Nota: Los personajes de esta historia no son de mi autoría, pertenecen al anime-manga Naruto Shippuden
Banal
Pronto caería la lluvia sobre aquel pequeño pueblo, por fin habían tocado puerto, después de tan largo viaje. Había visto tantos horrores en su vida que ya estaba asqueado de ella. De niño la había conocido, si… a la señorita muerte, aquella bella musa de la cual todos huyen, pero para él… ella era su mejor amiga.
Caminaba sin prisa alguna, las damas no le quitaban la vista de encima desde el momento que sus pies tocaron tierra. Pero ¡Gracias al cielo!, las gotas de lluvia comenzaron a caer, haciendo que todos corrieran a refugiarse. Miró hacia el cielo, dejando que las gotas golpearan su rostro, como quien dejaba que la naturaleza limpiara su sucia conciencia.
Y es que esa era la realidad, no importa las atrocidades que cometas, si es en nombre de la Patria: matar, degollar e incinerar eran actos considerados heroicos. No importaba si eran mujeres, hombres, niños o ancianos, el enemigo es EL ENEMIGO, y no podía ser perdonado.
Aquella ligera lluvia pronto se transformó en una tormenta, su impecable uniforme pronto se arruinó. Caminó más a prisa, encontrando refugio en una pequeña covacha que simulaba un restaurante.
Se sentó en una de las desprovistas sillas que se encontraban en la barra, por todas partes había goteras. Y esas eran las consecuencias de la guerra, aunque en mal estado, ese era un negocio, insignia de que por más fuertes que hayan sido los problemas, mayor serían sus esfuerzos por progresar.
Su mirada paseó de un lado a otro, topándose con las perlas orbes de una mujer.
—¿Qué desea?—
—Un Wiski…—
La ojiperla dio media vuelta, tomando un vaso y dejándolo frente a aquel hombre, destapó la botella y se dispuso a servir.
—Déjala…— Aquel hombre coloco varias monedas de oro sobre la mesa.
—Si señor…—
Sin más, dejó la botella, recogió las monedas y se retiró.
Él la miró, la muchacha no estaba nada mal, llevaba el cabello suelto, una falda que le llegaba a medio muslo, lo realmente extraño era su piel, al contrario de las jovencitas que había visto en la isla, su piel era demasiado blanca.
Le restó importancia, lo había visto en otros lugares, jovencitas que intentan "progresar", salen de sus tierras, se pasan su juventud seduciendo con su "inocencia" a hombres ricos, llenándose de hijos…
Y allí se quedó, se sirvió la primera copa de la noche. Sabía que se demorarían una semana en reabastecer el barco, como siempre no le importaba pasar su ridícula existencia bebiendo, olvidando… Quizá como en cada puerto beba hasta el amanecer, consiga una "distracción" con aroma a traición y vuelva a su tan monótona vida.
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Era la media noche, aquel restaurante en la noche se convirtió en TODO, menos en lo que se suponía era.
El trago iba de mesa en mesa, una cantidad exuberante de borrachos bebían hasta perder el conocimiento, de a poco, llegaban algunas mujeres ofertando sus "servicios" de amantes nocturnas…
El azabache tenía asco, mirar a aquellos hombres toquetearlas, besarlas, y llevárselas simplemente producía estragos en su interior, tomó la que sería su tercera botella de la noche e intentó ponerse de pie. Rio para él, su ridículo estado no se lo permitió, así que se desplomó en su lugar.
Unos minutos después llegaron sus hombres, supuso que aquellas risas eran producidas por un estado de alcoholemia similar al suyo, se acercaron a la barra, y aquella muchacha salió.
—Muñeca… sírvenos algo de ron, ¿Quieres?—
La ojiperla dio media vuelta, tomó unas copas, poniéndolas frente a aquellos hombres, una botella y en ello…
—Chiquita… ¿Por qué no pasas un rato agradable con nosotros?—
Uno de los marinos saltó la barra, abrazando con fuerza a la ojiperla, mientras la tocaba descaradamente.
—De-Déjenme en paz por favor…— La ojiperla intentó huir.
De pronto, un silencio sepulcral en el lugar reinó, varios de los hombres que jugueteaban con aquellas mujeres las dejaron y se acercaron a la barra.
—Si no quieren tener problemas, más vale que quites tus sucias manos de ella— Un castaño se pronunció.
—¿Y si no nos da la gana?— El marino que tenía a la ojiperla entre sus brazos la empujó, provocando que esta se golpeara contra la barra con fuerza, tomó una botella y la rompió, esperando a que lo atacaran.
—Es usted muy valiente, Cabo— El azabache, que simplemente observaba se las ideó para ponerse de pie, haciendo uso de su gallardo porte se acercó, —Hasta contar diez no quiero ver su sucia existencia en este lugar… UNO…—
Y no bastó decir más, aquellos hombres salieron a toda prisa del lugar.
—Gra-Gracias…—
Cuando regresó la vista, la ojiperla estaba arrimada en la barra, un fino hilo de sangre caía de su frente.
Segunda vez, le restó importancia, nuevamente se sentó a seguir bebiendo.
—¿Son tus hombres?—
El castaño se sentó a su lado, sirviéndose de su botella.
—Sí… están bajo mis órdenes—
—Pues diles que no vuelvan a poner un pie en este lugar— El castaño dio un sorbo y dejó la copa sobre la barra con fuerza.
—¿Qué tiene?—
—¿Quién?—
—Esa mujer… Se supone que este es un burdel—
—No cariño…— Una de las mujeres se acercó a ellos, —Te equivocas, este no es un burdel— La rubia se sentó sobre la barra, tomó la copa del azabache y le dio un sorbo, —Luna nos brindó este espacio para trabajar…—
"Así que se llama Luna"
El pelinegro la miró. Se sorprendió al apreciar tantas atenciones hacia ella, una de aquellas mujeres se había acercado, para limpiarle la herida.
La rubia mientras tanto, lanzó una mirada fugaz al castaño, señal de que quería que desapareciera. Sin más, él se puso de pie y se marchó.
—¿Y de dónde son?— La rubia se acomodó justo frente a él, aún con la copa entre sus manos.
—¿Te interesa?— El pelinegro levantó una ceja, mirándola fijamente. Ella era bella, sus ojos celestes eran capaces de seducir a cualquiera.
Quizá se topó con aquella distracción que buscaba.
—Claro que me interesa— Se acercó peligrosamente a su rostro, el pelinegro solo sonrió, —Después que me enamores… ¿Dónde te busco?—
—De ningún lado…— le quitó la copa y se la bebió de un sorbo, —No pertenezco a ningún lado…—
La rubia entonces se agachó, probando el trago de sus labios, —Entonces, déjame agradecerte lo que hiciste con la pequeña Luna— Susurró.
—¿Y cómo lo harás?— El pelinegro seguía aquel jueguito de besos, la rubia lo abrazó, profundizando el contacto.
—Lo haré a mi manera…— De pronto lo soltó, tomó el resto de botella, —Esta noche, te haré tocar el cielo…— Lo jaló hacia la habitación más próxima. Encerrándose allí.
Al otro lado, la ojiperla miraba preocupada.
—Ino…— Suspiró, mientras seguía en la barra.
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Les traigo una nueva historia :D
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