¿Qué no entendieron nada? La muestra era basura y él la mandó a volar. Eso era ser responsable.

–¡Pudo haber hecho daño a la gente! ¡Al menos debió haber avisado! ¡Deidara no es más que un jovenzuelo que no sabe qué hacer para llamar la atención sobre su patética concepción del arte!

–¡Oye, repite eso, viejo cuatro ojos, hm!

–¡Este lugar no está hecho para punks rotosos!

–¡¿Cómo me llamaste, estirada?!

–¡Este lugar es un templo de la cultura!

–¡Cállate, tu arte pop se pudre y Andy Warhol está muerto, hm!

–¡Alguien deme un vaso de agua!

Obito tenía que reaccionar rápido. Una explosión acababa de suceder ante sus ojos. Pequeña, pero no por ello menos peligrosa. Algunas personas tenían raspones, aunque por la adrenalina todos parecían querer matar al joven. Una señora se abanicaba desesperada, murmurando algo de un tal Warhol. Mientras avanzaba empujando con brutalidad, buscó con la mirada al subdirector, sólo para encontrarlo desmayado en la tarima. Llegó como un rayo adonde el joven chico estaba riéndose a carcajadas sueltas antes de que algunos estudiantes se le lanzaran encima.

Deidara alcanzó a mirarlo pero no pudo huir. Su cara se golpeó con fuerza contra el frío piso, mientras el maldito policía le inmovilizaba las manos y buscaba las esposas. Alcanzó a mirarle con algo de dificultad.

–Uy, eres duro grandulón. Aunque a mí no me va el sado, hm– se le burló; no podía negar que el tipo tenía un cuerpazo. Lástima lo de que era policía.

Obito enrojeció y casi perdió las esposas.

–¡E-estás arrestado p-por de-de-de!– su lengua comenzó a atropellarse.

–¡DEIDARA! ¡VAS A EXPLICARLE ESTO A SAKURA, HIJO DE PUTA!– Sasori apareció entre la multitud, queriendo matar al rubio. Se calmó un poco al verlo arrestado, era un compañero, sí, pero quizás se lo merecía.

–¡Al menos la tuya no te puso en cuatro en público, danna!– le gritó Deidara, atorado en risas.

–¡S-s-s-uficiente, tengo que llevarte!– Obito lo levantó sin miramientos, y comenzó a sacarlo.

Deidara sabía que era antirreglamentario apresar a un estudiante allí, pero nadie en esos momentos estaba dispuesto a defender sus derechos. Se sacudió, pataleando con furia, mientras recibía los insultos de todos los presentes.

–¡Suéltame, estúpido represor, hm!

–¡Lo hubieras pensado antes de querer transformar una muestra de arte en un acto de terrorismo!

–¡Ey, idiota! ¡Soy un artista, no un terrorista!– un momento, quizás no sonaba tan mal. Aunque lo de matar gente no le parecía algo necesario –. ¡Ey, cuidado con mi campera!

–No tendré cuidado con un niño que viste caricaturas de flores– gruñó enojado, sacándolo hasta la calle, hacia el patrullero. No le gustaba el espectáculo que solía armarse con los transeúntes cuando pasaba eso.

El chico se quedó quieto un momento, y de repente, lo miró con fanatismo.

–¡¿Tienes algún problema con Takashi Murakami, hm?!

Obito parpadeó, confuso. Esa gente era realmente estrambótica.

Optó por meterlo al patrullero y se montó a conducir como un bólido.

Deidara se sentó como pudo. Las malditas esposas le apretaban demasiado. Y nadie salió a defenderlo. Esa sociedad se iba al mismísimo infierno.

Se alarmó cuando el auto paró en un callejón algo vacío. Lo único que le faltaba, es que le hubiera tocado un depravado. Forcejeó más, pateando con furia el asiento de conductor.

–¡Oye chico, cálmate!– se ofendió Obito, alcanzando a inmovilizarle las piernas como podía desde su asiento-. Cálmate, necesito preguntarte algo.

Deidara no quería responder ninguna pregunta. Sabía que eso no era algo que hicieras esposado en un patrullero. Tironeó sus piernas intentando liberarsedel agarre, logrando sólo bajarse bastante los pantalones. Apenas se dio cuenta de que el policía no había tomado nota de ello, se quedó quieto, mirándolo desafiante.

–¿Tú conduces una bicicleta?

Mierda, lo tenía en la mira. Le sacó la lengua vulgarmente.

Obito se quedó impactado. ¿Era un niño, un loco o un terrorista mal hecho?

–Pasaste un semáforo en rojo hoy, ¿quieres morir? ¿Sabes lo que podría haber pasado? ¿Acaso eres consciente de que hiciste explotar algo en tu universidad?– bien, esas eran las preguntas que Madara le diría que no debía hacer. Seguro pensaría que era un tonto.

El rubio lo miró enfurruñado, y se señaló como pudo las esposas. Obito entendió.

Se bajó del auto y abrió la puerta trasera. La mirada de desafío se había transformado en una de desconfianza. Algo molesto, le empujó para sentarse en la parte trasera. Sólo cuando cerró la puerta, sacó las llaves para desajustarle las muñecas.

Deidara le dio la espalda como pudo, acercándole las manos. Tal parecía que el patético policía no era tan malo. Obito iba a aflojarlas sólo un poco, pero lo liberó sin darse cuenta al ver como asomaba el trasero rechoncho del chico, los pantalones cuadriculados y el bóxer muy bajos. Sintió que la sangre se le agolpaba en la cara. Deidara se dio vuelta con rapidez, sin enterarse de nada.

Obito lo miró sin poder creerlo.

–Sabes, voy tranquilo a la penitenciaría, se me cruza un chico en mis narices, lo sigo y es un fabuloso artista. Iba a halagarte y pedirte que me explicaras tu arte, cuando no tienes mejor idea que tirar una molotov en público. Incluso si te dejo ir, te lloverán las denuncias.

Sí, visto así, estaba jodido. Aunque quizás así podría hacer conocida su joven teoría del arte. Todos habían reaccionado a la explosión de miles de maneras que no había podido prever del todo. Incluso ese policía, le asombraba su nivel de sensibilidad. Quizás podía ser el único de ese maloliente cuerpo en entender de arte.

–¿Cómo te llamas?

El morocho sacó rápidamente una especie de carnet y se lo puso en la cara.

–Obito, Uchiha Obi- ¡Oye, yo hago las preguntas aquí!

Deidara se carcajeó sonoramente.

–Yo soy Deidara.

–¿Apellido Iwa, no es así?– preguntó, sacando su celular para anotar, tratando de recuperar la compostura.

La cara del chico era de odio total hacia su persona de nuevo.

–Deidara. Me hice solo como artista, no necesito apellidos, hm.

Qué carácter. Era una suerte si no era o había sido un delincuente juvenil. No le sonaba el apellido en los registros. Se preguntó por qué le aliviaba eso.

–Deidara, ¿nunca estuviste retenido, verdad?– ¿pero qué estaba haciendo? Hasta un niño sabría que ese no era el protocolo. Las manos le sudaban.

Deidara negó con la cabeza.

Obito lo miró, suspirando, mientras pensaba miles de posibilidades en su mente. El chico iba a tener problemas. Si lo soltaba, nadie le diría nada, excepto quizás su padre. El chico había montado un desastre. Sería juzgado de una manera u otra. Él, un simple cabo raso, no tenía nada que perder.

–Deidara, si respondes a algunas preguntas, te liberaré, ¿entiendes? Y aquí nunca pasó nada.

Deidara lo miró atónito, luego algo alarmado. ¿Por qué tan amable? ¿Y si le pedía algo que no quería hacer? ¿Y si lo violaba? El tipo estaba para darle lo que merecía, pero no en esas circunstancias. Y tampoco los policías entraban en sus reglas personales.

–Bien, primera pregunta. ¿Por qué destruiste tus obras?

Los ojos de Deidara se abrieron, su boca cayó levemente. No podía creerse eso, ¿le habría interesado su arte?

–Si no destruyo mi arte no lo siento como mío. El arte es la expresión de algo efímero, hm.

–¿Cómo es eso?

La seriedad se había perdido por completo. Deidara creyó que era divertido que su primera ronda de prensa sea en la parte trasera de un patrullero.

–Lo dije antes, el arte es una explosión. Esa exposición que viste, es toda una gran mentira. El arte pop mal reciclado con el que pretenden ser populares y comprendidos, no es más que una defensa acérrima del absurdo mundo de consumismo en el que vivimos, un mundo donde adoras una lata por la forma, pero no piensas en el contenido, en lo que significa adorar a una lata con una firma de una empresa, cuanto más antigua mejor. Quiero decir, te sientes tan cómodo al ver que el arte está al alcance de tu mano, al alcance de todos, pero todos se callan porque la mayoría de las muestras de basura eran de esa empresa de refrescos. ¿Me entiendes? Yo mismo, sin creer en esa premisa, metí mis manos en la basura, e incluso la bomba que compuse fue con la mugre que encontré. Esa hipocresía es totalmente inaceptable, hm. Ahora respóndeme tú, ¿crees que esa exposición era realmente para cualquier habitante de la ciudad, como decía el folleto que te entregué?

–Sí– contestó sin dudar.

–Error. Si no fueses un policía persiguiendo a un estudiante en bicicleta, ¿habrías podido entrar a verla? ¿El subdirector te puso fácil la entrada? ¿Viste gente ajena a la universidad en esa exposición?

Obito parpadeó.

–No.

–Porque nunca fue para ellos. Es el colmo de los colmos, ¡¿me entiendes?! Intentando relanzar lo que está muerto, sin invitar a nadie, sin servir a la premisa. ¡El arte pop está muerto!

Ese chico iba muy rápido. Lo interrumpió, levantando una mano.

–¿Pero acaso tú respetaste la consigna? Quiero decir, el mensaje era de ecología, pero tú dejaste todo tirado.

–Qué me importa la consigna. No podía atenerme tanto a las limitaciones. Hice volar a la basura, ¿no es eso lo que querían? Pues ahí está, desapareció, hm.

–Tu pensamiento me parece bastante extremista, y creo que ese razonamiento es, o provocador, o falaz. ¡Y no desapareció nada, dejaste todo hecho un desastre!

El chico le sonrió ampliamente.

–Claro que lo dejé todo hecho un desastre. Hice popular a la basura de nuevo, llenándoles de basura de barrios bajos a esos estirados. Yo, Deidara, hice arte pop allí mismo, y luego lo aniquilé en presencia de todos. El pop no volverá a levantarse de nuevo, hm– terminó, regodeándose con orgullo, hablando con los ojos cerrados y una media sonrisita en la boca.

Obito no podía negar que había algo de encantador en la irreverencia del chico. Pero ese no debía ser el punto.

–No respondiste lo de la falacia.

Deidara salió de su nube de autocomplacencia.

–Vaya, ¡qué es esto! ¡Tenemos aquí a un uniformado intelectual! ¿De qué especie eres?

–Oye, no me trates así por ser policía. Mira lo que tengo– le sacudió las esposas en la cara, ofendido. No entendía el odio de ese chico a él desde que lo vio.

–No te odio a ti, los odio a todos– respondió como si le hubiera leído la mente –. No pienses que amenazándome aprenderás más de arte, hm.

–¡Perdón!– se desesperó el morocho.

Así que eso era, pensó Deidara. Un frustrado.

–¿Tus papis eligieron tu futuro por ti?

–¿Eh?– Obito se mostró perplejo.

–¿Por qué tanto interés en mi arte, grandulón? ¿O acaso es una excusa para tener este culo, hm?– preguntó, dándose una suave palmadita en el trasero.

Obito se corrió contra la puerta, completamente avergonzado. ¡Ese chico era de lo más descarado! ¿Le estaría coqueteando? ¿Un chico gay se le estaba tirando encima? ¡Ni siquiera sabía si era menor de edad! Si seguía así, lo dejaría salir de la patrulla, intuía que podía meterse en un buen lío.

O quizás lo que el chico buscaba era eso.

–Haré como que no escuché eso, ejem– intentó fingir compostura, Deidara se contenía la risa. No le agradó, así que volvió a sacudir las esposas–. Segunda pregunta, dime…

–No, no me interesa el sado, ya te dije. Así que si quieres suerte conmigo puedes ir guardando esas esposas, hm– le interrumpió, mirándose las uñas.

–¡Oye, yo-yo-yo no iba a preguntar e-eso!– gritó desesperado, el celular se le cayó al piso del vehículo. Era nuevo. Barato. Y no había asegurado la pantalla. El mundo lo odiaba, definitivamente.

Deidara le miró divertido.

–¿Eres un blooper andante, no es así?

Obito se sintió vulnerable.

–¡Cállate! ¡Y no tengo ningún asunto sexual contigo!

–Oh, es una pena. Si te sacaras la placa, podría hacer que arruinemos las suspensiones del auto, hm.

–¡SUFICIENTE! ¡Vete de aquí, por favor!– gritó, pasándose a un color cercano al morado. El chico lo había logrado, lo dejaría ir. Se agachó para recoger el celular.

–Oye, oye, tú no mandas aquí.

¿Qué?, pensó Obito, levantando la cabeza del suelo con cara de bobo. ¿Ese chico nunca entendió la situación en la que se encontraba?

–Y no me puedes echar, punto. Tú tienes algo con el arte, ahora quiero saber, hm– se descalzó y se acomodó en su parte del asiento. A Obito se le volvió a caer el móvil.

–P-pero…

–Que tú no mandas, hm. No tienes carácter para mandarme, ahora respóndeme.

–¡Era yo quien te estaba interrogando!

–¡Represores infelices! ¡Siempre haciendo preguntas por nada! ¡Tú incluido! ¿Acaso creíste que para saber de mi arte tendrías que esposarme como a un perro?

Obito volvió a callar. Si no fuera un policía, una amigable charla sería una opción tan simple como genial. Pero desde que se hizo policía, no hizo nada más que perder amistades. No quería convertirse en un interrogador como su padre, pero las palabras del rubio le hicieron dudar de sí mismo. ¿Tan mal estaba?

¿Tanto se le notaba?

–Así está mejor, hm. Ahora dime, ¿qué más quieres saber sobre mi arte?

–Cómo… ¿Cómo es que llegaste a esa conclusión sobre el arte? Digo, de que es efímero y esas cosas…

Deidara lo miró analíticamente durante un buen rato. Obito empezó a ponerse nervioso bajo el escrutinio de esos ojos afilados.

–Vi morir a mis padres– respondió al final.

–¡¿Có-cómo?! Oh, lo siento, yo…

–¡Jajajaja! ¿Te creerás cualquier cosa que te diga? No, simplemente pasó. Sabes, en la escuela no podía prestar mucha atención, hm. Necesitaba escaparme e ir a esculpir algo. Ya me cansaba de sólo dibujar en el cuaderno. Lo único que me puede dar adrenalina es una explosión, como dos galaxias chocando. Es el inicio y el fin de todo, hm. Y no hay mucho más que explicar. Fue mi propia epifanía, y mi sueño es llevarla a cabo siempre, y morir si un día no puedo hacerlo.

El silencio se hizo entre los dos durante otro largo rato.

–Eres… magnífico. Sigues tus sueños– levantó las manos, buscando unas palabras que no encontró –. Tú… sólo haces eso – sopló, sacudiendo la cabeza. Sentía envidia por él.

El chico sólo parecía seguir sus sueños.

Deidara se le acercó un poco.

–¿Lo que haces no te gusta?– le preguntó sin darse con rodeos.

Obito decidió mantenerle la mirada.

–No– respondió al fin –. Pero mi padre adoptivo, y toda la familia, tienen una especie de tradición – explicó, haciendo comillas con los dedos, y poniendo cara de asco – familiar, de ser policías. No vas a encontrar a ningún Uchiha varón que no esté en el cuerpo de policías.

–Ya me caen mal.

–Y yo, no quería desilusionar a mi padre, así que apenas me recibí de la escuela, entré a la academia y…

–Oye, oye, espera un momento. ¿Dices que te hiciste policía sólo para complacer a tu padre adoptivo?

–¡No es así! Madara siempre fue muy estricto y yo siempre le fallaba. Me crió cuando el resto de la familia no quiso hacerse cargo de mí, no conocí a mis padres… Le debo todo, ¿entiendes?

–No. No te entiendo. Tú no le debes nada a nadie, Obito– se le acercó a la cara –. Sólo a ti mismo. ¿A ti te gusta el arte, verdad?

Obito se puso nervioso, se sobaba las manos.

–N-no necesariamente… Me gustaba escribir. Hacía eso en la escuela desde que me rechazó una chica que…

–Ya, no me interesa tu heterosexualidad. Sólo quería hablar de arte contigo, hm.

–¿Estás seguro que del arte en general, o sólo de tu propia concepción?

Deidara sonrió. Ese hombre era inteligente, y si seguía allí se echaría a perder.

–A ver, muéstrame qué escribes. De seguro escribes en el móvil, ¿no? Tienes una pluma digital.

–¡N-no es cierto!– se puso a la defensiva automáticamente.

–¿Ah, no?– se le acercó, haciéndolo retroceder –. Pero debes tener algo donde escribir las ideas que se te vienen a la mente cuando no estás en tu casa, ¿no es así?

–Eh, no…– empezó a ponerse colorado de nuevo por la cercanía del otro.

–¿Seguro, seguro?– le susurró, poniéndole una mano en el pecho y otra en la cadera.

–¿Sí…?– preguntó, con un hilillo de voz.

Deidara volvió a su posición con una sonrisa de triunfo.

–Bingo, hm– y sacudió una pequeña libreta.

Obito se tocó los bolsillos traseros. Esa era su libreta.

–¡Devuélveme eso!

–Yo también tengo la mía, no es nada de malo, hm. Veamos cómo escribes.

–¡Oye!

Obito se lanzó a recuperar su cuaderno, pero Deidara abrió la puerta con rapidez y se lanzó a correr. Descalzo, con los pantalones bastante bajos, mostrando el trasero. Obito dudó por un momento, pero finalmente se lazó detrás del chico. En pocos segundos, lo alcanzó y lo retuvo. Para su sorpresa, Deidara no se resistió.

Se estaba riendo.

–No es nada gracioso– gruñó ofendido.

–Claro que lo es. Tú lo eres, hm.

–¡Basta!

Sin saber por qué, empezó a hacer cosquillas al ver que Deidara no se callaba, pero sólo consiguió que las carcajadas aumentaran.

–¡Jajaja, basta! ¡Ya, te devuelvo tu libreta, jajaja!

Obito lo soltó y le pidió el cuadernillo.

–Pero primero, déjame leer algo, hm.

–¡No!

–Entonces, léeme tú.

–Eh, tampoco. ¡Mucho menos!– se puso colorado de nuevo.

–Qué lindo– se rió Deidara.

–¿Eh?

–Y también bastante tonto– completó, mirando el cielo.

–Vuelve al auto– Deidara le miró alarmado–. Estás descalzo.

–Tráeme las zapatillas. ¡Fue un gusto conocerte!

No, no quería. No quería que conocer a esa persona se quedase en eso. Otra anécdota más del trabajo.

–¿Si te invito a un café no te irás? – preguntó, rezando para que no le rechazara.

–Qué aburrido. ¿Tan poco trabajo tienen ustedes, los policías?

Era cierto, no podía perder más el tiempo. Madara empezaría a llamar desde la central.

–Entonces… ¿Quieres que te lleve a tu casa? No se tarda nada en auto, y no tienes tu bicicleta.

Deidara lo miró, el dilema en su mente.

–Sería estúpido permitir que el policía que me apresó conociera mi casa, hm. Podrás ir cuando no tengas más la placa.

Se sostuvieron las miradas un largo rato.

–¿Por qué insistes tanto en que deje la policía? Apenas acabas de conocerme– acusó Obito.

–Yo no soy quien insiste, búscate un espejo. Pero, si insistes en ir a mi casa o pasar a otro nivel, entonces sí tendré que pedirte que te dejes de jugar a las armas y me muestres quién eres realmente, Obito Uchiha, hm.

Se lo veía tan seguro. Hablando con un completo extraño.

–Deidara, ¿cómo puedes ser tan confiado? ¿No te das cuenta de que podría haberte hecho algo malo?

–Claro que sí, tonto. Si juego contigo es porque me he dado cuenta de que no eres como pensaba. Pero no confundas ingenuidad con autoestima. Yo tengo una confianza muy grande, en mí mismo, hm.

Obito bajó la vista.

–Podríamos… Juntarnos a hablar de eso y de mi concepto de arte, hm– ofreció Deidara. Lo cierto es que él tampoco quería dejar escapar a ese diamante en bruto, por mucho que le pesara a su filosofía de lo efímero–. Si vas como civil, estaré en la universidad.

Obito se entusiasmó, pero enseguida tocó la realidad:

–¿Qué te hace creer que no te expulsarán?

Buen punto.

–Oh, bueno, a ese respecto… No creo que se me prohíba entrar a las instalaciones– se encogió de hombros. ¿Tan poco le interesaba? Obito había deseado tanto entrar a la universidad.

Era injusto.

–Deidara, entrégate. Yo pagaré la fianza, y entonces me darás clases de tu arte– se sorprendió al oírse pronunciar esas palabras. ¿Estaba loco? Una fianza por algo como eso…

Deidara lo miró como si estuviera loco. Se encaminó despacio a la patrulla; Obito respiró aliviado.

Subió al asiento de conductor, mientras esperaba que el chico se terminara de colocar las zapatillas. Una vez estuvo, se asombró al ver cómo Deidara se le sentaba en el asiento de acompañante.

–Vamos, hm.

Obito sonrió y encendió el auto. Salió a una amplia avenida.

–Oye, oye, ¿adónde crees que vas?

–Pues, a que te entregues, ¿no quedamos en eso? – preguntó desorientado, parando frente a la luz roja.

Deidara se molestó.

–Nunca quedamos en eso. ¿Por qué me entregaría, si no he hecho nada? Vamos a casa, hm.

–¿QUÉ?– Obito no pudo avanzar a pesar del cambio de luz y las bocinas.

–Ya lo decidí, serás el único policía que pise ahí. Pero luego tendrás que dejar este trabajo de mierda, hm– explicó como si nada.

–¿CÓMO?– Obito tuvo que estacionarse al borde de una acera.

–Lo que oíste, no me hagas repetirlo, hm.

–¡Que a ti te vayan a expulsar de la universidad no significa que yo tenga que dejar mi trabajo!

–No es eso, tonto. Se nota a leguas que no eres feliz, hm. Si sigues así, vas a pudrirte como el arte pop.

Obito apagó el motor y se quedó unos cerca de cinco minutos reflexionando. Finalmente, volvió a encenderlo, indicándole que por favor se dignara a ponerse el cinturón de seguridad.

–Si voy a tu casa, ¿me explicarías eso del arte pop?

–Mh, prefiero hablar del superflat.

–¿Qué es eso?

–Tiempo al tiempo. Conduce, te guiaré, hm

El silencio que se hizo en el largo camino a la casa de Deidara molestó mucho al Uchiha. Sobre todo, porque podía oír sus pensamientos. El chico al lado parecía no enterarse, aunque ignoraba la forma en que lo veía con rápidos pero inquisidores vistazos.

Cuando finalmente llegaron, Obito asumió que Deidara viviría solo. Era un complejo de edificios de bastante antigüedad; probablemente no eran muy costosos.

Deidara se bajó y se dirigió a la entrada sin esperarlo.

Nervioso, apagó el comunicador y el celular, que estaban por explotar de los insultos de su padre. Se apuró a seguir al chico antes de que cerrara la puerta.

Deidara esperaba impaciente el ascensor. Cuando entró, le hizo una seña.

Obito lo siguió, extrañamente nervioso y al mismo tiempo entusiasmado. Nunca había ido a ver a nadie que viviera solo.

–Eh, ¿y de qué trabajas para mantener esto? – preguntó mientras el rubio tocaba los viejos botones.

–Tengo un trabajo de medio tiempo cinco días a la semana, y hago comisiones de arte, hm– Deidara se giró hacia él, mientras esperaba que el pesado ascensor comenzara a andar–. No es mucho, pero me alcanza para vivir. Apenas cumplí los dieciocho, me fui de casa.

A Obito el espacio de repente se le hizo muy pequeño y apretado.

–Ah… vaya…

–Tú vives en tu casa, ¿no es así? Aunque tu salario debería ser mejor que el mío, hm.

–¿Cómo sabes esas cosas?

–Hombre, no hay que ser un genio para darse cuenta, hm– se le acercó, acorralándolo contra la pared, sólo para ver cómo se ponía nervioso. Sí, en el fondo de esos ojos oscuros, alcanzó a entrever pulsiones primitivas dirigidas a su persona. Iba a aplicarse a fondo para que su nuevo "amigo" dejara la policía y fuera a verlo más seguido a su departamento. Estaba seguro de que algún día, Obito iba a follarle bien duro contra el muro. Esa docilidad tenía algo de aparente, ya se impacientaba por saber lo que el hombre sería capaz de hacer cuando se desatara con él. Sólo era cuestión de tiempo.

Cuando salió del ascensor y fue a abrir la puerta de su departamento, ya lo había decidido. Quería tener un amante. Y ese amante sería Obito.

El policía lo siguió sin poder ocultar su nerviosismo. En el ascensor se había sentido superado, y mentiría si dijera que unos pensamientos pecaminosos no habían cruzado por su cabeza. Cuando cruzó el umbral, ignoraba qué sucedería a continuación. Algo le decía que esa visita quizás no era tan inocente, y que Deidara comenzaría a desnudarse para querer acostarse con él.

Tragó saliva. Hasta donde sabía, nunca le habían llamado los hombres.

Pero es que Deidara se le insinuó tantas veces en tan poco tiempo. ¿O sólo estaba jugando con él? El pobre de Obito estaba más confundido de lo que jamás lo había estado.

–Su… ¿Super qué?– dijo nervioso –. Oh, linda casa– era un copmpleto desastre. Estaba llena de tiras de tela rota, lienzos sin terminar, hojas por el piso con ideas anotadas y bocetos, y había una especie de sustancia blanca por muchos lugares. Aún así, el lugar tenía estilo. El estilo de un taller.

–Gracias– Deidara se sentó pesadamente en el único sillón, haciéndole señas con la mano de que se sentara a su lado.

–¿Cerveza, marihuana, o las dos?– ofreció.

–¡¿Q-QUÉ?!– chilló escandalizado.

–Jajaja, te lo crees todo. No tengo marihuana, sólo cerveza, hm. ¿Quieres?– aclaró al tiempo que le ofrecía una lata.

Obito se sentó incómodo, pero rechazó la bebida.

–No, no puedo si estoy de servicio– explicó con una risita nerviosa. Deidara lo miró con aburrimiento.

–Bien, el superflat es…

Palabras, palabras, palabras. Obito se sintió mal al comprobar que no entendía casi nada. ¿Y cuál era la diferencia entre superflat y arte pop? Por muchas imágenes que Deidara le mostrara en su tableta gráfica, no la podía captar. Como desconocedor del tema, le parecía que había demasiadas similitudes.

Deidara hablaba tanto que iba a comenzar a dolerle la cabeza. Quizás no hubiera sido así si no le hubiera preguntado los por qué de todo lo que el lindo rubio le decía, pero es que no podía abstraerse de la conversación, y de la filosofía tan particular que desprendía el chico, siendo tan joven. Se enteró de que tenía diecinueve. Era un niño, no quería problemas con la ley. Y esa disertación del superflat se estaba extendiendo demasiado. Tuvo que pararlo.

–Espera, senpai, ya hay un punto en el que no entiendo nada– se sinceró.

Deidara se rió por la nariz. "Senpai"? De alguna manera, sonaba muy bien.

–Muy bien, Obito. Seré tu senpai en todo lo que refiera al arte, hm. Iremos más despacio.

–¡Sí! ¡Senpai, eres genial! – exclamó, realmente entusiasmado. Deidara era un muy buen chico, un gran conocedor del arte. Lo había juzgado mal, aunque todavía no podía encontrar una explicación a estar tirando molotov en medio de una exposición concurrida.

–A ver, Obito, ¿por qué te interesa el arte?

Se hizo el silencio.

–No, no es el arte. Lo que me gustaría es poder estudiar.

–¿Tu papi no te deja?

–No puedes hablar de Madara sin conocerlo. Deidara, si lo vieras no juzgarías que es el jefe de la policía, más bien parece… A un padrino de la mafia.

Deidara se imaginó a Obito con Al Pacino como padre.

–Bueno, quizás ambas ocupaciones no estén tan distanciadas, hm.

–¡Oye! ¡Papá es bueno, aunque lo sea muy en el fondo!– no pudo contenerse a defender a Madara. Se había hecho cargo de él como cabeza de familia, a pesar de que había jurado no casarse ni tener descendencia. Le había criado prácticamente solo. Le había dedicado muchos años de su juventud que podría haber utilizado en otras cosas. Obito se sentía culpable muchas veces al día.

Deidara frunció el ceño. No le caían bien los niños de mami. Como el tal Zetsu, vaya pelmazo, siempre detrás de la extraterrestre de su madre.

–Bien, no me interesa hablar de tu padre. Estás en un lío, pero no soy quien para resolvértelo. Hablemos de arte, o allí está la puerta, hm– apuró el último trago de cerveza, señalando hacia la salida.

Obito tuvo que dudar muy poco.

–¿Qué quieres saber sobre mí, senpai?– le preguntó con amabilidad.

–A ver, qué te hubiera gustado ser. Mejor esto, ¿qué querías ser de niño?– cada vez desarrollaba más curiosidad por el chico que se había llevado a la casa.

Obito empezó a pensar, y de repente se puso colorado, rascándose la nuca.

–Vamos, dime, hm.

–Pero promete que no te reirás, ¿sí?

–Ok, lo prometo– comenzó a imaginarse un montón de divertidas teorías mientras abría otra lata.

–Primer ministro– dijo en un susurro, con los ojos cerrados. Luego los abrió de golpe –. Listo, ¡ya te lo dije! ¿No vas a reírte tú también, no?

Deidara le sonrió.

–No esperaba algo tan ambicioso de ti, hm.

–Lo mismo decía papá…

Ah, otra vez el viejo se metía en la charla.

–Y el que era mi mejor amigo…

¿Qué clase de amigo era ese?

–Oye, basta, te estás poniendo como un emo. Tu familia y tus amigos son una mierda– Obito lo miró completamente descolocado –. Bueno, alguien tenía que decírtelo porque no pareces darte cuenta tú solo, hm– siguió bebiendo con tranquilidad.

Con tanta tranquilidad e impunidad.

Le había insultado al insultar a los suyos.

Pero, ¿qué tan suyas habían sido esas personas? Recordó la cada vez menor agenda de contactos de su teléfono. La mayoría de las llamadas, de su padre.

Deidara era tan violentamente sincero.

Seco y efectivo como una explosión.

–¿Por qué no seguiste una carrera política? Sabes, si tienes éxito, te estarías pudriendo en dinero, hm.

Obito se preguntó por primera vez con seriedad eso.

Por su cabeza pasaban un millón de cosas. Pero había una sola constante siempre.

–Cuando crecí dejó de interesarme, y comencé a soñar de más a menos. Me interesaba el servicio, la ayuda que pudiera prestar, para ser reconocido. Sobre todo, por el apellido de mi familia. Papá dio por sentado que seguiría sus pasos, y cuando terminé la escuela… Simplemente ingresé a la academia, como él lo hubiera esperado.

Deidara lo miró con un claro reproche en sus ojos y boca. Obito se sintió incómodo y bajó la cabeza, mirando sus manos, las cuales había comenzado a apretar mucho en algún momento de la charla.

–Pero, no es eso lo que quiero ser ahora. Me gustan…– suspiró–. ¿Deidara-senpai no va a burlarse de mí si se lo digo? Es algo que creo tiene que ver con el arte.

Deidara se inclinó hacia adelante, su atención completamente recuperada.

–¿Puedes dejar de ser tan inseguro sobre lo que yo opino, y simplemente mostrar tu opinión propia, hm? Tal parece que la tienes, entonces defiéndela– le escupió, algo harto.

Obito sintió un salto en su corazón. Deidara tenía razón. Tanta razón. Un chiquillo de diecinueve le estaba dando lecciones de vida como si fueran de boxeo psicológico.

–Me gustan los cómics, senpai. Sobre todo los mangas. Me gustaría saber dibujar, pero como no soy bueno… Al menos escribir guiones estaría bien, creo. Por eso escribo fanfics en mi tiempo libre. Me gustan los de Dragon Ball.

Dragon Ball. Allí donde todos los personajes masculinos evolucionaban desafío a desafío, inclusive el pequeño Gohan que era tan cobarde al inicio. Él quería ser como ese personaje. Lástima la vida sólo fuera así en la ficción.

Mierda. Se había traído un otaku de closet a la casa. De todas formas, su interés creció aún más.

–Dragon Ball, una trama tan predecible– Obito se encogió –. Pero entiendo que te guste, hm. De hecho, yo a veces lo veo y me acuerdo de cuando era un niño. Mira, el arte del cómic no es lo mío ni de lejos, pero lo entiendo y lo respeto como una rama más del arte. Si quieres dibujar, sólo tienes que aplicarte a entender.

–¡Pero ni siquiera puedo hacer bien un círculo!

–Eso es algo difícil, aunque no lo creas, hm. Requiere mucha práctica el perfeccionamiento. Pero aún así, no entiendo qué quieres ser. ¿Ilustrador, escritor? ¿Lo haces como hobby, o realmente quieres ir más lejos con eso?

–Senpai, usted pregunta mucho.

–¡Accediste a hablar conmigo de arte! ¡Si no entiendes el superflat, al menos tendré que partir de la base de tus estúpidas historietas, hm!

–¡No son estúpidas, senpai! ¡Todo el mundo puede leerlas y entenderlas! ¡Son mucho más pop que el propio arte pop del que tanto me hablaste!– con sus mangas nadie se metía.

A Deidara le brillaron los ojos.

–Ves, a eso me refería– dijo parándose sobre su sillón, haciendo que Obito se tambaleara un poco–. ¡El arte se manifiesta de tantas maneras, y toca a todos los seres vivientes! ¡Cómo me gustaría que todos lo vivamos como una aniquilación completa del ego! ¡En mi mano tengo una vulgar cerveza, pero puede ser una bomba, hm!– terminó abrazándose a sí mismo, con lágrimas en los ojos.

–¡O-oye, basta con eso de las bombas! ¡N-no te olvides de que soy policía, ya bájate!– chilló el otro desesperado. Ese chico era raro. Muy raro.

Y lindo por ser tan raro.

–Tú cállate, frustrado con el cerebro lavado– le tiró la lata en la cabeza, manchándolo de cerveza, junto con su propio sillón–. Me proporcionaste un orgasmo intelectual, estaba brillando con mi arte discursivo y entonces te vienes con estupideces tan cotidianas. ¡Oy, por eso odio tanto a esos hipócritas de la universidad!– se inclinó ajustando los puños, tanto que perdió el equilibrio y se cayó escandalosamente en el sofá.

Obito alcanzó a sujetarle un pie para que no se fuera de nuca al piso.

–Pero senpai, yo creo que la universidad puede ser un lugar muy lindo, ¿todo tiene que ser tan malo?

–¡Y yo qué sé! ¡Ve a estudiar si tanto lo quieres, hm!– intentó ponerse derecho, pero el movimiento brusco y la cerveza le marearon la cabeza –. Woah.

Obito se quedó mirando como se le había desordenado la melena y los pantalones se le habían bajado un poco otra vez. Tenía la nariz un poco colorada. ¿No estaría empezando a ponerse ebrio? Aún así, ese look de fiera desatada le sentaba infernal.

Oh, ese chico le hacía pensar cosas que no quería. Si seguía allí haría algo, pero tampoco quería irse.

–Y de todas maneras, ¿qué estudiarías? No pareces tener nada en claro, hm– dijo, acostándose encima del otro.

–¡N-no tan rápido!– exclamó Obito, empujándolo.

Deidara hizo un pequeño puchero. Nunca nadie le había rechazado. O quizás no contaba como rechazo, porque parecía que el morocho se derrumbaría a sus encantos en poco tiempo. Orgulloso probó pincharlo un poco más.

–No iba a hacer nada, me dio un mareo muy fuerte– mintió –. ¿Qué te pasó en esa cabecita sucia, azulcito?– cada vez le divertía más jugar así. Pero en cuanto se pusiera en serio, Obito no tendría ninguna responsabilidad. No iba a salir de su alcoba hasta que le hiciera limpiar el piso con su espalda.

Obito parecía a punto de desmayarse.

–¡No pensé en nada raro!– largó luego de boquear un minuto.

–Pero, me dijiste que no tan rápido. Eso significa que si voy lento, ¿estará bien?– pasó un dedo por su cuello, deteniéndose antes de colarlo en la camisa. Por el arte, tenía que ser de mentira. Ese tipo estaba demasiado bueno, y claramente pensaba lo mismo de él. Parecía no cargar con experiencias, no homosexuales al menos, pero ya quería saber cómo sería cuando se desatara con él y empezara a aprender de sus técnicas amatorias. Porque, por supuesto que le enseñaría algo más que arte convencional.

Pero en ese momento, él mismo tenía que contenerse.

–Eh, no entiendo a qué te refieres, senpai– tartamudeó.

Sí claro, como no. Le estaba empezando a poner que le dijera senpai.

–Dime, Obito– se le acercó despacio de nuevo, esta vez cuidando de guardar una distancia mínima –. Si empiezas a ir a la universidad, ¿me dirás senpai siempre?

El otro tragó sonoramente. Por favor, que Deidara no mirara hacia abajo. El uniforme no le ayudaba en nada a ocultar su reciente erección.

Así que ahora le iban los tipos. O los tipos y las tipas. O al menos, Deidara. Su cabeza era un lío, más cuando recordaba cómo el chico había sacado esa bomba y la había encendido con unas maneras que rayaban la elegancia. Era tan peligroso, y eso de repente le gustaba tanto.

–Oye, ¿quieres que sea tu senpai, hm?– preguntó, el doble sentido flotando en el aire.

Obito se reprendió a sí mismo por la respuesta que le dio.

–A sus órdenes, senpai.

Se quería golpear para siempre.

Deidara pareció asombrarse. No se había esperado esa respuesta, y ahora estaba más caliente. Mierda. No se iba a acostar con él mientras siguiera teniendo la placa.

–Entonces, deja la policía y entra a la universidad, hm– se alejó convenientemente. Ese pecho grande que subía y bajaba agitado le hacía imaginar cosas de más.

Obito se sintió extraño. ¿Tan mala había sido su respuesta? ¿O acaso Deidara era de los que querían dar en vez de recibir? Porque eso sí que no lo tenía pensado hacer.

Un momento. ¡Deidara debía ser de esos! ¡Seguro siempre le quiso meter la mano en su inocente culito! Como esos presos que tiraban el jabón al suelo a ver quién era el tonto que se agachaba a levantarlo. ¡No, definitivamente no! Esa charla iba mal. Se había equivocado de persona, otra vez.

–¿Qué harás, Obito? ¿Vas a dejar ese trabajo o no?

–¿Por qué te importa tanto? ¿Qué no puedo trabajar y estudiar al mismo tiempo, como tú?– respondió a la defensiva, tratando de calmarse.

–Supongo que sí, hm– Deidara se llevó una mano al mentón, pensando –. Pero si es así, lamento informar que hasta aquí llegamos. Nos quedaremos con las ganas los dos, eso es feo. Odio a los policías, y tú no quieres ser uno. Eres muy tonto cuando quieres, hm.

Obito palideció.

Al ver que no obtenía respuestas, Deidara se levantó.

–Bueno, supongo que eso es todo. Una pena, me hubiera gustado recibir de ti, hm– dijo, tomándose el trasero, mientras lo miraba de reojo.

Obito pasó de blanco a rosado, de rosado a rojo, de rojo a morado, y si pasaba a otro color, Deidara juraría que iba a morírsele en el sillón.

Así que Deidara era de los que mordían la almohada. Recordó cómo le había visto el trasero al chico dos veces en un día, en el único día en que llevaban conociéndose. Su erección se puso más dura.

Deidara le descubrió el bulto, aunque el otro no se dio cuenta, se le veía completamente tildado. No iba a aguantarse, quería cabalgar a ese tipo. Cuanto más rápido mejor.

–Mira, Obito…

–¡DEJARÉ LA POLICÍA!– gritó, parándose en pose marcial. Estaba colorado y agitado, nervioso, pero le miraba con un brillo especial en la mirada. De repente, avanzó hacia Deidara y lo abrazó con fuerza–. ¡Gracias, senpai! ¡Me abriste los ojos en mi vida! – empezó a moquear dramáticamente. A moquearle. Su campera con diseño superflat.

Pero Deidara no podía quejarse. Estaba siendo prisionero de un abrazo de oso y sentía contra su ombligo un bulto muy duro. Obito no se había dado cuenta. Era un caso perdido.

–Te felicito, hm, pero ahora suéltame antes de que rompas tus pantalones con ese aparato– le largó cuando logró cerrar su mandíbula y de preguntarse cuánto le podría medir.

Obito se puso rígido de repente, y lo separó un poco de sí.

–¡Es el arma reglamentaria!

–Te la dejaste en el auto, hm– evidentemente, no había nacido para ser un policía.

Obito tomó desesperado uno de los cojines y se tapó la entrepierna.

–¡Tengo que irme, Deidara-senpai!– dijo antes de salir corriendo.

–¡Oye!– Deidara lo siguió alocadamente.

Obito bajaba por las escaleras como un bólido. Gruñendo, volvió a su apartamento y se asomó al balcón.

Vio como el morocho abría desesperado al automóvil y largaba su cojín con apuro. Y justo ese era su almohadón preferido, el que tenía unas flores y calaveras de Murakami. Obito se asomó por la ventana y le gritó:

–¡Te veo mañana, senpai!

Salió conduciendo como un enfermo.

–"Qué no sabes la responsabilidad que tienes al conducir, blablablá"– gruñó Deidara, para luego volver a entrar riéndose.

Nunca había vivido un crush así con una persona. Estaba seguro de que lo vería pronto.


Al día siguiente, Obito entregó su placa, para gran disgusto de Madara. Estuvieron a punto de irse de manos, pero afortunadamente Hashirama detuvo a su padre. Era la única persona en la faz de la Tierra capaz de controlar a Madara. Le agradeció y fue a despedirse de sus compañeros. Apenas si había estado año y medio allí, lo suficiente para saber que no era su lugar.

Cuando estaba por salir, pasó por las celdas y no dio crédito a lo que veían sus ojos.

Delante de él, con expresión de hartazgo, estaba sentado Deidara. Solo tras las pulidas rejas.

–¡Dei-chan!– corrió desesperado hacia las rejas.

–Ah, llegó el azulcito, hm. Cuando salga, estaré esperando mi cojín de Murakami.

–¡Cómo puedes estar aquí! ¡¿Pero qué es lo que pasó?!– gritó desesperado, llevándose las manos a la cabeza. ¿Qué habría hecho Deidara esta vez? No habían pasado veinticuatro horas desde que lo vio.

–¡Qué va a ser, idiota! ¡Me expulsaron de la universidad y estos perros me trajeron aquí, hm!– le contestó, rojo de la ira.

–¿De cuánto es la fianza?

–¿Eh?

–¡No te preocupes Dei-chan, preguntaré en la administración y la pagaré!– salió corriendo como el viento, sin alcanzar a escuchar lo que el rubio le gritó:

–¡Me encerraron por tres horas, estúpido!

No, Obito no iba a escuchar.

Cuarenta minutos después, era libre. Obito le esperaba en la salida, sonriente.

–¡Deidara-senpai!– le gritó tan fuerte que un oído le quedó zumbando –. ¡No podía verte allí! ¡Ahora ambos somos libres! – le sonrió de una forma en que a Deidara se le escapó el aire.

–¿Renunciaste?

–¡Claro que lo hizo! ¡Traidor, cuervo, deshonraste a la familia!

Un policía enano y con grandes bolsas en los ojos se les acercaba, la larga melena agitándose. Deidara nunca había visto a un uniformado así. Ese debía ser el tan nombrado jefe de la mafia. Parecía un puercoespín enojado.

–¡Maddy, debes entender la felicidad de tu hijo!– un hombre vestido de civil salió a detenerlo, y se armó la batalla más desprolija que jamás había visto.

–Ahora sé que papá va a perdonarme– dijo Obito, nervioso. No se lo veía tan seguro.

Ambos alcanzaron a agacharse a tiempo cuando "Maddy" les lanzó un florero que se estrelló contra la pared.

–Bueno… Quizás se tarde un poco, jeje.

Deidara lo tomó de la mano.

–Vámonos de aquí, este lugar me da náuseas, hm.

Acto seguido, le enseñó el dedo mayor al viejo ese.

–¡Te mataré, niñita!

–¡Madara, por favor!

–¡Y tú deja de seguirme adonde vayas! ¡Y ya no llores! ¡Soy yo el que pierde a mi hijo!

–Maddy, tenías unos sentimientos tan nobles… Pero nuestro bebé tiene que volar del nido– Deidara alcanzó a escuchar una voz tomada por las lágrimas.

–¿Tienes dos padres, hm?

–¡QUE NO ES TU HIJO!

–¡Pero salió brillante como yo!

–¡Lo único que sacó de ti es la idiotez!

Obito apretó el paso. Ya afuera, se podía respirar, aunque los peatones se paraban al oír semejante bataola salir de la penitenciaría.

–No, es un amigo muy cercano de papá, siempre me compraba dulces.

Deidara sonrió.

–Creo que es algo más que amigo de tu papi, hm.

Obito se rió. Él también había sospechado eso.

–¡Mira!– le señaló su bicicleta –. La recuperé, está como nueva.

Deidara se acercó sonriente a su fiel bici.

–¿Qué dijo Onoki sensei, hm?

–Que te vayas al infierno y las ratas te coman los intestinos. Pero luego me dio un formulario de una beca, quiere que participes. Dijo que vas a ser muy famoso y él va a ser tu manager. Sabes, no me cae bien ese señor– terminó, al recordar cómo le había hablado el enanito aquel. Le parecía que sólo quería hacer dinero con Deidara.

–Bien, no podré volver a esa universidad, pero ya me estoy volviendo un artista famoso, hm– Deidara sonrió con suficiencia–. Tanto, que Onoki-sensei ya piensa en hacer dinero conmigo.

Obito lo miró, algo aliviado. Deidara era definitivamente muy agudo e inteligente.

Aún así, no le dejaba de asombrar la capacidad de Deidara de improvisar sobre el camino. Si a él le hubiesen echado de la universidad, estaría viviendo una crisis existencial absoluta.

Deidara era tan... Libre.

–Y ahora, tú. ¿Podrás volver a tu casa?– le preguntó mientras montaba su bicicleta.

Obito se retrajo de nuevo.

–Eh, senpai… Madara va a estar trabajando hasta tarde hoy. ¿Podría quedarme en tu casa y…?

–No– le soltó sin dudar. No quería problemas con ese puercoespín chiflado.

–¡Te pagaré todos los gastos! Tengo ahorros y…– Obito se calló, bajando la mirada.

Deidara se reprendió a sí mismo por lo que estaba a punto de hacer.

–¿Sabes que pagaste esa fianza al divino botón? ¿Cuánto te queda ahorrado, hm?

Obito lo miró con sorpresa. Evidentemente, no lo sabía.

–Olvida la primera pregunta y contesta la segunda, hm– le gruñó, masajeándose las sienes. Ya le estaba empezando a doler al cabeza.

–Como para vivir seis meses sin trabajar…

¡¿Seis meses?!

–Te quedarás el tiempo que quieras, hm. No te preocupes por los gastos. Sólo búscate un trabajo, estudia lo que quieras, y no me molestes mientras esculpo, ¿está claro? No estoy acostumbrado a convivir. Puede que esta misma noche te deje en la calle si eeres muy molesto, hm.

El ex policía lo alzó en brazos, con los ojos brillándoles como a una caricatura.

–Pagarás la renta, hm.

Obito dejó de girar sobre sí mismo.

Bueno, qué más daba.

–¡Sí!

–Entonces, sube a la bici, hm. Iremos a recoger tus cosas enseguida.

–Mis mangas pesan mucho, senpai. No podremos buscarlos en bici.

–¡No vas a traerte todo! Eres mi invitado, ¿entiendes?– si le daba los servicios sexuales adecuados, no lo sería, pero eso no tenía por qué decírselo. Después de todo, estaba dejando de lado gran parte de su libertad, era lo justo –. Hablando de eso, tienes que enseñarme tus escritos. Y devolverme mi cojín. Seguramente escribes romances y parodias, hm.

–¡Claro que no! ¡Escribo impresionantes peleas entre saiyans!– gritó con fuerza. La gente que pasaba lo miró mal.

–Ya cállate, casi te da un infarto ver a tu padre intentando matar a la gente. Aún tienes ese olor a miedo. Tú escribes romances de niñitas, hm.

Obito volvió a parecer deprimido.

–Eso no es artístico, ¿verdad?

–Nunca dije eso. Sólo preferirías que des un salto de calidad y empieces a mostrarme lo que escribes. Quizás eres un fiasco, quizás serás una estrella de escritura erótica, quién sabe– le gustaría leer algún fic yaoi sobre cómo se lo follaba –. ¿Te vas a subir o vas a esperar a que tu padre salga con el ejército de allí, hm?– lo apuró algo fastidiado.

Se sintió poderoso cuando el otro obedeció sin rechistar, poniendo sus pies sobre los salientes de la bicicleta.

–No me vayas a agarrar el culo mientras manejo, hm. Ya habrá tiempo para bicicletear después– le lanzó divertido. Obito se cayó al piso.

¡Él nunca había pensado algo así! Sólo le iba a poner las manos en la cintura, en las caderas, no allí abajo… A quién quería engañar, justo antes de que Deidara le dijera eso, se estaba preguntando cómo sería tocarle el culo. Se subió con rapidez, con miedo de tener otra erección de nuevo.

–Aún falta mucho para eso, senpai– le susurró al oído, agarrándole las caderas con fuerza, intentando sonar sexy.

Deidara empezó a pedalear con algo de dificultad.

–Lo único que falta aquí es que tengas un buen polvo de una vez por todas, hm.

El chillido del otro no tardó en desequilibrarlo.

–¡Suficiente, conduces tú! ¡Pesas demasiado, hm!

Un Obito Uchiha color carmesí tomó el manubrio, las manos temblándole como gelatina. Deidara renegó, no quería morirse por culpa de una gelatina en bicicleta. Definitivamente, esa era una muerte muy poco épica y artística.

Se subió a la parte de atrás, parado y agarrándose de los hombros amplios. Sonrió al verle la espalda.

–Cuanto más rápido conduzcas, más rápido te enseñaré a hacer arte y explotar conmigo, hm.

Nunca pensó que la bicicleta podía ser tan rápida hasta el punto de causarle vértigo.


¡Hola! Aquí de nuevo con esta loca entrega para la #tobideiweek 2017. Este fic es prácticamente un crack. Tenía en la mente lo que era Dei, pero me costaba con Obito. Y como es un lugar tan común que los Uchiha sean policías debido al antiguo trabajo de su clan en Konoha, más ese guión nunca termina de satisfacerme del todo -porque NO lo veo a Obito como policía, junto con la mayoría de los Uchiha-, decidí que el chico tendría que empezar a buscar su propia vida. Sus propios sueños y criterios. No es necesario, después de todo, que los dos estén asentados, ya que todo lo que viven es parte de una gran aventura, y su futuro también lo será. Si no, pregúntenle a Deidara, está expulsado de la universidad, pero el señor Onoki ya lo quiere managear porque el chico es una mina artística (si no explota primero).

No hay mucho más para decir. ¡Hagan locuras!