Disclaimer: Los personajes y todo lo que puedas reconocer, son de J.K. Rowling. Sin dudas el resto es mío y mis intenciones son pura y exclusivamente para entretener, nada más, no hay intención de lucro.
Resumen: Último año merodeador en Hogwarts. Último año de sus tiempos de gloria. Últimas oportunidades antes de que tiempos de oscuridad oculten la luz de sus días insensatos, jóvenes, libres…
Aclaraciones: La siguiente historia es merodeadora. Sí lo sé, otra historia más de merodeadores, pensarán… pero quizá sea lo que buscaban.
Este es un proyecto que comienza con el inicio del último año merodeador, donde se narrara su vida en el colegio sus "tiempos de gloria", y luego a esta historia, le continua "tiempos de oscuridad"; que narra los sucesos cuando los personajes salgan de Hogwarts y se encuentren con el mundo real, los inicios de la orden del Fénix y todos sus miembros.
En resumen, presentaré un prefacio sobre los desafortunados sucesos de los personajes en el futuro, pero la historia se desarrollará capítulo a capítulo durante la vida en Hogwarts, donde ocurrieron sus tiempos de gloria, de juventud, de libertad, de inocencia e insensatez.
Espero que lo disfruten...
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Tiempos de Gloria
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Prefacio
Dumbledore estaba sentado tras su escritorio en su despacho circular en el colegio Hogwarts. Estaba oscureciendo cada vez más temprano o cada vez aclaraba menos, lo cual era casi lo mismo. Casi, si no fuera a que todo aquello no se debía al transcurso natural del día y la noche. Lentamente por la ventana comenzaba a entrar menos luz solar y la sala pedía desesperadamente que se prendieran unas velas. Fawkes hacía unos sonidos extraños desde su percha. Hacía días que la pobre ave se veía fatal. Pronto ardería en llamas y volvería a la vida. Pero Albus pensaba en otra cosa, su semblante mostraba lo preocupado que se hallaba. Hacía dos meses que había escuchado la profecía en una habitación de la taberna "Cabeza de puerco" ubicada en Hogsmeade, el pueblo vecino al colegio. Albus estaba entrevistando a Sybill Trelawney para ocupar el puesto de profesora de adivinación en Hogwarts. Las preguntas que efectuaba eran respondidas con ridículas y vacías palabras por una pobre mujer que necesitaba urgentemente obtener un empleo. Pero de repente, una voz siniestra, de ultra tumba, se apoderó de Sybill y ésta habló con los ojos desencajados:
"El único con poder de derrotar al Señor Tenebroso se acerca... Nacido de los que lo han desafiado tres veces, vendrá al mundo al concluir el séptimo mes... Y el señor Tenebroso lo señalará como su igual, pero él tendrá un poder que el Señor Tenebroso no conoce... Y uno de los dos deberá morir a manos del otro, pues ninguno de los dos podrá vivir mientras el otro siga con vida"
Severus Snape proclamado mortífago desde mediados de su último año escolar, se había logrado escapar de los ojos del camarero y rápidamente subió a donde estaban los destartalados cuartos para hospedarse. Había escuchado solo una parte de la profecía pues el entrometido camarero lo había encontrado infraganti. Snape huyó del lugar y probablemente lo que primero hizo fue ir en pos de su amo para contarle la noticia. Aberforth luego de debatir con su consciencia sobre lo que acababa de presenciar, se limitó a informarle a Albus que Severus había escuchado tras la puerta. Dumbledore al darse cuenta de lo que eso significaba, le ofreció inmediatamente el trabajo a Sybill. Así en el castillo podría protegerla.
Tres meses más tarde, en el cuartel de la orden del fénix, Dumbledore revela que quizá la familia Potter podría estar en peligro, puesto que Voldemort podría tener un especial interés en ellos. Pero no reveló el verdadero motivo de aquello, simplemente esperaba que quizá el primogénito naciera en Agosto. Una esperanza ridículamente absurda.
También había aconsejado que los Longbotton tomaran recaudos, pues Alice también podía tener a su bebé en julio y no sabía si Lord Voldemort estaba enterado del contenido exacto y completo de la profecía.
La mansión de los Longbotton servía esta vez como cuartel general. Aunque pronto cambiarían de lugar. No podían darse el lujo de quedarse mucho tiempo en ningún lado. Tiempos muy oscuros corrían, no podían fiarse ni siquiera del propio susurro del viento que siempre cambiante, parecía traer diferentes discursos y novedades, malas noticias.
Allí estaban reunidos, al menos una parte de la sociedad secreta, pues varios miembros estaban implicados en diferentes misiones.
Lily y Alice conversaban juntas en un rincón del gran salón. Ambas estaban en la dulce espera, con sus panzas prominentes, aunque la de Alice era mucho más grande. Aquellos embarazos las habían unido en una nueva amistad, diferente de la que una vez habían entablado en el colegio.
Como ambas eran primerizas trataban de compartir toda información que recolectaban sobre el embarazo, el parto, y los primeros cuidados del recién nacido. Aunque no podían realizar misiones o trabajos para la Orden, ambas trataban de ayudar en todo lo que podían como atender a los heridos o alimentarlos. Estaban felices de traer al mundo a dos nuevos pequeños, aunque también eso les implicaba no poder luchar por un mundo mejor y tener que quedarse en casa descansando y sintiéndose inútiles.
Los pocos hombres allí reunidos discutían sobre las misteriosas muertes que habían sufrido dos familias muggles. Frank hablaba con Arthur sobre el sospechoso comportamiento de John Dawlish un compañero de la oficina de aurors. ¡Hasta donde habían llegado! Un auror que había jurado lealtad y solemnidad… ¿estaba a un paso de alinearse sobre las filas del enemigo? No se podía afirmarlo, pero su comportamiento a veces revelaba que sus prioridades o ideas, distaban un poco de las de Dumbledore, quizá fuera demasiado precursor del Ministerio, como Dolores Umbridge.
Arthur que trabaja en el departamento del Uso Inapropiada de Artefactos Muggles, había presenciado el comportamiento y accionar de una persona bajo el maleficio Imperius.
—Bernie Pillsworth del Servicio de Mantenimiento Mágico estuvo casi una semana entera controlado por algún mortífago. Es espeluznante como actúa ese maleficio. En seguida se nota el deterioro, los ojos desenfocados, la piel mortecina… solo andan con un único propósito: la orden dada por el emisor del Imperius. — Arthur terminó de hablar con un escalofrío recorriéndole su espina dorsal.
Kingsley Shacklebolt, se acercaba a ellos con paso decidido. Al avecinarse a las velas, éstas iluminaron su porte y se podía distinguir sus facciones. Era un mago de color y el aro que llevaba en su oreja brilló al acercarse a la luz. No era precisamente miembro de la Orden, pero colaboraba siempre que podía desde dentro del Ministerio. Siempre se había mantenido fiel a Dumbledore pero su condición de Auror lo mantenía cerca del Ministro. Esta era una de las raras ocasiones en las que él presenciaba una reunión.
La desconfianza que reinaba en el mundo mágico era palpable. En tiempos como aquellos ni en los amigos se podía confiar. Nada era seguro. Quien hoy era tu amigo, mañana era mortífago. Así se vivía en esos tiempos.
Era un día tempestuoso, de esos en que hace calor, llueve, sale el sol, deja de llover y luego como para variar se desataba una tormenta catastrófica. El tiempo parecía loco. Loco como se había vuelto todo el mundo.
Estaba anocheciendo y los rayos iluminaban el cielo y con eso se iluminaba un pequeño cuarto del hospital San Mungo, donde en una cama descansaba Lily, mientras su esposo mecía en sus brazos a su primogénito apenas nacido.
—Hola Harry — James acariciaba una pequeña manito que apenas se cerraba formando un puño diminuto. Harry había abierto sus ojos dejando al descubierto esas resplandecientes esmeraldas iguales a las de su madre.
Sirius Black entraba en esos momentos por la puerta de la habitación. Llevaba ropa muggle, como siempre, unos jeans oscuros y una remera blanca. El pelo negro azulado estaba mojado y sus ojos grises fulguraban de alegría.
—Quien lo hubiera pensado, James Potter el conquistador: casado y con un hijo.
—Cállate Canuto… ya quiero verte a ti enamorado. — Sirius rió por lo bajo
—Eso es algo que nunca verás. Si eso supone arrastrarme, babearme y comportarme como un estúpido poseído como tú por la pelirroja… ¡no gracias! Ya me alcanza con haberte visto así en el colegio. Me vergüenzas hermano…
Los dos amigos se abrazaron y en el medio estaba Harry mirándolos con detenimiento. La amistad de aquellos dos traspasaba las fronteras y límites inimaginables. Eran dos hermanos, no de sangre, claro, pero sí de alma.
El hijo de los Potter había nacido el 31 de Julio de 1980 y eso lo incluía en la categoría de la profecía: el igual al señor tenebroso, capaz de derrotarlo. Pero ellos no lo sabían.
Una nueva reunión precedía en el cuartel de la sociedad secreta fundada por un grupo de valientes magos y brujas dispuestos a erradicar al Innombrable y sus secuaces mortífagos. Los Potter se hallaban ausentes, en su hogar de Clapham contando con los sortilegios más minuciosos y poderosos para protegerlos de Voldemort, cuidando de su hijo apenas llegado al mundo.
Esta vez el cuartel era la casa de Sirius Black. Éste alquilaba una casa campestre en las afueras de Ottery St. Catchpole, cerca de la madriguera y de la casa de los Diggory.
Era una noche inusualmente tranquila. Molly Weasley había aparecido en aquella reunión, pues era una de los pocos miembros de la Orden que no asistía a las reuniones debido a que debía estar al cuidado de su numerosa familia y además creía que aquellas reuniones eran peligrosas. Todo era peligroso para ella, pero nadie podía juzgarla.
Katherine estaba apartada del grupo, sentada en un raído sillón, se la veía preocupada, cansada y algo enferma, pero sus ojos aun destellaban mucha vida. Llevaba su pelo castaño suelto el cual le llegaba a la mitad de la espalda. Claramente estaba ausente. Pensaba en los últimos acontecimientos, su última misión y cómo ésta casi le cuesta la vida.
Ese día se había enterado. Ese día había visto a la muerte de cerca. Cara a cara. El olor putrefacto del miedo, de la agonía mortal. Instintivamente, en ese momento miró de soslayo a Sirius que hablaba jovialmente con su voz cargada de heroísmo y orgullo. Estaba muy guapo a la luz de aquellas velas que iluminaban escasamente el lugar. Lo amaba. Amaba a Sirius Black desde el momento que lo conoció. Aunque también lo odiaba bastante seguido, sin duda ese hombre de apenas 21 años era el gran amor de su vida, su mejor amigo, su salvador, su héroe, su amante, su enemigo, su odio, su frustración. Lo era todo. Lo había sido alguna vez.
Era feliz, aunque sentía cómo lentamente sus vidas iban entrando en un embudo, el cual se hacía cada vez más angosto. La muerte era una amiga aliada cada vez más potente.
Se sintió mareada, asqueada del cinismo, la soledad, la muerte, la guerra. Tuvo una fuerte sensación de vomitar cuando Peter pasó por su lado con un plato de sopa de cebolla que había preparado Molly. Entonces se paró, sintiéndose oprimida y asfixiada, y salió disparada como un rayo del lugar. Hacía mucho que no probaba bocado, estaba inapetente y aquel penetrante olor atentaba con desmayarla. Sólo Remus Lupin se percató de su ausencia, siempre con su instinto lobuno al acecho.
Unos meses después del nacimiento de Harry, James y Lily debían elegir un guardián para el encantamiento Fidelius que Dumbledore había sugerido poner en su nuevo hogar ubicado en el Valle de Godric. Habían discutido sobre quien merecía ser digno de saber aquel secreto.
— Sirius es mi fiel hermano, jamás lo revelaría — Le decía James a Lily, mientras ésta le daba de comer a su querido Harry, que la miraba con unos alegres ojos verde esmeraldas y con una manito le agarraba dulcemente un mechón de su cabello rojo fuego.
Entonces quedó acordado: Sirius Black sería el guardián. Se lo comunicaron esa misma noche, pero Sirius se había negado de serlo, a pesar de haber afirmado que daría su vida antes de revelar su paradero. Aun así insistió en que otro debía ser el guardián puesto que todos supondrían que sería él. Entonces fue cuando cometió el peor error de su vida, aun mucho peor que haber cometido ciertas locuras en el colegio, sugirió la idea de que sea Peter.
Era 31 de octubre de 1981, y Lord Voldemort había planeado entrar esa noche en el escondite de los Potter aprovechando que todo el mundo, muggle y magos, estarían festejando Halloween. Hacía tiempo que Peter Petigrew le había revelado que era el guardián del encantamiento Fidelius de la casa del Valle de Godric. Presa del pánico, Peter había traicionado a su mejor amigo, al cual admiraba y envidiaba. Había sido un ingrato, pues él era un insignificante chico que no sobresalía en nada, no era apuesto, ni inteligente, era una gran nada. Y aún así James Potter lo había proclamado un Merodeador más. Le había dado el puesto a él, le había dado una amistad, y con ello la popularidad y buena fortuna que rebalsaba de la copa de James lo salpicaba a Peter y este gozaba de una posición que jamás podría haber logrado por sí solo.
Millones de noches, soñaba que él era James Potter y que las chicas del colegio lo seguían a donde vaya… Pero siempre fue la sombra de los otros tres merodeadores. Quiso ser alguien, quería destacar en algo y se vio tentado por las razones incorrectas, las decisiones equivocadas… una voz enigmática lo seducía, le prometía grandezas, poder, control, fortuna… el miedo era enorme, pero la ambición y el deseo lo doblegaron. Sin saber cómo, Peter ya estaba del otro bando, pasando información.
La casa de los Potter estaba en penumbras. James estaba recostado en el sillón y Lily apoyada en el tenía a Harry en brazos dormido.
— Te amo, mi pelirroja — James hablaba con tristeza cargada en la voz. Mientras olía el cabello de Lily, que emanaba un delicioso perfume floral. Quería recordarla entera. Su perfume a jazmín, su cabello color rojo pasión, lacio y sedoso, su piel nívea, sus ojos verdes llameantes, su cuerpo perfecto, su boca hecha a su medida, la voz suave y compasiva, aquellos lugares íntimos que solo él conocía tan bien y que eran su perdición, sus besos, sus gemidos de placer, y todos y cada uno de los recuerdos que tenían juntos: el primer beso, la primera cita, la primera vez, el casamiento, el embarazo, el nacimiento de Harry y cada una de las mañanas que había despertado al lado de ella.
Lily lloraba en silencio, sentía que el fin se aproximaba y James también lo presentía. Si morían, lo único que quería era seguir con ellos, sea a donde sea que fueran luego de la vida. No quería que ese momento acabara nunca, quería fundirse para siempre en aquel instante, con su hijo en brazos y su esposo abrazándola, cuidándola, amándola…
—Yo te amo mucho más James — Su voz se oyó suave como una dulce melodía. Harry dormía apacible sobre el pecho de su madre y dejo escapar un pequeño suspiro que hizo llenar de orgullo el pecho de James
— Soy muy feliz, Lily. Tengo lo que siempre he querido.
Lily se acercó más a su marido con sumo cuidado de no despertar al pequeño. Entonces buscó la boca de James y con la mano que tenía libre, rozó con la punta de sus dedos el contorno de su boca llena y generosa. Esos labios que la trasportaban al más allá y la hacían desear más. Entonces se aproximó a ellos y con su boca los saboreó con detenimiento, recorriéndolos enteros sin dejar un espacio sin ser besado. James que sentía los besos de ella como una poción revitalizante, profundizó el beso. La desesperación se había apoderado de ellos.
Sabían que había un espía en la orden, pero nadie sabía que habían cambiado al guardián por Peter. Jamás creyeron que el pequeño Colagusano los traicionaría.
La verja de entrada chirrió y James y Lily sabían lo que significaba, la protección había sido franqueada.
— Lily sabes lo que tienes que hacer. Huye con Harry mientras yo lo detengo.
Como una leona Lily corrió escaleras arriba dispuesta a todo por su familia. Entonces un estruendo abrió la puerta principal de par en par. James emitió varios hechizos "expelliarmus" "incarcerus" "petrificus totalus"… que fueron esquivados como si nada por el mismísimo Lord Voldemort. Este rio siniestramente, burlándose de aquel insignificante mago. ¿Quién se creía para atreverse a echarle esos simples hechizos a ÉL?
—Avada Kedavra — Su voz no se inmutó, no había emoción ni titubeo, ni rastro de miedo o cólera.
Un rayo verde iluminó la sala y James Potter caía sobre la alfombra de su casa sin vida. Sus resplandecientes y pícaros ojos color avellanas detrás de aquellos anteojos, jamás volverían a brillar. Su deliciosa boca nunca más volvería a sonreír para arrancar suspiros. Su voz nunca más sería oída. No era solo un mago muerto, era un mito, un ícono, un ídolo que trascendería la muerte y sería recordado por la comunidad mágica, por los tiempos de los tiempos y más.
Lily había escuchado el maleficio imperdonable, sin James, no podía seguir adelante, pero tampoco podía bajar los brazos por Harry. Lo acostó en su cuna y en menos tiempo del que pensó, el Innombrable estaba frente a ella
— Hazte a un lado — Siseó la voz de Voldemort
— No… a Harry no… Mátame a mí — Lily estaba frente a la cuna con los brazos bien abiertos y no paraba de decir que no matara a su pequeño.
— Córrete tonta… tú no tienes por qué morir.
Pero Lily no se corrió vio en aquellos ojos de serpiente las intenciones de matar. Gritó con el último aliento y la potencia de su voz desgarrada que disminuía hasta la última nota: ¡Harryyyy!
Entonces un rayo verde impactó contra el pecho de la pelirroja quitándole el fuego de la vida y cayendo a un lado de la cuna.
Voldemort corrió a Lily de una patada haciéndola rodar lejos de la cuna.
Ahora sólo le quedaba ese pequeño intrascendente que podía significar una amenaza en el futuro. Quería exterminarlo cuanto antes, de sólo mirarlo sentía cólera, por creer que esa criaturita indefensa pueda llegar a ser digno de enfrentarse como su igual.
Lo miró fijamente y con frialdad y casi desinterés, pronunció: Avada Kedavra
Los rayos de su poderosa varita emergieron vibrando y sacudiendo su interior. Era un maleficio potente, lo había sentido siempre tan tenaz y algo doliente. Pero esta vez, el dolor era demasiado, el ardor, la carencia de la solidez del regocijo interno latía en su mente. Algo había pasado, la maldición asesina había revotado e impactado contra el mismo Voldermort, convirtiéndose en poco menos que un espectro. Mientras que la casa estallaba en una fuerte explosión dejándola en ruinas.
Solo había paredes derrumbadas, polvo y ladrillos… y un bebé se oía llorar con una cicatriz que surcaba su frente en forma de rayo. El oscuro cielo estrellado iluminaba el lugar. Pronto Hagrid iría en busca del pequeño en la motocicleta de Sirius Black. Mientras éste corría por su vida a través de una fría calle.
Mientras muy lejos de allí, en la mansión Longbottom, Alice y Frank, eran torturados con incesantes y despiadados Crucios emitidos por cuatro mortífagos: Bellatrix B. Lestrange, Rodolphus Lestrange, Rabastan Lestrange y Bartemius Crouch hijo para obtener información de donde estaba su amo y señor de las tinieblas.
Esa madrugada Arthur Weasley fue a casa de los Longbottom para informarles la tragedia y el milagro ocurrido, pero lo que encontró fue otro monstruoso acto de maldad. La casa estaba abierta y parte de la pared de la entrada principal estaba totalmente desplomada. Había rastros de una lucha. Arthur mantuvo en alto su varita y entró con sigilo, pero lo que vio dentro fue mucho peor de lo que imaginaba.
Alice estaba inconsciente amarrada a una silla, con las ropas rasgadas, las piernas y brazos amoratadas, el pelo estaba revuelto y su cara estaba surcada por gruesas lágrimas. Por el mentón se veían rastros de haber escurrido una pasta blanca densa y espumosa. Frank emitía reiteradas convulsiones tendido en el suelo con los ojos perdidos en el infinito. Su cuerpo presentaba varios cortes y magulladuras.
El sol comenzaba a salir perezosamente y lentamente inundaba la habitación con una luz cálida que nada tenía que hacer allí. Aquella escena no debía de haber ocurrido jamás. La cólera inundó el pecho de Arthur y enseguida envió por alguien de San Mungo para que inmediatamente asistieran a sus amigos. La maldición Cruciatus había dejado marcas en ellos para toda la vida. Arthur lloró sin consuelo. Mientras, no muy lejos de allí, la gente festejaba la caída del Innombrable.
La desgracia se había cernido sobre ellos. ¿Cómo era posible? Si no hacía mucho tiempo que eran felices, alegres, rebeldes, despreocupados, desinteresados del mundo.
Hubo una época en que fueron libres e insensatos… la vida se había vuelto más oscura, pero no sabían en qué momento había dejado de ser de color de rosa. Sin duda sus vidas felices habían acontecido durante sus estadías en el colegio. Sus gloriosos años de juventud. Sus tiempos de gloria parecían muy lejanos ya...
